Habla Perico Vidal:
¿Te he contado la primera vez que vi a Ava?
Me la presentó Welles, en Madrid, diría que en 1954. Welles se había instalado en el Castellana Hilton, con su nueva amante, Paola Mori, condesa de Girfalco, muy joven, muy guapa, muy silenciosa. Paola iba a ser la protagonista de Mister Arkadin junto a Robert Arden, antiguo colega de Welles en sus aventuras teatrales. Para promocionar su hotel, Conrad Hilton invitaba a muchísimas estrellas del cine americano y les daba suites a precios de chiste y, se rumoreaba, incluso gratis. Y en aquellos días Ava Gardner era la reina absoluta del Castellana Hilton.
“Te va a encantar”, me dijo Welles. Y tenía razón.
Así que mi primer recuerdo de Ava fue una fiesta flamenca, en su suite. Un follón tremendo, maravilloso, con los flamencos cantando y bailando, flamencos del Villa Rosa o del Corral o de Manolo Manzanilla, que eran sus principales fuentes de abastecimiento para las juergas. Allí estábamos, pasada la medianoche, cuando empieza a protestar un ejecutivo americano que estaba en la misma planta. Llamó varias veces a recepción y por lo visto el conserje acabó diciéndole: “No voy a ser yo quien cambie las costumbres de miss Gardner". Aquel conserje era muy sabio y la conocía bien. Y sabía que tenía bula, claro. Sigue la fiesta a todo trapo y llaman a la puerta, con golpes insistentes, como si enviaran un mensaje en morse: tres golpes, pausa, tres golpes. Ava se encoge de hombros. Pero siguen los golpes y Ava se mosquea y va hacia la puerta con cara de Bette Davis. Cara de “abróchense los cinturones, que va a haber tormenta”, ya me entiendes. La seguimos cinco o seis para ver el espectáculo. Ava abre. Es el ejecutivo, claro, con pijama y bata. Bata de muy buena calidad, por cierto. Y en vez de echarle la caballería, ella se le queda mirando y le dice:
“¿What’s up, honey?”
El americano empieza a tartamudear, porque cuando Ava se ponía seductora…
“Verá, miss Gardner”, le dice, “es que yo he de levantarme pronto y con este ruido…”
Ava, dulcísima, le contesta:
“Cuánto lo siento, honey, pero yo no puedo parar la fiesta: vea lo bien que se lo están pasando todos. Créame, lo mejor que puede hacer esta noche es unirse a nosotros. Ya que no va a dormir, por lo menos se divertirá”.
¡Fantástica! ¡Aaaaah, como adoré a aquella mujer!
¡Y el hombre se echó a reír y se quedó hasta que se hizo de día!. Ava le puso una copa en la mano y al poco rato ya llevaba cuatro o cinco, porque bailaba como un derviche, y era un espectáculo verle dando vueltas con su pijama y su bata. Luego debió de ir a cambiarse, porque, avanzada la noche, volví a verle, todavía más trompa si cabe, y ya llevaba traje.
Unos días más tarde me encontré a Ava y a Lana Turner, juntas, en El Duende, el tablao más postinero de Madrid, cerca de la calle Mayor. Sus dueños eran Pastora Imperio y Gitanillo de Triana, que había toreado en la famosa corrida de Linares en la que murió Manolete. Entro en El Duende y allí estaban las dos, riendo como diosas, Ava con su pelo negrísimo y peinado a la española, y Lana con su melena casi blanca de tan rubia. He de decir que, siendo Ava un bellezón indiscutible, la que a mí me volvía loco era Lana Turner, y desde pequeñito, así que me acerqué a Ava pero con la proa puesta en Lana. La proa y punto, porque, lógicamente, estaban rodeadas de moscones y apenas crucé cuatro palabras con las dos.
Fin del flashback.
Ahora estoy llamando al timbre de La Bruja, su casa en la Moraleja, y llevo, claro está, el regalo de Sinatra, el tocadiscos último modelo. Que, por cierto, pesaba lo suyo. Me abre Ava, que ya me esperaba, y al cabo de un rato comienza una de las borracheras más grandes de mi vida.
Lo primero que tomamos fue un cóctel de su invención al que llamaba Matador’s Mule y que era realmente espantoso. Cogía una copa balón , grande, casi un tarro, y lo llenaba de Courvoisier. Y cuando digo que lo llenaba es que lo llenaba: apenas dejaba un dedo por arriba. Luego acercaba una cerilla, quemaba lo que ella llamaba the lake y lo apagaba con champán.
Eso era el Matador’s Mule. No me preguntes qué tienen que ver una mula, un torero y un lago, porque no te lo sabría decir, y creo que ella tampoco.
Lo fundamental era que colocaba una barbaridad, mayormente porque era beberse medio litro de coñac, o al menos esa impresión tenías. Otra de sus invenciones se llamaba Dog’s Face y había que beberlo de un trago. Composición: una dosis de peppermint, una de Chinchón o de cazalla y una de coñac. Sin agitar: bastante se agitaba aquello en el estómago, para no hablar de la cabeza.
Siempre se empeñaba en preparárselo a Lola Flores, porque estaba convencida de que le encantaba, y a la que Ava se daba la vuelta, Lola lo echaba en el primer florero que pillaba, como estaba mandado.
Eran pruebas iniciáticas, desde luego: si aguantabas aquello, aguantabas lo que fuera.
Mientras bebíamos el tremendo Matador’s Mule hablamos de Sinatra, por supuesto. Hablamos al principio, hablamos más tarde y hablamos a las tantas. Ava era listísima y no preguntó todo de golpe, porque habría delatado su interés, que seguía siendo muy elevado, como comprobé yo en Los Ángeles con todas aquellas llamadas. Yo le contaba lo que le podía contar: lo de las muchísimas cosas que hacía Sinatra en una jornada y lo poquísimo que dormía. Sin pormenorizar las muchísimas cosas, claro.
“Ah, that’s my old Francis”, repetía ella.
Luego quiso saber más, y preguntaba, ya te digo, con mucha habilidad, muy a trasmano, cuando menos lo esperabas. Y yo tenía que andar con ojo para no meter la pata, porque ya sabemos que el alcohol propicia mucho la confidencia y el desliz. Me sometió a un interrogatorio en toda regla, del que me fui zafando como pude. Lo pillaba todo, no se le escapaba una. Y sabía escuchar, escuchaba muy bien.
Para saber si estás ante un gran actor, tú fíjate en cómo escucha. Todos los grandes que he conocido eran antenas puras: O’Toole, Mitchum, Ava. Pueden llevar quinientas copas encima, pueden tener un ego como el Himalaya, que la antena no descansa. Ava se dio perfecta cuenta de que yo le toreaba con la izquierda, y al final le hizo gracia y preguntaba para ver cómo me zafaba.
Lo que no está escrito nos bebimos aquella tarde y aquella noche. Después del Matador’s Mule cayeron varios Martinis en el bar del Hilton. Luego fuimos a un restaurante mejicano, uno de los primeros, si no el primero, que había abierto en Madrid, y bebimos tequila con el primer plato, con el segundo y con el postre. ¿De qué más hablamos? En mi recuerdo, de cosas del momento. De lo que pasaba en Madrid, ni siquiera de lo que pasaba en Hollywood. Ava no contaba historias de su vida, porque eso le aburría a morir. No estaba interesada en sí misma, por así decirlo.
Hablamos de toros. Habló de Dominguín, porque era la época en la que estaba colada por Dominguín. Habló de Welles. Y de Hemingway. Habló de la gente a la que quería y admiraba. Y habló de Sinatra, desde luego. Ningún chisme: recuerdos, momentos, pero como si hubieran pasado anteayer.
Le volvía loca España, le entusiasmaba. Y no paraba quieta. De un bar a otro, y luego a un tablao, y luego tirarse tout ce qui bouge. Mi amigo Teddy Villalba decía que no era follar por follar, que lo que le pasaba era que no quería estar sola, le aterraba quedarse sola por las noches. Puede que Teddy estuviera en lo cierto.
Salimos varias veces y creo que la conocí un poco. La vi a solas y con otra gente. Siempre había mucha gente a su alrededor. Flamencos, aristocracia, el mundo del toro. No era exactamente la misma en las distancias cortas, nadie lo es. Tuve la impresión de que quería evadirse de su vida a todas horas, sacarse de encima el mito y las obligaciones del mito. Creo que ya empezaba a estar muy harta del cine. Hablaba de dejarlo, de no hacer ninguna película más, pero, naturalmente, necesitaba el dinero.
Aquella primera vez fue maravillosa, resplandeciente. Tenía una simpatía salvaje. Luego las borracheras empezaron a hacerse más peligrosas. Era una alcohólica, y ya sabes que no digo esto en sentido peyorativo. Era una alcohólica y lo más probable es que aún no lo supiera. Necesitaba el alcohol como los coches necesitan gasolina. Bebía como si el mundo fuera a acabarse. Con el alcohol desaparecían sus miedos y sus inseguridades. Suele pasar.
Bebía lo que le pusieran delante, como yo, pero tenía “su” bebida. Bebía whisky straight, en vasito pequeño. Y como chaser, para acompañar, whisky con agua, que triplica el efecto. Aguantaba mucho, todavía estaba en la fase del aguante. Tenía una resistencia animal. Una vitalidad de paleta del sur.
Yo le decía: “Pero qué bestia eres, hija mía, pero qué paleta…”
Se reía. Le gustaba la gente que hablaba sin rodeos.
La última vez que salimos ya vivía en Doctor Arce. Recuerdo el final de aquella noche. Habíamos ido a un par de clubes y de allí tomamos un taxi hasta la venta de Manolo Manzanilla, que era uno de sus lugares favoritos, porque cerraban tardísimo, si es que cerraban. Era un poco el equivalente de La Macarena en Barcelona, solo que estaba en las afueras. Flamenco puro y duro. Manzanilla recogía a los últimos noctámbulos, a todos los flamencos que venían de Zambra, de El Duende, del Corral de la Morería. Íban allí y los señoritos pagaban la juerga. Señoritos, flamencos, gente de la farándula y putas, eso era lo que había allí. Paco Rabal estaba entonces todas las noches, y cuando digo todas quiero decir todas. Y Fernán-Gómez, y Lola, y los flamencos de Lola: la Fernanda, la Bernarda, la Calleta, Dolores de Córdoba. Y la Repompa, una cantaora malagueña que murió de golpe, a los 18 años.
Todo esto que te cuento pasó más tarde, en los primeros sesenta. En la época de 55 días en Pekín. No, yo no estuve en ese rodaje. Manolo Manzanilla era un listo de la noche, agitanado, con algún buen contacto que le permitía cerrar tan tarde. Se llevaba muy bien con todo el mundo que tuviera dinero. Olía el dinero a kilómetros. Hacíamos cosas que hoy arruinarían a un millonario, como dejar un taxi a la puerta, esperándonos, hasta que amanecía, mientras el contador iba sumando.
En Manzanilla, Ava se soltaba el pelo por completo. Como si estuviera en un tugurio mejicano, al otro lado de la frontera. Allí podía subirse a una mesa, levantarse las faldas y ponerse a mear como si tal cosa. No exagero: yo le vi hacer eso varias veces. La primera vez me hizo más gracia. Pero, fíjate, lo más curioso es que no resultaba grosera. Hasta meando sobre una mesa tenía clase.
Ya era de día cuando volvimos a Doctor Arce.
Me dijo:
“¿Sabes lo que podríamos hacer ahora, Pedro?”
“¿Qué, Ava?”
“Jugar al tenis. Vamos a jugar al tenis un rato”.
No bromeaba: había una cancha de tenis en el edificio, junto a la piscina.
“Ava”, le dije, “no es que no pueda ver la bola: es que no veré ni la raqueta”.
Se puso a gritar. Gritaba cuando la contrariaban.
“Lo que pasa es que eres un cabrón. Y un mierda”.
Dominaba muy bien los insultos en español. Fue lo que aprendió primero. Le salían redondos, con mucha naturalidad.
“Hijoputa. Cabrón. Vete de aquí. Vete, que no te vea más”.
“Buenas noches, Ava”
Sonaba ridículo, con aquel sol dándole en la cara. Me reí, porque estaba realmente furiosa. Y muy guapa, con el pelo tapándole los ojos, pataleando como una niña. Como una gitanilla. Dio media vuelta para no verme reír y se fue, se fue a buscar al portero para que jugara con ella.
Ese es mi último recuerdo de Ava.
(Continuará)
Hay 4 Comentarios
Después de leerme del tirón los 7 capítulos me dan ganas de presentar mi carta de dimisión y empezar otra vida desde cero. Qué forma de vivir!, grande Perico Vidal, enorme.
Publicado por: Jaime | 12/06/2012 17:26:18
Muchas gracias. M.O.
Publicado por: Marcos Ordóñez | 08/06/2012 17:05:57
Siempre es un placer leer artículos sobre Ava (y cuando está bien escrito, mucho más), ver fotos de Ava, o cualquier cosa que tenga que ver con Ava. Tengo varios libros sobre Ava, y evidentemente, "Beberse la vida" Yo soy admirador de Ava desde pequeño, y me parece extraño, porque yo ahora tengo 47 años y en los 70 me cabreó mucho que "muriera" en "Terremoto", y quería que esta película ganara más en taquilla, en los óscar y en lo que fuera, sólo porque estaba Ava en ella. Lo cual quiere decir que a los 10 años ya era muy fan de Ava, digo yo que por haver visto sus películas en TV, y aunque me parezca extraño, al mismo tiempo lo veo muy lógico. Larga vid a Ava.
Publicado por: JM | 08/06/2012 15:57:14
Agradable lectura.
Un saludo.
Publicado por: kenitfolio | 08/06/2012 11:00:50