Habla Perico Vidal:
Teddy Villalba siempre me había hablado maravillas del set que los equipos de Gil Parrondo y Paco Prósper levantaron en Las Matas para rodar 55 días en Pekín (el Palacio Imperial, las legaciones, el tren, la muralla de la Ciudad Prohibida), pero cuando veía el trabajo de John Box y Terence Marsh en Zhivago reconocía que no se quedaban atrás. Bueno, el trabajo de Box y de Marsh y de Fowlie, aunque Eddie se ocupaba más bien de los efectos especiales pero también participó mucho en el diseño de decorados, y de Gil Parrondo, al que no acreditaron pero que aportó, como siempre, ideas y resoluciones formidables, y de Agustín Pastor, que estaba al frente de la producción, y de Miguel Sancho, que era el jefe de eléctricos… El equipo era tan grande y con tantos tipos estupendos que esto se convertiría en el listín telefónico. Ah, y Dario Simoni, del que no nos podemos olvidar es del gran Simoni, que ya había estado en Lawrence y con Reed había hecho El tercer hombre y luego hizo El tormento y el éxtasis, y después La mujer indomable con Zeffirelli. Enorme profesional.
Todo esto pasaba en el otoño del 65 en el madrileño y entonces casi lejanísimo y semidesértico barrio de Canillas, concretamente entre el inmenso descampado que se abría detrás del cementerio y lo que hoy sería la calle Silvano. Tardaron casi cinco meses en construir aquello: una gran calle de Moscú, de más de un kilómetro, llena de tiendas de principios de siglo, todo hecho siguiendo escrupulosamente las imágenes de la época. Un tranvía recorría esa calle, y había también una plaza, y un viaducto, y el Kremlin al fondo, y en el otro extremo levantaron la casa de los Gromiko, la familia adoptiva de Zhivago, y el barrio pobre donde vivía Lara. De algunas casas solo hicieron las fachadas pero cada tienda tenía su escaparate, y si había escaparate Lean y Simoni querían que se viera el mostrador y lo que la tienda vendiese, pero todavía fueron más allá y construyeron casas completas. Recuerdo una frase de Lean a John Box, que venía a ser algo así: "Siempre ha de verse lo de afuera desde dentro y lo de dentro desde afuera", es decir, que quería huir de los interiores cerrados, aunque muchos se rodaron en los estudios Cea, que estuvieron ocupados en exclusiva por Zhivago durante casi todo aquel año, pero la mayoría de los de Moscú cumplen ese requisito, lo cual airea mucho esa parte de la película.
Pero al recordar aquel Moscú madrileño lo que me viene a la cabeza no son los decorados impresionantes sino la obsesión de Lean por los detalles aparentemente minúsculos, incluso los que, como decía él, no se distinguen a simple vista pero se perciben. Una obsesión que, para quienes no le conocieran, podía rozar lo maniático, como el día del espejo.
Estábamos a punto de rodar la escena de Julie Christie y Rod Steiger en el reservado, la famosa escena del vestido rojo, que a Julie Christie, por cierto, le parecía excesivo para su personaje, y su razón tenía. Lara está enamorada de Pasha, el joven revolucionario que interpreta Tom Courtenay, pero Komarowski tiene poder y un pico de oro y se la quiere llevar al huerto. Lean dice “acción” y Freddie Young, el cámara, comienza a rodar, pero yo veo que Lean no está mirando a Julie y a Steiger sino que tiene los ojos fijos en el espejo del fondo.
De repente dice: “Corten. Que venga Simoni”.
Viene Simoni y Lean le pide que con un punzón de diamante dibujen en el espejo un corazón atravesado por una flecha.
Yo me atreví a preguntarle:
“¿Y el espectador verá eso?”
“No lo verá pero lo registrará, Pedro”.
Y añadió esta frase: “Un Rolls Royce tiene siete capas de pintura y casi nadie lo sabe”.
Luego me enteré de que Visconti había hecho algo aún más insólito en El Gatopardo, cuando quiso que los armarios de la mansión de los Salina, que no iban a abrirse, estuvieran llenos de ropas de seda y encaje.
Durante el rodaje en Canillas, Omar Sharif caía noche sí y noche también por el “hostal Vidal”. Nos habíamos hecho muy amigos durante el rodaje de Lawrence. Ahora pasaba una mala época: se estaba separando de su mujer y una de sus mejores amigas acababa de morir. Era una chica colombiana que vivía en París. Aquella chica reunió un día a todos sus amigos, les invitó a una fiesta, y cuando le preguntaron el motivo dijo “Es un secreto, ya veréis”. En lo mejor de la fiesta, cuando todos estaban bailando y riendo, sacó una pistola y se pegó un tiro en el paladar. Sharif no podía comprender por qué había hecho aquello. Parecía una chica feliz, siempre sonriente, decía. Aquella muerte le dejó muy abatido.
Por otro lado, se sentía muy inseguro con su trabajo. En primer lugar, porque sabía que había sido la quinta opción para el rol de Zhivago. Lean quería a O’Toole, que no pudo o no quiso hacerlo, y O’Toole se lo había dicho, porque Sharif y O’Toole se convirtieron casi en hermanos durante el rodaje de Lawrence. La opción de la Metro era Paul Newman, que tampoco pudo o quiso hacerlo. Luego se barajaron los nombres de Dirk Bogarde y de Max Von Sydow. Sharif le pidió a Lean que le hiciera una prueba para el papel de Pasha y se quedó de piedra cuando Lean le ofreció el protagonista. Le llenó de alegría y también de aprensión, porque era una responsabilidad enorme.
Me confesó que no entendía lo que Lean le estaba pidiendo. Yo veía su angustia en el rodaje, cada día. “Cada día me corta más líneas de diálogo. No sé qué hacer. Va a convertir a Zhivago en un personaje pasivo, que no reacciona ante nada”.
Yo creía intuir lo que Lean buscaba, porque comenzaba a conocerle y, sobre todo, conocía su cine, pero estaba claro que no podía interferir.
“Confía en él. Sabe lo que hace”, le repetía.
Y no era una frase para salir del paso. Estaba plenamente convencido de eso, como se demostró: Sharif hizo una de sus mejores interpretaciones, y Lean consiguió que expresara muchísimo más con una mirada o un silencio que con todas aquellas líneas amputadas que tanto le desesperaban.
Zhivago quizás sea la película de Lean en la que mejor se ve ese equilibrio entre épica e intimidad del que te hablaba. Es la más lujosa y al mismo tiempo la más contenida, la más desnuda. Es, creo yo, la que más cerca está del cine mudo y de sus maestros americanos: Griffith, Ford, Vidor.
Yo estaba a todas, porque para ser ayudante de Lean había que estar a todas, desde los trabajos de casting, que requerían mucha mano izquierda, hasta, de nuevo, la organización de las escenas de masas, que en Zhivago rondaron los tres mil. Y también volvió a encomendarme "labores ferroviarias". Lean adoraba los trenes, y en Zhivago
cumplió todos sus sueños, porque tienen una importancia capital. Se
alquilaron varias locomotoras de vapor, y cuarenta o cincuenta vagones
que hubo que restaurar. Recuerdo una locomotora bellísima, extrañamente
llamada Mikado, que utilizamos para recrear el tren militar en el que
Pasha, ya convertido en el coronel Strelnikov, viaja con sus tropas.
Buena parte de las escenas rurales “con nieve” se habían localizado en los campos de Soria.
El problema era que no nevaba ni a tiros. El Moncayo (que se suponía que eran los Urales) estaba blanco, pero al fondo, lejos. Pasó diciembre, pasó enero, pasó febrero, y nada. “Aquí el invierno dura mucho”, nos repetían, “y en marzo hemos tenido nevadas enormes”. En marzo nevó algo, pero muy poco. Acabó siendo el invierno más suave de los últimos cincuenta años.
Era imposible cambiar el plan de rodaje, de modo que se recurrió a los trucos habituales: toneladas de sal y polvo de mármol, y mucho plástico blanco. Con una variante: en las secuencias de la mansión congelada, John Box y Eddie Fowlie cubrieron los muebles con cera blanca y luego la rociaron con agua y hielo artificial. Lean utilizó también el “sistema Welles”: rodaba un plano en Soria y el contraplano, tiempo después, en un lugar que podía estar a cientos o a miles de kilómetros. Los contraplanos del entierro de la madre de Zhivago, por ejemplo, se filmaron en Sierra Nevada. Algunos planos generales de la mansión congelada se rodaron nada menos que en Canadá, en Alberta, donde también se rodaron algunas escenas del tren de refugiados.
Y hubo que acabar yendo a Finlandia para tener material de recurso.
Todavía estábamos en Soria cuando llegó el buen tiempo. Adelantó la primavera y los actores tenían que llevar, obviamente, los mismos abrigazos que varios meses atrás. Lean se vio obligado a dar la consigna de que nadie bebiera antes de entrar en plano, porque el agua les hacía sudar aparatosamente. Rodamos en Candilichera, Gómara, Villaseca… Durante un tiempo podía recitar aquellas localizaciones de memoria, como si fuera la lista de los reyes godos. La imagen que cierra la película se rodó en la presa del embalse de Aldeadávila, en Salamanca, que se había inaugurado unos meses antes.
Acabamos hacia octubre del 65: casi un año de rodaje. Y el montaje fue un tanto a contrarreloj, porque O’Brien quería estrenarla por Navidades. Lean era un experto, desde sus días en la Gaumont, en montar con mucha rapidez. Aún así, la película no estuvo totalmente a su gusto (es decir, definitivamente montada) hasta el estreno europeo.
El estreno en Nueva York fue un desastre. Se gastaron una millonada en publicidad, pero no iba nadie a verla. Los críticos americanos la machacaron. Decían que Zhivago era lenta, que era demasiado larga, que tenía imágenes de postal, que la música era almibarada, que el argumento era un viejo melodrama, y que su visión de la revolución rusa (eso se lo dijo un crítico joven) era reaccionaria. Hubo alguna crítica positiva, pero la mayoría le pusieron a caldo.
Lean estaba deshecho y no paraba de decir que aquello era el final, que se retiraba, que nunca volvería a rodar. Pero O’Brien mantuvo Zhivago en cartel, y hacia la cuarta semana, de repente, la gente comenzó a ir a verla. En primavera se presentó en Cannes, se estrenó en Londres, y en otoño del 66 en el resto de Europa. Cada nuevo estreno era mejor que el anterior, y acabó convertida en un taquillazo descomunal. Salvó al estudio: dijeron que era la mayor recaudación de la Metro desde Lo que el viento se llevó.
Lean no lo entendía. Y con razón, porque aquel pasar de calvo a siete pelucas no le había sucedido nunca. Un día íbamos por Madrid cuando paró el coche y me dijo:
“Pedro ¿tú por qué crees que Zhivago está teniendo tantísimo éxito?”.
No iba a darle las razones obvias (una historia estupendamente contada, espectacular, la combinación de épica y romanticismo, etcétera) porque sabíamos que todo eso aunque fuera verdad no garantizaba nada, como se había visto en Nueva York.
Lean quería que le dijera algo que a él se lo hubiera escapado.
Y la verdad es que yo le había dado vueltas al asunto. No estaba en absoluto de acuerdo con los críticos americanos: a mí me parecía una película extraordinaria. Aventuré mi teoría:
“Yo creo que lo que les atrapa es la historia de amor. Has conseguido algo muy difícil: contar un adulterio y que el público esté absolutamente a favor de los tres personajes. Eso es lo que hiciste en Breve Encuentro y eso es lo que realmente les llega al corazón”.
“Puede ser”, dijo Lean. “Puede ser. Nunca sabemos lo que puede funcionar ¿verdad?”.
(Continuará)
Hay 5 Comentarios
Muchas gracias a todos!
Publicado por: Marcos Ordóñez | 22/10/2012 11:52:09
Con unos días de retraso, sólo quería felicitarle por esta nueva entrada y, en general, por todas las de esta serie.
Publicado por: Wil E. Coyote | 22/10/2012 11:39:44
No la he visto, pero lo de contar un adulterio y que la gente esté a favor de los tres es muy bueno y si que es difícil.
Publicado por: fb | 19/10/2012 12:52:32
Vaya pedazo producciones. Este fin de semana me largo a un pueblecito de Soria. Buena comida, buen vino, mi pareja y mucha cama.
Carla
www.lasbolaschinas.com
Publicado por: Carla | 19/10/2012 8:24:41
Your post is great!
Publicado por: charmingdate scam | 19/10/2012 8:16:16