Hará unas semanas Diego Manrique colgó en su blog (¡gracias, Diego!) un espléndido documental de la BBC, Fallen Angel, sobre la vida y obra de Gram Parsons, y lamentaba la escasez de visitas. Parece que con Parsons no hay medias tintas: provoca adhesiones incondicionales o la más absoluta de las indiferencias. También es cierto, diría, que muchas de esas indiferencias se deben a la lejanía de su figura y a los prejuicios acerca del género que contribuyó a fundar: “¿Country-rock, esa moda de los setenta? ¿Y a quién le importa eso?”. Las adhesiones incondicionales, en cambio, se producen entre aquellos que entran en el río de su música sin etiquetas previas (el propio Parsons bautizó su trabajo como “Cosmic American Music”) y descubren a un artista de una pureza, un lirismo y una frescura excepcionales, autor de algunas de las más bellas canciones de la historia. Y también están, desde luego, los que quedan atrapados por su leyenda: la clásica leyenda del malogrado, del echado a perder, sea por un destino adverso o por su mala cabeza o por una mezcla de ambas cosas.
Entre los incondicionales absolutos está mi amigo Eduardo Galán, que en el verano de 2011 peregrinó con otros dos devotos al Joshua Tree Inn, el motel donde murió Parsons, víctima de una sobredosis de alcohol y morfina (“capaz de matar a tres adictos”, como dijo el forense) el 19 de septiembre de 1973, cuando estaba a punto de cumplir 27 años. El Joshua Tree Inn, me contó Eduardo, está en el parque natural del mismo nombre, al sudeste de California, cerca de San Bernardino y a caballo entre dos desiertos: el del Mojave y el de Colorado. No hay apenas merchandising nostálgico. La habitación número 8, donde encontró la muerte y que ahora lleva su nombre, exhibe unos pocos carteles (anuncios de giras, portadas de discos) en sus paredes, pero conserva orgullosamente, eso sí, “el mismo espejo que allí lucía en 1973”, como si sus dueños profesaran la vieja creencia india de que los espejos atrapan el alma de los que en ellos se miraron. Hay otras dos habitaciones con nombres de músicos: una lleva el nombre de Emmylou Harris, su “voz compañera”, que guió e iluminó sus últimos años; otra, sorprendentemente, es la “Donovan Suite”.
En el patio del motel, que tiene la forma de la tradicional “hacienda” mexicana, hay una humildísima losa funeraria con las palabras "Safe at Home", que aluden al título del único disco que grabó con The International Submarine Band, y al lugar donde quiso que esparcieran sus cenizas.
“Uno cree entender – señalaba Eduardo – lo que Gram encontró en ese paraje casi lunar: un escondite perfecto para protegerse de la tormenta, que diría Dylan, y una especie de after al aire libre donde poder drogarse como si no hubiese mañana. Y no lo hubo”.
Alguien, en el documental, dice que Gram Parsons parecía un personaje de Tennessee Williams, y realmente no es difícil pensar, por ejemplo, en Val Xavier, el protagonista de Orpheus Descending, con su cabello rubio, su perfil efébico y su cazadora de piel de serpiente. Parsons, cuyo auténtico nombre era Ingram Cecil Connor III, fue el hijo dorado de una pareja millonaria. Vivían en una mansión prototípicamente sureña en Waycross, Georgia. Su madre, Avis Connor, era la hija de un magnate de los cítricos; su padre, Ingram Cecil, era un piloto, héroe de la Segunda Guerra Mundial, que acababa de terminar cuando Gram nació. Los dos eran alcohólicos.
Ingram Cecil se suicidó en 1958. Avis se casó con Robert Parsons, de quien Gram tomó el apellido. El nuevo matrimonio duró ocho años. En 1965, Robert se fue con otra; poco más tarde, Avis murió de cirrosis.
Gram quería ser una estrella de rock desde que vio a Elvis en Waycross. A los quince años toca la guitarra en varios grupos (The Pacers, The Legends) y versionea los éxitos del momento. Luego descubre el folk y forma The Shilos, que llegan a hacer varias actuaciones en el Bitter End de Greenwich Village tocando temas de los Journeymen y el Kingston Trio. Aún no ha cumplido los veinte y todo en su vida comienza a ir muy deprisa. Se matricula en Harvard para estudiar teología (curiosa elección) pero no aguanta allí más de seis meses. En la universidad descubre el country: escucha los discos de Merle Haggard y abraza la nueva fe. En 1966 crea la International Submarine Band con el guitarrista John Nuese, otro apóstol del naciente género, y graban el álbum Safe at Home para LHI Records, el sello de Lee Hazelwood. Versiones de clásicos (Satisfied Mind, I Still Miss Someone) y cuatro notables composiciones de Gram: Luxury Liner, Blue Eyes, Do You Know How It Feels To Be Lonesome, Strong Boy. Días y noches de alcohol y ácido, primero en Nueva York, luego en Los Ángeles. Gram está convencido de que ha llegado su hora, la hora de comerse el mundo. Pero el disco tarda en salir al mercado, y cuando al fin ve la luz, a mediados de 1968, la banda ya se ha disuelto y Gram está con los Byrds, llevándoles por la senda de lo que dará en llamarse country rock y tendrá su piedra miliar en el precioso Sweetheart of the Rodeo, aunque su permanencia en el grupo de Roger McGuinn también será breve.
Esa es la constante de su corta carrera: o se va o le echan. Rompe con los Byrds durante la gira inglesa, en la que conocerá a Jagger y Richard, y con Chris Hillman, bajista de Sweetheart of the Rodeo, forma The Flying Burrito Brothers. Gram es el cantante solista y toca la rítmica, el piano y el órgano; Hillman es aquí su sombra o su hermano, a decidir (segunda voz o primera, en alternancia; rasgueando también la rítmica ); el bajo pasa a manos de Chris Ethridge y completa la banda el realmente cósmico “Sneaky” Pete Kleinow con su steel guitar.
Dos álbums para la historia: The Gilded Palace of Sin, en el 69, y el más irregular Burrito Deluxe, en el 70. El primero no funciona comercialmente, y antes de que aparezca el segundo (al que Parsons contribuirá, entre otras, con la memorable Lazy Days) Hillman le expulsa del grupo porque ya ha arruinado varias actuaciones por su desaforado consumo de alcohol y pastillas (y porque pasa más tiempo con Keith Richards que con la banda).
Ahí comienza (o se acelera) su caída. Se instala con los Stones en Villa Nellcôte, en la Costa Azul, donde están preparando Exile On Main Street (su voz puede oirse en los nostálgicos coros de Sweet Virginia) pero también acaban echándole, según Anita Pallenberg, por "conducta irregular". Y para que los Stones echaran a alguien por "conducta irregular" es que tenía que ser muy, pero que muy desaforada.
Está cada vez más gordo, más triste, más pasado, y apenas escribe ni compone. Al listado de sus adicciones se suman la coca y el caballo. Paradójicamente, sus dos últimos discos son, para mi gusto, lo mejor que hizo, gracias a la aparición en su vida de ese auténtico ángel protector llamado Emmylou Harris, con la que cantará como nunca había cantado. La descubrió, a instancias de Chris Hillman, en un pequeño club de Washington. Ella fue la que le hizo componer y grabar de nuevo y la que puso orden en las (al principio) caóticas actuaciones de Fallen Angels, con las que Gram volvió a la carretera.
GP, su primer disco en solitario, aparece en 1972, con un torrente de canciones frescas: Still Feeling Blue, A Song for You, She, The New Soft Shoe (mi preferida), How Much I’ve Lied, Big Mouth Blues.
El resto son versiones, pero las armonías vocales de Parsons y Harris en todos los temas rozan el cielo, si no son el cielo mismo. Y lo mismo puede decirse de Grievous Angel, el segundo, donde firma Return of the Grievous Angel, $1000 Wedding, Ooh Las Vegas (con Rik Grech), el reprise de Hickory Wind (con Bob Buchanan), una de las joyas de Sweetheart of the Rodeo, y la estremecedora In my hour of darkness, escrita y compuesta con Emmylou Harris.
Grievous Angel (1974), que recibiría las mejores críticas de su carrera, se publicó después de su muerte.
En el verano del 73, un cigarrillo mal apagado provoca el incendio de su casa en Topanga Canyon, que arde hasta los cimientos. Su nueva gira tenía que comenzar en octubre. A mediados de septiembre viajó al Joshua Tree Inn con Margaret Fisher, una novia de su adolescencia en Waycross, y con Phil Kaufman, antiguo road manager de los Stones, que ahora trabajaba para los Fallen Angels y se había convertido en uno de los mejores amigos de Parsons. Fue a él, según cuenta, a quien le dijo que quería ser incinerado en Joshua Tree y que aventaran luego sus cenizas sobre el desierto desde el promontorio de Cap Rock.
Tras la muerte de Parsons, Kaufman siguió al pie de la letra la primera parte de sus instrucciones, protagonizando una de las aventuras más abracadabrantes de la historia del rock. Con ayuda de un amigo robaron el ataúd en el aeropuerto de los Ángeles cuando iba a ser trasladado a Louisiana, lo llevaron a Joshua Tree, lo rociaron con varios bidones de gasolina y le prendieron fuego. La policía, que les seguía los pasos, no tardó en llegar. Irónicamente, no les detuvieron por el robo del cuerpo (que no constituía delito, según las leyes de Los Ángeles) sino por el del ataúd, obligándoles a pagar una multa de 750 dólares. La familia de Parsons logró recuperar sus restos y fue enterrado en el cementerio de Metairie, Louisiana.
Hay una imagen y una canción que me vienen a la memoria cada vez que escucho la música de Gram Parsons. La imagen es la del fastuoso traje blanco que Gram encargó en la tienda de Nudie Cohen, el hombre que confeccionaba “atuendos individualizados” para las estrellas del country (con Johnny Cash como principal cliente). Gram quería ropa nueva para la portada (y gira posterior) de The Gilded Palace of Sin, donde los Flying Burrito aparecen como reyes de la psicodelia californiana, y diseñó pormenorizadamente su propia indumentaria: pastillas multicolores en las mangas (anfetaminas blancas, barbitúricos rojos y cápsulas verdiazules, que simbolizaban la combinación de ambas), mujeres desnudas en las solapas (según el sastre Manuel Cuevas, “la chica de Sweetheart of the Rodeo, pero sin ropa vaquera”), verdes hojas de marihuana y purpúreas amapolas en el torso, y llamas trepando por sus pantalones. A la espalda, un gran cruz escarlata de la que brotaban rayos de luz. Cuevas dijo: “Me estaba diciendo como vivía y como iba a morir”.
La canción es Star of Bethlehem, que Neil Young cantó con Emmylou Harris en American Stars and Bars, y que siempre he creído que era un homenaje a Parsons. Hará unos diez o quince años se puso de moda una gama de medicamentos homeopáticos llamados flores de Bach, y uno de sus concentrados responde precisamente al nombre de “Star of Bethlehem”. El tal doctor Bach dibuja un perfil caracteriológico definido por la carencia de dicho líquido, “marcado”, dice, “por una vieja carga fatal, por la creencia en la magia, el exceso de ambición y el abuso de drogas”.
La canción habla del despertar en la habitación de un hotel sin nombre, donde el sol es una bombilla al final del pasillo: “Maybe the star of Bethlehem wasn’t a star at all”. Quizás la estrella de Belén ni siquiera fuese una estrella. Un verso que Gram Parsons hubiera firmado.
Para D.A.M, por supuesto. Y para Eduardo Galán, devoto peregrino.