Retorno a "American Graffiti" (I)

Por: | 30 de noviembre de 2012

American Graffiti - el cartel original
El 10 de agosto de 1974 se estrenó American Graffiti en el cine Rex de Barcelona. Yo no podía haber elegido mejor momento para verla: tenía 17 años, la edad de sus protagonistas, y, como ellos, estaba a punto de ir a la universidad, lo que equivalía, según sentencia del tiempo, a entrar en el mundo adulto. Fui a la primera sesión. No sabía nada de la película ni de su director, pero intuía, por el cartel dibujado por Mort Drucker, que iba a gustarme una barbaridad: prometía una comedia con muchas historias y muchos personajes. Lo de Graffiti no sabía yo qué cosa era, pero América era el talismán, la palabra clave. Casi una contraseña secreta, porque en aquella época (y en los círculos en los que yo me movía) no era muy conveniente manifestar tal adoración. América estaba pero que muy mal vista. América era el enemigo. América era Nixon y el imperialismo y la alienación. Sin embargo, yo veneraba (casi) todo lo que tuviera que ver con América.
Sus escritores. Su música. Sus películas. Su comida. Su bebida. Su ensueño.
José María Pou me contó una vez que, a sus diecisiete años, se tumbaba las noches de verano en la terraza de su piso de Madrid, y entrecerrando los ojos veía las lucecitas azules de los depósitos del Campo del Gas y se imaginaba que aquello era la bahía de San Francisco. Yo no tenía entonces ni terraza ni Campo del Gas, pero al escuchar eso le abracé como se abraza a un hermano de sangre.

Aquella tarde del verano del 74 pasaron unas cuantas cosas importantes, como se irá viendo.
Se apagan las luces. Gira el globo del mundo. Aparece el rótulo dorado de Universal Pictures. Una mano invisible busca una emisora en el dial. Comienza a sonar Rock Around the Clock en la versión original de Bill Haley y los Comets y de pronto se disparan todos los pies de la audiencia. Hay que señalar que poco rock había en la Barcelona de la época. Había cançó y había rock con etiquetas: rock progresivo, rock layetano. En ambos negociados brillaban perlas aisladas, y había planetas de órbita propia (Sisa, Pau Riba, Ia & Batiste), pero rock, lo que se dice rock, no había.
Aquel feliz pataleo fue una comunión instantánea, algo que yo no volví a ver hasta el 77, cuando se estrenó The Great Rock’n Roll Swindle, la película de los Sex Pistols. En un momento, por cierto, en el que los grupos punk de la península también era muy, pero que muy escasos.
Así que en American Graffiti estaba la música y estaba la luz.
El primer plano ya me cortó el hipo: las luces del Mel’s Drive In, recién encendidas, y al fondo la luz del atardecer en California. Y el brillo de los coches, aquellos coches increíbles, casi extraterrestres. Y el brillo de los rótulos luminosos.
Y la música, que parecía no parar. Y cuando todo se juntaba, cuando arrancaban los coches por la calle principal y comenzaba a sonar Runaway, de Del Shannon… Dios, qué belleza. Qué escalofrío. Yo solo había salido corriendo de un cine a comprar la banda sonora cuando vi Casino Royale, porque la alquimia de Burt Bacharach y Herb Alpert hizo estallar un enjambre de burbujas en mi cabeza. Para pillar la banda sonora de American Graffiti tuve que esperar un poco, porque el disco era doble, tenía 40 canciones, y costaba una pasta.
En 1973, si no me equivoco, se había estrenado The Last Picture Show, de Peter Bogdanovich. Muy bonita, no diré que no, pero mortalmente seria. Deliberadamente deprimente, me pareció a mi. Vale, el personaje que hacía Ben Johnson, Sam el León, era una preciosidad, pero lo que pasaba en aquel pueblo era para como para cortarse las venas. Yo le cogí manía a The Last Picture Show porque aquella película volvió locos a mis cuates. Encajaba de perlas en sus esquemas: todo lo que podía salir mal salía peor. Era, decían, una crítica del sueño americano. Y no una “fantasía cómplice”, como calificaron a American Graffiti. ¡Por supuesto que American Graffiti era una fantasía! ¡Un sueño en estado puro era! La noche de sábado que le hubiera gustado vivir a George Lucas. Y a mí. Y a todo hijo de vecino. Salvo a mis cuates, claro.
Viendo de nuevo American Graffiti pienso en el verso final de 1914, el gran poema de Philip Larkin:
No Such Innocence Again.
Pero lo que decía antes: es una inocencia falsa. Es un deseo de inocencia.
Modesto, California, donde transcurre la acción, no es el territorio de la realidad sino del deseo. Es el jardín del Edén, pero cercado.
No hacía falta ser marxista para olerse eso.
La realidad estaba afuera. La realidad de American Graffiti era la de la inminente crisis de los misiles, el momento álgido de la guerra fría, cuando el fin del mundo parecía estar a la vuelta de la esquina. Lucas tampoco era idiota. Una cosa es que no ligara los sábados por la noche y otra que se chupara el dedo. Por eso la película acaba como acaba. Ya llegaremos a eso.

Mel's Drive In - atardecer

George Lucas había debutado en 1971 con una película de ciencia ficción que tenía muchas pretensiones de profundidad y no fue a ver ni su padre. El título ya era un tanto escarpado: THX 1138. Su amigo Coppola le vino a decir: “Venga, George, que tú tampoco eres tan sombrón. Hombre, a ratos sí lo eres, pero también tienes tu corazoncito. ¿Por qué no haces algo más, digamos, humano, entretenido, con su risa y su emoción y su cosa?”. Lucas recogió el guante y dijo “Vale, contaré mi adolescencia y la de los que estaban a mi alrededor”.
Y entonces hizo American Graffiti, la mejor película de su vida. La más personal, la más bonita, la más poética, la más redonda, la menos calculada.
Maravillosamente narrada, con una fluidez increíble.
Todo ocurre en una sola noche, una noche de verano, desde el atardecer al amanecer del siguiente día, y se nos cuentan un montón de historias. De esta película me gusta todo, porque todo está en su sitio.
El humor, la poesía, la emoción contenida.
Debo haberla visto al menos quince veces.
Me la sé de memoria y me sigue fascinando y emocionando cada vez.
Cuando me preguntan, casi siempre digo que las películas que más me han marcado, conmovido, influenciado, lo que ustedes quieran, son La maman et la putain, de Jean Eustache, y American Graffiti. Y veinticinco más, claro, pero esas dos están en lo alto de la lista.

En su primer borrador, la película iba a llamarse Another Quiet Night in Modesto, que suena un poco a título de Tennessee Williams, si TW hubiera crecido en California. Lucas escribió un primer tratamiento con Willard Huyck y Gloria Katz. En el festival de Cannes del 71, donde había presentado THX 1138 en la Quincena de Realizadores, el presidente de United Artists, David Picker, le dio diez mil dólares para que convirtiera el tratamiento en un guión. Lucas les encargó el trabajo a Huyck y Katz, pero andaban con otros asuntos. Contrató entonces a Richard Walter, un compañero de la escuela de cine (USC School of Cinematic Arts), y el resultado no le convenció. Volaron los diez mil dólares, de modo que no le quedó otro remedio que hacerlo él mismo, y acabó el primer borrador en tres semanas. Cada secuencia estaba centrada en un tema musical. Cuando la United Artists vio que tendría que comprar los derechos de 75 canciones se desentendió del proyecto. Huyck y Katz se unieron a la escritura de una segunda versión.
Lucas llamó entonces a las puertas de la Fox, de la Columbia, de la Metro y de la Paramount. Todos le dijeron que estaban reunidos.
Hubo una nueva gestión con AIP (American International Pictures). Se mostraron interesados, pero dijeron que faltaba sexo y violencia.
Ned Tanen, el jefe de la Universal, dio luz verde al proyecto. La luz verde garantizaba que Lucas tendría completo control artístico de la película (el ansiado final cut), pero a cambio de no pasarse ni un dólar de un presupuesto de 600.000 (THX 1138 había costado un millón doscientos), cantidad que ascendió a 775.000 cuando Francis Ford Coppola entró como coproductor: Tanen contaba con anunciar la película bajo el rótulo “Del hombre que nos dio El Padrino”. Según cuenta Peter Biskind en Moteros tranquilos, toros salvajes (“Easy Riders, Raging Bulls”), Coppola recibió 25.000 dólares y el diez por ciento del neto de Universal, y otro quince por ciento de Lucas. En ese tira y afloja para aumentar el presupuesto, Lucas cedió su final cut.
Tampoco fue fácil conseguir los derechos de las canciones, una soberbia panoplia de la música (de finales de los cincuenta y primeros sesenta) sobre la que Lucas había montado sus escenas. Universal se hizo con la mayoría de los derechos por 90.000 dólares, pero los chicos de Modesto se quedaron sin escuchar a Elvis, ídolo omnipresente en la época: RCA no aceptó el acuerdo propuesto.
No hubo interferencias de la Universal durante el rodaje, aunque ni a Tanen ni a los restantes ejecutivos de la productora les gustaba un ápice lo de American Graffiti y propusieron nada menos que otros sesenta títulos posibles, pero Lucas se mantuvo en sus trece. 



El rodaje comenzó el 26 de junio de 1972 y duró veintiocho días, lo que era realmente un tiempo récord. Según Coppola, citado por Biskind, “a George le dieron el reparto ya formado y tuvo que filmar tan rápido que no tuvo tiempo de dirigir a los actores. Los ponía y filmaba, y tenían tanto talento que… fue pura suerte”. En esos veintiocho días Lucas filmó como un poseído. El primer montaje duraba tres horas y media, de las que se vio obligado a cortar casi cien minutos. Siempre me he preguntado qué habría en esos cien minutos: son muchos. En diciembre del 72, Lucas y la montadora Verna Fields dejaron el copión en un metraje final de 112.
El 28 de enero del 73, el estudio organizó un preestreno en el North-Point Theater de San Francisco, que acabó con el público aplaudiendo puesto en pie. Es entonces cuando, incomprensiblemente, Tanen suelta una frase que merecería figurar en el Museo Universal (nunca mejor dicho) de la Infamia:
“Esta película no puede estrenarse. La venderemos a televisión”.
La determinación de Coppola salvó American Graffiti. Furioso, abordó a Tanen, sacó un talonario y le ofreció comprarle la película: “Si no te gusta, la colocaremos en cualquier otro estudio y recuperarás tu dinero”.
Según Wikipedia, la historia comenzó a circular, y Fox y Paramount ofrecieron comprarla, lo que obligó a Tanen a dar marcha atrás.
Tras una reunión con los altos ejecutivos de la Universal, decidió echar sobre el tapete 500.000 dólares más en copias y publicidad. American Graffiti se convirtió en un éxito inesperado y en un gran negocio: con un presupuesto de millón y medio (incluidos los gastos promocionales), recaudó 55 millones. Al correr del tiempo, incluyendo las ventas en vídeo, llegaría a la impresionante cifra de 200 millones de dólares.

No se vayan. La historia continúa el próximo viernes.

Hay 7 Comentarios

Comparto todo, de la primera letra a la última, perop no me creo que Ned Tanen fuera tan idiota. Despues de todo es el que lanzó a John Huges, produjo El Cazador, Atraccion Fatal, Ghost, se llevó a Milos Forman a Hollywood... Creo que el libro de Biskind miente demasiado.

En cuanto a lo de tus amigos marxistas, participo de la esquizofrenia. USA era lo mejor y a la vez lo peor. Y lo que mas asocio a American Graffiti es el artículo con el que Vázquez Montalán replicó al slogan de lanzamiento (¿Donde estabas tu en el 62?) contado que el estaba en la cárcel de Lérica.

Creo que esta noche voy a volver a verla

Vaya recuerdos!! gracias por traérmelos a la mente de nuevo,
saludos!

Sr Ordoñez, muchas gracias.....cada dia escribe usted mejor!!
Es un gran placer seguirle.......Jaime Gil se quitaria el sombrero.....
Aunque, disculpe la puntualizacion: cierto es que teniamos diecisiete años, cierto es que la vimos en el Rex.....lo que no es cierto es que a todos sus "cuates" les gustó mas The Last Picture Show, de eso, le aseguro, también me acuerdo.....
Un saludo

¡Gracias!

Y que viva Marcos Ordoñex que nos habla de ella con esta pasión

¡Qué tiempos! Su algún lector quiere recuperar la magia del sonido pop de 1963 en adelante, que se pase por http://www,popthing.com Tienen magia para regalar. ¡Y que viva 'American Graffiti!

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Teatro, Literatura, Cine, Música, Series: arte en general. Lo que alimenta, lo que vuelve. Crónicas, investigaciones, deslumbramientos. Y entrevistas (más conversaciones que entrevistas). Y chispazos, memoria, dietario, frases escuchadas al azar (o no). Y lo que vaya saliendo.

Sobre el autor

Marcos Ordóñez

Marcos Ordóñez. Escritor, periodista, profesor. Cada sábado escribe en Babelia la sección PURO TEATRO y, cada jueves, en Cultura, EL HOMBRE QUE FUE JUEVES. Intento escribir sobre lo que me da vida. Ultimos libros publicados: Turismo interior (Lumen, 2010), Telón de fondo (El Aleph, 2011), Un jardín abandonado por los pájaros (El Aleph,2013).

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