Un hombre solitario vuelve a un
barrio de su juventud, un domingo por la tarde, cuando comienza a anochecer, y
trata de recuperar su pasado. Se abre una brecha de tiempo y brotan calles
borrosas, datos confusos, sombras de gente a la que frecuentó durante un tiempo
y no ha vuelto a ver.
“Y sin embargo no lo soñé”, dice el narrador.
Así comienza L’herbe des nuits y así
comienzan, en esencia, casi todos los libros de Patrick Modiano. Su nueva
novela apareció en Gallimard el pasado 4 de octubre, e imagino que no tardará
en publicarse en castellano. No sé si salen siempre en otoño o yo me lo
imagino; lo cierto es que llevo más de treinta años leyéndolas, y las espero
como esperan los franceses la llegada del Beaujolais: Gallimard podría poner un
anuncio en las librerías con la frase “Le
Modiano nouveau est arrivé”. Me encanta también la invariabilidad de las
portadas de Gallimard (el fondo color crema, el título en letras rojas, el nombre
del autor en letras negras), que no han cambiado desde los años veinte, desde
la gran época de la Nouvelle Revue Française, de la que todavía permanecen las
iniciales, como un sello nobiliario o un código secreto.
Hay gente que no entiende mi fidelidad. “Pero si Modiano siempre cuenta lo
mismo…”. Tienen razón, y no me cuesta dársela. Sus novelas se dirían cortadas
por el mismo patrón, empezando por su extensión misma: pocas superan las
doscientas páginas. Cada nueva entrega parece un eco de la anterior, y me gusta
la palabra “entrega” porque connota espera y serialidad: una serie como Los nuevos misterios de París, que
ambientaba cada uno de sus episodios en un barrio de la ciudad, pero de la que,
a diferencia de la obra de Leo Malet, apenas recordamos los pormenores
argumentales. Reconocemos detalles, luces, gestos, paisajes, una atmósfera,
como en esos sueños recurrentes que nos hacen decir “Yo he estado antes aquí”.
Una atmósfera y sobre todo una música, con rondós, fugas, variaciones sobre los
mismos temas: el paso del tiempo, el pasado irrecuperable, la dudosa identidad,
la eterna extrañeza de la vida.
Modiano desafía cualquier idea de evolución literaria. A la manera de Simenon, no podemos hablar en su obra de “piezas de transición” o “superación de etapas”: todo lo que es ya lo era al principio. En sus comienzos declaró su fascinación por los escritores rusos, con Turgueniev a la cabeza, por Gérard de Nerval (tan presente en L’herbe des nuits) y por autores oscuros y perdidos, como Emmanuel Bove, que casi parece un personaje inventado por él: nacido en París, Bove se instaló en Viena y publicó novelas populares bajo los seudónimos de Jean Vallois y Pierre Dugast; conoció una fama efímera en 1924 con Mes amis; dos años después de la invasión nazi consiguió escapar a Argel, y en sus últimas obras (Le Piège, Dèpart dans la nuit y Non-lieu) describió los ambientes turbios del París ocupado. Modiano también sentía entonces, y quizás siga sintiendo, una mezcla de atracción y repulsa por la figura del canallesco Maurice Sachs, judío y colaboracionista, autor de Le sabbath y La chasse à courre, cuya sombra se proyectará sobre El lugar de la estrella (La place de l’étoile, 1968, revisada y corregida en 1995) y La ronda nocturna (La ronde de nuit, 1969), las dos novelas que le dan a conocer.
Tras esa breve etapa, caracterizada
por un onirismo barroco y exasperado, encuentra pronto su forma y su tono, con
escasos cambios formales: vienen a la cabeza las tres soberbias nouvelles de Desconocidas (Des inconnues, 1999), la estremecedora indagación de Dora Bruder (1997), o la autobiografía
despojada de Un pedigrí (Un pedigree,
2005).
Hay incursiones en otros géneros,
entre las que destacan el relato infantil ilustrado (la mini serie de Choura o
las aventuras de Catherine Certitude,
que aparecen entre 1987 y 1988 y dibujan, respectivamente, su esposa, Dominique
Zherfuss y el gran Sempé), el guión cinematográfico (Lacombe Lucien (1974), llevado a la pantalla por Louis Malle), e
incluso una pieza teatral, la deliciosa Poupée
blonde (1983), para la que, en compañía de su eterno cómplice Pierre Le
Tan, inventa una compañía y un estreno imaginarios en el París de los
cincuenta.
El resto de sus libros, una treintena larga de novelas, hacen pensar en esos pintores zen que se empecinan en repetir una y otra vez el mismo movimiento buscando la máxima depuración, la poesía pura de su trazo. Una carrera como la suya sería impensable en España: a la tercera entrega le habrían crucificado bajo acusaciones de repetición y autoplagio.
Modiano dice que la mayor parte de sus libros nacen de una especie de agujero negro en su memoria: la época en la que tenía, precisa, “entre 17 y 22 años”. Primero situó sus historias en la Ocupación, que no conoció, y luego en los días de su adolescencia, en los primeros sesenta, con el telón de fondo de la guerra de Argelia. Un tiempo en el que vagó a la deriva, sin anclajes, “como si viviera en la clandestinidad”. Un mundo de personajes turbios que se mueven al margen de los horarios y las ocupaciones de la gente corriente, en cafés nocturnos, en hoteles de segunda categoría, en esos barrios que parecen dejar de existir tan pronto nos alejamos de ellos. Las mujeres son siempre enigmáticas, silenciosas, de pasado borroso, y nunca tienen más de 25 años. Rara vez las describe, pero yo las imagino a caballo entre Françoise Hardy y Dominique Sanda.
L’herbe des nuits, que debe su título a un verso de Ossip Mandelstam, guarda un cierto
parentesco con El horizonte (L’horizon
, 2010), su novela inmediatamente anterior, y con una de las primeras, Calle de las Tiendas Oscuras (Rue des Boutiques Obscures, 1978), que le valió el premio Goncourt, pero ofrece la
novedad, o al menos yo lo veo así, de una intensa y turbadora pulsión
romántica, de la que luego hablaremos.
El nudo argumental es levísimo.
Jean, el protagonista, rememora desde la edad madura un breve periodo de su
juventud, apenas tres meses, en el que se enamoró de una muchacha llamada
Dannie, relacionada con un grupo de hombres que frecuentaba el Unic Hotel de
Montparnasse: Paul Chastaigner, Aghamouri Ghari, Dowels, Gerard Marciano y un
tal Georges B., también conocido como Rochard.
Dannie parece huir de una
amenaza imprecisa, que le lleva a cambiar frecuentemente de domicilio, y acaba
desapareciendo sin dejar rastro. Poco antes, en un fragmento que aparece
destacado en la contracubierta (es decir, que al citarlo ahora no revelo ningún
secreto), le pregunta a Jean: “¿Qué dirías si te dijera que he matado a
alguien?”.
Un policía llamado Langlais interroga al narrador. Muchos años
después, cuando Jean se ha convertido en novelista, el jubilado Langlais, tras
un encuentro presuntamente casual, le entrega las escasas páginas que logró
recuperar del atestado. Jean descubre así que Dannie se hacía llamar Mireille
Sampierry, Michèle Aghamouri y Jeannine de Chillaud, y que un hombre vinculado
con ella y con el grupo del Unic Hotel murió en un apartamento del Quai
Henri-IV, propiedad de una tal Mme.Dorme, pero no llegamos a conocer ni el
nombre de la víctima ni los pormenores de su muerte, sea por secreto de sumario
o porque el paso del tiempo ha desdibujado las huellas.
Las vagas pistas que ofrece
Modiano (secuestro, desaparición) y el vínculo de un miembro del grupo con los
servicios secretos marroquíes, evoca el caso Ben Barka, y me doy cuenta, en el instante
mismo de escribirlo, que para un joven lector ha de resultar tan lejano e irreal (tan “personaje”, en
una palabra) como debían ser para Modiano los nombres de la banda de la Rue
Lauriston, la sede de la Gestapo parisina, cuando escribió sus primeras novelas.
Es obvio que L’herbe des nuits no es
una novela policial, un polar al uso,
para decirlo a la francesa: el suceso criminal es un mero detonante, una reminiscencia de la época, y lo que menos le interesa es crear un suspense o revelar las claves
de lo sucedido en el tercio final. Pesa mucho más la eterna tonalidad de esfumación: Jean escucha voces que regresan, “tan débiles como
las que escuchamos a veces en la radio, muy tarde en la noche, emborronadas por
parásitos”, pero que ya eran lejanas entonces, cuando “contemplaba a aquella
gente como si nos separase el vidrio de un acuario”.
(Traduzco de un modo tan rápido como libérrimo).
Como tantos protagonistas de sus novelas, como Modiano mismo, Jean necesita
anotar compulsivamente en su cuaderno todo tipo de datos (números de
teléfono; direcciones de pisos, hoteles, garajes; nombres de calles, de bares,
de estaciones de metro) “como si de un momento a otro las gentes y las cosas
estuvieran a punto de desaparecer y necesitase guardar pequeñas pruebas de su
existencia”. Paseando con Aghamouri por los descampados que rodean la
universidad, el adolescente consigna los rótulos de las tenerías abandonadas (Sommet frères – Cuirs et peaux; Tanneries de
Beaugency; Maison A.Martin – Cuirs verts) y, por un instante, cree olfatear
el olor intenso, el olor imposible de las pieles y los cueros puestos a secar
en un tiempo anterior.
¿Imposible? No, tales hiperestesias pueden producirse:
mi mujer y yo percibimos una tarde, al mismo tiempo y sin palabras, en una esquina de Riera
Alta, el aroma inequívoco de una fábrica de chocolate que me acompañó durante
mi infancia y que llevaba más de diez años derruida.
Pero hay algo más. El joven Jean
recorre París con la misma mirada, entre sonambúlica y alucinada, del
protagonista de Cuatro noches de un
soñador, la película de Robert Bresson, y constantemente cree estar
moviéndose a caballo de dos tiempos paralelos o coincidentes. Ya en las
primeras páginas, cuando retorna a aquellos barrios perdidos, tiene la
sensación de haber penetrado por “una brecha en el tiempo”, donde pasado y
presente parecen abolidos, unidos en un tiempo inmóvil pero irrecuperable, y
donde habita un doble de sí mismo, “un gemelo que no ha envejecido y sigue
viviendo, hasta en los menores detalles y hasta el fin de los tiempos, lo que
viví entonces durante tan corto periodo”.
Cuando evoca sus paseos nocturnos con Dannie, recuerda “un silencio que no
podía ser turbado por el paso de un automóvil sino por las pezuñas del caballo
de un carruaje”, y percibe la fachada umbría de una iglesia “como un ave
gigante en reposo”, un ave que se diría dibujada por Tardi.
Cuando un policía le pide por teléfono que se identifique le da el nombre del
poeta maldito Tristan Corbière; más tarde, mientras Langlais le interroga en la
comisaría, se pregunta si no se encontrará “en el lugar exacto donde se ahorcó
Gerard de Nerval: tal vez si bajáramos a los sótanos de este edificio
descubriríamos un tramo de la calle de la Vieille-Lanterne”.
Hacia la mitad del
libro hay un extraordinario pasaje (y aquí el término es literal) en el que una
mujer negra entra en una librería con un capazo que parece contener objetos
robados y Jean se lanza a seguirla convencido de que bien pudiera tratarse de
la reencarnación (o la gemela) de Jeanne Duval, la amante haitiana de
Baudelaire.
A medida que avanza el relato, Jean “habla” con la Dannie de entonces, la
Dannie que habita, como su gemelo, en un haz de tiempos coincidentes,
solo que ella, claro está, ya no puede responderle: “Es demasiado tarde para
preguntarle por su verdadero nombre, salvo en mis sueños, donde los tiempos se
confunden. Pero no sirve de nada: ella no me oye, y yo siento esa extraña
sensación de ausencia que experimentamos al soñar con nuestros amigos muertos y
verles tan cerca de ti”.
Aquí Modiano está muy cerca, como nunca lo ha estado, de la Aurelia de Nerval y del Peter Ibbetson, de Georges du Maurier, que
tanto deslumbraron a los surrealistas, pero también de otro escritor tan oscuro
y olvidado como Emmanuel Bove, e igualmente reivindicable: André Hardellet, el
autor de Le seuil du jardin, otro ilustre
rastreador de esas calles donde “solo es real la niebla”.
Vuelvo una y otra vez a Modiano
porque me gustan su música y su misterio, porque reconozco (o creo reconocer) sus parentescos y su voz única, porque me traslada a parajes “nunca reales y siempre
verdaderos”, y porque me hace mirar con sus ojos, a la manera de esos grandes fotógrafos
que, como Brassai, destilan y reinventan la realidad.
Si vas en metro leyendo
una novela de Modiano, todos los viajeros parecen creados por su pluma y
bañados por su luz, tan incierta como deslumbrante, y la luz sigue afuera, en
ese barrio al que regresa un hombre solitario en busca de su pasado, una tarde
de domingo, cuando comienza a anochecer.
Para Ana Cristina Werring
P.D. - Ahí va un enlace con un espléndido portal sobre la obra de Modiano.
Y aquí Patachou canta Bal Chez Temporel, el hermoso poema que escribió André Hardellet y que Modiano hubiera podido firmar.
Hay 21 Comentarios
Hola, Jesús.
Yo recuerdo que Versal (estupenda editorial de breve vida) publicó en 1988 su novela "Corazones y rostros", que quizás puedas encontrar en Iberlibro. Tengo la impresión de que años más tarde apareció "Mis amigos", pero no sabría decirte en qué sello. Un abrazo y muchas gracias.
Publicado por: Marcos Ordóñez | 11/02/2014 17:13:30
Hola, Marcos.
Acabo de llegar aquí mientras buscaba desesperadamente un nuevo libro de Modiano.
Sí, pertenezco a ese grupo invisible de los que buscamos un Modiano de tanto en tanto... y si no lo hay, releemos.
Una pregunta: ¿Es posible encontrar algo de Bove en español? Suponiendo, claro, que nos depare emociones que se acerquen a las de Modiano... ¿Qué me aconsejas?
Un abrazo y felicitaciones por tu reseña: durante unos minutos me ha salvado de no tener nada nuevo del maestro!
J
Publicado por: Jesús García Blanca | 11/02/2014 13:32:53
Amiga Teresa: me dicen que justo hoy, martes 12, UN JARDIN ABANDONADO POR LOS PÁJAROS ha llegado a las librerías. Gracias por el interés.
Publicado por: Marcos Ordóñez | 12/02/2013 19:06:06
Es tan tarde que no sé si ya leerá esto, lo dejo al azar que como dice Modiano "Mire...la casualidad hace bien las cosas".-Ayer pregunté en la librería por" Un jardín abandonado por los pájaros" y aún no había llegado, a la ciudad al menos. Sigo con Modiano, para siempre. Gracias por el contagio
Publicado por: teresa | 12/02/2013 18:59:05
De Modiano he leído la trilogía de la ocupación que sacó Anagrama el año pasado.
¿Qué libros me recomiendas paa segur?
Un saludo
Publicado por: Fran | 09/02/2013 15:20:47
Qué mensajes más hermosos. Gracias, Jose.
Publicado por: Marcos Ordóñez | 04/01/2013 23:49:05
Siempre que leo un artículo tuyo reconozco los límites de mi universo: Brassens, Modiano, Ava, Shakespeare, Fosse, Glenn Gould... Toda una vida resumida en el sonido de unos pasos en una acera de París volviendo al hotel de noche en medio de una lluvia tenue e insistente como de fin del mundo. Muchas gracias, Marcos. Chapeau.
Publicado por: Jose | 04/01/2013 22:16:11
Gracias, Iñaki. Gracias, Paz. Es un placer. Bienvenidos.
Publicado por: Marcos Ordóñez | 04/01/2013 11:03:32
Comparto con usted esta extraña pasión por Modiano. Podría pasarme la vida sin salir de sus novelas, pero me obligo a leer otras cosas de vez en cuando. Visito paris dos o tres veces al año, siempre con algún libro suyo bajo el brazo.
Publicado por: Iñaki | 04/01/2013 1:55:45
Acabo de descubrirte, Marcos, no aquí, adonde te busqué tras encontrarte en tu artículo de hoy, ¡espléndido! Verdaderamente sentí que iba "para mí" el artículo. Justo lo que dices sobre lo que debería ser el articulismo es lo que yo le pido a un escritor. Quizá porque eso es el arte, ¿no?
Así que leerte, encontrar a alguien como tú, que busca, halla y da todo eso, ha sido para mí la mejor de las sorpresas de este comienzo de año. ¡Gracias!
Y, además, me presentas a Modiano, a quien no he leído aún, me lo presentas de tal manera ,que no puedo dudar en acudir a él.
En fin, que encantandísima de encontrarte, y que te seguiré. Un abrazo,
Publicado por: Paz | 04/01/2013 1:15:27
¡Amén a eso, Jaime! Muy bien sentido y muy bien dicho. Un abrazo.
Publicado por: Marcos Ordóñez | 03/01/2013 15:22:38
¡Amén a eso, Jaime! Muy bien sentido y muy bien dicho. Un abrazo.
Publicado por: Marcos Ordóñez | 03/01/2013 15:22:36
Yo personalmente creo que Modiano es Paris, aunque tenga otras novelas que se situán lejos de esa ciudad como la maravillosa Villa triste, él es y será siempre Paris y un tiempo, una época que se fue y de la que uno busca a recuperar sus esencías.
Leyéndolo uno siente una aventura más vital y más desesperante, un deseo por volver a recuperar lo que no llegamos a entender. Una segunda oportunidad que nunca podrá volver. Y por eso creo que leemos sin fin a Modiano, esperando que nos termine de desvelar lo que se percibe pero no se halla, el tiempo, y eso todos sabemos que es imposible, pero insistimos y cada año nos entregamos al mismo gesto, con la misma ilusión. Un abrazo
Publicado por: jaime | 03/01/2013 14:47:34
¡Gracias, Teresa! Va dedicado a tí, por supuesto, y a toda la gente apasionada por el arte. ¡Felicísimo año!
Publicado por: Marcos Ordóñez | 03/01/2013 14:44:15
Gracias por el artículo que me dedica hoy en la página 42; es precioso y lo que cuenta de la columna de Sagarra...emocionante. Le guardo en Calle de las tiendas oscuras que, por sus apasionadas sugerencias, es el tercer libro de Modiano que leo, pero los leeré todos.
qué suerte poderle leer ( me refiero a usted) gracias
Publicado por: teresa | 03/01/2013 12:43:34
Totalmente de acuerdo, Don Marcos Ordóñez. Es difícil escribir, hablar, profundizar en lo realmente importante de la vida y hacerlo mejor que los grandes. Lo que nos mueve, nos emociona, nos aterra siempre está y estará, los artistas pueden aportar matices o novedad al contarlo pero poca originalidad. Sin embargo, por poco que pueda aportar el ARTE, sin esa minúscula gota, no cambiaría nada, pero todo sería mucho más feo.
Muy grande Murakami, muy novedoso su aportación de los nos vivos, de la cara oculta de la luna, en la narrativa actual.
Os recomiendo un gran blog sobre el cuento literario donde leer, comentar y reflexionar.
Un abrazo
http://fulgoresliterarios.blogspot.com.es/
Publicado por: MrLemú | 02/01/2013 20:24:02
Deseas tener la oportunidad de expresarte de una manera diferente en la red y a su vez ver como se expresan otros usuarios, cada uno con su propia esencia? Escribir y escribir es lo único que se hace en esta plataforma: http://www.towmin.com
Publicado por: SirBell | 02/01/2013 13:36:09
¡Cierto, Ugarte! ¡Qué gran invento, la colección Folio!
Publicado por: Marcos Ordóñez | 02/01/2013 9:15:04
si las ediciones clásicas de gallimard son hermosas, las de bolsillo con las ilustraciones de pierre le than (que son las ilustraciones del artículo) son tanto o más bonitas. precioso artículo. ugarte
Publicado por: ugarte | 02/01/2013 9:06:38
En Murakami el elemento fantástico está mucho más destacado. Por cierto, formidable libro la "Crónica del pájaro".
Publicado por: Marcos Ordóñez | 02/01/2013 8:57:10
Jamás lo he leído, sin embargo, dada la reseña, hay algo que me hace pensar en Murakami y sunpájaromque da cuerda al mundo. ¿Es así?
Publicado por: Cecilia Durán Mena | 02/01/2013 4:25:43