1977. Ese hombre con camisa hawaiana que se acerca a la barra de
Zeleste es cura y se llama Carles Flavià. Ha estudiado teología en París. Ha
ejercido su apostolado en los barrios obreros del Pomar (Badalona); en Santa Rosa (Santa Coloma de Gramanet) y San
Ramón Nonato (Collblanc). Ahora se ocupa de un centro de rehabilitación de
jóvenes delincuentes en Hospitalet, a la manera del padre Flanagan, y les
consigue los trabajos que puede. A través de ese centro, prueba definitiva de
que los caminos del Señor son infinitos, ha entrado en contacto con el mundo
del espectáculo: conoce al promotor musical Gay Mercader, que contrata a sus
chavales para formar parte de los servicios de orden de sus conciertos, y de
Gay Mercader a Zeleste hay un paso.
“La primera vez que entré allí”, cuenta Flavià, “sentí algo muy parecido a la
tarde en que descubrí mi vocación: aquello era una apoteosis de vida”. Pocos
meses antes ha vivido otra iluminación al escuchar La catedral, el magno doble disco de Sisa. Inflamado por la gracia,
toma la palabra en una concentración de seiscientos clérigos, presidida por el
cardenal Jubany y el abad monserratino Cassià Just. “Comencé diciendo que
hablaba en nombre de un grupo anarco, pero que no se asustaran, porque yo era
el único miembro. Les dije que tenían que abrir sus almas y sus ojos, que menos
ejercicios espirituales y más paseos por las Ramblas. Y que corrieran a
escuchar La catedral, que aquello era
la verdadera música sacra de nuestro tiempo. Fue mi salto a la fama”.
Aquella noche, para celebrarlo, entra en Zeleste y al tercer whisky decide
presentarse ante Sisa, pero acaba haciéndolo a la flaviana usanza:
“Hola, me llamo Carles Flavià y vengo a decirte que estás acabado: en las
asambleas eclesiásticas aconsejan escuchar tu música”.
Sisa
certifica que en aquel instante comprendió que serían amigos para siempre,
aunque en su recuerdo Flavià no llevaba camisa hawaiana sino un gorro de papá
Noel. Sea como fuere, no tardó en formar parte de la banda de los Cuatro. Sin
dejar de ejercer su ministerio, claro está: más de una noche y más de dos y más
de diez, alboreando ya y cerrados todos los bares del barrio de Ribera, los
miembros de la banda escucharon la frase “¡Hostia, la misa!”, tras la que
procedía acompañar a Flavià hasta la lejana parroquia de San Ramon
donde el páter, pese a la monumental resaca, exhortaba vivamente a los escasos
fieles matinales con prédicas como ésta:
“¡A Jesús hay que hablarle como se habla a un amigo! ¡Nada de hablarle de
rodillas! ¡Cara a cara y tomándole por el hombro! A Jesús hay que decirle:
“Oye, tú, Jesús, que esto no puede ser, que hace seis meses que me tienes en el
paro!”.
(Ramón
de España contó con mucha gracia una de esas veladas con remate litúrgico en su
libro En la cresta de la nueva ola
(Icaria, 1981). La homérica fiesta (o bachata, como decía Gato) comenzó una
noche en el bar Los Campesinos, en Sants, a pocos metros del piso de Sisa;
serpenteó por una veintena de locales de muy diversa catadura y duró – o al menos eso creía Ramón - hasta las ocho de la mañana siguiente, hora en la que decidió
empiltrarse. Al mediodía le despertó un telefonazo: Sisa, Flaviá y una muchacha
inglesa llamada Hilary, reclutada la noche anterior, seguían en pie y
reclamaban su presencia para tomar el aperitivo desde un bar del mercado de San
Antonio. Resumo: “Eran imparables. Cuando llegué estaban devorando cervezas y
berberechos. Fuimos a comer luego una paella en el Siete Puertas, donde Sisa
tenía cuenta abierta y le trataban como a un marqués. A las ocho de la noche
recuerdo vagamente que bebíamos cubalibres en un bar cercano a la plaza San
Jaime cuando Flaviá recordó que “tenía misa” y nos fuimos pitando hacia una apartada parroquia. Y no acabó allí la cosa, porque tras el sermón seguimos
dándole hasta la medianoche. Yo había dormido, pero no me tenía en pie; ellos llevaban dos días de juerga y parecían recién levantados”).
¿La
mejor época de sus vidas? Probablemente. El cielo parecía haberse abierto para
los cuatro. Rebobinemos. Sisa acaba de componer las canciones de Antaviana, el exitazo teatral de Dagoll
Dagom, sobre cuentos de Pere Calders, que va a estrenarse en la sala Villarroel
de Barcelona y en su salto a Madrid se anuncia nada menos que como “Lo de
Sisa”. Gato ha dado por acabada su colaboración como bajista en Secta Sónica,
un combo de jazz-rock formado por tres guitarristas (su amigo Zarita, Jordi
Bonell y Victor Cortina) y tres sucesivos baterías (Nacho Quixano, Tono Aracil
y Jordi Vilella). Legado: Fred Pedralbes
(1976) y Astroferia (1977).
Por esas
calendas, con Manel Joseph y bajo el nombre de guerra de Gato & Trilla
(respaldados por Victor Cortina, Luigi Cabanach y Quino Béjar) arman un repertorio de rumbas propias y
versiones salseras ,y presentan el material en Zeleste, despertando el interés
del añorado locutor Jordi Vendrell, flamante jefe de Ocre, el sello “moderno”
de la Belter. Un agradecido recuerdo para Vendrell, que en cosa de un año armó un
variopintísimo catálogo (eran otros tiempos, decididamente) con Burning, La
Banda Trapera del Río, Pep Laguarda & Tapinería, el debut en castellano de
Enric Barbat y, por la parte que nos ocupa, Carabruta
y La Voss por la gracia de Dios, los
primeros discos en solitario de Gato y Trópico. Fin del paréntesis.
Poco a poco, y de la mano de Rafael Moll, Flavià entra en la farándula. Moll
comanda la agencia Cabra, vinculada a Zeleste/Edigsa, que promociona, entre
otros, a Sisa, la Orquestra Platería, Oriol Tramvía, Gato (ya plenamente
convertido a la causa rumbera) y a la Compañía Eléctrica Dharma. “Comencé como
asistente de Serrat”, cuenta Flavià, “y pasé luego, durante una década
esplendorosa, del 82 al 92, a encargarme de la Platería. Me convertí en lo que
los americanos llaman road manager,
que suena muy bien pero en la práctica consiste en ser el señor que organiza el
viaje e intenta cobrar los bolos en los pueblos”, contaba en una entrevista de
la época con su habitual tono descreído, aunque no menciona un trabajo
descomunal: la organización de los veintitrés bolos de la Platería en los
mítines del PSOE, previos a su victoria en las elecciones del 82.
En 1983, tras arduas cavilaciones (lo que llamó “la problemática”), y
acicateado no menos arduamente por Trilla, Gato, Sisa y su nuevo amigo Pepe
Rubianes, Flavià comienza su tercera (¿o cuarta?) vida: cuelga los hábitos y se
casa con Pilar del Baño, que entonces trabajaba en la productora Imatco, de
Carles Jové, y a la que Trópico dedicó el bolero María del Pilar. “Nos casamos el 28 de diciembre del 84, día de los
Santos Inocentes. Para redondear la jornada, España ganó a Malta por doce a uno
en la Eurocopa”.
Declaraciones
a Pere Farreres, en El País: “El
cristianismo como ideología humanista me parece bien, pero tiene muchas
restricciones. La tesis del perdón, por ejemplo, es bastante inhumana. Creo que
el inventor del cristianismo era tan sabio como limitado. Yo dejé el sacerdocio
por muchas razones, que variaban según quien me lo preguntara. A unos les decía
que fue por aburrimiento, a otros porque estaba cansado de tantas bodas, bautizos
y funerales, pero la verdad es que en el fondo ya no me lo creía. Mi madre, que
era muy lista, me dijo que tampoco se creyó que lo mío fuera ser cura. En
definitiva, yo iba camino de los cuarenta y me di cuenta de que mi objetivo en
la vida era no fichar en ningún sitio, nunca más”.
Uno de
sus últimos “bolos eclesiásticos” fue casar al batería Santi Arisa en una
ceremonia campestre, en Berga, como documenta la foto adjunta. En cuanto a los
bolos civiles, no solo no desaparecieron sino que se multiplicaron, aunque todo
hacía prever lo contrario.
Un domingo de aquel año, Flavià y su amigo Miquel Horta vuelven en coche de
Cadaqués a Barcelona. Horta, otro personaje singular, era propietario de la
empresa Nenuco, comunista (primero del PSUC y luego de su breve facción
extrema, el PCC) y mecenas (o filántropo, como se prefiera) de muy diversas
aventuras culturales, como los sellos discográficos Zamfonia y Pequeñas Cosas.
En el coche escuchan a José María García. Schuster acaba de marcar en Málaga,
decidiendo el primer partido de la quiniela. Horta le dice que ya tiene un
acierto. Flavià, según su costumbre, le contesta que eso es pura chamba, que no
puede ganar, que uno y no más. Horta replica, a lo grande, que si gana le dará
el diez por ciento de lo que toque. “Fuimos escuchando resultados”, cuenta, “y
nos dimos cuenta de que tenía un catorce. Yo corrí a bajar las ventanillas para
que el viento no se llevara el boleto. Lo repasamos seis o siete veces, porque
no nos lo creíamos. José María García repetía que aquella iba a ser una quiniela
loca y supermillonaria. ¡Y tan supermillonaria! Doscientos millones le tocaron
a Horta. Y cumplió, como un señor: me dio veinte millones por pura
caballerosidad. El sábado siguiente, al verme entrar en Zeleste, Gato me dedicó
una canción diciendo: “Al exmosén Flaviá, ahora millonario Flavià”.
(Continuará)
Hay 6 Comentarios
Gracias, fill del webmestre. Gracias, Perico. Gracias, Àngel . Habría que hacer algo acerca de Pallardó y de sus compañeros en aquella Radio Juventud de la época: programas como Al mil por mil y El clan de la Una eran verdaderas ventanas al mundo del rock de dentro y fuera.
Publicado por: Marcos Ordóñez | 21/03/2013 23:40:37
Fantàstica sèrie, gràcies per compartir-ho!
Publicado por: El fill del webmestre | 21/03/2013 20:45:20
Estupenda serie de artículos, Sr. Ordóñez. Me llevan a mis tiempos de estudiante y las escapadas, cuando se podía, a Barcelona, otro mundo en aquella España gris de grises. Así pude ver en directo a la Companyia Elèctrica Dharma en Zeleste -febrero del ´77, Carnavales- y su L'Oucomballa, que había escuchado en disco unos meses antes junto a la Orquesta Mirasol y la Mirasol Colores. En esos días también conocí el Mágic en el Born, de entrada libre y jams (creo recordar que a la que asistí contaba con Tito Duarte); a la entrada, exposiciones de dibujantes y pintores.
Unos días más tarde escuché a Toti Soler y Feliu Gasull, en el colegio mayor La Salle, en Zaragoza, una especie de San Juan Evangelista menor de provincias en la época.
Un saludo.
Publicado por: Perico | 20/03/2013 20:33:16
En la entrada de hoy son mencionados dos referentes absolutos de mi adolescencia. Antaviana, con Sisa, la pude ver en el Romea, en la primavera de 1980. Tenía yo entonces 14 añitos, y aquello fue realmente para mí una revelación del enorme potencial a tantos niveles que podía haber en una obra de teatro. ¡Divina perla de las Antillas! ¿Y qué decir de Jordi Vendrell? A finales de los 70, yo escuchaba, devotamente, cada edición del Al Mil Por Mil de Pallardó en Radio Juventud, y la sección de Jordi era, creo, mi preferida. Lo de la radio musical barcelonesa de aquel momento fue algo muy serio (de gran nivel, vamos). Salud.
Publicado por: Àngel Maeztu | 20/03/2013 18:01:54
Hola, Joaquin. Tal que así me lo dijo Flaviá. Se lo comentaré.
Publicado por: Marcos Ordóñez | 19/03/2013 14:10:55
En el texto se cita el 28-12-84 como día del famoso 12 a 1 a Malta; pero ese partido se jugó el 21-12-83
Publicado por: Joaquín | 19/03/2013 13:58:03