Bulevares Periféricos

Sobre el blog

Teatro, Literatura, Cine, Música, Series: arte en general. Lo que alimenta, lo que vuelve. Crónicas, investigaciones, deslumbramientos. Y entrevistas (más conversaciones que entrevistas). Y chispazos, memoria, dietario, frases escuchadas al azar (o no). Y lo que vaya saliendo.

Sobre el autor

Marcos Ordóñez

Marcos Ordóñez. Escritor, periodista, profesor. Cada sábado escribe en Babelia la sección PURO TEATRO y, cada jueves, en Cultura, EL HOMBRE QUE FUE JUEVES. Intento escribir sobre lo que me da vida. Ultimos libros publicados: Turismo interior (Lumen, 2010), Telón de fondo (El Aleph, 2011), Un jardín abandonado por los pájaros (El Aleph,2013).

Puro teatro: "Goldoni en el Lliure: puro placer en vena" (27/4/13)

Por: | 27 de abril de 2013

Sobre Els ferèstecs, de Goldoni.

El hombre que fue jueves: "Lubitsch y Raphaelson, S.L" (23/4/13)

Por: | 23 de abril de 2013

Sobre Lubitsch y Raphaelson

Gramola Galáctica: Ram contra Imagine (y viceversa) – 2ª parte

Por: | 23 de abril de 2013

De cómo Lennon se peleó a muerte con McCartney, Imagine ascendió a los cielos y Ram fue calificado (ay) de "monumentalmente irrelevante". ¡Y todo en el mismo año!

Beetles at workNo sabría decir si Ram apareció en España a finales de la primavera del 71 o a principios de verano (la edición original es del mes de Mayo) pero para mí estará unido para siempre a una estación de buen tiempo. Es un disco solar y ligero, como si lo hubieran grabado con todas las ventanas abiertas; un disco que no pretendía demostrar ni reivindicar nada sino compartir un pletórico estado de ánimo. Exhalaba felicidad y buen humor. Cien por cien Beatle (de la estirpe de Rubber Soul), pero también muy cercano a los Kinks: McCartney y Ray Davies tenían, creo yo, gustos muy parecidos.
Su espíritu es campestre, concebido in the heart of the country, como dice una de sus canciones (y hay que tomar ese corazón en sentido literal) pero grabado en Nueva York, con el soporte de Denny Seiwell a la batería y Dave Spinozza y Hugh McCracken a las guitarras. McCartney tocó guitarra, piano y bajo; Linda hizo algunos coros, y la Filarmónica de Nueva York echó una manita (y menuda manita) en Uncle Albert/Admiral Halsey, Long Haired Lady y The Back Seat of My Car.
Si sumamos todos esos vectores nos sale un disco tremendamente subversivo: la felicidad, la ligereza y el buen humor siempre lo son para cierta gente, como luego veremos.

De Ram me gusta todo. De la cruz a la bola, como suele decirse. Desde el despegue con Too Many People hasta el insólito subidón épico que cierra The Back Seat of My Car. Al principio me chocó un poco Monkberry Moon Delight, que acabó siendo una de mis favoritas. McCartney canta como si estuviera poseído (modelo la niña de El Exorcista), forzando la voz hasta lo inverosímil. La letra es una broma, pero la canción tiene un punto inquietante: no es raro que la versioneara Screamin’ Jay Hawkins.
Adoro el lirismo de Dear Boy y Ram On y la frescura contagiosa de Eat at home, la primera que escuché, mi puerta de entrada al disco.
Los enterados de mi clase le pusieron muchas pegas a Uncle Albert/Admiral Halsey. Uno de ellos dijo (recuerdo muy bien el adjetivo) que era “demasiado cuca”, y con eso quería decir que era relamida y excesivamente encantadora. Esa es, por cierto, la canción que me parece más cercana a Ray Davies. Otro añadió que era “muy Magical Mystery Tour”. Bueno, de ese mundo salía. Y del Sgt.Pepper's, por supuesto. No veía yo el problema, francamente.

 

Tampoco les hacía ninguna gracia que Ram llevara la firma conjunta de Paul y Linda McCartney. Que John y Yoko estuvieran haciendo “camas por la paz” o como se llamara aquello (no sé si fue luego, pero el ejemplo ya me vale) les parecía la monda. Pero para ellos Linda era una pija absoluta, la heredera de la casa Eastman, etcétera: a la hoguera con ella. Así iban las cosas entonces.
El caso es que “nosotros” (mi hermana y yo y nuestros amigos respectivos) estábamos en una nube. Estábamos, para decirlo en una frase, tan felices como si los Beatles hubieran vuelto a reunirse.
Y entonces pasó todo lo contrario: un enfrentamiento de tres pares de narices.
Parece que la cosa empezó con la foto de la contracubierta. En la línea de buen humor que empapaba el disco, McCartney se permitió una broma: dos escarabajos follando (o sea, dos beetles: hace tanto tiempo que todo hay que explicarlo) porque alguien había dicho que él y Lennon estaban liados y que por eso se separó el grupo: una más entre las incontables y marcianas especulaciones. Que estaban follando y que era un chiste lo hubiera visto cualquiera, pero los que querían ver mensajes secretos vieron a dos escarabajos peleándose. Y como la naturaleza imita al arte, comenzó el mal rollo : un caso extremo de kinbotismo. Kinbote, el narrador de Pálido fuego, de Nabokov, es un tipo tan absolutamente convencido de que el poema que da título a la novela trata de él, de su vida, de su pasado y su futuro, que encuentra alusiones (directas o crípticas) en los versos más triviales.
En este caso, doble kinbotismo, porque John y Yoko creyeron que Ram era un artefacto enteramente concebido para amargarles la vida, y así lo contó Lennon algunos años más tarde. Bastante tiempo después, en 1984, cuando Lennon ya había muerto, Joan Goodman entrevistó a Paul y Linda McCartney en Playboy, y al preguntarles por toda aquella historia dijeron que la única canción en la que había un par de pullas dirigidas a su excompañero era Too Many People.
El primer picotazo (“Too many people preaching practices”) es muy suavecito e igualmente le hubiera encajado a George Harrison, que también sermoneaba un poco. El segundo (“You took your lucky break and broke it in two”) tiene más intención, más gracejo epigramático, y puede interpretarse, desde luego, por una pulla dual.
Según los McCartney, Lennon vio ataques en Three Legs (que interpretó como un desaire conjunto a él, a Harrison y a Ringo), en Dear Boy (que estaba dedicada a un exnovio de Linda) e incluso en la frase “We believe that we can’t be wrong”, que cerraba The Back Seat of My Car.

Lennon y el cerdoSu respuesta fue feroz y, a mi juicio, absolutamente desproporcionada.
Al principio no nos lo parecía. En la carpeta de Imagine, que salió en otoño de aquel año, había una postal en la que Lennon sujetaba a un cerdo por las orejas, en evidente alusión a la portada de Ram, donde McCartney cogía al carnero titular por los cuernos.
Bueno, eso tenía su punta. Hasta que alguien nos tradujo la letra de How Do You Sleep. No la copio entera porque está más abajo, en la grabación de You Tube. No nos lo podíamos creer. No entendíamos nada. “¿De verdad ha escrito “Tenían razón los que dijeron que habías muerto”? ¿Y que “una cara bonita puede durar un año o dos”?¿Y que la música de Paul le parece muzak? ¿Qué es eso de muzak? Ah, música de ascensores”. Había que reconocerle a Lennon un talento especial para la invectiva fulminante (“The only thing you done was yesterday / and since you’re gone you’re just another day”), pero esa me dolió especialmente: no me podía creer que no le gustara Another Day.
Como puede verse, hablábamos de John y Paul (y George y Ringo) como si fueran nuestros hermanos mayores. (Sin embargo, nunca le llamamos "Bob" a Dylan).
Lo peor no fue el rabotazo de Lennon. Lo peor fue comprobar, a nuestra tierna edad, que el mundo era considerablemente injusto: Imagine ascendió a los cielos y Ram recibió más palos que una estera. “Monumentalmente irrelevante”, escribió Jon Landau en Rolling Stone. Por supuesto, no leíamos entonces la prensa extranjera, pero escuchábamos lo que decían los enterados del patio, los que firmaban todas las sentencias de muerte, los que (para entendernos) babeaban ante Madman Across the Water y condenaban sin apelación Tiny Dancer.
De la noche a la mañana,  Ram se convirtió en un disco tontísimo y más cursi que un seiscientos con visillos. Subtexto: Ram era un asco porque lo firmaba el tipo que había insultado (traicionado, vilipendiado, etc) al pobre Lennon. De su respuesta viperina no decían ni Pamplona: defensa propia. Lo de “cuco” era un ditirambo al lado de las descalificaciones que escuché aquellos días: de ahí lo de no poder cruzar el patio con Ram bajo el brazo, como decía al principio. Vale, era una figura retórica, pero verdadera: Ram no era serio, y si te gustaba eras un crío.
Si querías que te creciera bigote (mi hermana no entraba en ese anhelo), tenías que adorar Imagine.
Que vale, que sí, que también nos gustaba, pero no a punta de pistola.
Liberados de tener que ser o cocidistas o fabadistas, como diría Mihura, Ram sigue para mí (creo que lo he insinuado ) tan pimpante como entonces. Y compruebo que de Imagine solo me gustan realmente tres canciones, exactamente las mismas que me sedujeron entonces: Jealous Guy, que es un temazo, Oh My Love, que me parece conmovedora, y, claro, Imagine. El problema de Imagine (la canción, quiero decir) es que la melodía es espléndida pero la letra se ha caído a cachos: se convirtió muy rápidamente en carne de póster, con gaviota incluída. Y lo que entonces nos parecía utopía destilada tardó muy poco en provocarnos la risa, porque hay que reconocer que lo de “Imagine no possessions” tiene su guasa en boca de un muchimillonario como Lennon.
O sea, que no me extenderé sobre Imagine. Tiene incontables admiradores que han escrito y escribirán sobre ese disco con más pasión que yo. 



Lo curioso fue el bajón que pegaron los dos, Lennon y McCartney, al siguiente año. Antes, incluso, porque Wild Life, el primer álbum bajo el nombre de guerra de Wings, salió en diciembre del 71 y su interés era muy relativo. Otro de esos discos que escuchamos una y otra vez para encontrarle sustancia sin lograrlo. Mi único recuerdo es que me descubrió Love is strange, una canción que no llevaba la firma de McCartney . Vale, Wild Life (la canción) tenía su épica. Y su desgarramiento vocal, aunque no sé yo si era imprescindible.
Fue un bienio negro para ambos, porque en 1972 McCartney sacó los tres peores singles de su carrera – Give Ireland back to the Irish (un intento bastante patético de “estar en la onda”. Subtexto: de emular a John), Mary Had a Little Lamb (una bobería) y Hi Hi Hi (otra) – y Lennon publicó el insufrible Some Time in New York City, un doble álbum lleno de consignas, porque no había causa a la que no se apuntara. Mi memoria (no he vuelto a escucharlo) solo retiene un buen corte: la versión en directo de Cold Turkey.
Así que hay empate: Wild Life, 1 - Some Time In New York City, 1.
Quizás pasado mañana cambie de opinión. Se admiten sugerencias.
En 1973, McCartney & Wings pegaron un pelotazo con . Que no es nada mal disco, pero sin llegarle a la suela a Ram. Y Lennon remontó en 1974 con Walls & Bridges, su disco más relajado en años. Daba gusto lo contento que se le veía.
Por aquel entonces, casi nadie recordaba ya “la guerra Ram/Imagine”, pero nosotros seguíamos escuchando hasta el hartazgo que McCartney era tonto, frívolo, convencional, etcétera. ¿Cómo va a ser tonto un tipo que adora a Buddy Holly y compra todas sus canciones? (Aunque solo fuera por eso...)

De todo lo que vino luego, lo que más me gusta de los dos  - y no en bloque - tiene mucho de despedida, y casi al mismo tiempo: Double Fantasy (1980: telón tristemente absoluto) y Back to the Egg (1979), salida de Wings por el foro tras una erratiquísima discografía.
Otro día lo comentamos.

Posdata

Cubierta de Thrillington (1977)
Ram
tuvo una sombra: un Ram fantasma. En 1971 se grabaron dos discos: Ram en Nueva York, y Thrillington en Londres. ¿Thrilli qué? Esa misma pregunta hice yo el otro día, cuando Edu Galán, posiblemente el mayor fan de Ram de toda la cristiandad, me contó esta historia. Ahí va.
Para seguir con el espíritu juguetón del disco, McCartney se inventó un álter ego llamado Percy “Thrills” Thrillington (sí, de nuevo parece un personaje de Ray Davies) y cocinó un curiosísimo disco de versiones instrumentales: Ram canción a canción, en clave orquestal con pinceladas jazzísticas, con arreglos de Richard Hewson. Tenía que haber salido poco después de Ram, pero a lo tonto la cosa se fue retrasando hasta 1977. Mala época para un disco así, con el punk arrasando: seguro que solo lo compraron los Sparks. (Y Bryan Ferry en rebajas). Lo más singular es que McCartney le inventó al tal Thrillington una biografía y publicó notas en los periódicos acerca de sus andanzas, pero no reveló su paternidad (en una entrevista, como al desgaire) hasta bien entrados los ochenta. Es una rareza absoluta, que parece bendecida por san Jackie Gleason. Vale la pena rastrearlo.



Puro teatro: "Melocoton en acibar y perros desnortados" (20/4/13)

Por: | 20 de abril de 2013

Sobre Bona Gent y El coloquio de los perros
Sobre The Season, de William Goldman.

Gramola Galáctica: Ram contra Imagine (y viceversa) (I)

Por: | 16 de abril de 2013

Portada de ram (1971)Había que ir con mucho cuidado y mirar a izquierda y derecha al cruzar el patio: si te veían con Ram bajo el brazo estabas perdido. Peor que perdido: estabas muerto. ¿Exagero? Hasta cierto punto.
A ojos de los que estaban a la última, McCartney había caído. Era un blando. Un conformista. Sonreía demasiado. Hacía música para abuelitas. Nada que ver con las afiladas sonrisas de Lennon. Lennon era un tipo comprometido, un working class hero. Lennon las cantaba claras. Lennon estaba en el ajo.
Lo que procedía era dejarse ver con el disco de Mother o, desde luego, con Imagine, himno de himnos.
Y no, no podían gustarte los dos: tenías que elegir.
¿Cómo habíamos llegado a esto?

Es sabido (aunque quizás no lo suficiente ) que los primeros setenta fueron años de grandes enfrentamientos ideológicos, que abarcaban todos los negociados imaginables. Antes del momento supremo en el que debías decidirte entre Pecé o Ceneté, entre maoísmo o Cuarta Internacional (y simplifico, porque de eso se trataba, y porque las subdivisiones eran infinitas) habías pasado por una sucesión de ritos iniciáticos que preparaban el camino.
O Chaplin o Keaton.
O Ford o Godard.
Y, desde luego, clásico entre clásicos, Beatles o Rollings.
Cuando los Beatles se separaron la cosa se volvió más complicada.
Que los Beatles partieran peras fue un mazazo, pero yo todavía era muy crío. Lo que nos hizo polvo (y ese plural incluía a mi hermana y a nuestros amigos respectivos) fue el enfrentamiento entre Lennon y McCartney un par de años después. Conviene añadir un año más, como mínimo, a todo lo que voy a contar, porque íbamos con un comprensible retraso: en esa época no teníamos dinero para comprar discos tan pronto salían, y había que recurrir a hermanos mayores, copias en casete o tiendas de segunda mano, pero más o menos la cronología original de los hechos fue como sigue.

George Harrison - All Things Must PassEn noviembre del 70, siete meses después de la ruptura, George Harrison dio la triple campanada con All Things Must Pass. Para nosotros fue doble campanada, porque la jam del tercer disco nos aburría. Lo habíamos intentado con la mejor voluntad, como intentaríamos luego leer a Marta Harnecker, pero no llegábamos al final. Teníamos catorce o quince años y un disco nos duraba entonces una eternidad. No éramos, ni mucho menos, los únicos en acercarnos a la música (y a todo) buscando conjugar el placer con una voluntad eminentemente investigadora. Analizábamos la música, las tapas, las letras: no nos dejábamos nada. Todo era descubrimiento, maravilla, y pormenorizado sujeto de análisis. Alguien decía: “¡Un amigo de un primo del hermano de X tiene el triple de George Harrison!” y el equipo se ponía en marcha. No era tarea fácil. Había que tender minuciosos puentes, pactar intercambios, organizar expediciones de sábado por la tarde a barrios lejanos, mayormente de la zona alta. Escuchábamos con la orejas aguzadísimas, volvíamos a escuchar, y debatíamos influencias, comparaciones, significados ocultos.
Ya con el disco en casa (cuando había suerte), volvíamos a desmenuzar cada corte hasta que la aguja abría nuevos surcos.
Hicieron falta muchas escuchas y muchos debates para acordar la dolorosa verdad: que el tercer disco de All Things Must Pass era un leño considerable. Pecata minuta, en el fondo, porque los otros dos discos eran sensacionales, apabullantes. A Harrison, duro era decirlo, le había sentado bien la separación. Recordamos, como si tuviéramos ya mil años, las tardes en que meneábamos la cabeza escuchando While My Guitar Gently Weeps y repetíamos “¿Por qué no hace más canciones tan buenas como esta?”.
Bien, ahí estaban: necesitaba dejar atrás a los Fabulosos Tres para crecer. Luego vino lo de Bangla Desh y Harrison alcanzó el cielo de los justos: por él no había que preocuparse.

Decidimos que Ringo, para variar, seguía un poco despistado. En 1970 (vale, para nosotros algo más tarde), se había descolgado con Sentimental Journey. El problema era nuestro, en gran medida, porque ni conocíamos ni entendíamos aquel tipo de música - versiones de standards de los años treinta -  y pasamos olímpicamente del invento. No aprecié aquel disco hasta muchísimo después. Cosas de la edad.

John Lennon Plastic Ono Band - 1970Sea como fuere, parecía que los Beatles se habían puesto de acuerdo para sacar sus trabajos en solitario el mismo año. Lennon presentó un disco sin nombre (John Lennon/Plastic Ono Band) que para nosotros, como he dicho, siempre fue “el disco de Mother”. Las voces autorizadas, los “hombres de respeto” de Radio Juventud (con el gran José María Pallardó a la cabeza) hablaban de dolor y rabia, de “disco desnudo”. Alguien habló del “grito primal”, pero nadie supo explicarnos con claridad en qué consistía. Mother era un aldabonazo que tiraba de espaldas y era la única canción que realmente me gustaba, pero… Siempre hay un pero.
En una de aquellas reuniones me atreví a decir que prefería Julia, del Doble Blanco. “Prefería” era un eufemismo. Decir que me partía el corazón me hubiera valido un desdén instantáneo: también es cosa sabida que en la adolescencia tienes que parecer muy duro. De algún modo pensaba (y lo sigo pensando) que el disco de Mother tiene un padre y una madre: la madre era Julia (literal y estilísticamente) y el padre era la no menos grandiosa Happiness is a Warm Gun. El dolor y la rabia de John Lennon/Plastic Ono Band ya estaban, plenísimos, en aquellas dos canciones. En Julia susurra y en Mother aúlla, pero la pena es la misma. El disco me parece un considerable paso adelante (sin demasiada continuidad, lástima) en la carrera de Lennon, aunque hoy, cuarenta años más tarde, le veo un punto de exhibicionismo un tanto molesto.
Parece que Lennon siempre tenía que ser el más chistoso, y el que más sufría, y el que más se comprometía, y el que… El que más. Las infancias difíciles tienen esas cosas. O la sobreprotección familiar, que hay opiniones enfrentadas. 
Lo cierto es que, visto retrospectivamente, John había ganado el primer asalto en el todavía invisible combate con Paul, porque McCartney (también llamado “el disco de las cerezas”) no nos parecía la monda. Nos seducía mucho el hecho de que, como informaban en Radio Juventud, McCartney lo hubiera grabado “en casa”, tocando todos los instrumentos, como si su millonaria granja escocesa fuera, a nuestros ojos, un chalecito hippie en La Floresta o un piso de renta limitada en Horta. Eso humanizaba mucho el disco. Lo hacía próximo. Lo hacía, pensábamos, “posible”. Sí, así veíamos las cosas.
El balance arrojaba dos o tres buenas canciones, pero bastante material de relleno, como si hubiera dado por buena cualquier ocurrencia. (A Lennon también le pasaba eso, pero con McCartney eramos más inflexibles). Las buenas canciones eran (y para mi gusto lo siguen siendo) Every Night, Maybe I’m Amazed y Junk. Muchos años después, Costello hizo una preciosa versión de Junk, sacándole el máximo brillo a su melancolía. A veces hace falta una versión para que caigas en la cuenta de lo realmente buena que es una canción.

McCartney - Another DayLuego vino un single, Another Day. Una canción que ya entonces me gustó mucho. Muchísimo. Me pareció una maravillosa filigrana pop, en la que (pienso ahora) la alegría y la tristeza están soberbiamente equilibradas. Tristeza en la letra, alegría en la melodía. Escucho esa canción y pienso en cualquier película del Free Cinema. Me extraña mucho que los Saint Etienne no la hayan versioneado. O los Pet Shop Boys, tambien les iría muy bien. Tendré que buscar.
Entonces llegó 1971 y un mediodía, no recuerdo en qué emisora, apareció Micky, de Micky y los Tonys, entusiasmado por un single que acababa de salir. El single era Eat at Home. La canción era divertida, ligera, y tan pegadiza como Apple Scruffs, de Harrison. Y gozosamente lúbrica, aunque ninguno de nosotros pillamos entonces, por supuesto, la metáfora de “comer en casa”: nos pareció que McCartney no quería separarse ni un momento de su rubia esposa. Cuando acabó de sonar, Micky dijo que aquello no quedaba allí, que Eat at Home era el buque insignia de Ram, el inminente nuevo álbum de McCartney.
Yo me froté las manos como hacía tiempo que no me las frotaba y corrí a llamar a mi hermana y a mis amigos.
“¿Habéis escuchado la nueva canción de McCartney?”
(Me gusta recordar esa frase, tan lejana. Y la actitud que conlleva).
Alguien dijo, con similar excitación, que Lennon también estaba a punto de sacar nuevo disco.
Y todos volvimos a frotarnos las manos.
No teníamos la menor idea de la que se iba a liar.

(Continuará)

Para Carles "Profesor" Prats

Bonus Tracks

 






 

Puro teatro: "El señor K opta por la sombra" (12/4/13)

Por: | 12 de abril de 2013

Sobre Kafka enamorado

Los misterios de Parque Chas (II): Amor a Roma

Por: | 12 de abril de 2013

Adolfo Aristarain

Para volver a Parque Chas volví a ver Roma, de Adolfo Aristarain. Quería averiguar porqué ese barrio bonaerense que no he pisado jamás estaba tan cerca de los barrios de mi infancia. Entro de nuevo y lo primero que me atraviesa es la luz, aquella luz de primavera avanzada desembocando en un verano eterno. Luz eternizada, luz incólume, que atribuyo a la escasa contaminación del aire en los primeros sesenta, pero la película, obviamente (y tardo un rato en caer en la evidencia) no está rodada en esa época sino en el 2003, de modo que hay un mago que ha atrapado esa luz de entonces, solo un mago puede haber reinventado esa luz increíblemente nítida, en las calles del barrio bajo los árboles desbordantes de verdor, en los perfiles redondeados de las casas blancas, en esos interiores que parecen bañados por una brisa perenne danzando a través de las ventanas abiertas, y ese mago se llama José Luis Alcaine.
Luego está el tiempo narrativo, dos horas y media que fluyen como un río majestuoso, y ese es también un río de entonces, de las películas de la infancia, cuando íbamos al cine sin prisa para ver grandes veleros deslizándose por el agua calma de aquellas tardes navegables, y no hace falta que se cumplan las dos horas y media para percibirlo porque ese ritmo épico, el ritmo de los grandes relatos, te empapa en seguida, a los pocos minutos sabes que estás dentro, que vuelves a estar dentro, y que estás en buenas manos: es el ritmo de Lean y Hawks, el ritmo de ¡Hatari! y de Lawrence de Arabia, aunque aquí no haya elefantes ni desiertos.
Y está la mirada, por supuesto, la mirada de Joaco niño, interpretado por Agustín Garvíe. Ese niño soy yo, ese niño mira como yo miraba, y tiene algo vertiginoso el hecho de mirarte mirando.
Y entonces vuelve a pasar, otra vez me parte el alma la escena en la que el padre, Gustavo Garzón, toca Alma de bohemio para su hijo, y ese es su legado literalmente grabado en piedra, porque están en un pequeño estudio y salen de allí con un disco que les dan al instante, nunca van a estar más cerca ese padre y ese hijo, y ese momento de plenitud orilla peligrosamente el abismo de la pérdida.
Hay otra escena de intensidad semejante que también me hace polvo: Homero Antonutti en El Sur, de Erice, alzando el dedo como una antena para atrapar la melodía del pasodoble En er mundo y detener el tiempo, volver al tiempo del amor con su hija ya crecida, ajena, y todo eso confluye para provocar el llanto, y también el sorprendente vínculo, el pasaje subterráneo que enlaza Parque Chas y Barcelona.
Misma época: mitad de los sesenta. Una tarde, mi padre me lleva a un mágico "estudio callejero", una cabina como una máquina de fotomatón, con cortinita incluída, donde por veinticinco pesetas podías grabar un disco de cuatro o cinco minutos. La cabina estaba a la entrada de un flamante supermercado en Travesera de Gracia, muy cerca de Tuset, en la zona de la modernidad inminente, de la brisa nueva, y mi padre hizo girar el taburete como la escotilla de un submarino para que yo pudiera llegar al micrófono y recitar un poema, qué casualidad, argentino, Setenta balcones y ninguna flor, de Baldomero Fernández. La red se encarga de cerrar el bucle: resulta que su nieta, Inés Fernández Moreno, escribió el cuento Milagro en Parque Chas, y ahora, leo, vive en Barcelona. Un saludo, Inés, desde ese pasaje.

Susú Pecoraro en Roma 2004

Vuelvo a la película, una historia terrible y amarga, la historia de un hombre al que no le pasó nunca nada tan grande como lo que le pasó en la infancia y la adolescencia: felizmente no es mi caso, ahí acaban los parentescos. Roma es un río surcado por grandes intérpretes, porque uno de los lemas de Aristarain es esta gran frase del maestro Ford, “las historias se cuentan con las caras de los actores”, y ahí están Sacristán, Juan Diego Botto, Vando Villaamil, Marcela Kloosterboer, Maximiliano Ghione, hasta los actores con media cuartilla de texto están soberbios, como Marcos Mundstock, de Les Luthiers, en el rol del librero Smirnoff, hablando de los fraseos de Coltrane y Parker.
Y luego, por supuesto, central, está Roma, la madre, una mujer con una capacidad de amar y una inteligencia fuera de lo corriente, un personaje extraordinario que Aristarain construyó retorciéndole el cuello al cliché de mamma a que nos tiene acostumbrados el cine argentino, y así lo interpreta la inmensa Susú Pecoraro, sin exuberancias pegajosas ni abrazos asfixiantes, con una esencial discreción, desde la calma y el silencio de quien no necesita exhibir sus sentimientos.
Roma habla poco, pero cuando habla sus palabras se graban en piedra, como la música de Alma de bohemio. Sus palabras me gustan tanto que esta segunda vez hice algo que no hacía desde que era un chaval: me senté delante del televisor con lápiz y papel y copié mis momentos favoritos.

En el primero, Roma trata de sacar a su hijo adolescente (formidable Juan Diego Botto) del pozo en el que se encuentra tras una ruptura sentimental y le habla así:

No te voy a decir qué hacer porque no lo sé. Nadie puede decirle a otro cómo hay que vivir. Lo que tenés que saber es que va a haber mucho dolor. Mucho dolor mucho tiempo. Si se siguen viendo, si seguís siendo amigo de ella, no te hagas su confidente. Que no te cuente sus penas de amor con otro tipo porque te va a destruir. Ya que estamos te lo digo, aunque se que ahora no me vas a dar bolilla. Hay que seguir, Joaco. Hay que seguir. Todo lo que nos pasa es mucho menos importante de lo que a uno le gusta creer. No hay una sola vida. Hay una sola vida, pero dentro de esa vida uno vive muchas vidas, todas diferentes. Algunas mejores, otras peores. Ninguna tiene mucho sentido. Hay que seguir, pichón”.

Y este otro momento inolvidable, cuando se despide de Joaco:

Quiero que sepas que yo nunca perdí la confianza en vos. No porque sea tu madre, porque te conozco muy bien. Porque sé que sos muy capaz y que vas a salir adelante. Te equivocaste mucho como todo el mundo, nada más. Tenés que perderle el miedo al fracaso y empezar a vivir. No hagás las cosas por mí, ni te sientas mal porque no hacés las cosas que se supone que espero de vos. Yo espero que seas feliz. Que hagas lo que te guste. Que te sepas defender en la vida. Que el mundo no te destruya. Yo soy tu madre, Joaco. A mí no me debés nada. Todo lo que hice por vos lo hice por mí, porque sos una parte mía. Ni siquiera me debés la vida. Yo te debo mi vida, pichón, porque vivo por vos”.

José Sacristán y Juan Diego Botto

Yo le debo muchas cosas a Aristarain y a Roma. Entre otras, también caigo ahora definitivamente en la cuenta, Detrás del hielo, mi novela más argentina (aunque suceda en un país imaginario): volviendo a ver la película descubro que el germen del libro estaba ahí, en el pasado lleno de vida y el horror que sobrevino después, y por eso el personaje de Jan Bielski tendrá para siempre el rostro de Juan Diego Botto, y Klara Liboch el de Marcela Kloosterboer, y las calles más soleadas de Moira tendrán la luz de Parque Chas, del Parque Chas reinventado por Aristarain y Alcaine, y por Mario Camus y por Kathy Saavedra: gracias a todos ellos.
La gran putada es que Adolfo Aristarain, por los tristes azares de una industria cada día más miope, no haya podido volver a rodar otra película desde entonces. 



Por You Tube anda esta pequeña antología de momentos de Roma.
 

El hombre que fue jueves: "Elaine Stricht se despide" (11/4/13)

Por: | 11 de abril de 2013

Sobre Elaine Stricht

Puro teatro: "Les presento a Marc Crehuet" (6/4/13)

Por: | 06 de abril de 2013

Sobre El rey tuerto, de Marc Crehuet

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal