Para volver a Parque Chas volví a ver Roma, de Adolfo Aristarain. Quería averiguar porqué ese barrio bonaerense que no he pisado jamás estaba tan cerca de los barrios de mi infancia. Entro de nuevo y lo primero que me atraviesa es la luz, aquella luz de primavera avanzada desembocando en un verano eterno. Luz eternizada, luz incólume, que atribuyo a la escasa contaminación del aire en los primeros sesenta, pero la película, obviamente (y tardo un rato en caer en la evidencia) no está rodada en esa época sino en el 2003, de modo que hay un mago que ha atrapado esa luz de entonces, solo un mago puede haber reinventado esa luz increíblemente nítida, en las calles del barrio bajo los árboles desbordantes de verdor, en los perfiles redondeados de las casas blancas, en esos interiores que parecen bañados por una brisa perenne danzando a través de las ventanas abiertas, y ese mago se llama José Luis Alcaine.
Luego está el tiempo narrativo, dos horas y media que fluyen como un río majestuoso, y ese es también un río de entonces, de las películas de la infancia, cuando íbamos al cine sin prisa para ver grandes veleros deslizándose por el agua calma de aquellas tardes navegables, y no hace falta que se cumplan las dos horas y media para percibirlo porque ese ritmo épico, el ritmo de los grandes relatos, te empapa en seguida, a los pocos minutos sabes que estás dentro, que vuelves a estar dentro, y que estás en buenas manos: es el ritmo de Lean y Hawks, el ritmo de ¡Hatari! y de Lawrence de Arabia, aunque aquí no haya elefantes ni desiertos.
Y está la mirada, por supuesto, la mirada de Joaco niño, interpretado por Agustín Garvíe. Ese niño soy yo, ese niño mira como yo miraba, y tiene algo vertiginoso el hecho de mirarte mirando.
Y entonces vuelve a pasar, otra vez me parte el alma la escena en la que el padre, Gustavo Garzón, toca Alma de bohemio para su hijo, y ese es su legado literalmente grabado en piedra, porque están en un pequeño estudio y salen de allí con un disco que les dan al instante, nunca van a estar más cerca ese padre y ese hijo, y ese momento de plenitud orilla peligrosamente el abismo de la pérdida.
Hay otra escena de intensidad semejante que también me hace polvo: Homero Antonutti en El Sur, de Erice, alzando el dedo como una antena para atrapar la melodía del pasodoble En er mundo y detener el tiempo, volver al tiempo del amor con su hija ya crecida, ajena, y todo eso confluye para provocar el llanto, y también el sorprendente vínculo, el pasaje subterráneo que enlaza Parque Chas y Barcelona.
Misma época: mitad de los sesenta. Una tarde, mi padre me lleva a un mágico "estudio callejero", una cabina como una máquina de fotomatón, con cortinita incluída, donde por veinticinco pesetas podías grabar un disco de cuatro o cinco minutos. La cabina estaba a la entrada de un flamante supermercado en Travesera de Gracia, muy cerca de Tuset, en la zona de la modernidad inminente, de la brisa nueva, y mi padre hizo girar el taburete como la escotilla de un submarino para que yo pudiera llegar al micrófono y recitar un poema, qué casualidad, argentino, Setenta balcones y ninguna flor, de Baldomero Fernández. La red se encarga de cerrar el bucle: resulta que su nieta, Inés Fernández Moreno, escribió el cuento Milagro en Parque Chas, y ahora, leo, vive en Barcelona. Un saludo, Inés, desde ese pasaje.
Vuelvo a la película, una historia terrible y amarga, la historia de un hombre al que no le pasó nunca nada tan grande como lo que le pasó en la infancia y la adolescencia: felizmente no es mi caso, ahí acaban los parentescos. Roma es un río surcado por grandes intérpretes, porque uno de los lemas de Aristarain es esta gran frase del maestro Ford, “las historias se cuentan con las caras de los actores”, y ahí están Sacristán, Juan Diego Botto, Vando Villaamil, Marcela Kloosterboer, Maximiliano Ghione, hasta los actores con media cuartilla de texto están soberbios, como Marcos Mundstock, de Les Luthiers, en el rol del librero Smirnoff, hablando de los fraseos de Coltrane y Parker.
Y luego, por supuesto, central, está Roma, la madre, una mujer con una capacidad de amar y una inteligencia fuera de lo corriente, un personaje extraordinario que Aristarain construyó retorciéndole el cuello al cliché de mamma a que nos tiene acostumbrados el cine argentino, y así lo interpreta la inmensa Susú Pecoraro, sin exuberancias pegajosas ni abrazos asfixiantes, con una esencial discreción, desde la calma y el silencio de quien no necesita exhibir sus sentimientos.
Roma habla poco, pero cuando habla sus palabras se graban en piedra, como la música de Alma de bohemio. Sus palabras me gustan tanto que esta segunda vez hice algo que no hacía desde que era un chaval: me senté delante del televisor con lápiz y papel y copié mis momentos favoritos.
En el primero, Roma trata de sacar a su hijo adolescente (formidable Juan Diego Botto) del pozo en el que se encuentra tras una ruptura sentimental y le habla así:
“No te voy a decir qué hacer porque no lo sé. Nadie puede decirle a otro cómo hay que vivir. Lo que tenés que saber es que va a haber mucho dolor. Mucho dolor mucho tiempo. Si se siguen viendo, si seguís siendo amigo de ella, no te hagas su confidente. Que no te cuente sus penas de amor con otro tipo porque te va a destruir. Ya que estamos te lo digo, aunque se que ahora no me vas a dar bolilla. Hay que seguir, Joaco. Hay que seguir. Todo lo que nos pasa es mucho menos importante de lo que a uno le gusta creer. No hay una sola vida. Hay una sola vida, pero dentro de esa vida uno vive muchas vidas, todas diferentes. Algunas mejores, otras peores. Ninguna tiene mucho sentido. Hay que seguir, pichón”.
Y este otro momento inolvidable, cuando se despide de Joaco:
“Quiero que sepas que yo nunca perdí la confianza en vos. No porque sea tu madre, porque te conozco muy bien. Porque sé que sos muy capaz y que vas a salir adelante. Te equivocaste mucho como todo el mundo, nada más. Tenés que perderle el miedo al fracaso y empezar a vivir. No hagás las cosas por mí, ni te sientas mal porque no hacés las cosas que se supone que espero de vos. Yo espero que seas feliz. Que hagas lo que te guste. Que te sepas defender en la vida. Que el mundo no te destruya. Yo soy tu madre, Joaco. A mí no me debés nada. Todo lo que hice por vos lo hice por mí, porque sos una parte mía. Ni siquiera me debés la vida. Yo te debo mi vida, pichón, porque vivo por vos”.
Yo le debo muchas cosas a Aristarain y a Roma. Entre otras, también caigo ahora definitivamente en la cuenta, Detrás del hielo, mi novela más argentina (aunque suceda en un país imaginario): volviendo a ver la película descubro que el germen del libro estaba ahí, en el pasado lleno de vida y el horror que sobrevino después, y por eso el personaje de Jan Bielski tendrá para siempre el rostro de Juan Diego Botto, y Klara Liboch el de Marcela Kloosterboer, y las calles más soleadas de Moira tendrán la luz de Parque Chas, del Parque Chas reinventado por Aristarain y Alcaine, y por Mario Camus y por Kathy Saavedra: gracias a todos ellos.
La gran putada es que Adolfo Aristarain, por los tristes azares de una industria cada día más miope, no haya podido volver a rodar otra película desde entonces.
Por You Tube anda esta pequeña antología de momentos de Roma.
Hay 18 Comentarios
Gracias, Rolo. Un fuerte abrazo.
Publicado por: Marcos Ordóñez | 08/08/2013 12:10:08
Que bien escrito éste articulo, descubierto por casualidad, o mejor dicho, siguiendo las calles de Parque Chas. Te seguiré leyendo Marcos!! Ahh y para el hombre que no le gustó Parque Chas (wolfango), es que no lo sintió. Si le escribieron Borges, Dolina, Cortazar, Adolfo Bioy Casares, Inés Fernandez Moreno, y le hicieron películas, es que hay algo que te estás perdiendo. Vuelve a Parque Chas con la guardia baja, y quizás encuentres esa magia.
Publicado por: Rolo | 07/08/2013 20:54:39
Una mujer estupenda!!! de admirar!!
Publicado por: imprenta en cádiz | 15/04/2013 18:39:57
He vivido en Parque Chas más o menos 10 años. Mi abuelo, un inmigrante italiano, le había comprado el lote de nuestra casa al Sr. Chas. El terreno era bajo y se inundaba con facilidad. Los lotes eran pequeños. En otras palabras, el lugar estaba preparado para que gente humilde construyera sus casas. Y ahí está: las mejores casas no tienen estilo, las más pretenciosas son de mal gusto. Los árboles son enormes plátanos que destruyen todas sus veredas. Las plazas están plagadas de adictos. No se aconseja pasear por la noche. La verdad es que no entiendo esta mistificación ridícula. Aparte de las pocas calles circulares Parque Chas es igual que cientos de barrios porteños y suburbanos de medio pelo para abajo.
Publicado por: wolfango | 14/04/2013 2:49:21
Amigo Crismolti, no vea usted soberbia donde solo pretende haber agradecimiento: hacia Aristarain y hacia la influencia argentina. Por otro lado, para señalar esa presunta soberbia no es necesario utilizar términos desdeñosos ni ponerse desagradable: la literatura no es un "hit parade" y la educación es una virtud siempre bienvenida.
Publicado por: Marcos Ordóñez | 13/04/2013 17:25:54
Amigos Raúl y Marcelo: quizás la razón de que tantos españoles utilicemos el adjetivo "bonaerense" también aplicado a la ciudad de Buenos Aires es porque así lo indican nuestros diccionarios, tanto el de la Real Academia ("natural de la ciudad o la provincia de Buenos Aires") como el de María Moliner, que, asimismo, añade "sinónimo de porteño". Del mismo modo, "porteño", en España, no se limita a Buenos Aires sino que se utiliza como "natural de algunas de las ciudades de España y América en las que hay puerto". Un abrazo.
Publicado por: Marcos Ordóñez | 13/04/2013 17:19:10
Gracias, Pedro, Sol, Javier y compañía! Yo respeto todo comentario, pero creo que es necesario no perder el buen humor y el buen tono, y a veces se tiende a un tono exagerado, crispado. No hace falta, de verdad: bastante tensión hay por ahí afuera para que no podamos entendernos en este rincón. Un abrazo!
Publicado por: Marcos Ordóñez | 13/04/2013 11:53:23
Gracias, Marcos, por compartir tanto con nosotros desde tu blog. Qué pena que los amargados de siempre tengan que dejar sus babas al final.
Publicado por: Pedro | 13/04/2013 11:42:41
Por favor, quiero una Roma en mi vida! qué mujer, qué entrega desinteresada hacia los demás. Cuánto amor
Publicado por: sol de África | 13/04/2013 2:03:46
Adoro a Aristaraín, desde La parte del león hasta Roma, pero su parte masculina, de cine negro, de tipos duros. No entendi nunca muy bien por que me gusta tanto un melodrama como Roma. Hoy lo entiendo un poco mejor. Gracias
Publicado por: javier | 13/04/2013 0:50:58
Nada, hombre, cambiaré bonaerense por porteño. Lo importante, creo yo, es el afecto hacia un barrio, una película, una gente. No hace falta encresparse.
Publicado por: Marcos Ordóñez | 12/04/2013 23:44:29
Grande Raúl!!! Es muy común en los españoles confundir los bonaerense (propio de la provincia de Buenos Aires) con el porteño (propio de la Ciudad de Buenos Aires)!
Publicado por: Marcelo Pimentel | 12/04/2013 23:16:41
Las madres en Argentina, muchas de ellas, dan abrazos asfixiantes. Si te gustan las madres de ficción no convencionales porque evaden el clché, pensá lo siguiente: ¿qué sería de tu vida si pasara un sólo días en que no detectaras un cliché?
Publicado por: lolo | 12/04/2013 22:35:19
Cuanta mala leche en los 2 primeros comentarios.... disfrutad, dad un paseo y tomad una caña, y después intentad leer algo, algo sin buscar carnaza.
Aunque en algún momento tengáis razón, os sobra mala leche, y eso no es bueno, sobre todo para vosotros.
Publicado por: Manuel | 12/04/2013 20:54:31
Parece mentira que este articulista, tan profesor él, ignore que Parque Chas NO es un barrio bonaerense, sino porteño.
Antes de escribir en un periódico, hay que asesorarse...
Atentamente.
Publicado por: Raúl | 12/04/2013 20:28:58
"Detras del hielo, mi novela más argentina". Hay que ser soberbio para hablar así de la obra de uno mismo, sobre todo teniendo en cuenta que lo dice un escritor al que no conoce ni Dios.
Publicado por: crismolti | 12/04/2013 19:26:55
de cine.
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Publicado por: rss noticias | 12/04/2013 18:36:43
Roma es estupenda.
Publicado por: Trasplante capilar | 12/04/2013 12:51:23