Bulevares Periféricos

Sobre el blog

Teatro, Literatura, Cine, Música, Series: arte en general. Lo que alimenta, lo que vuelve. Crónicas, investigaciones, deslumbramientos. Y entrevistas (más conversaciones que entrevistas). Y chispazos, memoria, dietario, frases escuchadas al azar (o no). Y lo que vaya saliendo.

Sobre el autor

Marcos Ordóñez

Marcos Ordóñez. Escritor, periodista, profesor. Cada sábado escribe en Babelia la sección PURO TEATRO y, cada jueves, en Cultura, EL HOMBRE QUE FUE JUEVES. Intento escribir sobre lo que me da vida. Ultimos libros publicados: Turismo interior (Lumen, 2010), Telón de fondo (El Aleph, 2011), Un jardín abandonado por los pájaros (El Aleph,2013).

Puro teatro: "Pinter, el adelantado" (29/6/13)

Por: | 29 de junio de 2013

Sobre The Hothouse, de Harold Pinter

El hombre que fue jueves: "Gandolfini" (26/6/13)

Por: | 26 de junio de 2013

Sobre James Gandolfini

Gramola Galáctica: Manel, melancolía atlética

Por: | 25 de junio de 2013

Portada de Atletes,baixin de l'escenari

Me gustan mucho los Manel, lo cual se ha convertido en un placer culpable, porque es sabido que no existe nada menos fashionable que unos superventas. Para que el placer sea doblemente culpable conviene ocultar que adoras su último disco (Atletes, baixin de l’escenari: o sea, “Atletas, bajen del escenario”) y proclamar que los buenos eran los dos anteriores, de modo que guárdenme el secreto. 
Esta Gramola, como habrán visto, se titula “Melancolía atlética”. Para que la melancolía sea atlética (es decir, no babosa) ha de tener misterio y músculo, como bien nos enseñaron los románticos, y de ambas cosas anda sobrado este disco que, a primera vista, parece un álbum de despedida, pero no (felizmente). Lo parece, de entrada, por la frase “Atletas, bajen del escenario”, que suena a admonición tiratoállica. La pronunció Constantino Romero (gone but not forgotten) en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Barcelona, a modo de ruego/advertencia a los acumulados deportistas: el escenario podía venirse abajo en cualquier momento.
No es ocioso utilizarla hoy para bautizar un disco (o cualquier manifestación artística), pues vivimos tiempos en los que todo puede resquebrajarse en un pispás. También es sabido (o debería) que la incertidumbre que corroe presente y futuro genera toneladas de melancolía.
La cuestión, como parecen querer demostrar estos afiebrados muchachos, es que sea atlética. Bien por ellos.
He tomado algunas notas sobre mis canciones favoritas. Ahí van.
Y he utilizado las traducciones al castellano de Sonia Rodríguez Riveiro, en arte Sonia Unleashed, que encontré en su blog. ¡Gran trabajo!

 
Ai, Yoko

En Oh, Yoko, un cascabelero tema de Imagine, el señor Lennon cantaba a su amada sin romperse mucho los cascos: en mitad de la noche, en mitad de un baño, en mitad de un sueño, digo tu nombre. La voz de Ai, Yoko tiene más busilis. Yo diría que es la voz de un aspergeriano, o sea, como Sheldon Cooper en The Big Bang Theory. Lo deduzco porque, a) le inquietan los cambios (“… todos los cambios me ponen tan nervioso”) y, b) tiene una mente privilegiada, capaz de sentir y expresar dos ideas contrapuestas al mismo tiempo, según la definición acuñada por Scott Fitzgerald. Así, ha acabado por comprender que Lennon & Ono se querían “como muchos no querrán nunca”, toda vez que la descripción de Yoko, la Yoko que entrevió en su infancia, es ácida rozando lo inmisericorde. “Tu cara extraña, como de aparición”, dice con afortunado símil. “Que de niño me daba miedo”, puntualiza o apuntilla. “Y tus canciones llenas de chillidos, y tu maldito tambor” (esto último es figura retórica, porque Yoko no era muy tamborileira. La retórica se vuelve luego un tanto enigmática al rimar, en asonante, “aparición” y “Def Con Dos”). La cosa es que el amor de la pareja, súbitamente revelado, borra el asumido lugar común: “Era tan fácil que te echásemos la culpa de todo”. Y el narrador le canta ahora, pero, bonito giro, temeroso de Lennon (“aprovechando que él no nos oye”), porque “ante aquel gran hombre, lo reconozco ahora mismo, ¡ya veríamos quién sería el guapo que te cantase!”. Es cosa singular trovar a Yoko Ono, aunque lo aspergeriano quizás oculte un trasfondo psicopático: “No ha sido sencillo venir hasta aquí”, dice el primer verso. Eso puede ser metafórico o puede que el pavo esté a las puertas del Dakota House. Cuidadín.  

 
Vés, bruixot! (¡Venga, brujo!)
Parece confirmarse que el brujo mojado que sale del mar y va directo a la ciudad y exalta a los municipales al verlo cruzar como un cohete la calle Mayor y alegra a la dulce Adela, que tiene una cena con un hombre triste (y reaparecerá, transmutada, nueve canciones más tarde, en Quin dia feia, amics) es el señor Puck, disolviendo en el viento unas palabras salvadoras como polvo mágico, nunca mejor dicho, y ese viento y ese polvo inminente es el que enardecerá (seis canciones después) a Teresa Rampell. Para mí que ese brujo tiene la barbita puntiaguda y la sonrisa mefistofélica de Pau Riba en los días de Dioptria, y ese viento me hace pensar en la brisa que soplaba entre los surcos de La magia de l’Estudiant, de Sisa. Las nuevas generaciones pueden, si así lo desean, trocar o combinar Pau Riba/Sisa por los influjos de Albert Pla (otro brujo perfecto de la misma línea dinástica) o de los señores Astrud, también caracoleantes en este disco.
Mi fragmento favorito, digno de figurar en las Doce canciones de Auden:
“Volvía a casa joven y aburrido
Leyendo el horóscopo de abril
y alzando los ojos de golpe lo he visto
“Si eres tú, por favor, avanza
¡Venga, brujo! ¡Venga, brujo!”.

 
Ja era fort (Ya era fuerte)
Esta balada me parece simplemente perfecta, tanto que no me resisto a transcribirla completa. Retrata como pocas, diría yo, la plenitud pre-adolescente, cuando todo parece posible, antes de perder pie por el primer trastazo amoroso. Ese chaval es el mago de la portada de Teaser and the Firecat, de Cat Stevens, a punto de perder sus poderes y convertirse en el prota de Je me suis fait tout p’tit, de Brassens. Véase:

Entonces ya era fuerte y no perdía nunca la calma
Y me divertía todo, y había aprendido a saludarte
Contento y exhibiendo la más radiante de mis sonrisas
Tocándote como los fuertes, los seres a los que es imposible herir
No llores, niño, que no sabré qué decir
No llores, niño, que eres más guapo cuando ríes
Entonces ya era fuerte y dominaba las palabras
Y construía mundos perfectos donde no me importaba
Ni con quien has dormido hoy ni qué harás mañana por la tarde.
Ni pienso algunas noches…
Que te pareces demasiado a lo que busco para mí.
¿Quién osará sentir que le protege
La cuenca de unas manos muertas de frío?
Y llegó el día, aquel que ya esperaba con ganas.
Los que han venido hoy, mañana también podrán irse
No me ha hecho falta ni un lloro, ni encender cirios a ningún ángel
Entonces ya era fuerte, y un fuerte no te tenía que perseguir…
¿O es que usted no está de acuerdo conmigo?
¿Quién quiere un cuento triste para ir a dormir?

Obsérvese el atletismo (músculo+misterio) de los dos versos que rematan cada estrofa. Especialmente los últimos, que nos hacen ver al narrador en una taberna más o menos irlandesa, ya en el centro mismo de la vida adulta. Extraña construcción del título: parecía pedir Yo era fuerte pero no, opta por Ya era fuerte. Bueno, ellos sabrán.
La música le va como un guante, y empapa lentamente al oyente hasta dejarle helado. Dicen que es una muerte muy dulce, de modo que lo mejor será pasar pitando a otra canción.  

 
Mort d’un heroi romàntic (Muerte de un héroe romántico)
Que levante la mano quien haya escrito, en nuestro patio, una canción vagamente parecida a esta, y le invito a una caña. O dos.
Una canción que comienza como un relato de Josep Pla (o una entrada de El quadern gris), sigue como un plano secuencia guionizado por Azcona, y explota en una muy seria apoteosis romántica mientras crece la percusión ominosa, y los cánticos funerales, y la lluvia constante, pero lo que le salva de la imaginería esteticista y le ancla en tierra es el “morena” del último verso, remate de su nota suicida. Véase:

Creéme, lo intento, pero a veces
sospecho, morena, que esto nunca se detendrá.

 

Imagina’t un nen (“Imagínate un niño”)
Talmente una idea de Miguel Noguera cantada por Stephin Merritt. (También podría llamarse El cóndor baja).

 

Desapareixíem lentament (“Desaparecíamos lentamente”)
¡Qué cerca están aquí del Dylan de los días de Blood on the Tracks! (a caballo entre Tangled Up in Blue y Simple Twist of Fate), con unas gotas de las cintas del sótano.
Véase:

Entré en la fiesta,
El anfitrión me presentó a los invitados.
Grité: “he venido a comenzar de cero”.
Me acomodé en un sofá.
Desde la ventana se veía el parque donde se aburrían unos adolescentes.
Pensé: “¿Dónde duerme? ¿Qué verá cuando se levante?”.
Mientras desaparecíamos lentamente.
Me compré una trompeta barata, ensayábamos cada noche.
Estaba bien tocar, pero prefería pelearme con los vecinos.
¡Ah! Mirad, un mi mayor volando, escapándose por el patio de luces arriba.
Le escribí una canción, ¿y qué?
Mientras desaparecíamos lentamente.

Tan cerca que cuando Guillem Gisbert canta “Encontré una mujer, alquilamos un apartamento cerca de Gavá”, nos parece estar viendo un bungalow en Baja California, o una buhardilla en Greenvich Village.
Mi segunda canción favorita del disco.

 

Teresa Rampell
(En castellano, “rampell” se traduciría por un pronto, un impulso, un arrebato).
Es una canción de advenimiento, como Uh-oh Love Comes to Town, de Talking Heads, o Democracy, de Cohen, con las que comparte el galope y la alegría. También asoma de nuevo, en el fraseo y las imágenes, el Pau Riba de Khitou. Estupendas imágenes: el amor que vuelve a la ciudad resuena, avanza y se propaga “como un ejército de timbales, como un incendio forestal, como un virus tropical”, y la moza protagonista, en el mejor verso, “es una náufraga que ha decidido probar el agua salada”. Entretanto, “miles de hombres con gabardina y de paseo” sueñan con encontrar a una mujer con su cara.

Para leer las letras completas en castellano, ya les digo:
Sonia Unleashed

Puro teatro: "Seis puñales contra César" (22/6/13)

Por: | 22 de junio de 2013

Sobre Julio César, de Shakespeare, montaje de Paco Azorín

El hombre que fue jueves: "El West End se mueve" (19/6/13)

Por: | 20 de junio de 2013

El West End se mueve

Puro teatro: "Anclaos en Madrid" (15/6/13)

Por: | 15 de junio de 2013

Sobre En construcción, de Carolina Román y Nelson Dante

Héroes de la escena: Harley Granville-Barker

Por: | 15 de junio de 2013


Harley-Granville-Barker-001

Harley Granville-Baker fue el primer gran director “moderno” de la escena británica. Su trayectoria es tan breve como intensa; su influencia es enorme. Nacido en 1877, subió por primera vez a un escenario a los 13 años, y a  los 14 empezó a estudiar teatro en una escuela especializada, en Margate. En 1899 protagonizó Ricardo II a las órdenes de William Poel y entró a formar parte de la Stage Society, el teatro de cámara apadrinado por Bernard Shaw, que representaba piezas nuevas y/o experimentales solo para socios, en sesiones únicas, casi siempre en el Royal Court. Con ellos escribe y estrena su primera obra, The marriage of Ann Leete, en 1900, a los 23.
Ese mismo año, Bernard Shaw le elige para protagonizar Candida y Man and Superman, que le lanzan al estrellato como intérprete, lo que genera el malicioso rumor de que era hijo natural del dramaturgo.
En 1904 se pone al frente del Royal Court y dirige tres temporadas, con un repertorio de obras de Ibsen, Maeterlink, Galsworthy y, sobre todo, del propio Bernard Shaw. Produce, pone en escena y protagoniza nada menos que diez de sus comedias, que obtienen un enorme éxito, sin descuidar su propia carrera como autor dramático: escribe y dirige The Voysey Inheritance (1905), Prunella (1906), The House of Madras (1910), y su pieza más controvertida, Waste (1909), un agudísimo retrato de la clase política inglesa que será inmediatamente prohibida por la censura y no se representará hasta 1936.
Había triunfado como director y actor, pero “no podía” triunfar también como dramaturgo: la crítica le acusó de ególatra (por estrenar sus obras en su propio teatro) y de imitador de Shaw, lo que provocó que poco a poco dejara la escritura y se concentrara en la dirección.
Sus empeños a partir de entonces fueron, simultáneamente, el proyecto de un teatro nacional británico y la búsqueda de una nueva forma de acercar la obra de Shakespeare al público.
En 1912, a partir de su experiencia al frente del Royal Court, lanza con el crítico William Archer y con Bernard Shaw el proyecto del Teatro Nacional (The National Theatre: A Schem and Estimates), donde se contempla desde su futura localización en el South Bank y el repertorio deseable hasta el sistema de subvenciones, el precio de las entradas, el número de empleados y las características de la compañía, que tenía que estar compuesta por 44 actores y 22 actrices.
Un comité de escritores y gente de teatro, en el que figuraban Shaw, Barrie, Pinero y Galsworthy, apoyan la idea, pero el estallido de la Guerra da al traste con el plan, que no se hará realidad hasta bien entrados los años sesenta.

Granville Barker, con Bernard ShawEn la temporada 1913-1914, Granville-Barker toma por asalto el Savoy, hasta entonces feudo de las operetas de Gilbert y Sullivan, para ofrecer tres montajes de Shakespeare (Cuento de invierno, Noche de reyes y El sueño de una noche de verano) que la crítica califica de “revolucionarios”, anticipándose en cincuenta años a las teorías del Espacio Vacío de Peter Brook. Granville se propone atrapar la esencia de los textos de Shakespeare desde la “claridad formal y la verdad emocional” y proclama que el teatro tiene que ser efectivo, expresivo y sencillo, sin afectación.
“El escenario – escribe - no es una casa de locos incomprensibles ni un museo zoológico lleno de animales disecados, sino un espacio en el que se mueven seres humanos, tridimensionales y contradictorios”.
Granville rompe, de entrada, con el modelo imperante del star system actoral para concentrarse en la excelencia de toda la compañía, del primer al último intérprete. Trata de reestablecer luego la proximidad entre actor y espectador que existía en el teatro de Shakespeare: cubre el foso de la orquesta para acercar el escenario a la platea y, siguiendo los pasos de Gordon Craig, suprime la iluminación con candilejas. Todo en su trabajo está al servicio de la sensatez y la lógica escénica. Coincide con Gordon Craig en que los continuos cambios de decorado ralentizaban la acción y diseña escenografías ligeras y manejables, que garanticen la fluidez del texto y las acciones.
“La escenografía – escribe – nunca ha de ser “decorativa” ni literal, sino mínima, expresiva y metafórica sin dejar de ser precisa. El escenógrafo no puede ser un intruso que intenta competir con el texto y los actores”.
A este respecto, su prefacio a El rey Lear contiene una apasionante polémica con los estudiosos de la época – Bradley, Lamb – que consideraban el texto irrepresentable, basándose en la imposibilidad de recrear sus “efectos especiales”: allí demuestra Granville-Barker que no hacen ninguna falta y que basta con el texto y la interpretación.
Para el montaje de El sueño de una noche de verano quiso que el vestuario de las hadas se inspirase en grabados orientales, y simuló el bosque con sedas ondulantes de color verde: pueden rastrearse ecos de esa idea en las escenografías de Nick Ormerod para Cheek by Jowl, y hay un parentesco evidente en el Sueño que dirige Peter Brook en 1970. De hecho, un año después de que Granville monte la comedia shakesperiana en el Savoy, escribe que lo que la función necesitaba era, simplemente, una gran caja blanca y desnuda, y esa caja será la que utilice Brook en su puesta, con las hadas balanceándose en trapecios, al estilo de los equilibristas chinos, por encima de los protagonistas.
John Guielgud recuerda en sus memorias la insólita rapidez del espectáculo, en el que “cada nueva escena comenzaba justo cuando estaba acabando la anterior”, otra manera que heredará Cheek by Jowl.

Oberon y Puck en su montaje del Savoy, en 1912“En muchas obras de Shakespeare”, escribe Granville, “la velocidad a la que se desarrollan los acontecimientos es crucial para la verosimilitud del enredo o la tragedia”. Esto le llevará a romper también, lógicamente, con la imposición declamatoria de la época, todavía en la tradición retórica del XIX. “Personaje es acción”, repite constantemente a sus actores. La noche del estreno de Cuento de invierno escribe en el espejo del camerino de la actriz Cathleen Nesbitt, que interpretaba a Perdita, la frase: “Be swift, be swift, not poetical” (Rápida, rápida, no poética).  
Durante la Gran Guerra, Granville sirve en la Cruz Roja, donde conocerá a la millonaria americana Helen Huntington, con la que se casa. Ella le persuade de abandonar la escena teatral para dedicarse a escribir, lo que desatará la ira de Bernard Shaw, por no decir la demencia: acusará en público a la flamante señora Granville de ser una bruja cuyos poderes han hechizado al ingenuo Harley, lo que obviamente provocará la ruptura total con la pareja.
Granville y señora se afincan en París y allí comenzará él a traducir comedias españolas, fundamentalmente de Martínez Sierra y de los Quintero, que, decía, le recordaban a Chejov (el director José Luis Alonso opinaba lo mismo), y sobre todo a escribir sus fundamentales Prefacios a las principales obras de Shakespeare, una serie de volúmenes (12 en total) que aparecerán durante la década de los 30: son su manifiesto estético y la crónica de lo que intentó hacer en el teatro.
Los Prefacios fueron recuperados por Richard Eyre desde 1993, cuando estuvo al frente del National Theatre, donde los hizo reeditar a precios populares (6 libras). Son textos vivos, apasionados, instructivos y, sobre todo, antiacadémicos: su extrema vitalidad de debe a que su autor no es un “analista de textos” (aunque lo sea, y extremadamente perspicaz) sino, fundamentalmente, un hombre que teatro, que examina las obras línea a línea, escena a escena, para aprehender la vida dramática de los personajes y sus acciones, intentando resolver lo que considera el problema fundamental: ser fiel al texto y montarlo desde la modernidad para que siga emocionando, por encima de los siglos, a una audiencia contemporánea.

Granville Barker

Durante dos años, del 37 al 39, Granville dirige el Instituto Británico de París. En 1940 viaja a España con su esposa y desde allí se traslada a Estados Unidos, donde trabaja para los servicios de información británicos organizando la ayuda a los refugiados de guerra y da conferencias en Yale y Harvard como profesor invitado. Vuelven a París en 1946 y muere ese año, pero poco antes, gravemente enfermo, aún tiene arrestos para trasladarse a Londres reclamado por el director Harcourt Williams, que monta según sus pautas el Rey Lear que reabrirá el Old Vic, protagonizado por John Guielgud.

En 1977, William Gaskill, uno de los fundadores, en los sesenta, del National Theatre, y director artístico del Royal Court entre el 65 y el 72, reivindica el legado de Granville-Barker y monta The Madras House en el National, bajo el mandato de Peter Hall. Diez años más tarde, Richard Eyre, al frente del NT, promueve la edición ya citada de los Prefacios y dirige The Voysey Inheritance, seguida de Waste. En sus memorias, Utopia & Other Places, se declara “hijo espiritual” de Granville-Barker y narra su prodigiosa trayectoria como actor, director, dramaturgo y ensayista.
De las reposiciones que siguieron cabe destacar dos montajes de Waste: Peter Hall dirigió el primero en el Old Vic, en 1997, y Samuel West el segundo, en el Almeida, en 2008, donde Will Keen, actualmente afincado entre nosotros, obtuvo un gran éxito de crítica. En 2006, David Mamet adaptó, recortando considerablemente el original, The Voysey Inheritance y la montó con la Atlantic Theater Company en Nueva York.

Prefaces to Shakespeare - edicion original

Prefaces to Shakespeare-la edición del NT, 1993

Un brindis por José Luis Alonso


Brindis de despedida - Por el impulso! - foto María A. Dieguez


Viernes, 3 de mayo. Llegó el gran día. De camino al teatro (ah, qué bien suena eso) desayuno en una cafetería de Aribau y los dioses derraman sobre mí sus dones. He alcanzado la celebridad: el camarero (muy joven, muy moderno, con patillas picudas, pendientito, etcétera) me pregunta si soy Marcos Ordóñez. Estoy a punto de contestar “Depende”, porque nunca se sabe (y porque sobre la estantería de botellas pende una inquietante tranca con la leyenda “Si no pagan me descuelgo”), pero parece buen chico y le digo que sí. Me dice, para mi sorpresa: “No podré ir a la función de esta tarde, pero le deseo mucha mierda”. Pasmadísimo me quedo ante la súbita popularidad, y agradezco el cumplido bajando la mirada cual tímida violeta. (Luego, cuando orgullosamente se lo cuente a los Pollos Hermanos, me informan de que los periódicos han publicado varias fotos de los protagonistas del evento). Salgo de la cafetería a las 9.45: enardecido por la fama (y la responsabilidad que comporta), en un rapto de coraje decido aprenderme el texto. Decisión un poco tardía, lo sé, pero es que anda uno tan liado… Nada, eso me lo aprendo en un pispás. Total, soy yo quien lo ha escrito ¿no?
A las 9,47, en un rapto de lucidez, abandono la idea anterior. Así soy, flexible como el junco. ¡Fuera, fuera memorización! ¡Lagarto, lagarto! Basta pensar en eso para convocar el temible fantasma del bloqueo, blanco como su sábana. Leeré el texto haciendo como que no. O como que sí, sin complejos: fíjate en David Hare, que leyó Via Dolorosa en los teatros de dos continentes y quedó como un señor. Bueno, ya era un señor: ser inglés y además Sir (esto suena capicúa) ayuda mucho. ¿Ya era Sir entonces? Déjate de memeces: lo que importa es que él será tu norte, tu maestro Jedi. Tú piensa en Hare. ¡Y piensa que escribió luego un libro relatando la aventura!
Bajo los esplendorosos plátanos de la plaza Universidad ya flamea como un albatros mi libro futuro: cortito pero intenso. Dudo entre dos títulos posibles: Mi vida en el teatro y Como locas a mi cuello. Suenan las diez en el reloj de la Universidad.

Repaso el plan del día. La tablilla, me digo, sintiéndome teatrerísimo. Vamos a ver. A las 10.30, primer ensayo. La tablilla, reflexiono, dice cuando empieza pero no cuando acaba, a diferencia del siguiente, que será de la una a las dos y media. Malo: a ver cuando comemos. No pienses en eso, piensa en el arte. Tarde libre, aunque los Pollos insisten en que debería ver el stand up de Shalom Auslander. Ni hablar: seguro que es buenísimo. Mejor siestecita reparadora (dos horas), y de vuelta al Muchascés a las 21,30. ¿Por qué? Porque, me dicen, tenemos que estar “concentrados” en el backstage. ¿Concentrados de pensar en la función o concentrados en plan corralito, para que no nos entren deseos de huida? Lo que tú prefieras, chato, me dicen, pero a las nueve y media estate allí como un reloj suizo. Función, de 22.30 a 23.30. Mi reloj marca las diez y veinte cuando emboco la regia entrada del Muchascés. Me hace falta un himno de guerra. Repaso las canciones del móvil. Grandes dudas entre Head Full of Steam, de los Go Betweens, Fight the Power, de los Isley Brothers, y Souljacker Part 1 de los Eels. Clarísimo: la de Mr. E, banda sonora ideal para grandes gestas. Y así entro glorioso en el Muchascés, desoyendo el mensaje del móvil, que me advierte de que la música a tan elevado volumen puede dañar mis tímpanos.

Logo Pollos Hermanos
Los Pollos Hermanos (grandes abrazos, con redoble) están exultantes. Han dormido algo así como tres horas (la fiesta de inauguración acabó a las mil), pero nadie lo diría. Se suceden las presentaciones. Conozco a los otros Yoes juveniles: Joan Arqué, as Young Red Danny Boy, y Daniel López-Valle, as Young Llopis. Mi Yo no ha llegado todavía, porque vive lejos: muy simbólica es la cosa. Basta mirar a Arqué para percatarse de que es un santo varón, pero (me informa) va a disfrazarse de tipo duro, con pistolo impresionante, chupa de cuero y unas botas cocodriláceas (gentileza del propio Dani). A López-Valle ya le conozco. También escribe, y con mucha gracia. Da asco: está lleno esto de jóvenes escritores y escritoras dispuestos a robar el pan de los veteranos (y de los hijitos de los veteranos). Para acabarlo de arreglar, López-Valle parece un cruce entre Johnny Boy (De Niro en Malas calles) y Raúl Arévalo. Comparece, jadeante, Joan Solé (los trenes de cercanías son de lejanías, plan Heidegger)  y compruebo que está pensando (de nuevo) lo mismo que yo: junto a este personal (porque también han llegado Llopis y Dani el Rojo, a los que echaré de comer aparte) vamos a quedar como unas nenazas. Estudiamos seriamente la posibilidad de jugar a tope esa carta e irnos al otro lado de la calle tenebrosa: salir a escena con tutú y cantando a capella Like a Virgin. A juzgar por sus rostros, Miqui y Kiko parecen (durante unos segundos, como mucho medio minuto) salivar (internamente) con la propuesta. Desestimamos los tutuses. ¿Y lo de Like a Virgin? No, aborta, aborta. Nuestra gran baza será el Chinchón eucarístico. Y los buñuelos, no hay que olvidar los buñuelos.

Y… esto… una preguntica: ¿el primer ensayo no era a las diez y media?, inquiero cuando dan las once. Y vuelvo a preguntar quince, veinte, treinta, cuarenta minutos más tarde. Los Pollos Hermanos no tienen la culpa, ángeles míos. Qué van a tener, si están que se desviven por nosotros y por el insano aprisco de escritores y escritoras robapanes que va llegando. Incluso (detalle supremo y conmovedor) se han encargado (¡personalmente!) de comprar el Chinchón (botellonazo) y los buñuelos (dos bolsas: hay presupuesto) en lugar de enviar a un propio (o propia). Lo que está pasando, alcanzo a entender, es que las Raincoats están probando sonido. Y son muy, muy puñeteras. Aquí voy a saltarme las estupendas conversaciones mantenidas con unos y otros entre las once y la una del mediodía porque el amable lector (o lectora) no tiene todo el día ni yo tampoco. A la una comienza el ansiado ensayo, pero (Blame it on Raincoats) no es, ay, “ensayo de texto” sino “ensayo técnico”: o sea, que ensayar, lo que se dice ensayar, poco ensayamos. En una pausa le paso telegráficamente el parte a mi mujer. Dani, impresionante y con un carisma arrollador: se va a llevar la función el muy canalla, eso está clarísimo. Aclaro, para quienes no le conozcan, que Dani parece el resultado de mezclar en una retorta a Wolfman Jack con el personaje de los Soprano que ustedes prefieran. Oriol Llopis (siempre acompañado/tutelado por María A. –¿Antonia? ¿Adelaida?– Dieguez Extremera, legendaria road manager sevillana) es harina de otro costal. Silencioso, reconcentrado. Imposible saber lo que pasa por esa testa que en lo físico evoca, trifásicamente, a Chet Baker, Keith Richards y Lester Bangs. Lo que choca es la voz: opiniones contundentes expresadas en un tono que él mismo califica de “romper a llorar en cualquier momento”. Lo que hará esta noche sobre el escenario es un misterio de consideración. Pasado el parte, me explayo largamente acerca del micro. Modernísimo, de cantante de musicales. No hay que preocuparse por forzar la voz, todo lo contrario: un carraspeo suena como el derrumbe de las murallas de Jericó. Doy una lata grande con el micro, pero es que me hace una ilusión bárbara. Ay, zagal.

Elipsis. Siete de la tarde. Emerjo de mi inveterada siesta de pijama y oración (a los Pollos les dije que tenía muchísimo trabajo) y del brácigo (el brácigo es de mi mujer) nos encaminamos al MuchasCés. En el backstage hay tapitas (bastantes) y cervezas. Las de la capa superior son, indica el rótulo, sin gluten, nadie nos aclara por qué. Informo de que las cervezas sin gluten saben a rayos. Hay que hundir la mano en la nevera hasta pillar las que tienen gluten, lo que nos enseña que quien algo quiere algo le cuesta. Todos estamos muy contentos porque, a) hemos alcanzado las cervezas con gluten y, b) parece que la actuación del señor Auslander ha sido una lata: leía muy rápido y no colocaba ni un chiste. Aclaro que los Pollos Hermanos solo están contentos con el apartado A: lo de Auslander les duele en el alma, a diferencia de nosotros, que nos revolcamos entre risotadas satánicas: así de pirañas somos la gente del espectáculo.
De repente, las diez y media. Llopis y López-Valle salen a escena. Llopis está estupendo: la pasión por el rock, muy bien contada y sin hipérboles. Y López-Valle le da la réplica con las patas encima de la mesa, o sea, con un aplomo de actor metodista. Muchos aplausos. Demasiados. Claro, nos decimos, es que Llopis se ha traído a un grupo de supporters: así cualquiera. ¡Vanas, quiméricas enmiendas! Cuando alguien ha estado bien es que ha estado bien.

Juraría que en este momento hablaba de la REBECA de Enrique Rambal - foto Helena Exquis

Las once: el turno de Dani y Joan Arqué. La cosa va de que Joan está a punto de atracar, pipa en mano, el banco Pastor (gran foto en el ciclorama), y Dani llega y le amonesta, un poco a la manera de Spencer Tracy en La ciudad de los muchachos (referencia pleistocénica para las jóvenes generaciones). Y comienza a contarle lo que le espera si sigue por ese camino de malandra. No vemos su episodio porque nos llevan de nuevo al backstage para ajustar (o eso parece) los maravillosos micrófonos. A los tres minutos nos los cambian. Parece que hay un pequeño problema. Nada, una minucia. De repente (bis) escuchamos una salva de aplausos. Maldición: mucho han de estar gustando Dani y Arqué cuando les aplauden a mitad de función. No, espera: parecen aplausos “de cierre”. Entra el regidor y nos dice que venga, que ya, que nos toca.¿Cómo que nos toca, si no han pasado los veinte minutos? Por lo visto, Dani iba tan lanzado que se ha saltado un cacho. Y (ahora en serio) es una putada, porque tenía quincocientas historias estupendas para contar. Una cosa es chotearse de Auslander, que es un foráneo, pero Dani es un compañero, uno de los nuestros. Que también ha estado bien, pero, conociendo al tipo, no todo lo bien que podía haber estado.

¡A escena, a escena, a escena! Eso gritaba alegremente el pequeño Brandon De Wilde, dando saltos y llamando a las puertas de todos los camerinos, la noche del estreno de The Member of the Wedding, mientras Elaine Stricht (que es quien lo contó en At the Liberty) y el resto de la compañía se mordían las uñas y lo que no eran las uñas. Bueno, pues eso es lo que se siente: te sientes mitad De Wilde y mitad Stricht. Entre la alegría loca y los nervios comeuñas, entiéndaseme.
Suena Days, de los Kinks: así deben retumbar las fanfarrias del paraíso.
Y luego se escucha una grabación de pajaricos.
Comienza En el jardín.
A diferencia de Dani & Arqué, que se han cascado lo suyo a pie firme, nosotros tenemos dos sillas jardineras (de hierro forjado, pintadas de blanco) y una mesa a juego. Sergio Dalma diría que actuar sentados no es actuar, pero desengáñate: estás como un pachá. Señalo otra ventaja a mi favor, en este caso dióptrica: como llevo las gafas de leer no veo los rostros de la bestia de mil ojos, reducida a holograma desenfocado.
Empiezo a leer el arranque del libro (en esta parte hago como que corrijo un texto recién escrito). Silencio. Bien, bien, parece que les tengo atrapados. Hasta que llega el momento en el que han de entrar los timbres: Joan, que llega a la casa y llama, como está mandado. Timbrazos pautados, cada uno con su pie correspondiente. Pero no suenan. No están sonando, amigos. Tranquilo, tú sigue. El silencio crece. No es un silencio rendido: es un silencio de pasmo, porque no se entiende ni una palabra de lo que digo. Y Joan no entra porque no tiene el pie sonoro. ¿Qué está pasando? Pasa que de entre todos los esplendorosos micros a lo Madonna el único que no va es el mío. Te lo juro, pana. Y eso, me explicarán luego, ha provocado que no sonaran los timbres: el técnico de cabina, que tenía que guiarse por mis frases, tampoco ha escuchado ni una palabra.
Irrumpe Joan, con cara de desastre. No sabe como decirme que no se oye un grijo. Pero improvisa: “Vaya jardín más bonito tienes aquí”. Y yo le sigo:
“Mis buenos dineros me cuesta”. Y así una frase y otra.
Y entonces pasa algo sublime: se ríen. Se están riendo.
¿No hay una escena muy parecida en Opening Night, de Cassavetes?
¡La benévola sombra del maestro nos acoge bajo su manto!
Ya no recuerdo que dijimos, pero el diálogo debió de ser gracioso.
Nos sentamos. Una mano entra en mi campo visual y planta en la mesa un micro de alcachofa, un micro venerable, de los de toda la vida, mientras susurra en mi oído estas palabras imborrables:
“El bueno no va. Apáñate con éste”.
Creo recordar que dije algo acerca de las alcachofas que extrañamente florecen en este jardín.
Más risas. ¡Cuanta seguridad da la risa, madre santa!
Así que aparco los papeles. Y sigo improvisando. A fin de cuentas, si alguien se sabe esas historias soy yo: las he contado mil veces. La historia del Fantasma de Canterville, la historia de la función de Rambal, la historia de los caballos volando por el cielo.
Llegamos al momento del brindis. Lingotazo de Chinchón al canto.
“¡Por el impulso!”.
Joan pregunta, yo contesto. Estamos encantados de la vida allá arriba. Tan encantados estamos que Joan me hace saber (a mí y al público, vamos) que el regidor le está indicando de modo vehemente que vayamos chapando. ¿Ya ha pasado media hora?
“Tú fíjate”, le digo, “en la vena del cuello del regidor: cuando se le hinche será el momento de salir por pies”.
Muy profesional no es eso. Pero lo digo. Eso sí, mi último monólogo lo lanzo a una velocidad espídica.
Perdóname, regidor. Seguro que comprendiste lo que estaba pasando. Me sentía poseído por la grandiosa sensación de que aquella noche no había otro sitio mejor donde estar: en el escenario.
Luego salieron a saludar todos los compañeros y brindamos con Chinchón y ofrecimos al público lo que quedaba de la botella. Y los buñuelicos. Muy bien recibido fue todo.
Al día siguiente, me dijeron, "¡Por el impulso!" se había convertido en el brindis oficial de la casa.
Para tí el crédito, Huston.
Lo único que lamenté fue perderme el resto del festival (sobre todo la actuación de Robert Forster), pero tenía estrenos pendientes en Madrid.
Bueno, no lo dije exactamente así. Dije, y sonrío al recordarlo, “tengo teatro en Madrid”.
Antes de despedirnos se habla de repetir “la experiencia”.
Deliramos (mayormente con los Pollos Hermanos) acerca del Tropic Thunder Tour, que recorrería España en un autobús más lisérgico que el de Ken Kesey, repartiendo alegría y enseñanzas para la chiquillería. “Me parece que estáis ya un poco cascados para eso”, dice un salado.
Puede ser, salado, no te digo que no. Pero tú no estuviste allá arriba ni escuchaste las campanadas a medianoche.
Lincoln Duncan sigue cantando en mi oído: Oh what a night! Oh what a garden of delight!
Muchas gracias a todos los que hicieron esa noche posible.

  Comprobando que era Chinchón seco - foto Helena Exquis


 Y aquí va un video del making off del festival, gentileza de Ariadna Cebrián.
 


El hombre que fue jueves: "Una semana con Pasolini" (6/6/13)

Por: | 05 de junio de 2013

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