Pisando tablas - Notas de diario (III): el gran golpe de los Tres Tenores

Por: | 06 de junio de 2013


Brindis de despedida - Por el impulso! - foto María A. Dieguez


Viernes, 3 de mayo. Llegó el gran día. De camino al teatro (ah, qué bien suena eso) desayuno en una cafetería de Aribau y los dioses derraman sobre mí sus dones. He alcanzado la celebridad: el camarero (muy joven, muy moderno, con patillas picudas, pendientito, etcétera) me pregunta si soy Marcos Ordóñez. Estoy a punto de contestar “Depende”, porque nunca se sabe (y porque sobre la estantería de botellas pende una inquietante tranca con la leyenda “Si no pagan me descuelgo”), pero parece buen chico y le digo que sí. Me dice, para mi sorpresa: “No podré ir a la función de esta tarde, pero le deseo mucha mierda”. Pasmadísimo me quedo ante la súbita popularidad, y agradezco el cumplido bajando la mirada cual tímida violeta. (Luego, cuando orgullosamente se lo cuente a los Pollos Hermanos, me informan de que los periódicos han publicado varias fotos de los protagonistas del evento). Salgo de la cafetería a las 9.45: enardecido por la fama (y la responsabilidad que comporta), en un rapto de coraje decido aprenderme el texto. Decisión un poco tardía, lo sé, pero es que anda uno tan liado… Nada, eso me lo aprendo en un pispás. Total, soy yo quien lo ha escrito ¿no?
A las 9,47, en un rapto de lucidez, abandono la idea anterior. Así soy, flexible como el junco. ¡Fuera, fuera memorización! ¡Lagarto, lagarto! Basta pensar en eso para convocar el temible fantasma del bloqueo, blanco como su sábana. Leeré el texto haciendo como que no. O como que sí, sin complejos: fíjate en David Hare, que leyó Via Dolorosa en los teatros de dos continentes y quedó como un señor. Bueno, ya era un señor: ser inglés y además Sir (esto suena capicúa) ayuda mucho. ¿Ya era Sir entonces? Déjate de memeces: lo que importa es que él será tu norte, tu maestro Jedi. Tú piensa en Hare. ¡Y piensa que escribió luego un libro relatando la aventura!
Bajo los esplendorosos plátanos de la plaza Universidad ya flamea como un albatros mi libro futuro: cortito pero intenso. Dudo entre dos títulos posibles: Mi vida en el teatro y Como locas a mi cuello. Suenan las diez en el reloj de la Universidad.

Repaso el plan del día. La tablilla, me digo, sintiéndome teatrerísimo. Vamos a ver. A las 10.30, primer ensayo. La tablilla, reflexiono, dice cuando empieza pero no cuando acaba, a diferencia del siguiente, que será de la una a las dos y media. Malo: a ver cuando comemos. No pienses en eso, piensa en el arte. Tarde libre, aunque los Pollos insisten en que debería ver el stand up de Shalom Auslander. Ni hablar: seguro que es buenísimo. Mejor siestecita reparadora (dos horas), y de vuelta al Muchascés a las 21,30. ¿Por qué? Porque, me dicen, tenemos que estar “concentrados” en el backstage. ¿Concentrados de pensar en la función o concentrados en plan corralito, para que no nos entren deseos de huida? Lo que tú prefieras, chato, me dicen, pero a las nueve y media estate allí como un reloj suizo. Función, de 22.30 a 23.30. Mi reloj marca las diez y veinte cuando emboco la regia entrada del Muchascés. Me hace falta un himno de guerra. Repaso las canciones del móvil. Grandes dudas entre Head Full of Steam, de los Go Betweens, Fight the Power, de los Isley Brothers, y Souljacker Part 1 de los Eels. Clarísimo: la de Mr. E, banda sonora ideal para grandes gestas. Y así entro glorioso en el Muchascés, desoyendo el mensaje del móvil, que me advierte de que la música a tan elevado volumen puede dañar mis tímpanos.

Logo Pollos Hermanos
Los Pollos Hermanos (grandes abrazos, con redoble) están exultantes. Han dormido algo así como tres horas (la fiesta de inauguración acabó a las mil), pero nadie lo diría. Se suceden las presentaciones. Conozco a los otros Yoes juveniles: Joan Arqué, as Young Red Danny Boy, y Daniel López-Valle, as Young Llopis. Mi Yo no ha llegado todavía, porque vive lejos: muy simbólica es la cosa. Basta mirar a Arqué para percatarse de que es un santo varón, pero (me informa) va a disfrazarse de tipo duro, con pistolo impresionante, chupa de cuero y unas botas cocodriláceas (gentileza del propio Dani). A López-Valle ya le conozco. También escribe, y con mucha gracia. Da asco: está lleno esto de jóvenes escritores y escritoras dispuestos a robar el pan de los veteranos (y de los hijitos de los veteranos). Para acabarlo de arreglar, López-Valle parece un cruce entre Johnny Boy (De Niro en Malas calles) y Raúl Arévalo. Comparece, jadeante, Joan Solé (los trenes de cercanías son de lejanías, plan Heidegger)  y compruebo que está pensando (de nuevo) lo mismo que yo: junto a este personal (porque también han llegado Llopis y Dani el Rojo, a los que echaré de comer aparte) vamos a quedar como unas nenazas. Estudiamos seriamente la posibilidad de jugar a tope esa carta e irnos al otro lado de la calle tenebrosa: salir a escena con tutú y cantando a capella Like a Virgin. A juzgar por sus rostros, Miqui y Kiko parecen (durante unos segundos, como mucho medio minuto) salivar (internamente) con la propuesta. Desestimamos los tutuses. ¿Y lo de Like a Virgin? No, aborta, aborta. Nuestra gran baza será el Chinchón eucarístico. Y los buñuelos, no hay que olvidar los buñuelos.

Y… esto… una preguntica: ¿el primer ensayo no era a las diez y media?, inquiero cuando dan las once. Y vuelvo a preguntar quince, veinte, treinta, cuarenta minutos más tarde. Los Pollos Hermanos no tienen la culpa, ángeles míos. Qué van a tener, si están que se desviven por nosotros y por el insano aprisco de escritores y escritoras robapanes que va llegando. Incluso (detalle supremo y conmovedor) se han encargado (¡personalmente!) de comprar el Chinchón (botellonazo) y los buñuelos (dos bolsas: hay presupuesto) en lugar de enviar a un propio (o propia). Lo que está pasando, alcanzo a entender, es que las Raincoats están probando sonido. Y son muy, muy puñeteras. Aquí voy a saltarme las estupendas conversaciones mantenidas con unos y otros entre las once y la una del mediodía porque el amable lector (o lectora) no tiene todo el día ni yo tampoco. A la una comienza el ansiado ensayo, pero (Blame it on Raincoats) no es, ay, “ensayo de texto” sino “ensayo técnico”: o sea, que ensayar, lo que se dice ensayar, poco ensayamos. En una pausa le paso telegráficamente el parte a mi mujer. Dani, impresionante y con un carisma arrollador: se va a llevar la función el muy canalla, eso está clarísimo. Aclaro, para quienes no le conozcan, que Dani parece el resultado de mezclar en una retorta a Wolfman Jack con el personaje de los Soprano que ustedes prefieran. Oriol Llopis (siempre acompañado/tutelado por María A. –¿Antonia? ¿Adelaida?– Dieguez Extremera, legendaria road manager sevillana) es harina de otro costal. Silencioso, reconcentrado. Imposible saber lo que pasa por esa testa que en lo físico evoca, trifásicamente, a Chet Baker, Keith Richards y Lester Bangs. Lo que choca es la voz: opiniones contundentes expresadas en un tono que él mismo califica de “romper a llorar en cualquier momento”. Lo que hará esta noche sobre el escenario es un misterio de consideración. Pasado el parte, me explayo largamente acerca del micro. Modernísimo, de cantante de musicales. No hay que preocuparse por forzar la voz, todo lo contrario: un carraspeo suena como el derrumbe de las murallas de Jericó. Doy una lata grande con el micro, pero es que me hace una ilusión bárbara. Ay, zagal.

Elipsis. Siete de la tarde. Emerjo de mi inveterada siesta de pijama y oración (a los Pollos les dije que tenía muchísimo trabajo) y del brácigo (el brácigo es de mi mujer) nos encaminamos al MuchasCés. En el backstage hay tapitas (bastantes) y cervezas. Las de la capa superior son, indica el rótulo, sin gluten, nadie nos aclara por qué. Informo de que las cervezas sin gluten saben a rayos. Hay que hundir la mano en la nevera hasta pillar las que tienen gluten, lo que nos enseña que quien algo quiere algo le cuesta. Todos estamos muy contentos porque, a) hemos alcanzado las cervezas con gluten y, b) parece que la actuación del señor Auslander ha sido una lata: leía muy rápido y no colocaba ni un chiste. Aclaro que los Pollos Hermanos solo están contentos con el apartado A: lo de Auslander les duele en el alma, a diferencia de nosotros, que nos revolcamos entre risotadas satánicas: así de pirañas somos la gente del espectáculo.
De repente, las diez y media. Llopis y López-Valle salen a escena. Llopis está estupendo: la pasión por el rock, muy bien contada y sin hipérboles. Y López-Valle le da la réplica con las patas encima de la mesa, o sea, con un aplomo de actor metodista. Muchos aplausos. Demasiados. Claro, nos decimos, es que Llopis se ha traído a un grupo de supporters: así cualquiera. ¡Vanas, quiméricas enmiendas! Cuando alguien ha estado bien es que ha estado bien.

Juraría que en este momento hablaba de la REBECA de Enrique Rambal - foto Helena Exquis

Las once: el turno de Dani y Joan Arqué. La cosa va de que Joan está a punto de atracar, pipa en mano, el banco Pastor (gran foto en el ciclorama), y Dani llega y le amonesta, un poco a la manera de Spencer Tracy en La ciudad de los muchachos (referencia pleistocénica para las jóvenes generaciones). Y comienza a contarle lo que le espera si sigue por ese camino de malandra. No vemos su episodio porque nos llevan de nuevo al backstage para ajustar (o eso parece) los maravillosos micrófonos. A los tres minutos nos los cambian. Parece que hay un pequeño problema. Nada, una minucia. De repente (bis) escuchamos una salva de aplausos. Maldición: mucho han de estar gustando Dani y Arqué cuando les aplauden a mitad de función. No, espera: parecen aplausos “de cierre”. Entra el regidor y nos dice que venga, que ya, que nos toca.¿Cómo que nos toca, si no han pasado los veinte minutos? Por lo visto, Dani iba tan lanzado que se ha saltado un cacho. Y (ahora en serio) es una putada, porque tenía quincocientas historias estupendas para contar. Una cosa es chotearse de Auslander, que es un foráneo, pero Dani es un compañero, uno de los nuestros. Que también ha estado bien, pero, conociendo al tipo, no todo lo bien que podía haber estado.

¡A escena, a escena, a escena! Eso gritaba alegremente el pequeño Brandon De Wilde, dando saltos y llamando a las puertas de todos los camerinos, la noche del estreno de The Member of the Wedding, mientras Elaine Stricht (que es quien lo contó en At the Liberty) y el resto de la compañía se mordían las uñas y lo que no eran las uñas. Bueno, pues eso es lo que se siente: te sientes mitad De Wilde y mitad Stricht. Entre la alegría loca y los nervios comeuñas, entiéndaseme.
Suena Days, de los Kinks: así deben retumbar las fanfarrias del paraíso.
Y luego se escucha una grabación de pajaricos.
Comienza En el jardín.
A diferencia de Dani & Arqué, que se han cascado lo suyo a pie firme, nosotros tenemos dos sillas jardineras (de hierro forjado, pintadas de blanco) y una mesa a juego. Sergio Dalma diría que actuar sentados no es actuar, pero desengáñate: estás como un pachá. Señalo otra ventaja a mi favor, en este caso dióptrica: como llevo las gafas de leer no veo los rostros de la bestia de mil ojos, reducida a holograma desenfocado.
Empiezo a leer el arranque del libro (en esta parte hago como que corrijo un texto recién escrito). Silencio. Bien, bien, parece que les tengo atrapados. Hasta que llega el momento en el que han de entrar los timbres: Joan, que llega a la casa y llama, como está mandado. Timbrazos pautados, cada uno con su pie correspondiente. Pero no suenan. No están sonando, amigos. Tranquilo, tú sigue. El silencio crece. No es un silencio rendido: es un silencio de pasmo, porque no se entiende ni una palabra de lo que digo. Y Joan no entra porque no tiene el pie sonoro. ¿Qué está pasando? Pasa que de entre todos los esplendorosos micros a lo Madonna el único que no va es el mío. Te lo juro, pana. Y eso, me explicarán luego, ha provocado que no sonaran los timbres: el técnico de cabina, que tenía que guiarse por mis frases, tampoco ha escuchado ni una palabra.
Irrumpe Joan, con cara de desastre. No sabe como decirme que no se oye un grijo. Pero improvisa: “Vaya jardín más bonito tienes aquí”. Y yo le sigo:
“Mis buenos dineros me cuesta”. Y así una frase y otra.
Y entonces pasa algo sublime: se ríen. Se están riendo.
¿No hay una escena muy parecida en Opening Night, de Cassavetes?
¡La benévola sombra del maestro nos acoge bajo su manto!
Ya no recuerdo que dijimos, pero el diálogo debió de ser gracioso.
Nos sentamos. Una mano entra en mi campo visual y planta en la mesa un micro de alcachofa, un micro venerable, de los de toda la vida, mientras susurra en mi oído estas palabras imborrables:
“El bueno no va. Apáñate con éste”.
Creo recordar que dije algo acerca de las alcachofas que extrañamente florecen en este jardín.
Más risas. ¡Cuanta seguridad da la risa, madre santa!
Así que aparco los papeles. Y sigo improvisando. A fin de cuentas, si alguien se sabe esas historias soy yo: las he contado mil veces. La historia del Fantasma de Canterville, la historia de la función de Rambal, la historia de los caballos volando por el cielo.
Llegamos al momento del brindis. Lingotazo de Chinchón al canto.
“¡Por el impulso!”.
Joan pregunta, yo contesto. Estamos encantados de la vida allá arriba. Tan encantados estamos que Joan me hace saber (a mí y al público, vamos) que el regidor le está indicando de modo vehemente que vayamos chapando. ¿Ya ha pasado media hora?
“Tú fíjate”, le digo, “en la vena del cuello del regidor: cuando se le hinche será el momento de salir por pies”.
Muy profesional no es eso. Pero lo digo. Eso sí, mi último monólogo lo lanzo a una velocidad espídica.
Perdóname, regidor. Seguro que comprendiste lo que estaba pasando. Me sentía poseído por la grandiosa sensación de que aquella noche no había otro sitio mejor donde estar: en el escenario.
Luego salieron a saludar todos los compañeros y brindamos con Chinchón y ofrecimos al público lo que quedaba de la botella. Y los buñuelicos. Muy bien recibido fue todo.
Al día siguiente, me dijeron, "¡Por el impulso!" se había convertido en el brindis oficial de la casa.
Para tí el crédito, Huston.
Lo único que lamenté fue perderme el resto del festival (sobre todo la actuación de Robert Forster), pero tenía estrenos pendientes en Madrid.
Bueno, no lo dije exactamente así. Dije, y sonrío al recordarlo, “tengo teatro en Madrid”.
Antes de despedirnos se habla de repetir “la experiencia”.
Deliramos (mayormente con los Pollos Hermanos) acerca del Tropic Thunder Tour, que recorrería España en un autobús más lisérgico que el de Ken Kesey, repartiendo alegría y enseñanzas para la chiquillería. “Me parece que estáis ya un poco cascados para eso”, dice un salado.
Puede ser, salado, no te digo que no. Pero tú no estuviste allá arriba ni escuchaste las campanadas a medianoche.
Lincoln Duncan sigue cantando en mi oído: Oh what a night! Oh what a garden of delight!
Muchas gracias a todos los que hicieron esa noche posible.

  Comprobando que era Chinchón seco - foto Helena Exquis


 Y aquí va un video del making off del festival, gentileza de Ariadna Cebrián.
 


Hay 4 Comentarios

Un abrazo grande, regidor, y de nuevo gracias por tu paciencia y por tu buen trabajo! Te agradezco mucho tus palabras. Esta es tu casa!

Si, comprendo perfectamente esa "grandiosa sensación" de no querer bajar jamás, y gracias por todo el relato :)

Un gustazo encontrarme con este blog. He disfrutado como un niño leyendo la entrada sobre Parque Chas, donde tampoco he estado nunca aunque a partir de ahora forme parte de mis imágenes. Donde si estuve varias veces es en Villa del Parque, muy cerca de Parque Chas, y también pienso que el sol, ese sol porteño, es el sol de mi infancia, de cualquier infancia, lugar "donde está todo lo que alguna vez se perdió".

Saludos!

Gracias, Margarita. Usted que me ve con buenos ojos.

Es usté grande, señor Ordóñez. Las anécdotas que escribe, aunque sean vividas por usté mismo, se hacen gigantes cuando se leen.

Marga

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Teatro, Literatura, Cine, Música, Series: arte en general. Lo que alimenta, lo que vuelve. Crónicas, investigaciones, deslumbramientos. Y entrevistas (más conversaciones que entrevistas). Y chispazos, memoria, dietario, frases escuchadas al azar (o no). Y lo que vaya saliendo.

Sobre el autor

Marcos Ordóñez

Marcos Ordóñez. Escritor, periodista, profesor. Cada sábado escribe en Babelia la sección PURO TEATRO y, cada jueves, en Cultura, EL HOMBRE QUE FUE JUEVES. Intento escribir sobre lo que me da vida. Ultimos libros publicados: Turismo interior (Lumen, 2010), Telón de fondo (El Aleph, 2011), Un jardín abandonado por los pájaros (El Aleph,2013).

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