Un sueño dylaniano

Por: | 22 de octubre de 2013

Carmen Amaya - foto de Colita


Estoy en Mérida con Paco Suárez. Cruzamos el puente, rumbo a su casa, al otro lado del río. Paco es gitano. Y toda su familia, por supuesto. Familia gitana, familia de artistas: teatro, cante, música y baile. Entre el jamón y el cocido hablamos de Dylan. Me pregunta si he escuchado Another Self Portrait, la antología de maquetas y cortes inéditos de una de sus épocas mejores y menos valoradas, cuando cantaba, dice Paco, como un pájaro libre y alegre. Le digo que el doble disco (seguimos llamando así a los cedés) tiene tomas alternativas formidables, pero la mayoría me parecen demasiado desnudas: me gustaban más después de pasar por la producción de Bob Johnston que tanto criticaron en su día.
De golpe estamos hablando de Went to see the Gypsy, uno de los temazos de New Morning, y eso nos lleva al gitanismo de Dylan, muchas veces proclamado y comentado. Porque se puede ser judío y tener sangre gitana, dice Paco. Y, desde luego, añade, su forma de entender la música y la vida es gitanísima. María, la mujer de Paco, tercia con un argumento rotundo. Cuenta que años atrás trabajaba en el restaurante de un hotel extremeño. Dylan, de gira por España, recaló allí.
“Yo no sé si es o no es, Paco”, dice, “pero lo que es cierto es que aquella noche me miró como un gitano”.
Vuelvo al hotel y escucho de nuevo Went to see the Gypsy en las dos versiones y las dos me parecen espléndidas.
Se me ocurre un pequeño cuento . Lo escribo antes de que se me olvide y se lo dedico a Victoria Bermejo, que también es gitana.
Tras una gira europea, Dylan está alojado en el Waldorf Astoria. Una noche, muy borracho, sube en el ascensor y de repente se encuentra en una planta que no le resulta familiar. La moqueta, los motivos florales del empapelado, los apliques en forma de tulipa que dan una luz amarillenta, todo le parece sorprendentemente pasado de moda, como de otra época. Echa a andar. Sobre una mesa esquinera hay un ejemplar del New York Times. Las hojas son más grandes de lo habitual, y también es distinta la tipografía. En la portada, una fotografía del presidente Roosevelt en silla de ruedas. A Dylan le tiembla un poco la mano cuando advierte la fecha: 12 de noviembre de 1941.
Percibe entonces un aroma inusual a pescado frito. Y escucha un lejano sonido de palmas y guitarras. Dobla la esquina, que se abre a otro pasillo interminable, al final del cual hay una puerta entreabierta de la que parecen brotar el aroma y la música.
En lo alto de la puerta, un rótulo en letras doradas: Imperial Suite.
Un hombre delgado y muy moreno, de rostro anguloso y cabello planchado, le franquea el paso. Dylan entra en la habitación. Por las ventanas abiertas penetra el frío húmedo del Hudson, pero la habitación parece flotar en una nube de humo. Es difícil precisar sus dimensiones. Calcula que allá adentro debe de haber una treintena de personas, hombres y mujeres que ríen, cantan, bailan y tocan guitarras españolas. Una muchacha de cabello negro y ojos brillantes pone en sus manos una botella de vino tinto, de la que Dylan pega un buen trago. Es un vino rojo, espeso y dulce. En el centro de la sala arden los restos de una mesilla de noche despedazada, sobre la que han colocado un somier donde se asan hileras de sardinas plateadas y humeantes. Muchos años más tarde reconocerá, en una película, a la mujer que en su sueño le llamó a su lado, tras el fuego, sentada en un gran sillón que recordaba un trono: era española y se llamaba Carmen Amaya.
Dylan se suma a la fiesta, y bebe, y ríe, y toca la guitarra con ellos hasta el amanecer.
Poco antes de que salga el sol, la reina de los gitanos le cuenta un secreto.
Al día siguiente, despierta en su habitación. Ha olvidado todo, menos el secreto.






Carmen Amaya en el Village Gate

(Gentileza de Gómez Gufi)

Hay 7 Comentarios

¡Gracias, Elisa! Un abrazo.

Hay veces que en sus palabras también brotan aromas y músicas. ¡Gracias

Si señor, brindemos.

El idioma penetra por vía intravenosa y le llaman duende.
Gran abrazo, Jaime. Brindemos por el duende!

Hola, Jaime. El secreto penetró por vía intravenosa y por un lenguaje sin palabras: el duende. Gran abrazo.

Y el secreto le perseguirá, como una maldición, ya que buscará a entenderlo, pero solo recuerda palabras dichas por una reina, en un idioma que no es el suyo, entre quejíos, palmas y zapateaos, una noche de luna, en un hotel de Nueva York.

Lo de la "mesilla de noche despedazada, sobre la que han colocado un somier donde se asan hileras de sardinas plateadas y humeantes" en el Waldorf Astoria ,no lo mejora ni David Lynch....

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Sobre el blog

Teatro, Literatura, Cine, Música, Series: arte en general. Lo que alimenta, lo que vuelve. Crónicas, investigaciones, deslumbramientos. Y entrevistas (más conversaciones que entrevistas). Y chispazos, memoria, dietario, frases escuchadas al azar (o no). Y lo que vaya saliendo.

Sobre el autor

Marcos Ordóñez

Marcos Ordóñez. Escritor, periodista, profesor. Cada sábado escribe en Babelia la sección PURO TEATRO y, cada jueves, en Cultura, EL HOMBRE QUE FUE JUEVES. Intento escribir sobre lo que me da vida. Ultimos libros publicados: Turismo interior (Lumen, 2010), Telón de fondo (El Aleph, 2011), Un jardín abandonado por los pájaros (El Aleph,2013).

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