Excedente de vulgaridad

Por: | 13 de noviembre de 2013

Measure-for-measureDe los muchos prejuicios que nos dificultan la percepción de una obra artística quizás el más enojoso es el que podría llamarse “excedente de vulgaridad”, que atribuimos al escritor o intérprete “demasiado” popular para nuestro gusto, o que emborrona su estilo (o así lo parece) con aparentes pinceladas de brocha gorda, sean formales, ideológicas, de carácter, etc. No es fácil pasar por encima (o a través) de ese excedente para abrazar la energía y la calidad del artista, ni concluir, a menudo, que la presunta vulgaridad es una toma de tierra que le conecta con la realidad, o un motor que facilita la comunicación con el público. En suma, que lo que consideramos “vulgar” es indiscernible de su arte y que el concepto mismo de vulgaridad depende en gran medida del aire de su tiempo.

Si lo observamos con detenimiento, acabamos deduciendo que el prejuicio no es propio sino plural, y no nos gusta encontrarnos en el mismo saco de los esnobs, del mismo modo que hay manías personales que nos parecen extravagancias encantadoras o incluso señas de identidad, cultivadas en soledad durante años, pero nos resultan insoportables al advertirlas en el comportamiento ajeno.
El saco de los esnobs nunca es muy grande, pero sus prejuicios (que a veces son los nuestros) pueden hacer mucho daño, como se lo hicieron al mismísimo Shakespeare, aunque ahora nos cueste creerlo.
En vida, Shakespeare fue adorado por patricios y plebeyos, pero tres siglos más tarde no eran pocos los presuntos inteligentes (Bernard Shaw, por ejemplo) que lo consideraban “obsoleto y primitivo”.
Peter Brook cuenta que cuando se hizo cargo, a mediados de los cincuenta, del teatro de Stratford, se encontró con que determinadas obras de Shakespeare hacía mucho tiempo que no se representaban: alguien había decretado que el “excedente de vulgaridad” de Medida por medida era una mezcla de sexo e inframundo (demasiados macarras y prostitutas) o la violencia (demasiada sangre) en Tito Andrónico, de la que llegó a decirse que no podía haberla concebido el exquisito bardo. 
El excedente de vulgaridad en Romeo y Julieta era, claramente, el vigoroso, salaz y malhablado Mercutio, pero también el anhelo erótico que impulsaba a los protagonistas: era costumbre en aquellos días que a Julieta la interpretara una actriz consagrada, de edad no inferior a cincuenta años, y el selecto público de Stratford se escandalizó ante los fogosos abrazos de los amantes de Verona, encarnados, por primera vez en mucho tiempo, por dos adolescentes, como pide el texto.
En una carta de Raymond Chandler he encontrado estas frases, que me parecen muy certeras: “Shakespeare sabía que sin algo de vulgaridad no hay un hombre completo. Seguro que odiaba el refinamiento como tal, porque siempre es una retirada, una forma de encogerse, y él era demasiado duro para encogerse ante nada”. Ahora recuerdo que cuando un personaje le reprocha a Marlowe (Philip, no Christopher) una grosería, el detective replica: “Es mi toque shakesperiano”.
A propósito de Shakespeare: hay que tener muy buen gusto para abrazar gozosamente el (presunto) mal gusto y convertirlo en una fuerza, como hizo Cole Porter en esta pequeña joya de Kiss Me Kate.

 

Hay 3 Comentarios

Qué actuación genial, aunque a muchos nos vendría bien una sinopsis al menos de lo que dicen entre el Shakespeare & Shakespeare, lo único, que entendemos.
Gracias con admiración, como siempre

Si el autor es un verdadero artista, la vulgaridad que aparezca en su obra nunca será vulgar, como en el mismo caso de Shakespeare, a quien, por cierto, Goethe envidiaba porque se había podido permitir "vulgaridades" que la burguesía alemana de hacia 1800 no habría tolerado..

Por regla general una obra innovadora está sometida al tiempo, por lo tanto, cuando ha pasado un tiempo desde su irrupción esplendorosa, casi por obligación se convierte en vulgar o fuera de lugar. ¿Es esa una ley de vida? ¿Es necesario que todo aparezca con luces rimbombantes y luego caíga en el desprecio? No debería, pero la fuerza de la crítica y de la envidia a veces, hace imposible mantenerse en la cúspide.
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Bulevares Periféricos

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Marcos Ordóñez

Marcos Ordóñez. Escritor, periodista, profesor. Cada sábado escribe en Babelia la sección PURO TEATRO y, cada jueves, en Cultura, EL HOMBRE QUE FUE JUEVES. Intento escribir sobre lo que me da vida. Ultimos libros publicados: Turismo interior (Lumen, 2010), Telón de fondo (El Aleph, 2011), Un jardín abandonado por los pájaros (El Aleph,2013).

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