Teatro, Literatura, Cine, Música, Series: arte en general. Lo que alimenta, lo que vuelve. Crónicas, investigaciones, deslumbramientos. Y entrevistas (más conversaciones que entrevistas). Y chispazos, memoria, dietario, frases escuchadas al azar (o no). Y lo que vaya saliendo.
Marcos Ordóñez. Escritor, periodista, profesor. Cada sábado escribe en Babelia la sección PURO TEATRO y, cada jueves, en Cultura, EL HOMBRE QUE FUE JUEVES. Intento escribir sobre lo que me da vida. Ultimos libros publicados: Turismo interior (Lumen, 2010), Telón de fondo (El Aleph, 2011), Un jardín abandonado por los pájaros (El Aleph,2013).
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“Escribo sobre la gente corriente. Escribo sobre la terrible y maravillosa vida. Escribo sobre los pobres, los ignorantes, las víctimas de la sociedad: mujeres, especialmente. Los nazis odian mis obras. Cuando Cuentos de los bosques de Viena se estrenó en Berlín, un crítico nazi dijo que ni siquiera un público integrado por negros podría ver la función sin protestar. Los partidos de izquierda, por su parte, me acusan de pesimismo. Dicen amar a la gente, pero no la conocen. Yo la conozco. Sé como somos los humanos, con todas nuestras mezquindades, nuestra ignorancia. Y amo a la gente”.
Así hablaba Ödön von Horvath, el último austrohúngaro (con permiso de Berlanga), el rey de la cerveza amarga, uno de los dramaturgos más singulares del siglo pasado, hijo espiritual de Schnitzler, primo hermano de Brecht y tío abuelo (también espiritualmente, claro) de Fassbinder, de Peter Handke (su principal reivindicador) y Franz Xaver Kroetz, entre muchos otros.
Estaba escribiendo la columna de este jueves cuando Horvath me ha vuelto: he caído en la cuenta de que el personaje de Lena Dunham en Girls se llama, precisamente, Hannah Horvath. No creo, como cuento ahí, que sea una simple coincidencia: Lena Dunham había devorado las películas de Fassbinder en la universidad y, pez que se muerde la cola, Fassbinder proclamaba siempre su adoración por Horvath. También pienso que la estructura fragmentaria de Girls y su tono, esa mezcla soberbia de humor y desolación, están muy cerca de las obras del autrohúngaro. Y que Horvath suele volver en tiempos de crisis extrema, de desconcierto y desesperanza: Alfonso Lara y su compañía - Inma Isla, Juan Antonio Molina, Raquel Guerrero, Micaela Quesada, Manuel Brun y David Sánchez - han girado por toda España (con recalada final en el teatro Fernán-Gómez) El divorcio de Fígaro, una de sus piezas menos representadas: bravo por ellos, porque, que yo sepa, hacía mucho, demasiado tiempo, que no se montaba aquí una obra suya.
Diría que su primer estreno en España fue hace casi treinta años. En marzo de 1984, Cuentos de los bosques de Viena, una de sus más sagaces radiografías del huevo de la serpiente que estaba creciendo en Austria (y en Alemania, por supuesto), se presentó en el Español de José Luis Gómez, dirigida por Antonio Larreta, con espléndido reparto, encabezado por José Bódalo, Cándida Losada, Encarna Paso, Ana Marzoa, Pep Munné y Juan Echanove.
En 1992 vi la función en Bobigny, en el Festival d’Automne: Legendes de la fôret viennoise, un montaje de André Engel, con la gran Nathalie Richard en el rol de Marianne. Recuerdo el sorprendente invento de la puesta: las gradas giraban a ritmo de vals, como carrozas de feria, para seguir a los protagonistas a lo largo de una calle, para plantarnos ante una feria popular en Wachau, en el valle del Danubio, o ante un café nocturno.
Al año siguiente, Calixto Bieito estrenó Kasimir y Karoline en la sala Beckett, con Chantal Aimée, Luciano Federico, Roser Camí y Pilar Rebollar, entre otros. Una verdadera joya, humilde y tallada a mano; uno de los mejores montajes de su carrera. Y al otro, en 1995, Pep Munné logró al fin montar, en versión catalana, Contes dels boscos de Viena, en el Condal barcelonés. Llevaba años queriendo dirigirla, desde que la interpretó con Larreta, y perdió hasta la camisa, porque invirtió sus ahorros y el espectáculo, muy irregular, no funcionó en taquilla: la protagonizaba junto con Silvia Sabaté, Enric Arredondo, Teresa Cunillé y Martí Peraferrer, en los principales papeles.
Pasaron diez años y creo que lo último que vi aquí de Horvath fue un espléndido montaje, también en catalán, de Amor, Fe i Esperança (también llamada Fe, Esperanza y Caridad), dirigido por Carlota Subirós, en el Mercat, con Clara Segura, Jordi Collet, Ángels Poch, Jordi Banacolocha, Muntsa Alcañiz, Ernesto Collado y Xavier Ripoll: un espectáculo que recordaba la negritud y la poesía del primer Kaurismaki, el Kaurismaki de La chica de la fábrica de cerillas.
(Recién publicada esta entrada, el director aragonés Mariano Anós me informa de que montó Fe, Esperanza y Caridad a principios de los ochenta, con el Teatro de la Ribera, presentada en el extinto Festival de Sitges).
Antes del montaje de Carlota Subirós, cada vez más fascinado por el austrohúngaro, vi en Londres una obra (Tales from Hollywood, de Christopher Hampton) centrada en su personaje, pero antes de hablar de aquella función memorable he de hablar de los últimos años de Horvath y su insólita muerte.
Cuando los nazis llegaron al poder, Horvath fue calificado de autor “decadente, peligroso e inmoral”. Sus libros fueron quemados, sus obras prohibidas. Amenazado de muerte, comienza un exilio que le llevará a Budapest, Checoeslovaquia y Viena, donde escribe en un café frecuentado exclusivamente por enanos de un circo próximo. Un periodista le pregunta el motivo. Horvath contesta: “Porque hasta ahora no he conocido a ningún enano nazi”.
En 1938, al día siguiente de la anexión de Austria por el Reich, huye a París. Aquel año, una vidente le había dicho: “Hay una cita en París, una cita decisiva para usted. Pero, sobre todo, evite los bosques”. El escritor llega a la capital francesa para entrevistarse con Robert Siodmak, que le ha propuesto adaptar al cine su novela Juventud sin Dios y marchar juntos a Hollywood. La tarde del 1 de junio, víspera de su partida, va al cine, solo, para ver Blancanieves y los siete enanitos, de Disney, que acaba de estrenarse. A la salida, una tormenta se abate sobre los Campos Elíseos. Un rayo cae sobre un castaño y una de sus ramas aplasta a Von Horvath, que muere a las puertas del teatro Marigny, a los 37 años. En la habitación de su hotel encontraron, sobre la mesa, dos vasos de vino tinto y el comienzo de una novela, Adieu Europa, cuya primera línea decía: “Un poeta emigró a América”.
En 1983, Christopher Hampton, su principal defensor en la escena inglesa, traductor de varias de sus comedias, le prolongó la vida. En Tales from Hollywood, que estrenó el gran Michael Gambon, y que yo vi en 2001, en la Donmar Warehouse, en un montaje de John Crowley cuyo decorado era el fondo de una piscina vacía, Horvath no muere en París. Esquiva el árbol fatal y llega a Los Ángeles para convertirse en el testigo fatigado e irónico de un mundo en el que Lion Feutchwanger juega al tenis con Harpo Marx, Weissmuller enseña a nadar a Thomas Mann y Brecht solo piensa en amontonar dólares.
Recuerdo a Horvath, interpretado por Ben Daniels, bebiendo vino caliente en un pequeño bar del Strip, y diciendo, con una sonrisa de niño maravillado: “Siempre amé lo extraño, lo inacabado, lo indeciso. Las supersticiones, el plástico, las religiones baratas, las calles sin salida, las sonrisas de los desesperados, las falsas sirenas, las amistades sin fundamentos, los placeres del nomadismo. Por eso, apenas aterrizar en Los Ángeles, supe al fin que había llegado a casa”. Horvath goza, pues, de un aplazamiento de la sentencia, para acabar descubriendo que la tierra de la libertad está incubando otro huevo de serpiente: Hampton le mata definitivamente haciendo que se parta la cabeza contra el fondo de la piscina justo cuando McCarthy y sus cuervos comienzan a extender las garras sobre un Hollywood de sueños imposibles.
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