El señor Layton (una conversación con Carlos Hipólito)

Por: | 20 de marzo de 2014

William Layton - foto Fernando Suárez

Estoy releyendo ¿Por qué? Trampolín del actor, la recopilación de textos y ejercicios teatrales que William Layton publicó en 1990, y caigo en la cuenta de que el pasado mes de diciembre se cumplió el centenario de su nacimiento. Profesor, actor, director de escena, traductor y dramaturgo, era americano, de Kansas. Estudió en Nueva York, en la American Academy of Dramatic Arts y la Neighborhood Playhouse, donde se formó en las enseñanzas de Stanislavsky bajo la tutela de Sanford Meisner, uno de los heterodoxos del Actors Studio. Llegó a España a mitad de los cincuenta, de la mano de su amigo Agustín Penón, el primer gran investigador lorquiano. En Mérida, contaba, quedó deslumbrado por la forma de escuchar en escena de Mary Carrillo, que protagonizaba La alondra, de Anouilh, en el montaje de Tamayo. En aquel festival descubrió "que los actores españoles eran capaces de esfuerzos titánicos pero se aburrían con el trabajo continuado". En 1959 se instaló en Madrid y creó el primer "laboratorio de actores" de este país, junto a Miguel Narros y Betsy Berkley. Cuarenta años más tarde, varias generaciones de actores y actrices habían profundizado (e incluso revolucionado)  su manera de interpretar gracias a él. En 1995, aquejado de una sordera casi absoluta y con dificultades de movilidad, Layton se suicida "para no ser una carga", según escribió en su nota de despedida.
Me entran ganas de saber más cosas sobre el maestro americano. Llamo a Carlos Hipólito, que fue discípulo suyo desde muy joven. Me responde con su pasión y su cordialidad habituales.

“¡Me encanta hablar sobre el señor Layton! Todavía hay gente que no sabe lo importantísimo que ha sido para el teatro de este país. Yo tuve la enorme suerte de que me formara cuando empezaba a dar mis primeros pasos como actor, a los dieciocho años, o sea, en el mejor momento y con el mejor pedagogo imaginable. Empezar con él fue un regalo. Yo me siento un privilegiado, y creo que todos los que aprendieron con él te dirán lo mismo. Tú sabes que Layton, Narros y Betsy Berkley crearon el TEM (Teatro Estudio de Madrid), cuya primera promoción se presentó en 1964 con Proceso por la sombra de un burro, de Dürrenmatt, que dirigió un jovencísimo José Carlos Plaza.
Lo que viene ahora parece una sopa de letras. Yo empecé a recibir clases diez años más tarde en el TEI (Teatro Experimental Independiente), que había nacido en 1968 como una escisión del TEM, y a su vez se convertiría en el TEC (Teatro Estable Castellano). Estas clases eran un poco itinerantes. Comenzaron en la sala del TEI, el Pequeño Teatro de la calle Magallanes, que tenía un aforo para setenta personas, pero las butacas se podían quitar y así ampliaban espacio. De ahí pasamos al estudio de danza de Karen Taft, en Libertad 15, donde también enseñaba movimiento Arnold Taraborelli, americano como Layton, de Filadelfia, y se ensayaban las funciones del TEI. Más tarde se creó el Laboratorio Layton, que empezó, si no recuerdo mal, en las salas de ensayos del Español y luego en Carretas 14, que fue cuando me desvinculé un poco, por razones de trabajo, pero siempre que podía volvía para seguir aprendiendo.
Mi debut profesional fue en Así que pasen cinco años, dirigida por Miguel Narros, en el 78. Hacer dos funciones diarias me parecía algo extraordinario. En esa época ya eran el TEC, con un equipo de dirección formado por Narros, José Carlos Plaza, Layton y Taraborrelli. Narros y Plaza solían firmar los montajes, y Layton y Taraborrelli colaboraban siempre en la dirección. Eran todos estupendos, pero el señor Layton, como le llamábamos todos, era extraordinario. Era un maestro y un sembrador.
Ahora se llama maestro a cualquiera, pero hay muy pocos que lo sean de verdad.
Lo primero que llamaba la atención era su aspecto. Muy elegante, con una gran autoridad. Ojos penetrantes, de halcón. Y una voz grave, preciosa, persuasiva. No sólo revolucionó el arte de la actuación en España sino que nos hizo ver muy claramente los vínculos, los legados. Nos enseñó de dónde veníamos. Nos dijo que había una serie de actores que eran nuestros mayores: nunca habían pisado una clase, pero eran los mejores maestros que podíamos tener. Y eso no es habitual. Lo habitual es pretender borrar todo lo anterior, sobre todo si quien lo dice es extranjero. Hay muchas escuelas que desprecian lo que hacen los otros, como si fueran los únicos poseedores de la verdad teatral. Y él era todo lo contrario, un hombre de una generosidad inmensa, constante. Llegaba entusiasmado y nos decía “Tenéis que ir corriendo a ver lo que hace Berta Riaza en esa función. Está haciendo exactamente lo que yo os pido que hagáis”. Adoraba a Mary Carrillo, a Berta Riaza, a las Gutiérrez Caba. A Irene la dirigió en el monólogo de La más fuerte, de Strindberg, y fue una absoluta maravilla. Debería pasarse en cualquier escuela, porque es una lección magistral de actuación.

Carlos HipólitoEl señor Layton me enseñó lo que yo llamo los “principios fundamentales”, empezando por el acercamiento al texto. Te hacía descubrir, línea a línea, lo que el personaje callaba. Decía: “Si un texto está bien escrito, detectarás no sólo lo que el personaje dice sino lo que decide no decir, que es mucho más importante, porque es lo que le define y le hace realmente interesante. Pero no siempre es fácil verlo”.
Otro día nos dijo: “Muchos actores tienen la tendencia a querer contar todo el personaje, a “ilustrarlo”, y entonces la interpretación se vuelve redundante. No hay que “explicar”, ni olvidar que el público también piensa. No solo te han de escuchar y han de conmoverse: han de pensar contigo, y preguntarse qué estás pensando”.
Combinaba de una forma increíble el ahondar en la psicología del personaje con un absoluto sentido práctico acerca de cómo tenía que manejarse un actor en el escenario. En una de las primeras clases yo estaba haciendo – o destrozando, imagino- un monólogo de Hamlet cuando de pronto me paró y me dijo: “Carlitos, cuando miras a la derecha ¿qué ves?”.
Yo me puse estupendo y le dije: “Pues yo veo las colinas de Elsinor, y un cuervo que se posa en un palo y que me recuerda a mi padre”, un rollo por el estilo, y él me contestó: “No, Carlitos, si miras a la derecha lo que ves es al utilero comiendo pipas. Que tú te creas el personaje y estés intentando vivirlo de una forma muy sincera no quiere decir que te abstraigas de la realidad que te rodea, porque estás en un escenario rodeado de técnicos que hacen cosas, y has de intentar que eso no te distraiga pero no ignorándolo sino asumiéndolo”. Aquel día yo pensé: “Este hombre no solo enseña cosas muy profundas, sino que por encima de todo tiene una toma de tierra fuera de serie”.

Tenía el orgullo de quien sabe que sabe, pero en el fondo era muy humilde: “Hay mucha gente que dice que yo soy el que ha traído el Método a España", decía. "Se equivocan, porque el Método no existe. ¿Qué es el Método? Es ponerle nombre al sentido común. El Método no existe porque hay tantos métodos como actores. Cada uno de vosotros encontrará su propio método a través de lo que aprenda aquí conmigo, de lo que aprenda en otra escuela y, sobre todo, en el escenario. Fijaos en que dos actores que hayan estudiado en la misma escuela nunca trabajan de la misma manera. Incluso un mismo actor, por sus circunstancias vitales, nunca prepara del mismo modo los personajes: depende de si lo hace en primavera o en invierno, si ha tenido una enfermedad o está sano… siempre hay mil variables”. Enseñaba siempre a relativizarlo todo, a no poner grandes mayúsculas a las cosas.  

Era muy sabio y muy preciso. Nunca se iba por las ramas. Siempre decía que abordar las cosas “en general” no sirve de nada ni significa nada, que todo ha de ser concreto. Me dio una serie de instrumentos que me ayudaron mucho. Gracias al señor Layton yo he logrado arrancar una emoción en el escenario concentrándome en un objeto, porque te enseñaba a tener una relación emocional con tu entorno. Te decía: “No es lo mismo si miras una pared del decorado que si miras un sillón, porque cada cosa tiene su sentido y su significado”. Cuando hice la serie Desaparecida agradecía cada día haberle conocido, porque tenías que mostrar emociones a flor de piel durante montones de secuencias. Mi personaje estaba al límite: primero vivía el secuestro y después el asesinato de su hija. Eran catorce capítulos, pero el personaje pasaba veinticinco días durísimos, y había que atrapar y mantener la emoción, no tenía ni un momento de descanso. Y para hacer eso hay que concentrarse en lo pequeño, en lo específico. El día en que me tocó rodar el momento en que me comunicaban su muerte no pensé en mi propia hija ni me llevé de casa una foto suya. Cuando estaba a punto de empezar la secuencia tomé un objeto del decorado, un objeto del personaje de mi hija, y me dije "Ella no volverá a tocarlo nunca más". Y rompí a llorar.

Había otro aspecto sorprendente en el señor Layton. Llevaba muchos años en nuestro país y dominaba el castellano escrito, porque hizo muchísimas traducciones, pero seguía hablando un castellano americanísimo, un spanglish que no siempre era fácil de descifrar. Para acabarlo de arreglar, una granada le dejó sordo en Iwo Jima. Mucha gente me preguntaba: “¿Este hombre cómo puede enseñar y dirigir?”. No me creían cuando les decía que tenía una capacidad de observación y de escucha que rozaba lo paranormal. Escuchaba con la mirada. Estudiaba la colocación del cuerpo y siempre sabía si estabas en el tono adecuado. Y lo que decía coincidía plenamente con lo que habían advertido los otros directores del equipo.
Como maestro y como director tenía una paciencia infinita. Cuando un actor no entendía algo, él iba a lo más básico para ayudarle a llegar al lugar donde quería llevarle. Si el actor no había hecho el trabajo inicial por su cuenta, hacía todo el proceso con él desde el principio. Ser paciente es una forma de ser respetuoso. Y sabía dirigir a cada uno de una manera diferente: esa es una de las mayores cualidades de un director.

Carlos Hipólito y José Pedro Carrion en LARGO VIAJE HACIA LA NOCHEHubo dos épocas en mi relación con él. La primera fue en las clases; la segunda, en el escenario. En el TEC hice La señora tártara, de Nieva, el Don Carlos de Schiller y Largo viaje hacia la noche, de O’Neill. Dirigían Narros o Plaza pero, como te decía antes, Layton siempre estaba allí, y te ayudaba a desmenuzar cada escena. En esa segunda etapa se fue forjando una amistad, porque en los ensayos hay muchos tiempos muertos y yo tuve la suerte de poder hablar mucho con él de la vida y del oficio.
Podía ser lacónico, muy cowboy. Y duro: había sido marine y eso marca. Respetuoso siempre, pero duro. Detestaba la sensiblería. Bajo esa capa inicial de rudeza había un hombre emotivo y cercano.
Yo guardo como oro en paño una tarjetita que me hizo llegar al camerino del Español después de una función de Largo viaje, y se me saltan las lágrimas cada vez que la veo. Decía: “Carlitos ¿puedo traer a mis alumnos del Laboratorio para que te vean y aprendan lo que es escuchar en el escenario?”. Y por si fuera poco, en el otro lado había escrito: “Sociedad de Admiración Mutua. Tu amigo, Guillermo”.
 
Me enseñó una manera de estar en este oficio.
Me enseñó a valorar la disciplina, el respeto por el trabajo, por el escenario, por el público. A no ceder nunca a lo fácil, a exigirte. A superarte siempre, pero sin compararte con nadie. Decía: “Nunca hay que buscar ser más que otro. Eso es absurdo, no lleva a ninguna parte. Has de compararte con tu anterior trabajo. Si intentas ser mejor que otro estás abocado al fracaso, porque siempre habrá alguien que diga que el otro es mejor que tú, y eso te hundirá. No hay que competir”.
Me puso en guardia contra la facilidad: “Hay actores a los que todo les resulta muy sencillo. El director les dice algo, lo pillan al vuelo y lo actúan. Eso es estupendo, pero corren el riesgo de creer que con resolver lo que el director les pide ya vale. Siempre hay que estar vigilante, porque la búsqueda no termina nunca”.
Después de un ensayo Largo viaje hacia la noche me dijo algo que he intentado seguir a rajatabla: “Carlitos, el mejor trabajo es el que no se nota. Ojalá que el público que te vea actuar no piense nunca “qué buen actor es”. Has de intentar que al escenario no salga el actor, sino que el público vea siempre al personaje y que se lo crean. Al acabar, si quieren, que piensen en lo bueno que es el actor, pero no durante. No salgas a hacer un alarde de facultades. Nunca hay que “mostrar” el trabajo. El espectador ha de pensar “qué sencillo lo hace, qué fácil parece resultarle”, por mucho que te haya costado hacerlo. Si te dicen eso es que lo has hecho bien. En escena jugamos a ser otros, y cuando uno juega, aunque se canse, se cansa a gusto”.   

Han pasado muchos años pero sigo pensando en él.
Estoy ensayando y me digo: “¿Y esto le gustaría al señor Layton?”. O: “¿Qué diría el señor Layton de esto?”.
A veces me imagino que está en el patio de butacas viendo la función y que luego me dice: “Carlitos, te creerás que hoy has toreado muy bien, pero has estado tocando el violín”. Pienso que siempre estará ahí, porque lo llevo dentro. Todo lo que me dijo lo apunté con el rotulador gordo: eran enseñanzas para el teatro y para la vida.
No me dio muletas para andar sobre un escenario: me dio las piernas. Gracias, señor Layton".

foto de William Layton: Fernando Suárez
foto de Carlos Hipólito: Jean-Pierre Ledos

Hay 13 Comentarios

Como Laytoniana. Como discípula de discípula del Maestro, Macarena Pombo, de quien me lleno la boca para también llamar Maestra, y a quien hemos perdido recientemente dejando otro gran agujero negro. Como Como Actriz y como persona: Gracias. A Carlos Hipólito y a ti, Marcos.

¡ que emocion¡ Hace años, en la feria del libro de Madrid me acerque a la caseta donde firmaba Marcos, estuvimos hablando de teatro y le sugerí precisamente que publicase algo, sobre la importancia que habia tenido y sigue teniendo Layton en el teatro español. En los años 1.991-1.992, fui alumno de Layton dos años.dabamos las clases en la calle barquillo nº 30, 0 32, era una buhardilla de Narros. puedo decir tantas cosas, y siempre de admiracion y gratitud. Mi primera gran recuerdo fue ver en el San Juan Evangelista el montaje que hizo TEI de " Terror y miseria del III Reich" de B. Brech. Creo que unos de sus más señalados montajes fue " Historia del Zoo" en el Pequeño Teatro. con Plaza y con el gra Antonio LLopis. ¡¡que grandisimo actor ¡¡¡ Era un profundo conocedor de Chejov y otro gran montaje suyo fue Tio Vania. No se ha mencionado pero un gran acontecimiento teatral en Madrid a primeros de los años 60 fue su primer montaje de Historias del Zoo con un jovencisimo Juan Margallo.Soy abogado y en mi despacho profesional tengo una foto muy visible de Layton. Es mi recuerdo y homenaje continuo hacia esa gran persona.

rt

Recordamos a William Layton. Y mucho. Especialmente aquellos que asistimos a aquellos comienzos. Hipólito cita a la Sala Magallanes, pero había mas lugares, por ejemplo el San Juan Evangelista, donde yo vi el "Proceso"(año 69, tengo el programa en la mano, Jose Carlos Plaza tenía dos papeles, Trinidad Rugero cuatro..), "La boda del hojalatero" y "En la sombra del valle" en el 70. También está el teatro Lara, donde el "Cándido" marcó época ( recuerdo aún la interpretación de Chema Muñoz). Curiosamente en el programa de mano (modesto) no figuraban los nombres de los artistas, solo el músico (Victor Manuel), el coreógrafo (Taraborelli) y poco mas.Cándido es del 76. Creo que por esta época rodó Bardem "El puente", quizá la primera gran película del gran Alfredo. En su viaje a la playa pasaba unas horas con un grupo de cómicos (los que hicieron Cándido poco tiempo antes). Está en época posterior (78/79) el Tio Vania en el Marquina, donde Jose Pedro Carrión nos hizo llorar..... Tambien en el Lara (no veo la fecha en el programa) presencié (de una tacada) "La mas fuerte" (Irene G.Caba) "Antes del desayuno" (Julieta Serrano) y "La voz humana" (Amparo Rivelles); detrás, ademas de Layton ya estaba Jose Carlos Plaza. ¡ que hora y media para recordar ! Mucho Layton y muchos buenos actores salieron de su mano. En la página Web de la escuela actual hay un largo listado de los que por allí han pasado. Para los que ya peinamos canas (muchas) estos recuerdos son impagables e inolvidables. Conservo alguno de aquellos programas de mano, modestos, casi como fotocopias, a dos colores a lo sumo. Ahora cuando veo a Carlos Hipólito, a Chema, a Carrión, a Helio Pedregal...y a tantos otros en escena no puedo evitar la mirada a aquellos años y volver a sacar de su carpeta mis viejos programas de mano para verlos nuevamente. Gracias Marcos

Gracias por todos vuestros comentarios. Ha sido un placer poder hacerlo y tener lectores como vosotros.

Nosotros le llamavamos profesor Leyton, serian los anos 60 o 70 y trabajabamos en en un edificio vacío que había en la plaza Manuel Becerra de Madrid, también trabajaba con nosotros el director y dramaturgo Renzo Casalli con su mujer que venían de Argentina para hacer algo con Jose Monleon, trabajamos durante varios meses en una obra de Chejov, pero un día apareció la policía franquista y nos obligo a abandonar el local y censurar la obra, así que sal ese quien pueda y cada uno tomo una ruta diferente según sus posibilidades, si es que existían.

Que hermosa emoción me acaba de provocar este acertado reportaje y las maravillosas palabras de mi queridísimo Carlitos Hipólito. Al poco tiempo de llegar a España me presenté a una especie de audición para formar parte del grupo de alumnos con el que reabrirían el Tec, fuí aceptada y ahí conocí a todos estos profesores increíbles que me ayudaron a crecer en mi profesión. Muchas gracias por este recuerdo.

Yo vivía justo en el piso debajo del suyo y recuerdo perfectamente sus pasos jóvenes cuando bajaba a recoger EL PAíS de su buzón y luego subía los cinco pisos como si fuera un chaval. También recuerdo con cariño cuando llamaba a mi puerta para que le sintonizara una pequeña televisión que tenía a la que se le había ido la señal. O cuando me decía que cuando fuera a Nueva York no dejara de coger el ferry a Staten Island que costaba 25 centavos. Recuerdo que, después de haber ido a ver alguna obra suya, como "Largo viaje hacia la noche", me pedía mi opinión y comentábamos los personajes. Era una persona encantadora y para mí siempre será el "Sr. Layton".

Hermosa entrevista al Sr. Layton a través de los ojos y del corazón de Carlos Hipólito. Enhorabuena Marcos.
Tuve el honor de conocerle y tal fue su influencia en mi persona que, años después, creé en Jerez una humilde escuela de teatro con grandes referencias a su trabajo y a su forma de entender el teatro, la interpretación y la vida. Y aún seguimos. Gracias, Sr. Layton.

Gracias por tus palabras, Pilar, y por la corrección. Lo rectifico ahora mismo. abrazo grande.

Tantos años después y no hay día en que no recordemos a nuestro querido señor Layton e intentemos hacer mejor nuestro trabajo mirándole por el rabillo del ojo, como bien dice Hipólito. Incluso aquellos de sus alumnos que no somos actores, sino escritores o directores. Emocionada hasta el tuétano por esta entrevista; gracias Marcos.

Y si se me permite, una pequeña observación puesto que a él le gustaba la precisión: no fue en Normandía sino en Iwo Jima, donde quedó herido por la granada. Al quedar sordo, fue el gran Thornton Wilder quien le aconsejó dedicarse a la dirección.

Gracias, Xabier. Eres muy amable. Sí, eso se intenta.
Fuerte abrazo.

Revolviendo en tu blog leí el otro día la entrevista que le hiciste a José Luis Gómez hace un par de años. Acabo de leer esta que le haces a Carlos Hipólito y la sensación que me queda es la misma que tengo cuando como algo que me gusta. Un buen cocinero elige primero los mejores ingredientes y después deja que la comida se cocine sola.
Tus entrevistas son igual, con saber minímamente lo que esperas de la conversación sabes que preguntas hacer y dejas que el entrevistado se exprese libremente y te cuente aquello que esperas. No lo llevas a decir lo que te interesa, le dejas explayarse para tú descubrir en el algo nuevo, que te descubra su interior, que te sorprenda. Es como cuando en Ronda del Gijón dabas la voz a los protagonistas, a los que estuvieron allí.

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Teatro, Literatura, Cine, Música, Series: arte en general. Lo que alimenta, lo que vuelve. Crónicas, investigaciones, deslumbramientos. Y entrevistas (más conversaciones que entrevistas). Y chispazos, memoria, dietario, frases escuchadas al azar (o no). Y lo que vaya saliendo.

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Marcos Ordóñez

Marcos Ordóñez. Escritor, periodista, profesor. Cada sábado escribe en Babelia la sección PURO TEATRO y, cada jueves, en Cultura, EL HOMBRE QUE FUE JUEVES. Intento escribir sobre lo que me da vida. Ultimos libros publicados: Turismo interior (Lumen, 2010), Telón de fondo (El Aleph, 2011), Un jardín abandonado por los pájaros (El Aleph,2013).

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