Oriol Tramvia, maestro Jedi

Por: | 23 de abril de 2014

DSC_0392Me ha gustado mucho la entrevista de Luis Hidalgo con Oriol Tramvia del pasado 17 de abril en Quadern, el suplemento cultural en catalán de este periódico. Tuve que leer varias veces su titular porque no daba crédito. He conocido incontables artistas adeptos al primer deporte nacional (la queja inveterada; el segundo es la envidia) lamentándose de lo mucho que valen y lo mal que les tratan, pero nunca (repito: nunca) había escuchado (leído, para el caso) a ninguno que dijera algo remotamente parecido a esto:
“Estoy donde merezco estar y eso me basta”.
Eso dice Oriol Tramvia, cantante y actor (“entre los actores soy un cantautor y un actor entre los cantautores”), que acaba de cumplir 63 años.
Y añade: “Soy un francotirador. Me siento agradecido de haber llegado a esta edad y no me siento ni marginado ni incomprendido”.
Este hombre es un caso único. Este hombre es un sabio. Qué digo un sabio: un maestro Jedi. Me descubro ante él. No he encontrado la entrevista en versión digital, y como creo que vale la pena (y con el permiso de Luis Hidalgo), voy a extractarla y traducirla a mi manera. Y añadir algunos recuerdos y algunas otras cosas que han aparecido en este desorden.
“He tenido mucha pasta”, dice Tramvia, “y he vivido en una pensión solo con una guitarra. He naufragado varias veces, pero todo eso me ha hecho persona. Estoy contento: todo lo que me ha pasado lo vivo como una riqueza. Estoy en paz”.
¡Qué difícil debe de ser llegar a sentir algo parecido!

Su trayectoria bien valdría una glosa de Vila-Matas. Para los datos biográficos recurro a Barcelona, del rock progresivo a la música layetana, de Àlex Gómez-Font, el libro más adecuado para estas búsquedas. Resumo: a finales de los sesenta, el adolescente Oriol Pons, barcelonés, de familia catalanista-progresista, entra en el Grup de Folk de la mano de Jaume Arnella, pero dura poco. Formentera (primero) y la mili (después) reclaman su atención. En una entrevista con Rafael Moll aparecida en la lejanísima Vibraciones (y recuperada por la muy recomendable página La Web sense nom), Oriol pormenorizaba:
“Tengo tras de mí un mes de frenopático, dos o tres detenciones preventivas, una familia burguesa fracasada, un montón de mujeres, algún intento de suicidio, una escuela progre en la plaza de San Felipe Neri, y tres años en un reformatorio de Calella”.
La entrevista apareció en noviembre del 76, cuando Pons ya era Tramvia. Y, a su manera, una estrella ascendente. Recuerdo que cuando leí la entrevista lo que más me impresionó fue lo del montón de mujeres. Hice un rápido cálculo: así que a los 25 años tienes la remota posibilidad de haberlas conseguido, porque dice “tengo tras de mí”, no “ahora que soy famoso”. Descontando el plausible fanfarroneo, calculé que “un montón” podían ser tres o cuatro. Tres o cuatro era una muy buena cantidad.  

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En el 73, gracias al munífico Moll, Tramvia asoma por Zeleste, que acaba de abrir sus puertas. Por esos años, antes de su lanzamiento, yo no le conocía por su nombre, pero desde luego me sonaba mucho su cara. Ya está: era “uno del Zurich”, un habitual del café de la plaza de Cataluña. Un residente casi, como Picarol, como Quico (“¿Vols un dibuix meu?”) Palomar, como tantos otros, siempre allí, a cualquier hora, sobre todo por la noche, y luego en el London y en la plaza Real, hasta que abrieron Zeleste. Entonces llega el primer Canet Rock, verano del 75, y allá vamos todos, y resulta que aquel hippie bajito y de ojos encendidos, el tipo del Zurich, está gritando “¡Bakunízate!” con furiosa alegría, y brinca y berrea como un poseído sobre una especie de escenario alternativo (o sea, más pequeño), y cuesta reconocerle porque lleva sombrero apamelado, bigote, gafas oscuras, camiseta de los Stones y una larga bufanda, cosa insólita en plena canícula.
¿Prepunk? Bastante, sí. O así quedó en mi recuerdo. No sé si me gustó o no su actuación, pero daba lo mismo porque se salía de lo habitual. Y lo habitual en la Barcelona de entonces era cançó o jazz rock (con irisaciones lisérgicas, si había suerte) y muy pocas excepciones saliéndose por la escuadra: Sisa, Pau Riba, Ia & Batiste en lo alto del podio.
Los punks no existían. Nadie sabía qué cosa era eso en el 75.
“La actitud prepunk”, le dice a Gómez-Font, “me salía sola: era fruto de lo que sentía en aquel momento y de lo que estaba viviendo. Un momento en el que parecía que todo podía cambiar, y yo quería la ruptura total ”. Un prepunk con un cierto miedo escénico, cosa curiosa: “Salgo al escenario muy acojonado”, le decía a Moll. “Por eso me pongo el sombrero, las gafas de sol, la bufanda, lo que sea”.
Volvió a actuar en el Canet del año siguiente. Y del otro, el último. En aquel escenario (o carpa, no recuerdo exactamente) actuó también Miki Espuma, que estaba llamado a ser la siguiente promesa, the new kid in town, pero dejó la música (o viceversa) para fundar La Fura dels Baus.
En la entrevista con Hidalgo, Tramvia recuerda así aquellos tiempos:
“Todo lo que he hecho ha sido de rebote. De rebote entré en el Grup de Folk, de rebote entré en Zeleste. Soy como el mal olor, que si le cierras la puerta no entra. No busco nunca, es aburrido y una pérdida de tiempo. Si una mañana no encuentro los calcetines, no me los pongo”.
En aquel Canet canta su himno de combate, Bèstia, que hubiera merecido un duet con Morfi Grey (y la Banda Trapera, por supuesto), y que dará título al disco que graba unos meses más tarde, a finales del 75 y en directo, para Zeleste/Edigsa.
Hidalgo: “¿Y cómo vive el hecho de ser recordado tan solo por Bèstia?”.
Tramvia: “Muy bien. No quiero compararme, pero a Ravel se le recuerda por el Bolero, e hizo bastantes más cosas. Bèstia fue un éxito. Otros no han tenido ninguno”. (Gran respuesta).
El crítico le pregunta luego si lamenta algo, si se echa algo en cara (esa sería la doble acepción del verbo catalán retreure’s). Contesta Tramvia:
“Entre otras cosas, la ingenuidad con las drogas y haber sido también políticamente inocente: cuando la Transición se debatía entre reforma y ruptura, yo aposté por lo segundo, pero resultó que éramos cuatro”.
Le cuenta que no votó la Constitución, pero sí por el referéndum de entrada en la Otan.
“En contra, imagino”, dice Hidalgo.
“No, a favor”, dice Tramvia. Y añade este sorprendente motivo:
“Yo veía que los militares extranjeros eran jóvenes y educados, y los nuestros eran viejos, sin educación, y con la manía de hacer consejos de guerra. Pensé que necesitaban viajar y conocer mundo”.
Recuerdo otra actuación masiva en el Grec 76, autogestionado por los cómicos. Y teatro, en la efervescente primavera del 77: interpretaba a Frank Furter (Frank Esteve, en la versión de Comadira) en el Rocky Horror Show que Ventura Pons dirigió en el Romea.
Parecía haber llegado a la cumbre, pero en cambio le esperaba un silencio discográfico que dura nada menos que veintiún años: su álbum de retorno es otro directo, esta vez en castellano, Radio Club Harlem Jazz, que graba en 1997. Durante finales de los setenta y hasta mitad de los ochenta recuerdo escasas actuaciones (en el Karma de la plaza Real, hacia el 85: los conciertos Línea Dura, con el grupo Contadora) pero sobre todo mucho teatro, primero en la Cúpula Venus, con Roba Estesa, y luego con la primera Cubana, en Sitges, y más tarde pequeños papeles en todo tipo de funciones y géneros, y el Urfaust de Goethe dirigido por Salvat en el Paraninfo de la Central, y películas, y ya en los noventa algunas series en TV3. En 1997, un pequeño pero sentido homenaje de Albert Pla, que en Veintegenarios en Alburquerque versionea Alboraya, que suena como la postal de un amigo lejano: “Mi vida es como una mala canción / sin armonía y sin compás / el tiempo pasa sin ritmo ni afinación / tendré que aprenderla a bailar”.

Oriol Tramvía, anteayer

En el nuevo milenio, dos espectáculos a caballo entre teatro y recital, Quan tu no hi ets (2003) y Un estiu amb Madonna (2006). Por esas mismas fechas graba las canciones de la primera, en 2004, y El camí dels degotalls (2006), que lamento desconocer. Y sigue cantando cuando y donde puede.
En 2010, un nuevo disco, 60 Oriols, para celebrar haber llegado a esa edad. Y, motivo de la entrevista de Hidalgo, uno más, recién terminado: El setè. O sea, el séptimo. “Lo grabé hará tres años. Si ha salido es porque un gran amigo, Joan Ramon Guzmán, me dijo que había que editarlo, que él se encargaría de todo. ¿Que diga algo para promocionarlo? Que es el mejor que hecho. Y si cuela, cuela”.
Tramvia prepara otro, sobre poemas de Joan Argenté. Le gustaría que fuera un disco “que mirase hacia el sur, con guitarra española, cajón y bajo”, y querría entrar en estudio antes del verano, “pero no hago planes más allá de la esquina”. Entretanto, más teatro: cada noche (o casi) participa en el Auca del Born escrita y dirigida por Jordi Casanovas.
Remix de opiniones sobre la escena musical de entonces y de ahora:
“Veía a Serrat en las matinales del Romea y pensaba que aquel tío tenía algo que no teníamos los demás. Era innovador, contaba cosas y despertaba sentimientos comunes en el público. Estaba claro que sería un fenómeno de masas. Raimon era un combatiente que supo construirse una carrera. Muy astuto. Logró convertirse en el cantante oficial de la izquierda. Yo creo que hubiera sido un extraordinario cantante melódico italiano. Pi de la Serra es el mejor guitarrista de todos. Sisa y Pau Riba eran mis hermanos mayores. No éramos de la izquierda tradicional, no sabíamos construirnos una carrera. En aquella época íbamos con alpargatas y hacíamos afirmaciones muy rotundas. Ahora todo es más light. No lo digo con desdén: éramos otro tipo de gente en otro contexto. Ahora todo es más estilizado. No se rompe (no s’estripa): no están educados para hacerlo y no lo hacen”.
Hablando de Sisa y Pau Riba, Hidalgo pregunta:
“¿Tienen el reconocimiento que merecen?”.
“La gente los tiene presentes”, dice Tramvia.
“Sí, los recuerdan pero no les contratan”, señala Hidalgo.
Y no le falta razón, pero tampoco a Tramvia con esta frase que le acredita como definitivo maestro Jedi:
“Bueno, mala pata es nacer en Somalia”.
Última pregunta, última respuesta.
“¿Y el futuro?”.
“Corto. Lo tengo todo preparado: sin funeral, y mi cuerpo para la ciencia”
No, no está enfermo, apostilla Hidalgo.
Gracias por tu espíritu, Oriol.

Portada de El 7, por Sergio Mora


 

Bèstia (Zeleste, 1975)

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Un monstruo. A veces da pena haber nacido tarde.

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Teatro, Literatura, Cine, Música, Series: arte en general. Lo que alimenta, lo que vuelve. Crónicas, investigaciones, deslumbramientos. Y entrevistas (más conversaciones que entrevistas). Y chispazos, memoria, dietario, frases escuchadas al azar (o no). Y lo que vaya saliendo.

Sobre el autor

Marcos Ordóñez

Marcos Ordóñez. Escritor, periodista, profesor. Cada sábado escribe en Babelia la sección PURO TEATRO y, cada jueves, en Cultura, EL HOMBRE QUE FUE JUEVES. Intento escribir sobre lo que me da vida. Ultimos libros publicados: Turismo interior (Lumen, 2010), Telón de fondo (El Aleph, 2011), Un jardín abandonado por los pájaros (El Aleph,2013).

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