El ensueño de los hechos
Los trabajos de la primera jornada del Gabriel Garcia Márquez Fellowship in Cultural Journalism arrancaron –como es costumbre de todos los años—con la presentación en comunidad de los respectivos becarios y sus proyectos, que una vez enviados previamente como postulación, se transforman al llegar a Cartagena e irán cambiando de sazón, razón y profundidad conforme cada uno de los autores reciban comentarios, guía y sugerencia por parte de los tutores.
Ariel Castillo trazó en poco más de una hora un exhaustivo mural de las raíces periodísticas de Cien años de soledad, a partir de un recorrido bio-bibliográfico de García Márquez y en particular, lo sembrado desde la primera etapa en los llamados “Textos costeños”. Entre 1948 y 1952 se van enraizando en la prosa del joven periodista que ya se soñaba novelista el entrelazamiento de la literatura pura y dura con el más serio concepto del periodismo informativo, sin embargo hay que aquilatar que García Márquez empieza por publicar retruécanos barrocos de una lírica muy inspirada en poemas breves que han sido olvidados por los posteriores lectores de su obra. Esto quizá porque el propio autor pasó pronto al cuento como género casi confundido con la crónica o la memoria personal y a la postre, abono de su novelística. Allí están las raíces de Cien años de soledad en el afán del periodista que lo mismo pone el microscopio en la popularidad y microhistoria de la música vallenata que el telescopio en la luenga historia hispanoamericana. Heredero de los cronistas de Indias y del periodismo que se instaló en América de la mano del modernismo (allí donde los poetas se volvieron cronistas), García Márquez abrevó de Martí, Darío, J.A. Silva e incluso Vargas Vila, tanto como de Hemingway, Dos Passos o Capote. Castillo ha dibujado un lienzo biográfico donde explicó que a partir de la lectura de Kafka, García Márquez habría de encuadar o sincronizar mejor la maravillosa realidad que lo rodeaba con la desatada imaginación que cargaba desde su infancia, de allí la influencia de las letras de canciones que parecen prefigurar el mundo de Macondo y las raras noticias de sucesos que ocupaban las prisas del reportero ya instalado en los primeros trabajos como periodista, donde nos informa Castillo, que el joven Gabo tuvo que pulir los alargados párrafos barrocos de la manos de viejos periodistas que apuntalaron en él la prosa más directa o puntual, sin afectar el binomio que García Márquez heredó de Faulkner, quien afirmó que no había mejor lugar para escribir que la posibilidad de vivir en un burdel pues de día son los lugares más callados del mundo y de noche reciben en vivo la vida palpitante de todo los niveles de una ciudad y Gabo lo supo en las viejas casas de asistencia donde sobrevivía pergeñando crónicas y escribiendo y leyendo a deshoras mientras las mujeres de la vida galante le preparaban los desayunos y le levaban la poca ropa.
Una primera conclusión que explica las raíces periodísticas de Cien años de soledad según Castillo lo podemos confirmar en el esmero por la palabra, el cuidadoso profesional de la prosa que aprendía semana a semana la economía de la expresión escrita, encorsetando el desenfreno de la imaginación con los pies bien plantados en Tierra cuando se trataba de crónica y profesión de periódico y al revés, desatando la inventiva pura –aun basada en memoria fiel de la realidad—en los cuentos y cimientos de la novela. Dicho en una sola metáfora, García Márquez empezó su andar en tinta con una constante propensión a la ecualización entre la constancia de los hechos y la inverosimilitud de los sueños y eso, entre muchas otras magias, conforma el principal aliciente y ejemplo que siguen hoy en día no sólo los becarios que ya han empezado a recorrer la calles y los párrafos de Cartagena para la confección de sus propios párrafos, sino el placer adelantado que anticipamos quienes seremos sus futuros lectores.
Jorge F. Hernández
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