Primero vino Erasmus, en el siglo XVI, y nos habló de las limitaciones morales del concepto de nación. Luego le siguió William Penn, que en el siglo XVII habló por primera vez de la creación de instituciones comunes entre las naciones europeas. Posteriormente, Immanuel Kant, en el siglo XVIII, entendió que la autoridad de esas instituciones comunes sólo podía descansar en leyes comunes. A continuación, en el siglo XIX, Víctor Hugo puso de manifiesto que esas leyes comunes sólo serían legítimas en tanto en cuanto contaran con el apoyo de la ciudadanía. Finalmente, en el siglo XX, Jean Monnet y Robert Schuman vislumbraron que la fundación de esa unión tendría que ser económica y comenzar de abajo a arriba. ¿Y en el siglo XXI? No lo sabemos, la verdad.
La Unión Europea es un producto de la razón, y por eso debe ser defendida con pasión. De ahí, la apelación al heroísmo de la razón, un magnifico concepto que puso en circulación Husserl en 1935 en su dramática conferencia pronunciada en Viena bajo el título"la filosofía y la crisis del hombre europeo": “La crisis existencial de Europa solo puede acabar de dos maneras: con el final de Europa, sumergiéndose en el odio del espíritu (…), o con su renacimiento (…), mediante el heroísmo de la razón”.
“El heroísmo de la razón”, díganlo varias veces en alto y pausada para poder paladearlo adecuadamente porque lo que estamos viendo desde hace meses es precisamente cómo ese bello concepto del “heroísmo de la razón” sucumbe ante la “estrechez de los intereses”. Véase si no esa reunión de ayer por la tarde entre Merkel, Sarkozy y Monti, que se zanjó con un aldabonazo de Alemania a los eurobonos.