José Ignacio Torreblanca

Sobre el autor

es Profesor de Ciencia Política en la UNED, director de la oficina en Madrid del European Council on Foreign Relations y columnista de EL PAIS desde junio de 2008. Su último libro “Asaltar los cielos: Podemos o la política después de la crisis” (Debate) se publico en abril de 2015. Ha publicado también "¿Quién Gobierna en Europa?" (Catarata, 2014) y "La fragmentación del poder europeo" (Madrid / Icaria-Política Exterior, 2011). En 2014 fue galardonado con el Premio Salvador de Madariaga de periodismo.

El debate B: ¿quién manda aquí: Bruselas o los estados?

Por: | 30 de marzo de 2012

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Segunda parte de los tres debates ( A, B y C) que planteé ayer. El debate B versa sobre Bruselas.  Es un debate que se desprende muy naturalmente del Debate A, como algunos de los comentarios señalaron (véase en concreto el de Berna González Harbour). En otras palabras, desde el problema B, el problema A no existiría: Ashton no sería en absoluto la causa de que la política exterior no funcionara, sino que sería la consecuencia, un síntoma de la renacionalización creciente de la política exterior, del deseo de los estados miembros de, precisamente, no dejarse conducir, sino de afirmar con toda claridad que son ellos los que mandan y no están dispuestos a renunciar a su papel en la política exterior.

El debate B versa, por tanto, sobre qué papel juega o debe jugar Bruselas en la política exterior de la UE. Dicho de otro modo: ¿de quién es o quién manda en la política exterior? ¿Bruselas o los 27 Estados miembros? La respuesta puede parecer evidente (“mandan los estados”) pero a cambio, entonces, deberemos de dejar de reprochar a las instituciones (y a las personas) de Bruselas el mal funcionamiento de la política exterior y concentrarnos en los estados miembros, que serían los responsables de que la política exterior no funcionara adecuadamente.

¿Cuál es entonces el papel reservado para el Alto Representante, sea Ashton u otra persona? Algunos dicen, irónicamente, que la Comisión Europea es como una agencia de viajes, organiza el viaje pero no el destino, cosa que está en manos del Consejo Europeo decidir. Desde ese punto de vista, Bruselas no lideraría, sino que su papel consistiría en ejecutar las indicaciones seguiría las indicaciones. Pero la pregunta que surge entonces es: ¿es creíble que los 27 estados puedan organizarse a sí mismos de forma eficiente, haciéndolo además, bajo un procedimiento como el de la unanimidad?

Si no lo es, la alternativa sería el directorio, un directorio de los grandes, en principio un E-3 (Francia, Reino Unido, Alemania) o incluso, si estos tres fueran generosos o pensaran que necesitan ampliarlo para ganar fuerza y legitimidad un E-6 (ampliado con Italia, España y Polonia). ¿Pero qué Unión Europea sería esa? ¿Qué legitimidad tendría dejar de la política exterior a 21 países? En la práctica, sería como aceptar que la UE se habría convertido en la ONU, una gran asamblea inoperante con un Consejo dirigido por unos miembros, algunos de los cuales tienen poder de veto. En el fondo un E-3 sería un Consejo de Seguridad a la europea: con el acuerdo de los tres, prácticamente casi todo sería posible; sin ese acuerdo nada lo sería. ¿Pero es esa la UE en la que queremos vivir?

El Debate B se cierra también con tres alternativas.

Primera, los 27 siguen haciendo la política exterior de forma colectiva, con un alto representante débil y con pocos resultados.

Segunda, los 27 confieren un verdadero poder al alto representante y se dejan liderar por ellos.

Tercera, los 27 aceptan ser dirigidos por un grupo reducido de miembros (E-3 o E-6).

 

El debate A, el debate B y el debate C

Por: | 29 de marzo de 2012

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El pasado martes por la tarde se presentó en Madrid la segunda edición del ECFR Scorecard, el informe anual del European Council on Foreign Relations en el que se evalúa el desempeño de Europa en materia de política exterior. En el actor participaron Javier Solana, Lluís Bassets, Jordi Vaquer y el director editorial de ECFR, Hans Kundnani. Para aquellos que quieran seguirlo, el evento fue transmitido vía Twitter con el hashtag #Scorecard2012.

No reseñaré el informe aquí, ya que ha sido objeto de análisis detallado en otros momentos y espacios, incluyendo este blog:  “Suecia y Polonia: sobresaliente en política exterior” . En cualquier caso, el informe completo en inglés puede consultarse aquí; también hay una nota disponible en castellano aquí,  una reseña que publicó el diario El País el día 30 de enero de este año así como la información publicada el miércoles 28 de marzo por el diario EL PAIS, “Solana: la UE no es el problema sino la solución” y la Agencia EFE y una nota de Hans Kundnani (Scorecard tour: Madrid) contando sus impresiones sobre el evento.

Sí que quería, sin embargo, plantear a los lectores del blog los tres debates que a mí entender sobrevolaron las discusiones que tuvimos a lo largo del día. Los llamaré “Debate A” (Ashton), “Debate B” (Bruselas) y “Debate C” (Crisis). En esta entrada de hoy me centraré en el Debate A, para mañana tratar el Debate B y el próximo lunes el Debate C.

El debate A gira en torno a la figura de Lady Ashton, la alta representante para la política exterior y de seguridad. No se trata en absoluto de entrar en críticas o descalificaciones personales sino precisamente entender por qué la persona se ha convertido en objeto de debate.

A juicio de unos, el problema es la persona, que no se encontraría capacitada para el puesto. Unas veces se critica su falta de experiencia en el tema, pues excepto su puesto como Comisaria de Comercio Exterior, realmente no es una persona con una gran trayectoria en el ámbito de la política exterior. Esta falta de experiencia, arguyen, se traduce en una inseguridad que la lleva a querer trabajar alejada de los focos, que raramente comparece ante la prensa, que huye de los conflictos y que adopta un perfil bajo y de búsqueda de consenso que, en la práctica, dicen, la convierte en un actor marginal.

Para otros, el problema no es la persona, sino el puesto. Su trabajo, dicen, es imposible ya que combina lo que antes era tres puestos en uno (Alta Representante de la UE para la Política Exterior y de Seguridad y Secretaria del Consejo, Vicepresidenta de la Comisión Europea y presidenta de turno del Consejo de Asuntos Generales). El Tratado de Lisboa fusionó todos estos puestos en uno, y además convirtió al Parlamento Europeo en un actor relevante en la política exterior, obligando a la alta representante a rendir cuentas ante él, lo que en la práctica supone un cuarto trabajo. Ninguna persona, dicen, puede asumir una carga de trabajo con decenas de viajes, reuniones y comparecencias. Es esta una reflexión que la propia Ashton ha compartido en alguna entrevista en la que ha llegado a decir que se sabe de memoria y tararea frecuentemente la melodía de la película “misión imposible”. 

 En un tercer grupo se encuentran los que sostienen que el problema se origina en la conceptualización que de su papel ha hecho la alta representante, que habría adoptado una visión de la política exterior europea más cercana al llamado “poder blando” o poder de atracción, una visión que estos críticos consideran inapropiada e inadecuada para los tiempos y necesidades actuales de la UE y, especialmente, desconectada de las pretensiones originales del Tratado de Lisboa, que precisamente quería superar esta (falsa o débil) distinción entre poder duro o blando al fusionar los puestos de Secretario General del Consejo y de Vicepresidente de la Comisión Europea para las relaciones exteriores de la Unión. La UE, dicen, debe superar la distinción entre poder duro y blando, debe actuar coherentemente aunando todos los medios a su disposición, que son muchos y potentes. Aunque no quiero sesgar el debate con mi opinión personal, esta es la tesis que sostengo en mi libro “la fragmentación del poder europeo" (acceso a video).

¿La persona, el puesto o la visión? Dejo a los lectores de Café Steiner que den su opinión. Abro el Debate “A”.

 

Prisionero del Estado (chino)

Por: | 26 de marzo de 2012

Prisionero del estadoPocos libros contienen tantas claves para entender lo que está pasando hoy en el interior del Partido Comunista Chino. En mi columna en la edición impresa de EL PAIS el viernes pasado mencionaba el libro "Prisionero del Estado", que recoge las memorias de Zhao Ziyang, secretario general del Partido Comunista Chino en 1989, coincidiendo con los trágicos sucesos de Tiananmen. El libro, cuya versión en castellano está publicada por Algón editores, se presentó en Madrid el 5 de abril de 2011, corriendo su presentación a cargo de Enrique Barón y de la periodista de este diario, Georgina Higueras. El libro, publicado originalmente en Hong Kong en 2009 (ver crónica de José Reinoso), se basa en las cintas que secretamente grabó y consiguió sacer del país Zhao Ziyang. 

A mi juicio, se trata de un libro imprescindible. Es tan revelador como profundamente inquietante. Constituye un testimonio tan raro como valioso no sólo para los sinólogos sino en general para los politólogos pues pocas veces disponemos de documentos que expongan tan bien las tripas del funcionamiento de un régimen autoritario y las dinámicas de poder que enfrentan a las personas situadas en su cúpula.

Observados desde el punto de vista de Zhao Ziyang, los sucesos de Tiananmen adquieren una dimensión completamente distinta. Lo que vemos no es un enfrentamiento entre los estudiantes y el Partido, sino un enfrentamiento tan sucio como feroz dentro del partido. Para el resto del mundo, Tiananmen fue una revolución fallida, pero desde la perspectiva de Zhao Ziyang, a veces sin que él lo perciba con toda claridad, lo que observamos es un golpe de estado de los "duros" del régimen que se imponen, por la fuerza e ilegalmente, a los "reformistas" y le desplazan del poder de una forma totalmente arbitraria y sin justificación ni procedimiento legal alguno. Sin duda, lo más relevante es que pone de manifiesto cómo, a pesar de no tener cargo oficial alguno, Deng Xiaoping, era quien de verdad manejaba las riendas del país.

Del libro, me quedo con un momento sumamente dramático: cuando Zhao Ziyang regresa a Pekín después de un viaje a Corea del Norte y lee un editorial del Diario del Pueblo donde se califica a los estudiantes de contrarevolucionarios y agitadores: ahí se da cuenta de que, en su ausencia, se ha tomado una decisión que no se le ha comunicado; la de enviar a los tanques a disolver a los manifestantes. Zhao Ziyang, sabiendo que la suerte de los estudiantes está echada, intenta convencerles de que se marchen a casa, pero para su desesperación, no lo consigue. El dramático desenlace final, que mostraría al mundo la verdadera naturaleza de ese régimen, estaba a la vuelta de la esquina. 

Fin del partido: EEUU 0 – Combinado afgano-iraquí 2

Por: | 22 de marzo de 2012

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Cuando se cumplen nueve años del comienzo de la guerra de Irak, Stephen M. Walt, uno de los más reputados profesores de relaciones internacionales de Harvard, nos ofrece diez lecciones de la guerra de Irak (publicadas en la revisa Foreign Policy). Un análisis demoledor que reproduzco aquí en sus aspectos más importantes. Leído junto con los comentarios que vemos estos días sobre las consecuencias de la matanza de 16 civiles perpetrada por el sargento Robert Bales (16 víctimas civiles) y que están llevando a mucha gente dentro de EEUU a cuestionarse la presencia en ese país. Sólo en EEUU, las encuestas muestran un apoyo mayoritario a una retirada acelerada (Gallup, 13 de marzo).

Muchas de las cosas que Walt dice sobre Irak son perfectamente extrapolables a Afganistán, especialmente las relativas a los cambios de objetivos de las misiones, que en ambos casos han desembocado en una misión imposible: construir democracias allí donde nunca las hubo. El problema es que, con el paso del tiempo, no sólo no se ha conseguido “el buen gobierno”, sino más bien la reproducción de redes clientelares y corruptas basadas en líneas étnicas. Peor aún, la combinación de este esfuerzo de construcción nacional con la lucha contra una insurgencia muy activa (suní o talibán) ha convertido al ejército en una fuerza de ocupación más temida que respeta por la población local.

En ambos casos, el balance es negativo: dos guerras, dos derrotas, la primera (Irak) con una salida mínimamente honrosa (definida como una derrota que no lo parece a primera vista), la segunda pendiente de lograr esa derrota honrosa que no lo parezca. He aquí las diez lecciones, juzguen ustedes cuántas también se pueden aplicar a Afganistán.

Primera lección: “EEUU ha perdido”. Los objetivos primigenios (destruir las armas de destrucción masiva y desmantelar redes terroristas) no pudieron ser alcanzados por la sencilla razón de que no había ni unas ni otros. Posteriormente se inventaría un nuevo objetivo: “construir una democracia pro-estadounidense”, objetivo que Walt también califica de fracasado: “sólo es una democracia de forma parcial y ni mucho menos es pro-americana”.

Segunda lección: llevar a EEUU a la guerra es sumamente fácil. La segunda lección de la guerra, nos dice Walt, es cómo un reducido grupo de personas pasaron por encima de los intereses de EEUU para secuestrar su política exterior y llevar a EEUU a la guerra. Como dijo Thomas Friedman, esta guerra que ha costado decenas de miles de vidas, siete años y miles de millones de dólares se hubiera evitado simplemente con meter a 25 personas en un barco y mandarlas a una isla desierta. Fue una guerra estúpida cocinada por un puñado de personas a espaldas de los americanos y sus intereses.

Tercera lección: la excitación nacionalista hizo imposible el debate y la confrontación de ideas. Como consecuencia se tomaron decisiones equivocadas, ni la invasión ni la ocupación fueron debatidas, con las consecuencias que hemos visto.

Cuarta lección: se exageró el secularismo de los iraquíes y la amplitud e influencia de las clases medias. O al revés, se subestimó el faccionalismo y el poder de las identidades étnicas y religiosas.

Quinta lección: no hay que fiarse de los exiliados. Ahmed Chalabi engañó a los estadounidenses antes, durante y después de la invasión.

Sexta lección: no hay que improvisar una ocupación. El ejército estadounidense es una gran máquina de guerra, pero le llevó años (literalmente) asimilar que estaba metido en una nueva guerra contra la insurgencia y, en consecuencia, adaptarse.

Séptima lección: los demás también tienen intereses, y a veces les llevan a oponerse a EEUU. Los suníes y los iraníes encontraron desde muy pronto motivos para aliarse contra EEUU pero EEUU tardó muchísimo en entender por qué luchaban y, en consecuencia, en pensar en cómo derrotarlos.

Octava lección: la guerra contra una insurgencia local es siempre sucia, provoca víctimas civiles y hace muy difícil ganarse el apoyo de la población. Es decir, “Ganarse los corazones y las mentes “ de las gentes queda muy bien en un manual, pero en la práctica las cosas son bien distintas.

Novena lección: ganar no es simplemente cuestión de planificar mejor. Hay objetivos, como la construcción de una nación o de un Estado donde nunca ha habido uno que no son realistas.

Décima lección: el ejército estadounidense no es un instrumento apto para gobernar el mundo. Más que pensar en cómo hacer estas cosas mejor, debemos pensar en cómo no hacerlas.

 

Vendo armas a Asia, ergo me preocupa el rearme de Asia

Por: | 20 de marzo de 2012

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Todos los años el SIPRI (Stockholm International Peace Research Institute) publica su informe anual (descargar en pdf), una fuente estadística y analítica imprescindible para saber cómo está evolucionando el gasto en defensa en el mundo y todo lo relacionado con la seguridad. Sorprende ver cómo el SIPRI documenta que, en plena crisis, el comercio internacional de armas se haya incrementado en un 24% entre 2007 y 2011 comparado con el periodo anterior (2002-2006). Hay negocios, pues, a prueba de crisis.

Este año, Asia es la estrella del informe ya que SIPRI nos informa de que los cinco mayores importadores mundiales de armas en el periodo 2007-2011 fueron todos estados asiáticos. La lista la encabezó India, con nada menos que el 10% de las importaciones mundiales de armas, seguida de Corea del Sur (5%), Pakistán (5%), China (5%) y Singapur (4%). Como viene siendo costumbre en todas las estadísticas, China aparece en lugar destacado, no solo como importadora, sino como exportadora, pues ha logrado colocarse en el puesto de sexto exportador de armas del mundo. 

Claro que analizar los patrones de consumo no ayudan mucho si no miramos en paralelo los patrones de producción. Aunque los mayores consumidores estén en Asia, es importante mirar con detenimiento la lista de las 100 primeras empresas productoras de armamento del mundo, que también nos proporciona el SIPRI. No se sorprenderán mucho al mira la lista: previsiblemente, las compañías más grandes son estadounidenses, seguidas de las europeas, con un muy relevante séptimo productor de armas mundial para EADS, el consorcio europeo.

Así pues, aunque los cinco consumidores más grandes estén en Asia, los cinco vendedores más grandes no son asiáticos. Son: (1) EEUU, que ha incrementado sus ventas en un 24% en el periodo 2007-2011, y que exporta sobre todo a Asia/Oceanía y a Oriente Próximo; (2) Rusia, responsable sobre todo de las ventas a India y a África; (3) Alemania, que cosecha un gran éxito al incrementar sus exportaciones de armas en un 37% (principales clientes: Israel y Arabia Saudí); (4) Francia y (5), Reino Unido. 

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He aquí una interesante paradoja: Asia se rearma, con nuestra inestimable ayuda, mientras que a la vez nos preocupamos por el rearme de Asia como si fuéramos ajenos a él. Parece una paradoja pero no lo es: ¿quién mejor para preocuparse por la venta de armas que aquel que las vende? Al fin y al cabo, conoce el problema de primera mano.

En cualquier caso, las cifras son bastante claras, como señala Cristina Casabón en esta entrada que recomiendo vivamente ("China, un enano militar frente a Estados Unidos"), el rearme de China dista todavía mucho de hacer sombra a Estados Unidos, que sigue siendo, de lejos, la primera (hiper)potencia militar. Todavía hoy, a pesar de la crisis, EEUU gasta tres veces que toda Asia junta (721.000 millones de dólares frente a 237.000) mientras que la (supuestamente vieja y decante) Europa sigue gastando 295.000 de dólares en armamento.

 

Guandong 1. Chongqin 0. Un culebrón chino nos tiene en vilo.

Por: | 16 de marzo de 2012

 

No son equipos de fútbol, sino los dos modelos en torno a los que gravita el futuro de China. Al principio resultan difíciles de retener, pero apréndanlos bien porque van a dar mucho juego.

Guangdong representa algo así como el modelo liberal-capitalista de desarrollo: empresas y actores privados, exportaciones, iniciativa privada, y, sobre todo, una esperanza: que como ocurriera en Occidente en el pasado, la liberalización económica y la emergencia de una clase media acabara generando presiones democratizadoras (la vieja tesis de Barrington Moore sobre la estrecha relación entre democracia y economía de mercado).

 Al otro lado tenemos Chongqing, un modelo más igualitario, donde el Estado tiene un papel más fuerte y dónde se busca un desarrollo más equitativo, buscando reducir las disparidades de renta y bienestar entre el campo y la ciudad, desarrollando un incipiente Estado del Bienestar, una educación pública de calidad, una vivienda accesible y un transporte público eficaz. Se trata de un modelo estatista, donde la autoridad del Estado es visible y deseada, e incluso se utilizan eslóganes de la revolución cultural. Chongking, en el interior, utiliza subvenciones pública para atraer inversión extranjera.

 Azul (Guangdong) y Rojo (Chongqing), pero con matices, pues en China las categorías ideológicas suelen estar al revés. Lo “rojo” (Chongqing) representa el pasado, y por tanto es conservador, mientras que lo “azul” (Guangdong) representa más la China de Mao y el futuro, por lo que tiende a ser visto como progresista.

Tanto los sinólogos expertos, entre los que no me encuentro, como los aficionados sobrevenidos y recién llegados, entre los que sí que me cuento, se entretienen estos días comentando las peculiaridades de estos dos modelos. El discurso de despedida del Presidente Wen Jiabao hablando del peligro del retorno del maoísmo y la revolución y, especialmente, la aparente caída en desgracia de Bo Xilai, el jefe del partido en Chongqing, son el tema de moda hoy en todos los círculos de poder.

Tanto Wang Yang (jefe del Partido en Guangdong) como Bo Xilai (jefe del partido en Chongqing) aspiran a formar parte del órgano que realmente gobierna china: el comité permanente (Politburó) del Partido Comunista, formado por siete personas. Pero Bo Xilai parece haber caído en desgracia después de que su jefe de policía se refugiara en el consulado americano en un oscuro episodio relacionado contra la lucha contra corrupción. Un culebrón … chino (contado en este video).Todo esto muestra hasta qué punto el papel de China y la incertidumbre sobre su evolución política se han convertido en un tema central, que afecta decisivamente al resto del planeta.

 Recomendado:

 

 

 

Ni gentil ni monstruo: Bruselas en el punto de mira

Por: | 14 de marzo de 2012

El-gentil-monstruo-de-bruselas-o-europa-bajo-tutela-9788433963376¿Quieren un consejo gratuito? No lean El gentil monstruo de Bruselas de Hans Magnus Enzensberger (Anagrama 2012). Hasta hoy, le tenía por un intelectual reputado, con una visión siempre fresca y original sobre la política (fue Príncipe de Asturias en 2002). De ahí que picara y que comprara su último ensayo sobre Europa: un pequeño y aparentemente inofensivo librito con ese título (“El gentil monstruo de Bruselas”) y un subtítulo intrigante: “Europa bajo tutela”.

Avalado por el Instituto Goethe y el Ministerio de Exteriores alemán, el libro es un indigno panfleto contra Europa  o, más bien, contra la eurocracia bruseliana, supuesta cuna de todos los males que nos ocurren. Claro que Bruselas, como todo ente político, debe estar sujeto a crítica o control ciudadano, pero produce sorpresa ver a un intelectual alemán de primera fila reproducir todos los clichés y estereotipos más gratuitos y facilones que sobre Europa se han vertido en los últimos años.

Que la prensa sensacionalista británica haya contaminado a los británicos y les haya llenado de euro-odio ya no es noticia. Menos conocido es, por el contrario, que en Alemania exista un corriente de opinión abiertamente eurofóbica. Hasta ahora, esa corriente ha estado representada por las portadas de Bild, donde día si y día no se pide a gritos la expulsión de Grecia de la eurozona y se atizan las divisiones culturales entre Norte y Sur de Europa desde el estereotipo “norte-trabajador-ahorrador”, “sur-vago-despilfarrador”. 

Ese incendio intencionado que algunos están creando no ha saltado a la clase política alemana, que, todo hay que decirlo, mayoritariamente respalda la integración europea y el euro. Sin embargo, algunas chispas del incendio euroescéptico sí que saltan, provocando pequeños conatos entre las elites, aquí y allá. Uno de esos conatos se ha desarrollado en estos últimos años en torno al Partido Liberal Alemán, que ha intentado cabalgar el euroescepticismo esperando obtener réditos electorales. Afortunadamente, la estrategia ha fallado  ya que los electores liberales han demostrados ser mucho más inteligentes que sus dirigentes y les han abandonado, forzando a los liberales a recular. Otro de esos conatos de elitismo antieuropeo provino del presidente de la patronal alemana, Hans Olaf Hankel, que la emprendió contra el euro en un libro que tuvo gran repercusión. En una línea parecida se situó Thilo Sarracin, con sus disquisiciones sobre la inferior inteligencia de los inmigrantes (a tenor argumentaba él) de una socialización defectiva y un fracaso escolar continuado.

Ahora tenemos a Hans Magnus Enzensberger, que nada menos que a cuenta del Premio de Literatura Europea, con sede en Cognac (tierra chica de Jean Monnet, ¡qué paradoja!), se despacha con este tosco y burdo alegato contra Europa como una burocracia que gentilmente asfixia a las naciones europeas. Insisto: la crítica sobre el proyecto europeo es legítima, democrática y, además, esencial, pero la acumulación de disparates sin base alguna simplemente contribuye a deformar la realidad y niega la posibilidad del debate.

Veamos: “el proyecto de integración económica”, nos dice el autor, “ha sido propulsado sin respetar las diversidades económicas, territoriales, étnicas y religiosas de los estados miembros. He aquí una sordera histórica sobre la que no puede engañar ningún Premio Carlomagno” (p.66). Falso de toda falsedad pues si algo ha paralizado el proceso de integración es precisamente el respeto a la diversidad.

 Otra muestra: “el acervo comunitario, una monstruosa recopilación de normas que ningún ser humano ha leído jamás” (p.82). ¿Quiere decir Enzerberger que se ha leído todos los textos legales en vigor en Alemania? De nuevo, una vara de medir equivocada que reproduce un estereotipo e impide el debate sobre cómo construir una democracia europea que merezca tal nombre.

 Y otra más: “se calcula que más del 80% de las leyes no son dictadas por el Parlamento sino por las autoridades de Bruselas” (p.83). Otro tópico indigno del intelectual que se refugia en un “se calcula”. Lo cierto es que el único estudio serio sobre la cuestión sitúa las normas europeas en torno al 28% de las vigentes en nuestros Estados (ver estudio de Notre Europe citado en mi columna en ELPAIS).

 Y así sucesivamente, en un tono condescendiente y perdonavidas donde, cómo no, al final se adopta el tono gruñón de Bild contra las medidas de rescate de la eurozona y en ningún momento se habla de los beneficios de la integración para Alemania. Al final del día, Bruselas aparece como un monstruo que sigilosamente vacía las arcas alemanas y socava los fundamentos de la democracia.

 Estas y otras chispas no son cuantitativamente relevantes, pero sí que tienen un gran impacto porque automáticamente validan las creencias anti-europeas de los sectores de la opinión pública que día tras día reciben el baño de desinformación que ofrece el Bild y otros. Unos sacuden el árbol, otros recogen las nueces. Lo vemos en Alemania, también en Francia. En lugar de construir, se empeñan en destruir, apelando para ello a la identidad nacional. Bruselas no es un monstruo, ni es (siempre) gentil: sus decisiones pueden hacer bien, y mal, ¿cómo no? Pero no es por este camino por el que crearemos una esfera pública europea donde podamos debatir. Más bien al contrario, reforzaremos la sordera (esta sí) de los que no se quieren enterar que su futuro sólo será tal si es compartido.

P.D. Terminado de escribir esto, leo la crítica de Xavier Vidal-Folch sobre el libro. Comparen.

 

 

¿Qué ocurre cuando pides la independencia y amenazan con dártela?

Por: | 12 de marzo de 2012

Keating scotland¿Qué ocurre cuando pides la independencia y amenazan con dártela? Esta es, a grandes rasgos, la situación creada en el Reino Unido en torno a la cuestión escocesa. Los nacionalistas escoceses, como muchos otros, utilizan la amenaza de la independencia de forma estratégica, para logar mayor autogobierno, pero esa estrategia no funciona cuando tienes enfrente a alguien que prefiere la independencia a un Estado federal. Juego limpio y una pregunta clara, esa es la receta, inefablemente británica.

Esta semana pasada estuvo en el Departamento de Ciencia Política de la UNED,  el Profesor Michael Keating, uno de los mejores especialistas en nacionalismo y autor del libro The Independence of Scotland.  El seminario no podía ser más oportuno ya que, como se sabe, el Partido Nacional Escocés (SNP) de Alex Salmond y el gobierno británico están enzarzados en una polémica a costa de si celebrar o no un referéndum sobre si Escocia debería disfrutar o no mayores cotas de autogobierno. Del seminario y posterior debate se desprendieron algunas reflexiones interesantes.

Primero, el statu quo actual es frágil. Ni independencia, ni autonomía, ni unionismo: las tres grandes opciones no son mayoritarias. Aunque sólo un 30% de los escoceses está a favor de la independencia, son una mayoría los que piensan que Escocia será independiente en 10-15 años. ¿Por qué? Según Keating, el unionismo ha perdido la batalla y ya no es tan popular como lo fue en el pasado mientras que, a la vez, la independencia no consigue despegar, manteniéndose ese 30% estable desde hace una década. Por tanto, parece que la situación evoluciona hacia la independencia pero no hasta la independencia.

Ni social, ni económica ni políticamente es Escocia lo suficientemente distinta de la vecina Inglaterra. Escocia no es más pobre que Inglaterra, ni tampoco tiene una identidad nacional lo suficientemente potente. Por tanto, las elites independentistas lo tienen difícil: ni hay un daño económico ni, por tanto, un gran beneficio derivado de la independencia, así que los argumentos utilitaristas no juegan a su favor. Lo mismo desde el punto de vista de los derechos individuales o colectivos, donde tampoco parece que exista una lesión de dichos derechos que justifique la marcha hacia la estatalidad.

Por tanto, ni unionismo ni independencia. Se supone entonces que la solución de equilibrio sería la autonomía, en realidad, mayores cotas de autonomía. Pero tampoco aquí las cosas están claras: a la inexistencia de un agravio (histórico, identitario, económico o social)  se suma un factor que distingue la situación de Escocia de la de España y que es el que más llama la atención. En el Reino Unido existe un nacionalismo inglés que es partidario de la “Pequeña Inglaterra”. Estos “Little Englanders” son partidarios de la unión con Escocia, pero no de un Estado federal.

Esto se debe a que su modelo de democracia es el modelo Westminster, con un parlamento soberano y sin descentralización territorial así que no están dispuestos a cambiar de modelo para dar gusto a otras identidades. Su posición es bien clara: prefieren que los escoceses se marchen antes que vivir en un Estado federal. Como ha mostrado David Cameron anticipándose a los nacionalistas escoceses ofreciendo un referéndum sobre la independencia,  los conservadores británicos no van de farol. Nos encontramos, por tanto, con una amenaza de secesión muy efectiva, pero inversa. El resultado ya lo hemos visto: desde esa posición, Cameron ha podido ofrecer más autonomía fiscal pero a cambio de que el SNP renuncie inequívocamente a la independencia. El mensaje de Cameron es claro: queremos una negociación con un fin, no una negociación infinita en la que la independencia se logre a base de ir troceándola en sucesivas negociaciones autonomistas.

Dos brigadistas de lujo

Por: | 09 de marzo de 2012

En mi columna de hoy en la edición impresa de EL PAIS ("El canario en la mina") comento como algo extraordinario el apoyo que ha recibido en la prensa anglosajona la decisión del gobierno español de que no cumplirá con el objetivo de déficit del 4.4% asignado para este año. En el caso del Nobel, Paul Krugman, este abre su blog  ("Finally, Spain") con un impresionante gráfico que le sirve para destacar hasta qué punto España nunca ha tenido un problema de déficit, en cualquier caso menor que Alemania y cómo, en su opinión, las políticas de austeridad que se están imponiendo desde el exterior son un error.

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Igualmente explícito es Martin Wolf, sin duda el columnista económico más influyente del continente, que en su columna "The pain in Spain will test the euro" define las políticas de austeridad como "insanas" ya que parten del supuesto equivocado: que la actual crisis ha sido provocado por los desequilibrios en las finanzas públicas. Los tres gráficos que Wolf adjunto, y que se reproducen aquí, dejan pocas dudas al respecto.

Captura de pantalla 2012-03-09 a la(s) 00.51.05Pero la crítica de Wolf va aún más allá, y en ese sentido resulta más preocupante. El nuevo Tratado Fiscal firmado por los Estados miembros de la Unión (todos menos británicos y checos) pone el énfasis en los "déficits estructurales", que ajustan la cifra de déficit para tener en cuenta el impacto del ciclo económico. Esto, que tiene sentido teórico y político, pues no es lo mismo tener un déficit del 3% cuando se está creciendo al 5% que cuando hay una recesión del 5%, va a convertirse, anticipa Wolf, en una pesadilla, ya que el Tratado no incluye la fórmula para calcular el déficit estructural, nadie sabe muy bien cómo calcularlo y, para colmo, su cálculo exacto puede demorarse hasta un par de años. Teniendo en cuenta la rigidez del mecanismo de sanciones y denuncias previsto en el actual Tratado (que incluso incluye multas a los Estados que se desvíen de los objetivos de déficit fijados), parece que el Tratado está condenado antes de entrar en vigor a sufrir los mismos problemas que tuvo el Pacto de Estabilidad en su momento (2003) y que llevó a Alemania a saltárselo, a lo que Francia se apunto rápidamente, socavando así la credibilidad del Pacto.

Resumiendo, España no sólo estaría haciendo a la hora de aplicar flexiblemente los objetivos de reducción de déficit, sino que su experiencia debería servir para introducir flexibilidad en un sistema que, de lo contrario, estaría destinado a fracasar.

Son pocas las ocasiones en las que una decisión económica tomada en España recibe tan amplio apoyo en la prensa internacional de referencia: merecía destacarlo.

Una revolucion, un mea culpa y un futuro incierto

Por: | 07 de marzo de 2012

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Ayer en Madrid tuvo lugar una interesantísima discusión sobre la primavera árabe (o lo que queda de ella). La discusión se produjo al hilo del libro de Lluís Bassets, “El año de la revolución”, que acaba de publicar Taurus y contó con la presencia de Bernardino León, enviado especial de la Unión Europea para, precisamente, “la primavera árabe”. Bernardino León es sin duda uno de los mejores conocedores de la región mediterránea, a la que se ha aproximado desde varios puestos en varios momentos, tanto desde la diplomacia española como la comunitaria. Por ello, sus análisis y opiniones reflejan muy bien el empeño europeo en romper con un pasado lleno de errores, el más fundamental aquel que llevó a primar la estabilidad sobre la democracia, para acabar viéndose privado de ambos. La autocrítica no es el fuerte de ninguna diplomacia así que hay que reconocerla y alabarla cuando se practica: desde EEUU hasta la Unión Europea, tanto en Bruselas como en las capitales, todo el mundo ha reconocido los errores cometidos en el pasado. Más difícil resulta, sin embargo, enmendarlos ya que los nuevos regímenes no olvidan fácilmente el pasado y, además, son muy nacionalistas. Pero vayamos por partes.

El libro de Bassets, que acota en un año (2011) su objeto de estudio, ofrece sin duda un magnífico retrato del desconcierto que se adueñó de las diplomacias occidentales cuando lo antes impensable (la caída de las satrapías de la región) pasó a ser, primero probable, y luego irreversible. Narrado en forma de diario (en su primera parte), el ritmo es trepidante. Se trata de un libro valiente, escrito en caliente, donde el análisis, riguroso, se combina con la denuncia. Como muchos otros, Bassets exige a la UE que, de una vez por todas, practique aquello en lo que dice creer, pero, para su desesperación, constata una y otra vez la racanería, la cerrazón y la cortedad de miras de muchos políticos europeos. Mientras las piezas del dominó autoritario caen, las diplomacias balbucean o, peor aún, como en el caso de Francia, ofrecen material antidisturbios a Ben Alí, con quien la Ministra de Defensa francesa pasaba las Navidades y de paso aprovechaba para cerrar tratos de sus negocios familiares. La vergüenza y el oprobio contrastan con la pulsión por la libertad de unos desharrapados que se lanzan a la calle y, toda vez que han decidido que no tienen nada que perder, derriban a regímenes aparentemente inquebrantables.

El libro de Bassets refleja perfectamente la montaña rusa, empírica, ideológica e incluso sentimental en la que nos han sumido las revoluciones árabes. Primero fue un 1848, incluso un 1989. En sólo unos días, los árabes arrojaron un zapato a la cara de Huntington y su “choque de civilizaciones”, demostrando que nada en su código genético les obligaba a vivir sometidos y humillados. Pero progresivamente, mientras que Fukuyama paseaba su enseña, los blancos se tiñeron de grises, e incluso de negros, dejando paso a la preocupación y al desconcierto: los islamistas se convertían en primera fuerza electoral, los militares no terminaba de abandonar el poder en Egipto, las violaciones de derechos humanos proliferaban en la Libia post-Gadafi, Siria se desangraba en una guerra civil y las monarquías del Golfo se zafaban de la presión.

La historia no está cerrada, puede acabar bien, pero también puede acabar mal: nada impide que islamistas y militares encuentren un acomodo y pacten no excluirse del poder. Pero preocupa las democracias que surjan sean democracias “con adjetivos”: pueden ser democracias “electorales”, que sólo lo sean en la dimensión electoral; o democracias “iliberales”, porque no respeten plenamente los derechos humanos de todos los ciudadanos; también pueden ser democracias “delegativas”, donde los ciudadanos elijan un hombre fuerte a sabiendas de que sacrificarán ciertas parcelas de libertad. Como dicen los anglosajones, “el jurado todavía está deliberando” (the jury is still out). Mientras, los europeos asisten algo perplejos a los cambios, intentan navegar, sin mucha cartografía de ayuda, unos inmensos cambios políticos, sociales y económicos. Apoyar, acompañar, influir, pero sin injerir, condicionar o sancionar. Es fácil de decir, pero difícil de hacer. No estamos preparados para el futuro, pero el futuro ya está aquí. Y mientras tanto, como muestra rotundamente el libro de Bassets, no hay modelo, porque el modelo se hace al andar.

El País

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