José Ignacio Torreblanca

Euroescepticismo, eurofobia y eurocriticismo

Por: | 25 de abril de 2012

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Eurocríticos, eurofóbicos, eurorrealistas, europragmáticos, gradualistas, rechazadores, revisionistas, minimalistas, reformistas, maximalistas, euroentusiastas, eurooptimistas, europesimistas, “duros”, “blandos”. 

Café Steiner tiene el gusto de presentar el libro Euroescepticismo, eurofobia y eurocriticismo: los partidos radicales de la derecha y la izquierda ante la Unión Europea del Profesor Césareo Rodríguez-Aguilera, que he tenido el placer de prologar y que acaba de publicarse.  Imposible encontrar un tema tan oportuno sobre el que reflexionar precisamente en la semana en la que nos quedamos deslumbrados por la fuerza electoral de la eurofobia del Frente Nacional en las elecciones presidenciales francesas. Retomo para los lectores del blog parte las ideas que he volcado en el prólogo del libro, que son las que me llaman la atención.

Tanto el término como el fenómeno del euroescepticismo son, pese a su vigencia y visibilidad actual, realidades complejas, rugosas, difíciles de capturar y explicar. El magma euroescéptico necesita herramientas conceptuales y empíricas para ser entendido correctamente.  Lo que este libro nos permite hacer es separar el euroescepticismo de derechas, más frontalmente antieuropeo y centrado fundamentalmente en la inmigración (es decir, la identidad),  y el de izquierdas, que mantiene una predisposición integradora pero que se muestra frontalmente crítico con el diseño económico y orientación (de corte neoliberal) del proyecto europeo. Ambos comparten, con matices diferentes, la preocupación soberanista y democrática, pero al encerrar entendimientos sustancialmente distintos del sentido y fin último tanto de la soberanía como de la democracia, esa unidad retórica en torno a los conceptos de soberanía y déficit democrático no es lo suficientemente sólida como para forzar una toma de posición común.

Más allá de las diferencias y similitudes entre unos y otros, esta distinción entre “eurófobos” en la derecha radical y “euroescépticos positivos” en la izquierda radical es sumamente útil no sólo en sí misma sino porque permite entender cómo se configura la fractura europeísta cuando añadimos las dos categorías restantes:  por una lado, los partidos “eurófilos”, representados por los partidos de centro-derecha y centro-izquierda que sostienen la integración europea hoy en día y que están generalmente conformes tanto con el concepto mismo de integración como con sus principales resultados; y, por otro, los “euroescépticos negativos” o partidos conservadores y agrarios, que rechazan el principio mismo de la integración aunque conviven con sus resultados de forma pragmática.

Así pues, lo que en principio fue una sombra en la periferia del sistema, el euroescepticismo británico de principios de los años noventa puesto en circulación y alentado por Margaret Thatcher en el Reino Unido, ha terminado por extenderse hacia el continente. El llamado “consenso permisivo” por el cual se gobernó la construcción europea durante sus primeros cincuenta años de historia ha sido barrido de la escena, enfrentando a la Unión Europea a una espiral sumamente peligrosa.

La UE cada vez tiene más difícil legitimarse por la vía de la eficacia, ya que han aparecido “perdedores” o “damnificados” que cuestionan la narrativa oficial que presenta a la UE como un proceso donde todos ganan todo el tiempo.

Tampoco puede legitimarse completamente por los procedimientos ya que, en última instancia, la democracia sigue residiendo en el ámbito nacional y ni los ciudadanos ni los políticos han querido o sabido democratizar la UE (de ahí los pobres resultados de las elecciones al Parlamento Europeo y la paradójica aparición de partidos euroescépticos en el seno del propio Parlamento Europeo).

Ni tampoco puede, por último, legitimarse por la vía de la identidad, ya que, precisamente, la integración europea no sólo no ha creado el sostén identitario que necesitaría para sobrevivir sino que es percibida por algunos como una amenaza, no como una garantía de esas identidades. Por tanto, el euroescepticismo está para quedarse, así que deberemos convivir con él, lo que hace imprescindible su mejor conocimiento. De ahí la recomendación de este libro, una especie de "Todo lo que siempre quiso saber sobre los partidos euroescépticos pero nunca se atrevió a preguntar".

 

 

Hay 5 Comentarios

Torreblanca, llevo un tiempo observando tus escritos y después de este último, sólo me resta decir una cosa: Se te ve demasiado el plumero.

Es muy interesante que aparezca un libro monográfico sobre un tema de candente actualidad, aunque viendo la portada y la reseña del articulista parece que su contenido es muy previsible: el ataque "políticamente correcto" a quienes discrepan de la ideología y el proyecto eurofederalista, tanto a quienes lo hacen por rechazar su sesgo ultraliberal-capitalista como, sobre todo, a quienes van al fondo del tema y denuncian la artificialidad y autoritarismo que conlleva pretender reducir a unidad un continente integrado por naciones completamente distintas en todo.

Franco murió cuando yo era un adolescente y entonces contemplaba Europa como un extranjero mas bien hostil y lejano con pocas afinidades con España. Más cercanos me parecían los americanos gracias a la campaña masiva por todos los medios de comunicación y ocio. No hace falta decir que yo era un soberano ignorante político en puro barbecho. Entrar en el Mercado Común era una ilusión inalcanzable por prohibida. Con la entrada de la democracia, en un afán de ser normales y sacarnos de encima el complejo de inferioridad, opositar a ser miembro de la Comunidad Europea era un objetivo difícil pero no imposible. Así que, cuando finalmente nos dejaron entrar en el club (menudo negocio del timo de la estampita para muchos), la sensación fue de hazaña épica, algo así como cuando un banco te daba un crédito hipotecario en aquellos tiempos. En fin, pasamos el exámen pero nadie quiso leer con detalle la letra pequeña del contrato, otra vez lo mismo que las hipotecas. Después El Dorado, la entrada en el euro. No hizo mucha falta al gobierno de turno explicar lo importante que era para el país sumarse a la moneda única de la Unión Europea. Los esfuerzos para cuadrar el presupuesto y el déficit fueron asumidos con estoicismo ilusionado, casi ardor guerrero, salario congelado incluido. En ese momento nos dieron a gastar marcos alemanes, quiero decir euros y empezamos a comprar con el dinero que los bancos prodigaban. Ahora aceptar una hipoteca era un favor que te pedía la institución financiera que ofrecía además tarjetas de crédito con crédito y más crédito para comprar todo aquello que siempre habías deseado, mercedes incluido. Un poco con la mosca detrás de la oreja, me fui a Gran Bretaña, vendí mi casa y cualquier vínculo económico con España fue terminado. Mis primeras impresiones en el nuevo país fuera algo decepcionantes, como pasar a vivir en el tercer mundo en muchas aspectos como la sanidad, servicios y equipamientos si uno los comparaba con los españoles. Después vino la crisis financiera, primero lejana en las costas pacíficas de los USA pero que fue avanzando pandémica de forma inexorable, desembarcando primero en las costas de la Islas Británicas para contaminar el continente entero con distinta virulencia. Gran Bretaña está muy enferma pero creo que se salvará porque dispone de las medicinas de las que España no tiene a su alcance como la devaluación de una moneda que no es la propia entre otras. El club no lo permite. Solo cree en imponer la quimioterapia de la austeridad que debilita al enfermo y en su caso, de momento, nadie sabe si se podrá salvar ni qué secuelas para siempre quedarán en el mejor de los casos. El caso es que la enfermedad era previsible pero a la vez inevitable y además intratable para una economía como la española sin control alguno de las medidas económicas que se toman. En fin, todo esto para decir que de euroinocente pasé a eurochulo y ahora mismo uno mas de los euroescépticos que suman legión en Gran Bretaña. Porque advertirlo ya lo advirtieron, y cada vez que en el variopinto continente insisten en la misma medicina, los ingleses dicen "no gracias", eso no puede funcionar sin causar graves daños a todo el mundo.Y tenían razón aunque ahora no sirva para nada.

La Unión Europea es una utopía. El sentimiento de solidaridad de la ciudadanía necesario debe tener unas bases para crearse, como la lengua, la religión (que funciona muy mal, vaste ver la violencia de las guerras religiosas tras la Reforma)... Al final la ciudadanía no participa y la estructura es un juguete en manos de las élites económicas. Los ciudadanos de un país no quieren saber nada de los otros países y si a uno le va mal, favorecen electoralmente al que busca ahogarlos, como la resistencia para el rescate de Grecia o las medidas que se imponen (y los gobiernos han consentido) contra España. En los mejores tiempos, la política econòmica que se aplicaba era la que favorecía al núcleo principal y a la periferia se nos impuso una política económica venenosa. Debemos abandonar esta chapuza del capitalismo financiero más abyecto.

El Bundes Central Europeo se reune en Barcelona el 2 y 3 de mayo. Como un herpes olvidado, las fronteras Schengen, (esas fronteras que eran la línea de separación entre la vida y la muerte para quienes huían de Hitler, Franco, Hohnecker, Ceascescu, etc.), vuelven a brotar.

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Sobre el autor

es Profesor de Ciencia Política en la UNED, director de la oficina en Madrid del European Council on Foreign Relations y columnista de EL PAIS desde junio de 2008. Su último libro “Asaltar los cielos: Podemos o la política después de la crisis” (Debate) se publico en abril de 2015. Ha publicado también "¿Quién Gobierna en Europa?" (Catarata, 2014) y "La fragmentación del poder europeo" (Madrid / Icaria-Política Exterior, 2011). En 2014 fue galardonado con el Premio Salvador de Madariaga de periodismo.

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