Para una alegría que tenemos, que es poder prescindir de la crisis y de Europa durante al menos algunos días, vamos y nos metemos en el jardín político de decidir si debemos sumarnos al boicot contra Ucrania que muchos líderes europeos han anunciado en razón del pésimo récord de derechos humanos de ese país.
No sólo se trata del viraje autoritario del régimen de Víktor Yanukóvich, empeñado en deshacer las esperanzas abiertas por la revolución naranja en 2004, ni tampoco de la corrupción rampante que gangrena el país, sino del encarcelamiento y ensañamiento practicado contra la que fuera primera ministra de Ucrania, Yulia Timoshenko y que obtuvo el 45.7% de los votos en la elecciones de 2010. Esa persecución no sólo tiene motivaciones políticas sino que además se lleva a cabo sin asomo de pudor alguno en lo referido a la independencia del poder judicial ucraniano.
Pongo en antecedentes sobre la cuestión a los lectores del blog enlazando este artículo de Timothy Garton Ash del 2 de junio preguntándose, y respondiendo afirmativamente, sobre si los líderes políticos deben boicotear los partidos. También este artículo de mi colega Andrew Wilson donde recomienda una serie de medidas muy concretas para hacer ver a los 11.6 millones de ucranianos que votaron por Timoshenko que los líderes e instituciones europeas no convalidan las prácticas matonas del régimen de Yanukóvich contra la líder de la oposición de Ucrania.
Barroso, Van Rompuy y otros líderes europeos anunciaron hace tiempo que no estarían presentes en los palcos de los partidos que se celebraran en territorio ucraniano. Pero el gobierno español se ha negado a sumarse a este boicot con un curioso argumento que nos ha ofrecido el Ministro de Exteriores. Dice García-Margallo que una final es un “acontecimiento cualitativamente diferente, es una final europea que coincide que se celebra en territorio ucraniano”. Se trata de una declaración algo confusa y bastante contradictoria: parece que se cree en el boicot pero no si es la final, cuando es precisamente en la final en la que el boicot tendría más visibilidad. Y se atribuye a una coincidencia desafortunada que la final sea en Ucrania.
García-Margallo despeja el balón, nunca mejor dicho, con un argumento sumamente endeblecuando tenía a mano una oportunidad de mostrar que, precisamente porque se trata una final europea que se celebra en un país europeo no podemos dejar de lado nuestros valores (europeos). Recuérdese que no se trata de pedir a los aficionados que apaguen la tele o que no vayan al campo, sino de pedirle aRajoy y a los Príncipes que se quede en casa como gesto de solidaridad con una colega suya, Timoshenko, encarcelada, y los once millones de ucranianos que la votaron. ¿Cuándo dará España ejemplo en materia de derechos humanos? ¿No es esto también "marca España"?