José Ignacio Torreblanca

Sobre el autor

es Profesor de Ciencia Política en la UNED, director de la oficina en Madrid del European Council on Foreign Relations y columnista de EL PAIS desde junio de 2008. Su último libro “Asaltar los cielos: Podemos o la política después de la crisis” (Debate) se publico en abril de 2015. Ha publicado también "¿Quién Gobierna en Europa?" (Catarata, 2014) y "La fragmentación del poder europeo" (Madrid / Icaria-Política Exterior, 2011). En 2014 fue galardonado con el Premio Salvador de Madariaga de periodismo.

Pensar en tanques: notas desde la feria de las ideas

Por: | 06 de junio de 2012

Think-tank1Si andas como un pato, suenas como un pato y tienes el pelaje de un pato, sueles ser un pato. ¿Pero si piensas como un académico, actúas como un diplomático y escribes como un periodista, entonces qué eres?

Escribo esto desde Philadelphia, donde he participado en una reunión internacional sobre esa cosa llamada “think tanks” o centros de pensamiento. Un think tank es una animal extraño: su misión es producir ideas relevantes que puedan ser aplicadas por aquellos que tienen que tomar decisiones. Eso le distingue de una Universidad, cuya misión es producir conocimiento científico de calidad, independientemente de su aplicabilidad inmediata.

Los think tanks viven atrapados en una contradicción permanente, pues quieren ser independientes pero a la vez influir. Esto genera un problema evidente pues influir es muy difícil sin ser a su vez influido por aquellos a los que se quiere influir. Parece un trabalenguas, pero no lo es: utilizando una analogía de mercado, los think tanks tienen que encontrar el equilibrio entre la demanda y la oferta de ideas.

En teoría, los think tanks deberían pasar una buena parte de su tiempo pensando sobre aquello sobre lo que los decisores no tienen tiempo de pensar, a veces ni siquiera imaginar. Por ejemplo: ¿cuáles son las implicaciones de la desertificación para la seguridad en el Sahel? ¿O qué debería hacer Europa si una China agobiada por una crisis económica decidiera atacar Taiwan? ¿O cuáles serán las consecuencias para la seguridad internacional de la apertura al tráfico de contenedores del paso del Ártico? Esa es la parte de la oferta: en general, los políticos y diplomáticos, embrollados en el día a día, no tienen tiempo para pensar sobre el futuro así que alguien tiene que hacerlo por o para ellos.

 Pero también hay una demanda que satisfacer: políticos y diplomáticos tienen que resolver problemas muy concretos todos los día. ¿Qué medidas de presión se pueden adoptar sobre el régimen sirio? ¿Qué tipo de eurobonos serían aceptables para Alemania? ¿Hasta qué punto los partidos islamistas son sinceros en su adopción de las formas democráticas? Responder a esas preguntas requiere hablar con mucha gente a un lado y otro del problema y buscar soluciones relevantes.

Guiarse por la demanda está muy bien; los que lo hagan serán útiles y relevantes para los decisores. Pero el riesgo que corren es el de ser tan reactivos como aquellos a los que sirven y dejar de pensar en el futuro. En ese sentido, aunque existen muchos y muy buenos think tanks, sus capacidades de previsión no son tan buenas como pretenden: es difícil pensar en un problema que hubiera sido pensado antes de presentarse por primera vez. Desde la piratería en Somalia, la primavera árabe, el auge de los populismos en América Latina o la caída de la Unión Soviética, la mayoría de los think tanks fueron pillados tan desprevenidos como las agencia de inteligencia, gobiernos y otros observadores, fueran expertos provenientes de la academia o periodistas con décadas de experiencia.

 La reactividad de los think tanks es particularmente acuciante en el campo de los centros de pensamiento dedicados a los estudios sobre seguridad. Es un problema mayúsculo porque según los datos que ha presentado el Profesor Jim McGann, el mayor especialista en think tanks, casi el 60% de los 5.200 think tanks que ha identificado en el mundo se dedican a temas relacionados con la seguridad. Y según los datos disponibles, no lo hacen muy bien ya que son excesivamente unidimensionales, tienen una concepción excesivamente estrecha de la seguridad y están demasiado pegados al “establishment” de seguridad  defensa.

De ahí el juego de palabras, “pensar en tanques” en lugar de “tanques de pensamiento”. Si piensas en tanques verás tanques o estarás estancado y se te escaparán otras dinámicas. Por eso, en el próximo post traeré un ejemplo de “buena práctica” en el estudio de un problema: se trata de un estudio novedoso tanto en cuanto al tema como al planteamiento y las conclusiones. 

Soy alemán y me siento estafado

Por: | 04 de junio de 2012

Captura de pantalla 2012-06-03 a la(s) 23.29.36En estos tiempos que corren, pasar dos días en Berlín discutiendo sobre la crisis del euro es uno de los ejercicios intelectuales más desconcertantes a los que uno se puede enfrentar. Lean esto y entenderán por qué está constando tanto resolver esta crisis.

Muchos alemanes piensan que fueron engañados al obligarles a abandonar el marco en aras de la reunificación alemana y la paz en el continente. Renunciar al marco alemán fue un duro trago pues esa moneda simbolizaba lo que muchos los alemanes habían construido después de la Segunda Guerra Mundial. De mala gana y con muchas reticencias lo aceptaron, aunque con dos condiciones muy claras: primero, que no habría inflación que se comiera sus ahorros y, segundo que no se mutualizarían las deudas ni los excesos fiscales de los demás miembros emitiendo deuda conjunta (eurobonos).

Desde fuera de Alemania se ve el miedo a la inflación como un producto del pasado. Sin embargo, dentro de Alemania no es la memoria de la hiperinflación que destruyó los ahorros en la época de la República de Weimer la que explica esta actitud sino consideraciones mucho más pragmáticas: Alemania es un país demográficamente envejecido que tiene que ahorrar para un futuro donde la tasa de dependencia (proporción de mayores sobre población en edad activa) será elevadísima. Además, a los alemanes se les ha dicho que el sistema público de pensiones no será suficiente para garantizar sus pensiones. En otras palabras, además de lo que el estado ahorre por ellos vía impuestos y contribuciones sociales, deberán ahorrar por su cuenta para completar sus pensiones con planes privados. Esos ahorros son cruciales para su futuro y dependen de una inflación bajo control.

Además, aunque desde fuera de Alemania se perciba que los alemanes son ricos, poderosos y les va sumamente bien en términos de crecimiento y empleo, las clases sociales más modestas de Alemania llevan una década de reformas y recortes en su sistemas de bienestar y en sus relaciones laborales: los recortes en servicios sociales, el deterioro de las infraestructuras públicas y la proliferación de mini-empleos mal pagados debido las llamadas reformas “Hartz” ofrecen un caldo de cultivo ideal para mensajes populistas como el que prolifera tanto en la prensa amarilla (Bild), como en los libros de personalidades relevantes de la vida pública como Theo Sarrazin y Hans-Olaf Henkel (véase la crónica de Juan Gómez, "Alemania sabe que necesita a Europa") y, sobre todo, para entender tanto la tentación del populismo que a veces invade a Angela  Merkel como las limitaciones reales a las que se enfrenta cuando quiere mover ficha.

No es difícil, en esas circunstancias, entender cómo ven muchos alemanes el debate sobre Grecia  y, ahora, el de los eurobonos. “No saldremos de esta crisis alimentando el crecimiento con deuda” es la frase que más veces he escuchado en estos los días que he pasado en Berlín la semana pasada. Grecia es la prueba palpable de que han sido engañados y los eurobonos la prueba palpable de que van a ser engañados al tener que asumir las deudas de todos aquellos que no han cumplido. Por tanto, a una década de esfuerzos fiscales (la que siguió a la unificación alemana), siguió otra de recortes salariales, flexibilidad y reducción de beneficios sociales (la década del euro) a la que está siguiendo una década de rescates (Alemania contribuye en más de 200.000 millones de euros a las garantías que constituyen los fondos de rescate europeos).

Como todas las percepciones, hay mucho que discutir sobre ellas ya que no se ajustan a los hechos. Sin embargo, ignorarlas es imposible si se quiere entender cuál es el contexto en el que se está operando y cuáles son las limitaciones que enfrentan los que tienen que tomar las decisiones, tanto en Berlín como en Madrid.

* La portada es del Bild de 3 de noviembre de 2011. Titular: !"Quitad el euro a los griegos"! 

Los siete noes de Berlín

Por: | 01 de junio de 2012

CoyoteEscribo estas líneas desde Berlín, donde está reunido el European Council on Foreign Relations para hablar de la crisis del euro y del papel de Europa en el mundo. Después de escuchar a los representantes  del gobierno alemán, una cosa queda clara: nadie va a regalar nada a España. Al contrario: el apoyo se venderá caro.

La primera palabra es “condicionalidad”: esto a cambio de esto, aquellos a cambio de lo otro. ¿Por qué esta dureza? Porque la percepción aquí es que la responsabilidad de la crisis es española al 90% y que no hay otro camino que equilibrar el presupuesto, pagar las deudas contraídas, moderar los salarios, ganar competitividad y ser más productivos. Se acabó la fiesta del dinero barato, dicen, no se sale de una crisis de deuda emitiendo más deuda.

¿El alza de la prima de riesgo? Se debe a las sospechas sobre las cuentas públicas y la situación de los bancos: dudas que, señalan, el propio Gobierno ha contribuido a generar con su baile de cifras en torno al rescate de Bankia, cuyo coste ha ido aumentando día tras días. Por tanto, la segunda palabra es “credibilidad”.

A la sima entre la opinión pública alemana y española que señalaba el miércoles en la anterior entrada en este blog (“de la deuda a la duda”), se añade una divergencia casi total entre las elites políticas respecto a la crisis. Eso explica, como cuento hoy en mi columna en el diario impreso (“El efecto coyote”) que estemos suspendidos en el vacío.

Berlín es siguiendo a Martin Wolf,  la ciudad de los siete noes (The ridle of German Interest) que mantiene en vilo a Europa (Financial Times 30 de mayo de 2012). Estos son:

  • No a los eurobonos, pues aliviarían la presión y llevarían a la relajación de las reformas.
  • No a aumentar la dotación del mecanismo europeo de estabilidad (MEDE) o, popularmente, “fondo de rescate”, pues los contribuyentes alemanes ya han ido bastante más lejos.
  • No a un mecanismo de resolución de crisis bancarias de ámbito europeo, pues de nuevo sería europeizar la irresponsabilidad de unos pocos.
  • No a relajar las medidas de austeridad, pues son el único camino.
  • No a facilitar liquidez a los gobiernos para enfrentar sus reformas, pues la prima de riesgo es la señal que necesitan para entender la gravedad de su situación.
  • No a relajar los tipos de interés, pues eso elevaría la inflación, lo que se comería los ahorros de los alemanes.
  • Y no a estimular el consumo, lo que exigiría elevar los salarios, pues Alemania quiere seguir siendo competitiva. 

 Son siete noes como siete soles, que se han convertido en algo así como el equivalente alemán de los siete pilares de la sabiduría. A unos, estos siete noes le parecen la prueba de que el euro no tiene futuro y de que habrá ruptura, a otros la condición esencial para que el euro sobreviva pues argumentan que sin equilibrio presupuestario y un cambio de mentalidad total respecto al déficit a la deuda el euro fracasará.

 

El País

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