José Ignacio Torreblanca

Sobre el autor

es Profesor de Ciencia Política en la UNED, director de la oficina en Madrid del European Council on Foreign Relations y columnista de EL PAIS desde junio de 2008. Su último libro “Asaltar los cielos: Podemos o la política después de la crisis” (Debate) se publico en abril de 2015. Ha publicado también "¿Quién Gobierna en Europa?" (Catarata, 2014) y "La fragmentación del poder europeo" (Madrid / Icaria-Política Exterior, 2011). En 2014 fue galardonado con el Premio Salvador de Madariaga de periodismo.

Soy mujer, he llegado a la cima y no me gusta lo que he visto

Por: | 30 de julio de 2012

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Café Steiner cierra durante agosto. Todos tenemos libros atrasados que estamos deseando leer, horizontes que explorar y neuronas que descomprimir. Es tiempo de alimentarse de nuevas ideas, lecturas, puntos de vista distintos. También, ¿por qué no?, de tomarle algo de distancia a esta crisis, aunque sea para poder comprobar si desde lejos es igual de fea que desde cerca.

 Pero no quería despedirme hasta septiembre sin aprovechar para dejarles con un debate que me tiene fascinado. Es un debate sobre el ascenso de las mujeres a los puestos de máxima responsabilidad, en el gobierno y en las empresas, y los costes que ellos conlleva, los obstáculos con los que se encuentran y, especialmente, con la mirada tan interesante que aportan sobre la conciliación entre la vida personal y la vida profesional, un tema en el que han sido pioneras las mujeres, pero que cada vez nos preocupa, e incluso agobia, a cada vez más hombres.

El debate lo inició Anne Marie Slaughter con este artículo en “The Atlantic Monthly”. Se titula “Why Women Still Can´t Have it All”, es decir, “¿Por qué las mujeres no pueden todavía tenerlo todo?”. La relevancia del artículo ( verán que tiene 192.000 recomendacines en Facebook y miles de menciones en Twitter) es que Anne Marie Slaughter es una de las mujeres más admiradas en el mundo de la política exterior estadounidense. No es que sea académicamente brillante y haya completado una carrera universitaria extraordinaria, es que además es una fantástica comunicadora (con fantásticos artículos  en la A-List del Financial Times), una activista política comprometida y una persona encantadora (esto lo digo con conocimiento de causa, porque tuve la suerte de sentarme al lado suyo en una cena celebrada en Berlín hace un par de meses).

El caso es que Anne Marie accedió en enero del 2010 al puesto seguramente más deseado por cualquier académico/a especialista en relaciones internacionales: responsable de la unidad de análisis y planificación del Departamento de Estado de Estados Unidos (Head of the Policy Planning Staff). Ese puesto, con Obama de presidente y Hillary Clinton de Secretaria de Estado es, como ella misma reconocía, el puesto de su vida, el lugar para la realización personal y profesional, una oportunidad increíble para dejar de estudiar la política exterior y ponerse directamente a cocinarla.

 Dos años después, sin embargo, Anne Marie confiesa que no era feliz, que el precio personal de vivir en Washington durante la semana, viajar continuamente y solo ocasionalmente poder volver a Princeton con su familia le resultaba muy elevado. A pesar de tener todas las facilidades económicas y todo el apoyo familiar en un marido que respaldó su decisión y asumió sin dudarlo la tarea de estar en el día a día con sus hijos, Anne Marie se confiesa pensando todo el rato en que sus hijos, en plena adolescencia, la necesitan y que ella, incluso aunque ellos no la necesitaran a ella, también les necesita. Dos años después, Slaugther confiesa que decidió tirar la toalla y volverse a casa.

 “¿Por qué los hombres no tienen estas preocupaciones?”, se pregunta Slaughter, lo que le permite abrir una reflexión sobre hasta qué punto los hombres han conformado una cultura profesional en la que la vida familiar es una debilidad, algo que debe dejarse a un lado y, especialmente si quieres ocupar altos puestos de responsabilidad sacrificar. Y la facilidad con la que lo hacen es algo desquiciante, añade, hasta el punto de que cuando en Washington alguien es cesado por discrepancias o errores políticos, todo el mundo acepta como natural que se diga que se va a casa “para pasar más tiempo con su familia” cuando todo el mundo sabe que es un eufemismo o directamente una mentira.

Las mujeres, concluye Slaughter, nos hemos mentido a nosotras mismas, y seguimos haciéndolo cuando creemos que podemos ser exitosas como los hombres, ocupar altos puestos de responsabilidad, y encima mantener una vida familiar y personal plena, incluyendo cuidar a nuestros hijos. No se trata sólo de cuidar de ellos, sino de pasar tiempo con ellos, tener la oportunidad de ayudarles a formarse como personas etc. Por eso, concluye Slaughter, comportarnos como “super-women” no es la solución: claro que podemos tener éxito y hacerlo tan bien como ellos, pero ¿de verdad queremos pagar el mismo precio?, se pregunta. ¿No sería mejor, sugiere, que cambiáramos esa cultura laboral, pensada por y para hombres, de tal manera que hubiera más flexibilidad y, sobre todo, más visibilidad del hecho de que todos tenemos más dimensiones que la estrictamente laboral?

No puedo estar más de acuerdo con las reflexiones de Slaughter. Todos sabemos por experiencia hasta qué punto nuestros mundos laborales está lleno de hombres exitosos profesionalmente pero fracasados en lo personal y en lo familiar, hombres que no quieren irse a casa, hombres unidimensionales, entrenados para el trabajo, adictos a él y que han renunciado a su vida familiar. Luego se jubilan o les dan un premio, y agradecen a su familia “el apoyo” pero todos sabemos que en muchos de esos casos nunca hubo un apoyo, sólo una resignación por una ausencia que prolongó por décadas sin ningún cuestionamiento. Slaughter es honesta, seamos los hombres también honestos y reconozcamos que somos el problema y, por tanto, la solución. Es mejor que las imitemos a ellas que que ellas nos imiten a nosotros.

 Vínculos para seguir debatiendo:

-       Slaughter en castellano: ¿Qué es lo que detiene a las mujeres?

-       Slaugther responde a sus lectores.

-       Ruth Marcus critica a Slaughter en el Washinton Post

-       Lisa Belkin en Huffington Post se hace eco del artículo de Slaughter

-       La ficción del feminismo. Por Victoria Bekiempis en The Guardian

-       Keli Goff sobre “¿Por qué las mujeres no deberían quererlo todo?

Hasta septiembre (si la crisis lo permite).

Comparencias en el país A, comparecencias en el país B.

Por: | 27 de julio de 2012

Una gran crisis azota al País A. No es una guerra, pero la devastación que ha generado se le parece mucho. En su origen está una burbuja inmobiliaria que al estallar se lo ha llevado todo por delante. Cinco millones y medio de personas están en el paro,  lo que supone el 24.4% de la población activa. El gobierno se ve obligado a nacionalizar una serie de bancos, para lo que necesita una ayuda financiera exterior que implica duros recortes sociales y laborales. Mientras los bancos reciben miles de millones de ayudas públicas, los trabajadores de ese país enfrentan EREs, recortes y despidos así como reducciones en las prestaciones de educación y sanidad que antes disfrutaban. El Gobierno, desmoralizado tras haber agotado todas sus medidas, reconoce que no habrá crecimiento, sino más recesión, hasta el año 2014.

En esas circunstancias, el Congreso de los Diputados del País A convoca a seis personas (banqueros, reguladores y políticos que tuvieron responsabilidad en la gestión de la crisis) para averiguar qué errores se cometieron que llevaron a la nacionalización de esos bancos. No se sabe por qué razón, los representantes elegidos democráticamente del país A deciden proteger a los comparecientes de cualquier “incomodidad” aprobando el siguiente procedimiento:

 “Los intervinientes hablarán todo el tiempo que quieran; después habrá una ronda de 10 minutos (cinco menos de lo habitual) para cada uno de los siete portavoces y el compareciente responderá en bloque a todos, no pregunta a pregunta, lo que le permite esquivar lo que quiera. Para acabar, una réplica de 1,5 minutos para los portavoces y cierre del compareciente. Y no hay que olvidar que acuden voluntariamente, por lo que ni siquiera están obligados a contestar a todo”.

Ahora vayamos al país B. El país B ha sufrido un terrible ataque terrorista en el que han muerto casi tres mil personas. Los datos apuntan a que el ataque pudo haberse evitado si las agencias de inteligencia se hubieran coordinado correctamente. También muestran que había informes que apuntaban claramente a un atentado de esas magnitudes pero que el Gobierno los desestimó. La máxima responsable es una mujer, la Consejera de Seguridad Nacional. Durante  meses se niega a comparecer ante el Parlamento de ese país alegando un supuesto “privilegio ejecutivo”. Cuando lo hace, los parlamentarios le hacen preguntas cortas y directas, para que las responda de una en una,  le impiden evadirse, y repreguntan todas las veces que sea necesario. Resumen parte del diálogo que está en el video

-“¿Tuvo usted conocimiento con anterioridad a los atentados de los informes que alertaban de un gran atentado”, le preguntan a la Consejera.

- “Déjeme que le explique”

- “No me explique nada, respóndame a la pregunta”.

- “Déjeme terminar mi punto”

- “Ah, ¡no sabía que tenía usted un punto! Sólo quiero que me responda”-

- “No recuerdo.

- ¿“Recuerda el título del título del Informe que usted presentó al presidente el 6 de agosto de 2001”?

- “Creo que se llamaba ‘Bin Laden decidido a atacar en el interior de Estados Unidos’ pero no hablaba de ninguna acción concreta. Sólo se basaba en información histórica sin fuentes nuevas”.

- “Si usted accediera a desclasificar ese documento podría comprobar si es verdad lo que dice”.

Y así sucesivamente. Ya saben cuál es el país B. La Consejera de Seguridad Nacional está allí abajo, sola, en una mesa con un tapete verde, y la Comisión está arriba por encima suyo, representando al pueblo. En el país A, ya saben cuál, el compareciente está cómodamente sentado al lado del Presidente de la Comisión, que le arropa y le protege. Si la política es un teatro, la escenografía lo dice todo. Pero no se pierdan el diálogo en el vídeo, pinchando aquí

 

 

 

El test del punk: Cuba y Rusia puestas a prueba

Por: | 25 de julio de 2012

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Los politólogos utilizamos múltiples y sofisticados indicadores para medir si un régimen es democrático o no (véase por ejemplo, Freedom House, Polity IV). Son indicadores sofisticados, en ocasiones costosos de construir y de recopilar. ¿Pero y si el punk sirviera de “proxy” para simplificar nuestras evaluaciones sobre los regímenes políticos?

Presten atención a la movilización internacional para liberar a las integrantes del grupo de punk ruso “Pussy Riots, detenidas, encarceladas y juzgadas por subvertir el poder del Estado con las letras de sus canciones. En concreto, el 21 de febrero, ocuparon la Catedral de Cristo Salvador en Moscú para “rezar” a la Virgen María que les librara de Putin (este es el vídeo).

Estas feministas radicales han logrado algo en lo que muchos han fracasado: poner de los nervios a Vladimir Putín y hacer visible ante todo el mundo la farsa democrática que supone su intercambio de puestos con Dmitri Medvédev. Enfundadas en sus balaclavas (pasamontañas) de colores, sus canciones incitan a la revuelta contra Putin (“Revolt in Russia”, “Putin got Scared”, “Kropotkin-Vodka”, “Virgin May Put Putin Away”).

No se pierdan esta entrevista donde nos cuentan su visión de Rusia y del régimen instaurado por Putin (“Charlamos con las Pussy Riots”), este vídeo con algunos de sus conciertos o esta web con las letras de sus canciones. Da igual que nos detengan, dicen en la entrevista, siempre habrá alguien que nos pueda sustituir: por eso llevamos pasamontañas, somos anónimas. Su éxito ha sido total, los conciertos de apoyo a las  Pussy riots, en los que se imita su estética, están proliferando por todo el mundo (prueben a teclear “Pussy Riot concerts” en Youtube).

Confieso que no se nada de punk, pero me interesa la política y, especialmente los procesos de cambio político, el control de los políticos y los procesos de transición a la democracia. Sabía, claro está, que las letras de las canciones punk podían tener un alto contenido político, y había oído el God Save the Queen de los Sex Pistols (“Dios salve a la Reina, ella no es un ser humano, no hay futuro en el sueño de Inglaterra”). Pero al fin y al cabo, el Reino Unido es la patria de la libertad de expresión por lo que una letra de ese estilo podía resultar provocadora pero dentro de un límite socialmente aceptable y, sobre todo, sin consecuencias personales o penales para los autores.

Pero otra cosa bien diferente es desafiar frontalmente un régimen como el cubano. En Cuba, donde hacer una pintada con un “Abajo Fidel” te puede costar cuatro años de cárcel, que alguien se atreva a hacer punk anti-sistema llama poderosamente la atención. A raíz de la detención en agosto de 2008 de Gorki Águila, líder del grupo “Porno para Ricardo” pudimos descubrir una de las canciones más corrosivas sobre una dictadura que se hayan escrito. Es una canción dedicada a Fidel Castro bajo el título de “El Coma Andante” donde lo más suave que se dice es “usted es un tirano y no hay pueblo que lo aguante”. El grupo sigue en marcha tras la liberación de su líder, y da conciertos clandestinos desde los balcones mofándose de la seguridad del Estado (véase este video producido por el propio grupo). ¡Qué valentía!

Ante una dictadura, hay caminos de protesta diferentes y complementarios. El recién fallecido Oswaldo Payá quiso utilizar los resortes legales que el régimen ofrecía para denunciar su hipocresía: aunque la Constitución cubana dijera que una petición popular firmada por 10.000 personas tendría que debatirse en la Asamblea Popular, ignoró con toda desfachatez y sin ninguna contemplación el Proyecto Varela, que efectivamente logró recoger esas firmas. En Rusia pasa algo parecido: aunque formalmente el país es una democracia, en la práctica, Putin se sirve del Estado para perpetuarse en el poder y reprimir a la oposición. En ambos casos, Rusia y Cuba, estamos ante un “Estado de leyes”, que es una cosa muy diferente que un “Estado de Derecho”. El test del punk parece bastante fiable.

 

Midiendo el poder de los Estados: difícil pero no imposible

Por: | 22 de julio de 2012

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El viernes pasado se presentó en Madrid la segunda edición del Índice Elcano de Presencia Global (IEPG), un trabajo que impresiona por su utilidad, relevancia, valor y recursos empleados. La idea es tan simple de imaginar como compleja de llevar a la práctica: se trata de proporcionar datos útiles, válidos y comparables que midan la posición internacional de los países y que permitan debatir de forma contrastada y argumentada sobre quién influye más, quién tiene más poder, quién emerge y quién decae.

Hacer esto con una sola variable es relativamente sencillo: agrupar a los países por PIB, gasto militar o reservas energéticas no tiene ningún misterio. Pero intentar agrupar dieciséis indicadores que nos hablan de la posición internacional de los estados y no morir en el intento no es tan fácil: desde la energía al turismo, pasando por la cooperación al desarrollo o el número de tropas, el Índice Elcano es uno de los más ricos del mundo en cuanto al número de variables y su ambición.

Puedo asegurarles, porque he participado como asesor externo en alguno de los grupos de trabajo que lo ha desarrollado, que llevar a cabo esta tarea con éxito y de forma rigurosa y honesta es sumamente difícil ya que hay que tomar multitud de decisiones metodológicas, conceptuales y prácticas que pueden afectar a la calidad del producto final y dañar su credibilidad. Sólo la selección de las variables y la exclusión de unas u otras ya representa un sesgo considerable. Por no hablar de qué datos se usarán y cómo se cuantificarán. Pero en la mayoría de los índices compuestos la ponderación es siempre el principal problema: unos pequeños cambios aquí, unos pequeños cambios allá y el índice puede decir prácticamente lo que uno quiere que diga. En ese sentido, lo que me parece más relevante y meritorio del Índice Elcano es su transparencia. La página web que lanzan junto con el informe contiene un simulador que permite a cualquiera jugar con los pesos relativos de cada variable.

Más allá de los aspectos metodológicos, que me parecen muy importantes, los resultados están a la altura de las expectativas: vean si no el análisis que presenta Iliana Olivié bajo el título: "Decadentes, no decaídos, emergentes pero no emergidos", con unos gráficos muy interesantes sobre el ascenso de China, la posición de España o el permamente poder de Estados Unidos. 

El Índice Elcano no mide el poder de los estados, ni la influencia, ya que por extraño que parezca, los politólogos sabemos qué es el poder (A tiene poder sobre B en la medida que consigue que este haga algo que de otra manera no haría) pero no cómo medirlo eficazmente. Por no hablar de la “influencia” o “soft power” un concepto que riza el rizo de lo inaprensible. Pero el IEPG sí que mide la presencia y posición, permitiendo así comenzar a discutir cómo se traduce y relaciona la presencia con el poder. Intuitivamente, sabemos que hay países que tienen mucha influencia en relación al (menor) poder que tienen, y también que hay países que son muy poderosos pero que influyen o quieren influir muy poco. El índice Elcano ofrece una manera de comenzar a hablar de esto de una manera ordenada. Pasen, véanlo, jueguen con él y lleguen a sus propias conclusiones. 

 

Los hombres de blanco llegan a Rumanía

Por: | 20 de julio de 2012

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¡Por fin una intervención en un estado miembro que merece la pena!
La firmeza con la que la Comisión Europea ha tratado al Gobierno de Víctor Ponta en Rumanía representa un soplo de aire fresco en esta crisis. Tras los abusos de poder e intentos de socavar el poder judicial puestos en marcha por el Gobierno de Ponta es un placer ver a la Comisión Europea llamando a las cosas por su nombre y ejerciendo sus funciones de guardián de los Tratados de forma imparcial y objetiva.

Y lo es más tras comprobar la tibieza con la que los colegas socialistas de Víctor Ponta han tratado la situación. Un breve vistazo a las páginas web del PSOE  o la Internacional Socialista servirá para muy poco, o en realidad para mucho pues es imposible encontrar en ellas una sola referencia a la cuestión. Más preocupante resulta la web del Partido de los Socialistas Europeos, donde se nos cuenta que todo este tinglado lo ha montado el centro-derecha europeo para debilitar a Víctor Ponta debido a los intentos de este de limitar el poder del Presidente Basescu y se nos pide no dejarnos llevar por las manipulaciones. Como se ve, la política de partidos, sean en España o en Europa, es siempre igual: lo importante es negarlo todo, proteger al socio y acusar al acusador de parcial y manipulador.

Menos mal que antes de cerrar el procedimiento de adhesión de Rumanía y Bulgaria a la UE, la Comisión Europea, preocupada por las débiles credenciales democráticas de ambos países se reservó un instrumento llamado Mecanismo de Cooperación y Verificación que le permitía vigilar de cerca la evolución del Estado de Derecho, las libertades fundamentales, la independencia de los tribunales y la lucha contra la corrupción. Ese mecanismo permite evaluar periódicamente el progreso de los países y detectar y señalar anomalías que corregir.

El último informe, que hace el undécimo, se publicó el 18 de julio, y está disponible aquí para quien quiera consultarlo. Son 23 páginas llenas de advertencias sobre el deficiente funcionamiento, imparcialidad  e independencia del poder judicial y, especialmente con todo lo relacionado con la lucha contra la corrupción.

Resulta sin duda sonrojante leer que a un Estado miembro de la Unión Europea, que se supone que es el club democrático más exquisito del mundo, se le diga, tras criticar con detalle el funcionamiento de su sistema judicial, que lo más importante que le queda por hacer no es aprobar esta o aquella ley, instaurar este u otro sistema de garantías, sino, directamente “demostrar su compromiso con los pilares básicos en los que se asiente el estado de derecho y la independencia del poder judicial”

“Sólo” eso. Y todo ello después de haber transcurrido cinco años desde su adhesión a la UE. Es decir, que cinco años después falta todo por hacer. Todo esto lleva a preguntarse por la eficacia de lo que se ha hecho hasta ahora en este ámbito y hasta qué punto el gobierno de Víctor Ponta será capaz de ceder aquí y allá de forma estratégica para, en cuanto la UE se despiste, volver a las andadas. Esperemos que no. En cualquier caso, más allá de esas críticas, celebremos que en lugar de hombres de negro enviados a recortar derechos, la Comisión Europea haya enviado hombres de blanco que los amplíen.

 

Lecturas de verano para presidentes y jefes de oposición

Por: | 18 de julio de 2012

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Ross Douthat, columnista del New York Times, ha elaborado una lista con los libros que, en su opinión deberían leer Obama y Romney durante este verano.

A Obama le recomienda para empezar su descanso estival un libro sobre las dificultades de cambiar las cosas desde el Gobierno (“Government’s End: Why Washington Stopped Working” de Jonathan Rauch). ¿Por qué debería Obama leer ese libro, se pregunta Douthat? Porque demuestra, dice Douthat, que en el pasado el Estado era un reformador innovador e eficaz, que podías contar con él para cambiar las cosas. Hoy, sin embargo, ese mismo estado, capturado por lobbies, burocratizado y sometido a múltiples presiones es refractario al cambio y se ha convertido en el principal problema. De ahí que Obama, en comparación con Roosevelt haya tenido que dejar todas sus ambiciones a medias o a mitad de camino.

Para continuar le recomienda seguir con un libro que debería atemperar el optimismo de Obama acerca de la inversión en nuevas tecnologías (verdes, en este caso). Se trata de Railroaded: The Transcontinentals and the Making of Modern America,” de Richard White que demuestra cómo la construcción de los ferrocarriles que hicieron a América fueron menos heroicos de lo que se piensa y más bien plagadas de corrupciones e ineficiencias.

Y para concluir, a cuenta del reciente enfrentamiento de Obama con la Iglesia Católica americana a costa de la obligatoriedad de incluir los anticonceptivos en el catálogo de prestaciones sanitarias que las empresas están obligadas a ofrecer a sus empleados, le prescribe un libro sobre la religión y los valores americanos (American Grace: How Religion Divides and Unites Us,” del reputado sociólogo Robert Putnam, en co-autoría con David Campbel), un libro que trata de cómo las creencias religiosas interactúan con la necesidad de convivencia social en una sociedad extremadamente diversa de tal manera que, al final, hay un gran grado de convivencia entre religiones distintas entre sí.

Con Romney, Douthat, se inclina por recomendarle que empieza con un buen estudio sobre la política exterior de los republicanos a lo largo de la historia (Hard Line, de Colin Dueck), un libro que le hable de los fracasos del intervencionismo republicano y, especialmente,de los errores de la era G.W. Bush, algo que, dice Douthat, Romeny parece no haber terminado de percibir.

También le anima a que lea un buen libro sobre finanzas ( “The Big Short,” de Michael Lewis), uno que le ayude a entender por qué esa imagen que Romney tiene de si mismo como empresario exitoso no es compartida por los votantes, que más bien perciben en él, en su empresa de inversiones, Bain Capital, y en la fortuna que ha acumulado el ejemplo perfecto de la necesidad de regular el sector financiero y poner fin a sus desmanes fiscales y laborales.

Y para concluir le lanza una acerada recomendación: que se lea con detenimiento las memorias de Bill Clinton. Le ayudarán, dice, a entender cómo conectar con la gente que le tiene que elegir. Auch!

La iniciativa me ha parecido interesante. Se admiten sugerencias, aquí o en [email protected] sobre qué libros piensan que deberían leer Rajoy y Rubalcaba este verano.

Comenzaré por uno para Rajoy: “Esta vez es diferente: ocho siglos de necedad financieras”, de Carmen Reinhardt y Kennet Rogoff, donde se explica con todo lujo de detalle cómo el ser humano puede tropezar vez tras vez con la misma piedra (financiera), ignorando cualquier experiencia anterior y engañándose a sí mismo. Véase pinchando aquí esta reflexión-reseña sobre el libro, que destaca cómo, históricamente, los países que han superado el 90% de deuda sobre el PIB han acabado en bancarrota.

Y seguiré con otro para Rubalcaba: “Organizándose para la derrota: las estrategias organizativas del Partido Socialista Obrero Español 1975-1996) una tesis doctoral donde se explica cómo un partido político se puede ir alejándose progresivamente de sus bases de apoyo, sean votantes, militantes o simpatizantes.

Espero sus sugerencias.

 

Estado de sitio (posmoderno)

Por: | 16 de julio de 2012

23fEl miércoles pasado, mientras escuchaba la dramática batería de medidas de ajuste que anunciaba el Presidente del Gobierno en el Congreso, y reparando en su tono y mensaje (“no tenemos elección”) tuve la tentación de consultar la legislación sobre Estados de alarma, excepción y sitio. ¿No está nuestro país, me preguntaba, atravesando, algo parecido a una situación de excepción? De acuerdo con el propio Rajoy, gran parte de las decisiones que se están tomando se adoptan por presión o imposición exterior y en contra de la expresa voluntad del Gobierno y de las Cortes Generales, que las desaprueba desde el punto de vista de su equidad pero también de su eficacia.

Entonces consulté la legislación y vi que el tema era más complejo y que requería algo más de tiempo y espacio así que en mi columna en la edición impresa del El País del pasado viernes me limité a compartir una sospecha: la de que cuando en una democracia no hay posibilidad de elección, tanto la política normal como la esencia misma de la democracia quedan en suspensión.

Volviendo sobre la legislación de excepción (véase la Ley Orgánica 4/1981 de 1 de julio), y pensando en la situación actual, y en la que probablemente se nos asoma en el horizonte (intervención completa por parte de la UE, el FMI y el BCE), es interesante comprobar hasta qué punto esa legislación refleja una visión decimonónica y caduca de la soberanía, la seguridad y la integridad territorial. Dice el artículo 1:

Procederá la declaración de los Estados de Alarma, Excepción o Sitio cuando circunstancias extraordinarias hiciesen imposible el mantenimiento de la normalidad mediante los poderes ordinarios de las autoridades competentes

 Por su parte, el artículo 13.1, que establece el estado de excepción, dice:

Cuando el libre ejercicio de los derechos y libertades de los ciudadanos, el normal funcionamiento de las instituciones democráticas, el de los Servicios Públicos esenciales para la comunidad, o cualquier otro aspecto del orden público, resulten tan gravemente alterados que el ejercicio de las potestades ordinarias fuera insuficiente para restablecerlo y mantenerlo, el Gobierno, de acuerdo con el apartado 3 del artículo 116 de la Constitución, podrá solicitar del Congreso de los Diputados autorización para declarar el Estado de Excepción.

 Y el artículo 32.1, que regular el estado de sitio:

 Cuando se produzca o amenace producirse una insurrección o acto de fuerza contra la soberanía o independencia de España, su integridad territorial o el Ordenamiento Constitucional, que no pueda resolverse por otros medios, el Gobierno, de conformidad con lo dispuesto en el apartado 4 del artículo 116 de la Constitución, podrá proponer al Congreso de los Diputados la declaración de Estado de Sitio.

 Dejando a un lado los supuestos del estado de alarma (que tienen que ver más con catástrofes naturales o situaciones de emergencia por desabastecimiento), es evidente que las principales amenazas a la seguridad de los españoles están muy alejadas de las previstas en esos supuestos.

Desde que se promulgara esa ley, recuérdese, bajo el trauma del golpe de Estado del 23-F, España se ha adherido a la Unión Europea, una entidad supranacional caracterizada por la primacía y el efecto directo del derecho comunitario sobre el nacional. La adhesión a la Unión Europea supone una profundísima mutación de nuestro orden constitucional, para lo bueno, como hemos disfrutado durante muchos años, y para lo malo, como también estamos experimentando ahora. La UE es un ente posmoderno, posnacional y centrado en lo económico, casi exactamente que lo contrario de un Estado-nación clásico, dominado por la soberanía hacia fuera y la autonomía hacia dentro.

Sí en el inicio de nuestra experiencia constitucional, las preocupaciones de los españoles se centraban en la garantía y preservación de sus libertades políticas (frente a la amenaza golpista) y de la integridad territorial (frente a la amenaza de una secesión violenta y/o ilegal de una parte del territorio), hoy las preocupaciones de seguridad de los españoles se han transformado radicalmente: la seguridad a la que aspiran los españoles tiene que ver con el empleo, las pensiones, el Estado del Bienestar, la sanidad o la educación. Y todo lo que amenace el bienestar logrado en las tres últimas décadas, que supone un logro histórico, puede ser entendido como “un acto de fuerza contra la independencia o la soberanía del país”.  

Por eso resulta curioso, y hasta patético, las caducas provisiones que la Ley establece para ejercer su autoridad durante el Estado de sitio: militarización del orden público, publicación de bandos, recurso a la jurisdicción militar. Nada, todo completamente inútil e injustificado: España se enfrenta a una de sus situaciones más difíciles desde 1981 pero no sabemos ponerle nombre ni tenemos categoría para ello. La UE es un ente posmoderno, y las batallas que en ella se libran también lo son.

Un argumento que Lluís Bassets ha llevado más allá en su columna del Domingo al escribir:

"No es una crisis, es una guerra. Una guerra de nuevo tipo, incruenta, sin pérdidas humanas ni destrucción de ciudades e infraestructuras. Pero guerra al fin: hay unos países que se ven obligados a cambiar Gobiernos, reformar instituciones, y modificar el modelo de sociedad sin que exista consenso de sus poblaciones y a veces ni siquiera de sus líderes. Si la guerra se explica por el propósito de quien la declara de imponer su voluntad sobre el país atacado, lo que estamos viendo estos días [..] es el momento álgido de una guerra geoeconómica en la que los países más débiles, los intervenidos, se ven obligados a entregar su soberanía y cumplir las órdenes de los que los intervienen”.

Tiempos de sitio (eso sí, posmoderno)

 

 

Naranjas de la China: ¿es China igual o diferente?

Por: | 13 de julio de 2012

Naranjas
¿Qué quieren los chinos: libertad o democracia? ¿Qué fracturas recorren a la sociedad china? ¿Qué piensan los jóvenes chinos sobre Occidente? ¿Qué diferencias hay entre los chinos de la ciudad y los chinos del campo? ¿Saben los hijos lo que sus padres hicieron y sufrieron durante la Revolución Cultural? ¿Por qué no se lo cuentan a los extranjeros? ¿Por qué la China que se abre comercialmente al mundo no termina de abrir también su mente y nos cuenta lo que piensa? ¿Tienen miedo o es que simplemente son distintos?

Estas son las preguntamos que tuvimos la oportunidad de debatir el miércoles pasado en la Fundación Mapfre con motivo de la presentación del libro de Julio Arias, “Naranjas de la China”, un acto organizado por la revista “Foreign Policy edición española” y que contó también con la presencia, además del autor, de Andrés Ortega, José Félix Valvidielso y Cristina Manzano.

El libro no es un libro de análisis ni de teoría política, sino un libro de vivencias y experiencias que modestamente quiere aportar su granito de arena. Su pretensión no es evitar los grandes debates sobre China, sino dar una perspectiva complementaria, desde dentro.

Son pocos, aunque afortunadamente cada vez más, los españoles que se aventuran a conocer China hasta el fondo, aprenden su lengua y, como Julio Arias, deciden abandonar los cómodos ghettos donde vive la clase expatriada y moverse a vivir a un hutong, los barrios tradicionales de callejones que han sido siempre la esencia de las ciudades china y que están desapareciendo bajo la presión inmobiliaria y de una mal entendida modernización. También son cada vez más, afortunadamente, los españoles que escriben sobre China y que nos ayudan a entender ese mundo sirviéndose de una mirada, la nuestra, que nos puede ayudar a entender muchas cosas. Entender China es crucial, y entenderla en español y desde España, mucho más,  de ahí el valor de la aportación de Julio Arias.

Del debate, me quedo con dos elementos que traslado a los lectores. Uno, el debate sobre el crecimiento de China. Llevamos años asustándonos por las cifras de crecimiento de China, que le permitan doblar su PIB cada década , sacar a cientos de millones de personas de la pobreza y convertirse en la potencia mundial de moda. Pero ahora resulta que nos estamos comenzando a asustar todavía más por las posibilidades de un colapso económico de China: hay un enfriamiento notable de la actividad económica y del empleo, una burbuja inmobiliaria y crediticia que en nada tiene que envidiar a la española, un masivo problema de corrupción y casi doscientos millones de inmigrantes en situación de desarraigo y explotación que tienen que decidir si volver al campo o quedarse en las ciudades. ¿Qué nos interesa más, preguntó Andrés Ortega? ¿Una China en auge, o una China en crisis?

El segundo debate que traigo a los lectores es el de la democracia. ¿Se democratizará China¿ ¿Y si lo hace, de qué manera lo hará? ¿En qué nos fijamos de China? ¿En lo que es totalmente diferente, es decir, un imperio y una cultura milenaria con unas experiencias históricas únicas e irrepetibles? ¿O nos fijamos en lo que tienen en común con otros procesos de transformación económica seguida de transformación social y luego de transformación política, como la propia España? ¿Quién tiene razón: los que dicen que China es distinta, o los que dicen que no es más que otra dictadura desarrollista que gobierna sobre la legitimidad de resultados pero que en ausencia de resultados económicos se colapsará? 

 

 

 

¿Qué será de los parlamentos nacionales en la Europa que viene?

Por: | 11 de julio de 2012

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Es bien sabido que la revolución americana surgió de la protesta de los colonos por tener que hacer frente a impuestos  que no habían podido aprobar o rechazar por un procedimiento democrático. En la medida en la que las colonias no estaban representadas en el parlamento inglés, los colonos consideraron que los impuestos que pagaban para sostener el reinado de Jorge III carecían de legitimidad. Fue un pastor protestante de Boston, Jonathan Mayhew, el que acuñó la famosa frase “no taxation without representation” (no puede haber impuestos sin representación política) y que se convirtió al “taxation without representation is tyranny” que justificaría la independencia de las colonias [el texto completo del sermón puede consultarse aquí]

Como mostró ayer el coloquio organizado en Madrid por la Fundación Alternativas en el que tuve la oportunidad de participar, que un debate parecido esté surgiendo en el ámbito europeo no es sino una buena noticia. Europa podrá estar al borde del colapso, como indican muchos, pero también, y esto no es contradictorio, enfrenta un momento fundacional en cuanto a las raíces de su legitimidad y fundamentación. Durante muchos años, hemos dedicado un tiempo ingente y, si se me permite la crítica, bastante improductivo, a hablar de la ciudadanía europea en términos abstractos o de identificación: ¿cómo comunicar mejor? ¿cómo acercar a los ciudadanos a las instituciones europeas? ¿cómo reforzar la identificación con Europa? La mayoría de las propuestas que se han presentado en estas áreas, pese a ser bienintencionadas, han tenido poco efecto: crear canales de televisión europeos, enseñar la UE en las escuelas, todo este tipo de propuestas, por válidas que sean, han fallado a la hora de centrar el debate.

Pero hete aquí que la crisis actual está sirviendo para poder hablar de ciudadanía, esta vez de verdad. ¿Cómo? Hablando de fiscalidad. La fiscalidad, es decir, la capacidad de decidir sobre los impuestos, constituye, hoy por hoy, prácticamente el último reducto donde se manifiesta democracia. Nuestros viejos Estados-nación abandonaron ya hace tiempo la capacidad de imprimir moneda o de fijar los tipos de interés, tareas que delegamos al Banco Central Europeo al constituir la Unión Monetaria. Por tanto, para salir de la crisis, ni podemos devaluar ni generar inflación. Sólo quedaba la política fiscal, que se había convertido en el último reducto de la autonomía (o soberanía, como prefieran).

Pero con los cambios habidos en la gobernanza económica europea, los parlamentos nacionales ya no son autónomos para fijar los presupuestos: deben consultarlos ex ante con Bruselas, vía el procedimiento llamado “semestre europeo” y aceptar la supervisión conjunta de su déficits. Incluso han aceptado constitucionalizar los techos de gasto para no poder volver a incurrir en déficits. Y vamos a más: las propuestas de unión fiscal, bancaria y económica que tenemos encima de la mesa significan una vuelta de tuerca adicional que exprimirá aún más el margen de maniobra de los parlamentos nacionales.

Estamos pues ante un momento fundacional o, si se quiere, por establecer un paralelismo con el Estados Unidos, revolucionario. Los parlamentos nacionales deben decidir qué hacer. Sus opciones son

a)    Aceptar de buena gana la pérdida de competencias en el convencimiento de que el Parlamento Europeo les sustituirá eficazmente y que por tanto no habrá un vacío de representación.

b)   Condicionar la pérdida de esas competencias al reforzamiento de la estructura de representación política en el ámbito europeo, es decir, aceptando sólo su vaciamiento en la medida que el Parlamento Europeo sea capaz de convertirse en un parlamento de verdad, lo que probablemente exigiría unas verdaderas elecciones europeas, con partidos europeos de verdad que eligieran gobierno.

c)    Resistirse a la pérdida de esas competencias sobre la base de que los parlamentos nacionales siguen siendo y deben seguir siendo el lugar donde se resuelva el cruce entre representación e imposición, lo que probablemente requeriría la coordinación con otros parlamentos nacionales europeos para establecer una tercera cámara legislativa europea (añadida al Consejo de la Unión y al Parlamento Europeo).

 ¿Qué opción preferirían ustedes? Les animo a debatir. 

 

 

El estado y la globalización: ni contigo ni sintigo

Por: | 09 de julio de 2012

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Si estos días ven algunos despistados con mochila naranja chillón por Madrid, no se asusten. No son Hare Krisnas, aunque sí pertenecen a una secta, la de los politólogos, que esa semana celebra el 22 Congreso de su Asociación Internacional (IPSA, International Political Association) y que resulta, no me pregunten por qué, que comparte color corporativo con los seguidores del octavo avatar del Dios Visnú.

El congreso se celebra bajo el título “Reshaping Power, Shifting Boundaries”, y los temas principales sobre los que trata son: la emergencia de nuevos actores en las relaciones internacionales y su papel en las instituciones internacionales como el G-20; el impacto de la crisis financiera y el cambio climático en las dinámicas de poder global; las nuevas formas de gobernanza transnacional; la transformación interna de los estados como consecuencia del proceso de globalización o el papel de las identidades, sean nacionales, de género o religiosas. 

El lema del Congreso se asienta en un supuesto de partida: que el modelo westfaliano de gobernanza global, que adjudica a los estados la responsabilidad de coordinarse para resolver los problemas globales, es incapaz de hacer frente a los desafíos que enfrentamos. Si las fronteras entre la ciencia política y las relaciones internacionales siempre fueron porosas, pues el comercio y la guerra han tenido un impacto enorme en la formación de los estados, hoy esas fronteras son ya imposibles de reconocer. 

Que el modelo westfaliano, que configura un mundo basado en estados autónomos hacia dentro y soberanos hacia fuera, ha dejado de existir hace tiempo ha sido visible en la serie de trabajos que se han presentado este domingo en el panel que me ha tocado presidir bajo el título “Reconfigurando el multilateralismo: la interacción entre la UE y las instituciones globales” (“Re-shaping multilateralism the interaction between the EU and global institutions”).

Cuando la Reserva Federal estadounidense decide abrir sus compuertas para estimular su economía lo hace obedeciendo a una lógica política doméstica, pero sus consecuencias son globales: el dólar se deprecia y el euro se aprecia, haciendo más caras nuestras exportaciones y dificultando nuestra salida de la crisis. Lo mismo puede decirse de la Unión Europea: cuando su proyecto entra en crisis, la economía estadounidense se ve afectada y China ve con preocupación cómo sus esperanzas de que el euro se convierta en un contrapeso al dólar se esfuman.

Lo mismo ocurre en el ámbito de las negociaciones sobre cómo regular Internet: dejar en manos de los estados esa regulación supone concederles un poder que no se merecen en razón de sus credenciales democráticas: unos porque directamente son dictaduras, otros porque a pesar de ser democracias, intervienen, restringen y aspiran a controlar Internet. Pero construir un modelo de gobernanza global eficaz y a la vez legítimo sin los estados es una tarea bien difícil.

Son sólo dos ejemplos de algunos de los temas discutidos hoy, pero muy ilustrativos de hasta qué punto necesitamos los estados para gobernar la globalización y, a la vez, entendemos que ellos son los principales obstáculos para muchas de las cosas que querríamos lograr, como un sistema de gobernanza económica que pudiera solucionar los desequilibrios globales que tenemos en el ámbito monetario o una sistema de regulación de la red que permitiera un acceso igual e irrestricto a la red de todos los ciudadanos sin cortapisas ni censuras.

Así pues, la relación entre el Estado y la globalización hace buena la ranchera cuando  dice: “Ni contigo ni sintigo tienen mis males remedio contigo porque me matas, sintigo porque me muero” *

*[referencia completa bienvenida].

 

 

El País

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