Regreso de Sopot (Polonia), donde se celebraba algo así como
la feria de las ideas sobre Europa (European
Forum for New Ideas). Tres días de debates con expertos de toda Europa, y
también de fuera, sobre el futuro de Europa, de su estado del bienestar, de su
proyecto de integración, incluso de sus ciudades.
¡Qué sana envidia, con un punto de añoranza, provoca Polonia estos días! Una sociedad en pleno despegue, que funciona y tiene confianza en sí misma, una élite política que ha superado sus divisiones iniciales, una clase empresarial volcada en la construcción de un país abierto. Es un país que goza de estabilidad, con un gobierno que no sólo tiene el mérito de ser el primero que gana una reelección desde la restauración de la democracia sino, también, de ser el único gobierno europeo que se ha mantenido indemne a través de la crisis.
Por supuesto que quedan enormes problemas por resolver, entre ellos, quizá el más importante, mantener la cohesión social y construir un Estado de bienestar moderno y eficiente, algo que resulta complicado porque para muchos polacos, el estado del bienestar está todavía asociado en gran parte a un pasado comunista e identificado con un Estado pesado y burocrático y unos servicios de mala calidad.
Pero lo más importante es que los polacos creen en sí mismos y en su futuro. Véase si no el activísimo papel diplomático que está desempeñando su ministro de Exteriores, Radek Sikorski, un ministro sin formación diplomática pero que tiene una visión de Europa forjada en sus tiempos de corresponsal de guerra en la antigua Yugoslavia. Como ha contado esta semana Jordi Vaquer en su columna, Sikorski y sus embajadores se han situado en el centro del debate de ideas, promoviendo encuentros, incentivando la generación de propuestas, haciendo valer sus argumentos, organizando todo tipo de foros de debate.
Esta Polonia recuerda a la España de los noventa, la que salió al mundo en tiempos del Quinto Centenario, la Expo, los Juegos Olímpicos, y que además cosechó numerosísimos éxitos diplomáticos, desde la Conferencia de Paz de Oriente Medio a la Presidencia española de la UE en 1995. Fueron los tiempos en los que se logró el máximo de integración europea, con el Tratado de Maastricht, pero también de cohesión social, con las propuestas de ciudadanía europea, que permitieron a los europeos en las elecciones municipales, también de los fondos de cohesión. En un momento en el que España duda sobre sí misma y su futuro, Polonia nos recuerda hasta qué punto los intereses nacionales y los intereses europeos de un país pueden estar tan profusamente entremezclados que sean imposibles de separar.
Termino con nota amarga. Esta crisis no sólo nos está empobreciendo materialmente, sino intelectualmente, privándonos de la capacidad de debatir, de entender el entorno, de identificar las tendencias que definirán, para bien o para mal, nuestro futuro. Cada vez más, los países promueven este tipo de encuentros: Davos en Suiza, Porto Alegre en Brasil, Arrabida en Portugal. En España hemos tenido iniciativas similares, como Saviálogos, pero la crisis ha puesto todo en entredicho. Y sin embargo, necesitamos más ideas, compartir experiencias, hablar con los demás, escuchar, hacer llegar nuestra voz, pues son las ideas las que nos sacarán de esta crisis.