Parece que los astrónomos mayas estaban en todo, pero difícilmente su calendario podía prever que las dos principales potencias del mundo fueran a cambiar de liderazgo en menos de 48 horas. Por el lado estadounidense, desde luego, lo tenían fácil, pues la regularidad de las elecciones estadounidenses (el martes después del primer lunes de noviembre) ayuda mucho. Por el lado chino, aunque el relevo en el liderazgo se produce cada cinco años, algo loable tratándose de una dictadura, el día exacto es algo más difícil de predecir (aunque las reservas de hoteles en Pekín, sospechosamente llenas desde hace tiempo para esta semana, y el calendario de acontecimientos oficiales, sospechosamente vacío para la semana entrante, daban bastantes pistas).
Pero más allá de todas las diferencias que separan a Estados Unidos y a China, existe una profunda similitud en las agendas políticas y en los debates que entrecruzan la política estadounidense y china estos días, una similitud que también se extiende por la vieja y, al parecer, decadente Europa. Es una similitud que nos habla de la universalidad, del hecho de que los ciudadanos de cualquier polis, siendo radicalmente diferentes en sus culturas, comparten agendas políticas y preocupaciones.
Y sin duda que no hay factor más transversal a todas que el de la desigualdad. La desigualdad, sí, que tras ser expulsada del discurso político por la libertad, ha vuelto a entrar con fuerza en el debate político. Como señala el Banco Mundial en su muy recomendable informe Inequality in Focus, aunque las desigualdades entre los países se ha reducido notablemente en las últimas tres décadas, no se han reducido como término medio dentro de los países más desarrollados.
China es uno de los casos más llamativos en cuanto al aumento de las desigualdades (véase este informe del Banco Mundial “China’s rising inequality: a race to the top”). Su coeficiente Gini (la medida más comúnmente usada para medir la desigualdad) pasó de 0.30 en 1980 a 0.45 en 2005 (siendo 0 la máxima igualdad en la distribución de la renta y 1 la máxima desigualdad). Este gráfico, elaborado gracias a la base de datos The Word Top Incomes Database muestra la evolución de la renta del 10% más rico en China desde el año 1980 hasta ahora.
Y eso no es lo peor, pues dado el volumen de economía sumergida (se calcula que 2/3 de la renta proveniente de la economía sumergida está en manos del 10% más rico de la sociedad china), las desigualdades seguro que son mucho mayores que las que vemos en las estadísticas (véase este artículo del New York Times “China’s Hidden Wealth Feeds and Income Gap). Teniendo en cuenta que, para los sociólogos, más de 0.4 de Coeficiente Gini es la antesala de un conflicto político o social grave, China ya hace tiempo que habría traspasado ese umbral.
Algo parecido puede decirse de Estados Unidos, un país en el que las desigualdades tampoco han parado de crecer en las últimas tres décadas y, especialmente, desde el comienzo de la crisis de 2008. ¿Es cierto, o sólo una exageración, que las desigualdades en Estados Unidos están en los mismos niveles que en la “Gran Depresión”? Pues es cierto, véase el gráfico (misma base de datos) que compara la evolución de los ingresos del 10% con los de la media de la población.
Los principales organismos económicos internacionales han advertido repetidamente a Estados Unidos de que sus índices de desigualdad no sólo son intolerables para una democracia avanzada sino que constituyen un muy importante freno a su recuperación económica (véase este informe del FMI, “Inequality and Unsustainable Growth: two sides of the same coin en el que se concluye que hasta el 50% del crecimiento de un país puede ser explicado en función de la distribución de la renta o este otro de la OCDE - Economic Survey of the United States con una recomendación importante en materia de desigualdad). Algunos informes incluso apuntan a que la desigualdad es mayor que en 1776
China y Estados Unidos, dos países, un destino, una misma debilidad ¿Es este el precio de ser una superpotencia?