José Ignacio Torreblanca

Sobre el autor

es Profesor de Ciencia Política en la UNED, director de la oficina en Madrid del European Council on Foreign Relations y columnista de EL PAIS desde junio de 2008. Su último libro “Asaltar los cielos: Podemos o la política después de la crisis” (Debate) se publico en abril de 2015. Ha publicado también "¿Quién Gobierna en Europa?" (Catarata, 2014) y "La fragmentación del poder europeo" (Madrid / Icaria-Política Exterior, 2011). En 2014 fue galardonado con el Premio Salvador de Madariaga de periodismo.

¿Deben los Bancos Centrales eximirse de los recortes?

Por: | 29 de diciembre de 2012

Banco-espana
Seguramente que los seguidores de este blog han notado que la tecnocracia y los tecnócratas constituyen una de las obsesiones favoritas de Café Steiner. En entradas anteriores, he tratado las discrepancias entre las recomendaciones que la Troika (Comisión, BCE y FMI) hace llegar a los países intervenidos respecto a los mercados laborales y las que aplican a su personal (“Cuento de Verano ”) o la contradicción de que los representantes de instituciones que asesoran a los Gobiernos ganen más  que los Presidentes del Gobierno que les pagan para que les asesoren (“La tecnocracia se exime de las medidas que recomienda”).

Pero parece que estos lamentos no han tenido mucho éxito. Hace dos semanas escribí al jefe de prensa de la OCDE, Mr. Dan Morrison, para averiguar el salario de su Secretario General, D. Ángel Gurría.  Supuse, inocentemente, que al ser un funcionario público cuyo salario se cubre con contribuciones públicas, su sueldo debería ser público. Sin embargo,  el Sr. Morrison no me ha contestado, lo que me deja un poco confuso (si quieren probar suerte, su correo es [email protected]).

Ahora, la tecnocracia vuelve a la carga con una sorprendente carta del gobernador del Banco Central Europeo, Mario Draghi, al Gobierno español mostrando su preocupación porque  los recortes que la Ley de Presupuestos va a aplicar al personal del Banco de España (un recorte de apenas un 2% en el capítulo de personal, que significa 217 millones de euros al año) puedan afectar negativamente a su correcto funcionamiento.

Dice Draghi textualmente: “Una combinación de medidas de reducción de gastos de personal con prohibición de contratar personal nuevo menoscabaría directamente la capacidad del Banco de España de contratar e incluso de conservar en su plantilla a personal competente, lo que puede equivaler de iure a despojar a sus órganos rectores de sus facultades de organización interna y de control sobre su personal, o al menos a limitarlas notablemente”.  (ver noticia completa, ELPAIS 26/12/2012).

Es decir, que el sagaz Draghi, el hombre del año, el salvador del euro, establece una relación directa entre los recortes de personal y recursos de una institución y su capacidad de cumplir las funciones que estatutariamente tiene asignadas. ¡Vaya! Hay que felicitar a Draghi por este descubrimiento. Eso sí, un hombre de tan amplias miras y experiencia internacional podría también preguntarse si ese no será también el caso de la sanidad, la educación, la justicia o la investigación y ciencia.

Los ciudadanos españoles se merecen pues una aclaración sobre si los recortes menoscaban la calidad de todos los servicios públicos o solo de los que presta el Banco de España. Porque lo que es seguro es que Draghi no habrá querido ofender la inteligencia de los funcionarios del Banco de España con la insinuación de que aunque todos los funcionarios pueden hacerlo mejor con menos recursos, ellos no.

Otra aclaración que no estaría de más recabar es si la propuesta que hace Draghi de que los Bancos Centrales fijen autónomamente sus presupuestos, salarios y régimen de personal (“ La autonomía en esos asuntos abarca las cuestiones relativas a los salarios y pensiones de los empleados”), es algo que el BCE pretender extender a otras agencias y administraciones o un privilegio que quiere guardar sólo para sí. Definitivamente, los banqueros centrales no están hechos de la misma pasta que el resto de los mortales (“¿Con qué sueñan los banqueros centrales?)

En el caso del Banco de España, esta pretensión de sus funcionarios de eximirse de los recortes y de fijar sus salarios y pensiones de forma autónoma choca con dos obstáculos insalvables.

Primero, los funcionarios del Banco de España están sujetos a la Ley Presupuestaria que elabora un Parlamento que representa a unos sujetos que pagan sus salarios con impuestos y que gustan de pensar en sí mismo como ciudadanos de una democracia donde nadie está exento de rendir cuentas. Ninguna institución pública puede pensar en los Presupuestos como una barra libre de donde servirse.

Segundo, como institución, digámoslo suavemente, el Banco de España ha demostrado dejar mucho que desear a lo largo de esta crisis. Quizá los ciudadanos pudieran compartir esa pretensión de Draghi si el Banco de España hubiera mostrado algo más de eficacia ex ante y/o algo más de capacidad de autocrítica ex post. Pero la realidad es que si muchos ciudadanos españoles sufren hoy recortes en sus salarios y, a la vez, disfrutan de servicios públicos más caros y de inferior calidad, es también en parte por los errores de una institución como el Banco de España, que ha permitido que una parte del sector financiero español arrastre a nuestra economía a una intervención exterior que pone nuestra soberanía y nuestro Estado del Bienestar en entredicho.  

Una vez más la tecnocracia nos muestra hasta qué punto se considera por encima de la democracia y los ciudadanos habiéndose convertido en una esfera autónoma de poder. Gobernadores de los bancos centrales, bajen a la tierra.

Las armas no son una cultura

Por: | 21 de diciembre de 2012

Guns
La matanza de Newtown ha vuelto a poner sobre la mesa la existencia de una “cultura” de armas en Estados Unidos. Según gunpolicy.org en EEUU hay 270 millones de armas en manos de civiles, un dato que sitúa la tasa de posesión de armas en el 88.8% de la población. Uno de cada tres hogares tiene un arma, según Gallup. ¿El resultado? 12.000 muertes al año por armas de fuego, incluyendo suicidios y homicidios. Da igual el ránking, si la palabra armas está en él, EEUU es el primero.

Eso lleva a la gente a decir que en Estados Unidos hay una cultura de armas y, sobre todo, a los partidarios de ellas, a utilizar ese argumento para frenar cualquier prohibición. Joe Noccera (MADD about guns) ofrece un ejemplo interesante: desde que el 3 de mayo de 1980 un conductor borracho matara a una chica de  13 años, las restricciones al alcohol al volante se han ido extendiendo por Estados Unidos y, posteriormente, por todo el mundo. ¿Había una cultura de alcohol al volante? No lo sabemos. Pero sí que los  hábitos pueden ser cambiados.

Como señala el New York Times en su editorial (The Gun Challenge, 19 de diciembre de 2012), en 1996, tras una matanza en la que murieron 36 personas, el gobierno australiano introdujo unas severas normas para limitar la posesión de armas. Esas normas funcionaron y han reducido los homicidios por armas de fuego en un 59%  eliminado por completo las matanzas con armas semi-automáticas. Y lo mismo puede decirse de Japón o el Reino Unido. Todas las experiencias demuestran que la reducción en el número de armas puede ser introducida y que, además  es efectiva.

En definitiva, la  palabra “cultura” es demasiado gruesa, y tramposa. La suelen utilizar los que quieren justificar las resistencias al cambio. Si EEUU ha acabado con la discriminación racial o España ha logrado aprobar el matrimonio homosexual, eso quiere decir que las culturas no son programas genéticos inamovibles sino hábitos que se pueden cambiar con una mezcla de incentivos, sanciones, legislación y políticas adecuadas. 

Por fin toda la verdad sobre la crisis del euro

Por: | 19 de diciembre de 2012

Broken-euro
En 2008 hubo una crisis financiera. Para entonces, algunos Estados de la eurozona habían acumulado un gran volumen de deuda pública o privada, registraban pérdidas en competitividad y sumaban numerosos desequilibrios estructurales. Esto les hizo particularmente vulnerables al contagio y desencadenó una crisis de deuda soberana.

Una parte de estas vulnerabilidades se debió al incumplimiento de las reglas sobre deuda y déficit contenidas en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento vigente desde la entrada en vigor del euro. Sin embargo, en gran medida también reflejaban los problemas de diseño de la Unión Monetaria, en particular la falta de herramientas para corregir desequilibrios macroeconómicos fundamentales.

Por un lado, el Pacto de Estabilidad no fue observado con el suficiente rigor, careciendo de mecanismos para su cumplimiento suficientemente robustos. Su brazo preventivo no funcionó, por lo que los miembros no aprovecharon los periodos de bonanza para sanear sus finanzas públicas. Tampoco funcionó su brazo correctivo, especialmente en lo relativo al control de la deuda pública, que no fue reducida de acuerdo con lo estipulado.

Por otro lado, la coordinación de las políticas económicas se confió a un método inadecuado, basado en la emulación y las recomendaciones, pero sin capacidad ejecutiva, por lo que tuvo un impacto muy limitado. Ello favoreció que se abrieran divergencias de competitividad entre los miembros. Sobre ese trasfondo de laxitud en las finanzas públicas de la zona euro se superpuso una laxitud igual en las políticas monetarias a escala global impulsada por los Bancos Centrales.

La expansión de la oferta monetaria tuvo lugar en paralelo al uso por parte del Banco Central Europeo de las emisiones de deuda de los miembros de la zona de euro para sus operaciones en mercado, lo que en la práctica confirió a esas deudas una calificación crediticia de primer nivel. El respaldo del BCE tuvo como resultado una convergencia artificial de las primas de riesgo y la compra masiva por parte de los bancos de deuda soberana. En último extremo, esto alimentó una burbuja crediticia e inmobiliaria en los países con inflaciones más elevadas que la media, que en la práctica disfrutaron de tipos de interés negativos.

Comoquiera que el euro aceleró la integración financiera, la transmisión de los contagios entre países fue más fácil, sin que existiera un supervisor bancario común. Esa asimetría entre integración financiera y descentralización de la supervisión ha resultado en una muy pobre coordinación generando un círculo vicioso entre bancos y soberanos, más grave aún en tanto en cuanto la unión monetaria carecía de instrumentos para resolver crisis de liquidez.

En resumen, el problema fundamental del euro es que combina una política monetaria centralizada con una responsabilidad descentralizada para el resto de las políticas económicas. Al contrario que en otras uniones monetarias no hay una política fiscal centralizada ni tampoco una capacidad fiscal autónoma (un presupuesto federal). La consecuencia es obvia: la unión monetaria necesita ser profundizada.

Negro sobre blanco, aquí tienen toda la verdad sobre la crisis. Es un diagnóstico equilibrado y certero pero sobre todo útil para entender, además de cómo hemos llegado hasta aquí, qué deberíamos hacer para salir (lo que hace en las siguientes 50 páginas). El diagnóstico no está escondido en ningún sitio ni está elaborado por expertos independientes (aunque probablemente hubieran llegado a las mismas conclusiones). Es la “verdad oficial” sobre la crisis, publicada por la Comisión Europea el 30 de noviembre de 2012 bajo el título “Modelo para una genuina y profunda Unión Monetaria” (Descargar 2012 Comision Poltiical Union blueprint_en).

Que tengamos una verdad “oficial” es importante por dos razones. Primero, nos permite poner fin a las discusiones, muy amargas, que hemos vivido en los dos últimos años acerca de los orígenes de la crisis y, en consecuencia, de las responsabilidades. Atrás deberán quedar los reproches entre deudores y acreedores y las dosis de moralina católica – protestante, Norte – Sur que tanto han enrarecido el ambiente.

Segundo, la verdad oficial es particularmente relevante para España y los países más europeístas pues insiste en que no sólo hemos tenido un problema de incumplimiento de las reglas, como se sostiene frecuentemente desde algunos ámbitos, sino un problema de diseño estructural de la zona euro que deberemos arreglar de manera coordinada. Esas contradicciones entre centralización de las políticas y descentralización de la autoridad y la supervisión es la que tenemos que corregir si queremos salir de esta crisis.

Este diagnóstico (bravo por la Comisión Europea, tan denostada a veces), nos permite mandar callar con autoridad a los que quieren forzar un debate basado en prejuicios y estereotipos y, sobre todo, mirar hacia delante con algo de optimismo. Si tenemos un diagnóstico, entonces tenemos una solución. Quien no quiera aplicarla, que no lo haga, pero que explique claramente por qué y que asuma su responsabilidad.

Las tres caras de la unión política europea

Por: | 17 de diciembre de 2012

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Hoy traigo a los lectores de Café Steiner el resultado de un trabajo publicado conjuntamente con Sebastian Dullien, un economista alemán, en el European Council on Foreign Relations. En el trabajo, ¿Qué es la Unión Política?  intentamos entender mejor los dilemas asociados a la construcción de una unión política. Lo que nos empujó a escribir este trabajo no son las diferencias que separan a los partidarios de una unión política y a sus detractores, que son evidentes y muy acusadas, sino las diferencias, creemos muy profundas, que separan a los partidarios de la unión política entre ellos.

 Pensamos que entrar en un debate sobre unión política, como está haciendo la Unión Europea en este momento, sin tener claras estas diferencias supone asumir unos riesgos que, en estos momentos, la UE no se puede permitir. Dicho en otras palabras, dada la crisis de legitimidad evidente que vive el proyecto europeo en estos momentos, y viendo lo ocurrido durante la década pasada, cuando el Tratado Constitucional encalló en los referendos celebrados en Francia y los Países Bajos, pensamos que es necesario ser sumamente cuidados con las decisiones que se tomen. Algunas de ellas podrían, paradójicamente, agravar la crisis de legitimidad del proyecto. Así pues, como lo último que necesita el proyecto europeo es añadir una crisis política a la crisis económica, proponemos pensar la unión política a lo largo de tres dimensiones.

 La primera dimensión tiene que ver con la profundidad de la integración económica. ¿Vamos a ir un sistema de gobernanza mejorada del euro, es decir, a una unión económica que estabilice el euro pero sólo con medidas preventivas y correctivas (sanciones, vigilancias y cortafuegos, en definitiva mayor condicionalidad? ¿O vamos a ir más allá y crear una verdadera unión económica donde, además, dispongamos de mecanismos mucho más ambiciosos para garantizar no sólo la estabilidad, sino el crecimiento y el empleo (eurobonos, un presupuesto europeo que sirva de colchón anti-crisis, un seguro europeo de desempleo)? Acertar es importante, puesto que si nos quedamos cortos en el diseño de esto que podemos llamar Euro 2.0, no podremos ni solucionar completamente esta crisis ni prevenir la siguiente. Pero las propuestas más ambiciosas corren el riesgo de ser rechazadas por la opinión pública de los países acreedores (Alemania), que quieren evitar verse arrastrados a una “unión de deudas”, es decir, carecen hoy por hoy de la legitimidad suficiente.

La segunda dimensión tiene que ver con la tensión entre reglas y políticas. ¿Queremos sólo una unión de reglas, donde todo el juego institucional esté enfocado al diseño y cumplimiento de reglas, sobre todo fiscales? En este caso, estaríamos diseñando una super-agencia independiente, encargada de vigilar, pero no de hacer política, y por tanto en absoluto sería un gobierno europeo. Porque un gobierno tiene que tener capacidad de hacer políticas, de cambiarlas y de financiarlas vía impuestos. Una unión de reglas es lo más parecido a la visión que Alemania quiere imponer, mientras que una unión de políticas, con mucha discrecionalidad, es lo que Francia y otros preferirían. En la unión de reglas, se cumplen objetivos como el 0,5% de déficit, lo que en teoría permite a cada Estado estar saneado y hacer las políticas que quiera. Pero en una unión de políticas, el objetivos es promover el crecimiento y el empleo desde Europa. En el primer caso, estamos ante lo que he denominado “una unión apolítica”, en el segundo ante una unión politizada.

 Finalmente, la tercera dimensión tiene que ver con la manera de legitimar esa unión política europea. ¿Indirectamente? Es decir, reforzando el papel de los gobiernos nacionales y de las instituciones intergubernamentales (el Consejo Europeo, el Eurogrupo) ¿o bien directamente, dando más poder al Parlamento y a la Comisión Europea para que se conviertan en un Gobierno y un Parlamento de verdad, cosa que hoy por hoy no son?

Los líderes europeos, y los ciudadanos, argumentamos en el trabajo, tendrán que decidir en los próximos años no sólo qué es lo que quieren en cada una de esas dimensiones, sino compatibilizar los avances en uno y otro para que no se produzcan desequilibrios que podrían ser fatales. Porque al igual que una unión económica muy ambiciosa requerirá una legitimidad directa sustancial y de nuevo cuño, cosa que muchos no parecen estar dispuestos a aceptar, el intento de reforzar la legitimidad de una unión sólo basada en reglas yendo a una mayor parlamentarización de la UE también podría generar tensiones importantes. Las elecciones europeas de 2014 serán un buen momento para discutir esas opciones, comenzando con una advertencia obvia pero que suele pasar desapercibida: los ciudadanos europeos quieren gobiernos que gobiernen, en casa o en Europa, no instituciones vacías de poder, y en este momento, tanto los gobiernos nacionales como las instituciones europeas son percibidos por los ciudadanos como carentes de poder. 



El idiota de la aldea global

Por: | 13 de diciembre de 2012

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¿Quién es el idiota de la aldea global? Europa, sin duda. Esta es la tesis de Arnaud Montebourg, el Ministro francés de Industria (véase cita original). Sostiene Montebourg que todos los países del mundo protegen a sus productores y a su industria, menos los europeos, víctimas de una globofilia que les ciega y que les lleva a considerar a sus ciudadanos exclusivamente como consumidores. Como consumidores, dice Montebourg, nos beneficiamos, gracias al libre comercio, de productos más baratos pero, a cambio, lo pagamos muy caro como trabajadores y ciudadanos porque lo pagamos con salarios bajos, empleos precarios (a veces, ni siquiera eso), y un desmantelamiento de derechos sociales. Montebourg representa el ala izquierda del Partido Socialista francés. Quedó tercero (con un 17% de votos) en las primarias de 2011 de las que resultó ganador Hollande, y este lo ha incorporado a su gobierno en una cartera tan sensible como Industria.

Montebourg es también autor del libro “¡Votad la desglobalización!”, un panfleto antiglobalización cuya lectura recomiendo vivamente a todos los que quieran entender cuál es el programa de la izquierda globofóbica francesa y en qué se diferencia de la derecha globofóbica francesa. Las ideas de Montebourg son muy discutibles, aunque están tan bien presentadas y argumentadas que resulta un libro de un atractivo indudable.

La “desglobalización” consiste en imponer un nuevo tipo de proteccionismo, fundamentalmente basado en aranceles sociales y medioambientales, que eviten la competencia injusta y la degradación social y medioambiental asociada a los países emergentes.

Consciente de que la “desglobalización en un solo país” es imposible, Montebourg hace una apelación (muy crítica) a Alemania, a quien acusa primero de ser la “China de Europa” (con sus bajos salarios y su obsesión exportadora) para luego intentar seducir a sus trabajadores, estudiantes, parados e incluso “ejecutivos humillados por las multinacionales” a una estrategia antiglobalizadora.

Habrá quien discrepe de Montebourg, claro está, pero hay que reconocerle la fuerza y convicción con la que transmite sus ideas y, especialmente, el escuchar a alguien distinto. En una época en la que los políticos quieren evitar la diferenciación, este la busca activamente. “El idiota de la aldea global” parece hecha como un guante para que aquellos que, desde Francia y otras partes, se sienten identificados con Astérix el galo y su resistencia a la romanización (¿una forma precoz de globalización?)

Noble idea recibe el Nobel

Por: | 10 de diciembre de 2012

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La Unión Europea recibe el Nobel por, en palabras del Comité, “seis décadas de contribuciones al avance de la paz y la reconciliación, la democracia y los derechos humanos en Europa”. Para algunos, se trata de un premio polémico. No creo que sea una afirmación justificada, especialmente si se tienen en cuenta otros premios que sin duda sí que fueron polémicos (véase aquí la lista de los premios Nobel más innobles).

 Más allá de las críticas, muy legítimas, a las personas que recogen el premio en nombre de la UE (la propia bicefalia de la organización es ya un dato negativo sobre su capacidad) y a las propias debilidades de la institución (que en ocasiones es su peor enemiga), lo que está claro es que los hechos que se describen en el entrecomillado son ciertos.  Personalmente, a muchos nos hubiera gustado que fueran otras personas las que recibieran el Premio (véase “Jürgen Habermas recogerá el Premio Nobel en nombre de la UE”) ya que, en el fondo, lo premiado es una idea y un proyecto.

 Pero esa contradicción es en la que el Nobel nos obliga a pensar. Las ideas no existen independientemente de las personas, ni son posibles sin las instituciones. El propio Jean Monnet, que una y otra vez fracasó a la hora de poner en marcha sus proyectos de integración (recuérdense sus dos intentos fallidos de forjar una unión anglo-francesa durante la Primera Guerra Mundial y, posteriormente, al comienzo de la Segunda), concluyó, en una frase que se ha hecho famosa: “Nada es posible sin las personas, nada es duradero sin las instituciones”.

 Es la combinación de ambas cosas, personas e instituciones, la que ha hecho posible realizar un sueño europeo, un sueño que tiene una larga historia y que hunde sus raíces éticas y filosóficas en el Proyecto de Paz Perpetua de Immanuel Kant, pero que no se pudo llevar a cabo hasta que no se encontró un método (el método Monnet  o método supranacional) para llevarlo a cabo. Entre el intergubernamentalismo y el federalismo, los europeos tuvieron la fortuna, pero también la visión, de encontrar un camino, un camino que les ha dado los mejores años de su historia.

 Claro que personas e instituciones son falibles por naturaleza, y sus errores están a la vista de todo el mundo. Pero eso no oculta ni desmerece un premio bien ganado: son pocas las veces en las que una buena idea encuentra las personas y las instituciones necesarias para impulsarla. Aunque también son muchas las ocasiones en las que esas ideas se agotan y decaen víctima de la inercia y la falta de liderazgo. Por eso el Premio es tan importante: por lo que destaca, pero también por la advertencia que supone.

P.D. La imagen es de Maria Dzhumaliiski, una niña de 12 años residente en Bulgaria que ha quedado tercera en el concurso de dibujos sobre "¿Qué representa Europa para tí?" Una imagen con mucha fuerza, más que la foto de los cuatro presidentes, todos varones y de una edad similar, recibiendo el Premio.

Mario y Mariano: auge y caída

Por: | 10 de diciembre de 2012

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Mario Monti y Mariano Rajoy representan dos extremos opuestos. El primero representa la quintaesencia del tecnócrata profesional; el segundo es la máxima encarnación del político profesional.

Mario hizo su carrera como Profesor de Economía, luego Rector y Presidente de la más prestigiosa Universidad italiana (Bocconi) para, a continuación, aspirar a la máxima gloria europea (Comisario), cargo al que accedió por primera vez en 1994 y donde se mantuvo hasta 2004, lo que le permitió tejer una red de contactos profesionales y empresariales que se han demostrado increíblemente valiosos para su país.  

Mariano, por el contrario, no ha tenido otra profesión que la política, pues hasta su elección profesional, registrador de la propiedad, estaba claramente destinada a permitirse una carrera política sin preocupaciones. Carrera de derecho, oposición, servicio militar, todo para poder permitirle ser diputado en 1981, con 26 años. Treinta y un años en política. Ahí es nada.

Pero he aquí que la crisis del euro juntaría a estos dos hombres, destinados a no encontrarse por carecer de absolutamente nada en común. El 16 de noviembre de 2011 toma posesión Mario Monti, al colapsarse el gobierno de Berlusconi, defenestrado por la suma de fuerzas de Merkel, Sarkozy, el Banco Central Europeo y los mercados. Y un mes más tarde toma posesión Rajoy, también al calor del colapso del Gobierno de Zapatero, incapaz de atajar la crisis ni de transmitir ya confianza alguna al electorado.

 Desde entonces, con respeto, pero con algo de recelo y mirándose de reojo, España e Italia han estado braceando la crisis del euro. Si en un tiempo, España e Italia mantenía un cierto “pique” en torno a quién era más exitoso (¿recuerdan aquello del sorpasso?), durante 2011-2012, la competición ha sido mucho menos divertida. ¿Quién caerá primero, apostaban los inversores, Italia, víctima de su enorme deuda pública y de su falta de capacidad de hacer reformas, o España, víctima de su enorme deuda privada y de su incapacidad de generar empleo?

Los dos ha tenido momentos angustiosos, cuando la prima se ha disparado hasta extremos insostenibles, momentos de gloria, como cuando en el Consejo Europeo de junio pasado, actuando juntos, lograron doblegar a Alemania y lograr el apoyo del BCE, pero también momentos de frustración, especialmente este otoño, al ver cómo el consenso alcanzado en junio sobre la unión bancaria y el BCE se ha ido deshilachando a su paso por Berlín, Viena y Helsinki.

 Y sobre los dos han pesado dos hándicaps muy diferentes, casi inversos. Monti, con sus contactos internacionales, idiomas y conocimientos de economía, era el líder perfecto para Italia en estos momentos. Mientras, el currículum de Rajoy, sin conocimientos de economía, idiomas ni experiencia internacional, representaba un monumental error de casting, sólo atribuible a la nefasta cultura de partido desarrollada por los partidos políticos españoles.

Pero hete aquí, paradoja, que la historia vaya (aparentemente) a terminar con la expulsión del más capacitado de los dos, Mario. Porque el talón de Aquiles de Monti es el propio Berlusconi, que le nombró en 1994 y le dio vida como Comisario Europeo hasta 2004, para luego apoyarlo durante todo este año en el Parlamento con los votos del Pueblo de la Libertad, su partido. Nos quejamos de España y de sus fracasos, pero que Berlusconi no sólo no esté en la cárcel sino que todavía sea capaz de dar y quitar la vida política no se presta a una explicación racional.

Si esto fuera un blog literario, sólo habría una explicación: como Jekyll y Hyde, como Sméagol y Golum, Silvio y Mario son la misma persona. Pero no lo es así que hay que buscar una explicación alternativa. En noviembre pasado muchos dijimos que la inestabilidad de unas elecciones generales era preferible a un gobierno tecnócrata que viviera con el pecado de la legitimidad prestada por Berlusconi. No pasa nada, se nos dijo: Monti arreglaría el país y ese éxito sería el acta de defunción de Berlusconi. Juzguen ustedes. La única esperanza que le queda a Italia es que en la política normal, un mes es un año, pero en la política italiana, un mes es un siglo, así que todo es todavía posible. 

Maximalismos y minimalismos europeos

Por: | 05 de diciembre de 2012

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El lunes por la tarde tuve la oportunidad de participar en un muy interesante debate sobre el futuro de Europa celebrado en la London School of Economics. El panel incluía a Anthony Teasdale, Maurice Fraser, Mark Leonard y Ulrike Guérot (este es el vínculo al evento, el podcast con toda la serie estará disponible próximamente en este link).

El acto ofreció una muy interesante oportunidad de contrastar visiones muy diferenciadas de Europa. La primera fue la defendida por Ulrike Guérot, que en la línea del europeísmo alemán (que tanto se echa de menos estos días en su gobierno) planteó un profundo avance hacia la integración europea bajo el formato federal. Son propuestas que generalmente no llegan a España, ya que el discurso oficial del Gobierno alemán  y sus descontentos (por parafrasear el título del evento) pero que son sumamente ambiciosas: una Europa plenamente integrada, con un sistema político que funcionara de verdad, es decir, con un Parlamento Europeo auténtico, que pudiera elegir una Comisión Europea equivalente a un Gobierno. Esa Europa tendría un amplio presupuesto, y además de mutualizar las deudas (eurobonos, unión bancaria, etc), tendría políticas sociales compartidas, incluso se habló de un seguro de desempleo paneuropeo. Federalismo pues, salto hacia delante, completar la Unión Europea, máxima ambición.

Frente a esa opción, que Guérot se atrevió a describir como “La República Europea”, se contrapuso el tradicional pragmatismo británico. Cierto que los tres ponentes británicos representan posiciones distintas, desde el más integracionista Mark Leonard, hasta el más eurocrítico Maurice Frase, situándose Anthony Teasdale en un término medio. Pero para los tres, el proceso debe seguir los mismos procesos, ritmos y filosofías. Paso a paso, de abajo a arriba, resolviendo los problemas según fueran apareciendo. La posición británica sigue siendo, en lo esencial la misma: una Europa de pequeños pasos, que se legitime por sus resultados, que busque el mínimo de integración necesaria para lograr objetivos comunes como el mercado interior, las ampliaciones, una voz en el mundo. Y todo ello de forma respetuosa con la soberanía nacional y la democracia, con la idea de que la política nacional, y la democracia, siguen siendo y serán por mucho tiempo los espacios relevantes para los ciudadanos.

¿Diluirse en un mar de integración o aferrarse a la democracia nacional. ¿Lograr una Unión Europea mínimamente  razonable y que funcione o diseñar un futuro distinto en una escala diferente? Elementos para el debate que dejo a los lectores del blog.

La tecnocracia se exime de las medidas que recomienda

Por: | 03 de diciembre de 2012

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Como una imagen vale más que mil palabras, abro este post con la tabla salarial de los funcionarios de la OCDE a fecha 1 de enero de 2012. Como pueden observar, están clasificados en 24 categorías que van desde la C1 (2.102 euros mensuales) a la A7 (11.399 euros mensuales, en doce pagas), sin contar pluses por antigüedad, complementos por hijos, expatriación, instalación, escolarización, familiares a cargo, alquileres, seguros médicos, etcétera.

Esto supone que, como es el caso de Mariano Rajoy, cuyo sueldo está en 72.000 euros año, un buen número de funcionarios de la OCDE ganan más que los presidentes del gobierno a los que asesoran y que pagan esos salarios con las mismas cuotas de los Estados que sostienen a estas organizaciones. ¿Tiene esto algún sentido?

Si tienen tiempo, pueden leer con detenimiento las 435 páginas donde se resumen las regulaciones laborales del personal de la OCDE [descargar aquí]. No parece que una filosofía de competitividad y flexibilidad como la que imparte la OCDE sea compatible con tan detallada y extensa regulación. 

El caso es que el Secretario General de esta organización, Ángel Gurría, cuya trayectoria está íntimamente vinculada al PRI mexicano (fue Ministro de Finanzas y de Exteriores entre 1994 y 2000), ha recomendado a España que abarate el despido, pues al parecer sigue siendo demasiado difícil. También le parece a Gurría y a su equipo que las pensiones son demasiado altas y  que se accede demasiado fácilmente a ellas, por lo que recomienda rebajarlas más. Por no hablar del IVA, que también habría que subir. Son las medidas principales que la OCDE recomienda a España en su último informe. Y todo ello, para nada, pues sus propias previsiones son que nos mantendremos en el entorno de los seis millones de parados y que nuestro crecimiento económico será ridículo.

En el quinto año de la crisis, las democracias están comenzado a revisar el funcionamiento del sistema financiero y poniendo límites a los bonos y a las prácticas de riegos. Es insuficiente, pero es un buen comienzo. Falta al otro lado que comencemos a hablar de todas estas organizaciones internacionales, de su justificación, de su eficacia, del retorno, de su funcionamiento. ¿O es que ya han alcanzado su máximo de competencia y eficacia y son, efectivamente, el modelo al que todos debemos aspirar? 

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