Pie de foto: Marca España. Bandera ondeando en Casa Cuartel
de la Guardia Civil, 27 marzo de 2013.
Es probable que como George Steiner, patrón de este blog, usted sea alérgico a los esencialismos. En lo referente a las identidades nacionales, una pizca de cosmopolitismo funciona como una vacuna: impide la inflamación del músculo nacional y previene la activación del ese reflejo nacionalista que a veces nos impide ver las cosas con claridad.
Ese tipo de cosmopolitismo es sano: nos permite, aunque sea temporalmente salir de nuestras identidades y observarnos, a nosotros y a los demás, desde fuera. También nos permite, por qué no, sentirnos identificados con otras colectividades, aunque sea parcialmente o sólo temporalmente.
Todos tenemos raíces, no hace falta renunciar a ellas, sino celebrarlas: sentirse identificado con el país de uno, sus gentes, historia, lengua o cultura no es una prueba de irracionalidad. La identidad no es pues el reverso (irracional) de la racionalidad sino un plano distinto de nuestra existencia. Ese sano cosmopolitismo tiene una gran ventaja: en lugar de sustituir a nuestra identidad, nos permite disfrutarla.
Todo esta larga, y algo defensiva, introducción para justificar la reflexión a la que induce la fotografía que encabeza esta entrada en el blog. La fotografía, tomada hoy 27 de marzo de 2013, muestra una bandera de España completamente deshilachada.