Regreso de participar en el European Forum for New Ideas (EFNI) organizado por la Fundación
polaca Lewiatan en la ciudad de
Sopot. Una vez más, como el año pasado,
la calidad de los participantes y de los debates fue impresionante, destacando
también en esta edición los polacos, entusiastas promotores de la idea de
Europa en estos tiempos de retirada general.
La estrella invitada fue Lech Walesa que habló de la solidaridad en tiempos de crisis y, rememorando su lucha en los astilleros de Gdansk, a unos pocos kilómetros de donde estábamos, hizo un fantástico discurso sobre cómo la simple voluntad de cambio puede ser el arma más poderosa del mundo. Mirando atrás parece irreal lo que Walesa puso en marcha basándose simplemente en la certeza de que el régimen comunista, a pesar de su fortaleza aparente, era inferior moralmente. Walesa no era un hombre con una gran cultura, ni tampoco con grandes conexiones, ni tenía muchos medios a su alcance (veáse esta breve biografía preparada por el CIDOB). Todavía hoy, el bigote amplio y los mofletes inflados le dan una aire simpático, nada amenazador. Pero detrás de esa cara afable se escondía una increíble determinación.
Escuchándole, uno se pregunta de dónde salen estas personas. Los Mandelas, Walesas, Luther Kings, Gandhis, etc son personas que están hechas de carne y hueso, como nosotros, y que tampoco se distinguen mucho de nosotros. Son sencillos y accesibles, pero a la vez extraordinarios y a su paso dejan tras de sí una increíble estela de preguntas sin responder: de dónde obtienen las fuerzas, qué genera una visión tan poderosa, en qué se basa ese convencimiento tan íntimo no ya de tener razón, sino de estar en condiciones de cambiar algo que parece inamovible.
En demasiadas ocasiones no actuamos ante situaciones que sabemos que son manifiestamente injustas. Pensamos que nuestros esfuerzos son inútiles, que no darán fruto, que el sistema es demasiado grande y que siempre ganará. Puede que lo hagamos por comodidad, pero también por sentido común, por pragmatismo. Sin embargo, tenemos ejemplos sobrados de que las cosas se pueden cambiar. El comunismo, el apartheid, la esclavitud, ninguno de estos fenómenos cayó por la ley de la gravedad, sino por la acción de las personas. Y aún así seguimos pensando que cambiar las cosas es imposible. ¿Por qué?