Hemos sido muchos los que, a raíz de su llegada al Gobierno en noviembre de 2011, hemos criticado el perfil de Mario Monti como representante de una generación de europeos que han preferido hacer política presentándose como técnicos independientes, defensores de un interés general abstracto definido no mediante el juego partidista sino por encima de los partidos. En cierto sentido, pese a las diferencias entre ellos, tanto el populismo y la tecnocracia son dos caras de la misma moneda: los dos son expresiones de una reacción contra la política y los partidos tradicionales, consideradas agotadas e incapaces.
Sin embargo, en una tribuna publicada el miércoles en este diario (“Europa contra la demagogia”), Mario Monti muestra una cara diferente, una cara ya intuida en su libro con Sylvie Goulard sobre la democracia en Europa. Me quedo con tres afirmaciones que suponen un cambio radical en el discurso europeo que tradicionalmente venimos escuchando en boca de los partidos tradicionales y del europeísmo clásico.
Primero, Monti habla de la necesidad de “acabar con el terrible desperdicio de una generación entera”, lo que supone reconocer que la salida de la crisis, aunque se esté produciendo, requiere de medidas que asegurar que todos y no sólo unos pocos salgan de la crisis, especialmente los más jóvenes. Si queremos renovar el proyecto europeo y asegurar su supervivencia, debemos evitar que ese proyecto sea visto como exclusivo de una generación y excluyente de otra.