
Según nos anuncian los líderes de Podemos, su decisión de no concurrir con sus siglas a las próximas elecciones municipales es una decisión inspirada en estrictos cálculos electorales y de estrategia política. Utilizando el lenguaje típico del marketing político que tantos partidos han adoptado en las últimas décadas, Podemos nos anuncia su deseo de preservar la “marca” de su eventual desgaste (curioso ejemplo de sumisión de la política a la lógica de mercado) así como de “minimizar riesgos y de maximizar oportunidades” (otro ejemplo de la introducción del lenguaje típico de la mercadotecnia en la política). [véase noticia completa]
Nada que criticar al hecho de que Podemos esté dirigido por actores racionales que buscan maximizar el beneficio electoral en un mercado competitivo, pero la verdad, cuesta reconciliar esta visión tan fría y descarnada de la política con las continuas apelaciones de los líderes de Podemos a reinventar la democracia, poner patas arriba el sistema y acabar con la “casta” que oprime al pueblo y le roba su futuro y libertades.
Es posible entender que Podemos no esté preparado para presentar candidaturas en todos los ayuntamientos en liza, pero sorprende una renuncia tan completa que incluya renunciar a gobernar con su marca en algunos ayuntamientos seleccionados y emblemáticos. Una serie de victorias estratégicas en sitios perfectamente calculados sin duda que darían una proyección importante a Podemos, pero sobre todo podrían mostrar a los ciudadanos cuál es el camino del cambio.
“Venimos”, dicen sus líderes “a terminar con el caciquismo, los enchufes y el secuestro de la democracia. Y a inaugurar la transparencia y la honestidad”. Pero de forma sorprendente, renuncian a lograr el poder y a gobernar, ¿La justificación? “Debemos reconocer”, confiesan “que preferimos no concurrir a las elecciones municipales que hacerlo sin ofrecer a los ciudadanos plenas garantías a su confianza y su voto”.
Muy sorprendente. ¿De verdad todo el proceso asambleario puesto en marcha en barrios y municipios mediante los llamados “círculos” no es capaz de lograr encontrar ciudadanos y ciudadanos honestos que puedan formar candidaturas y presentarse para cambiar el sistema? ¿No es esto un jarro de agua fría para esos ciudadanos a los que se invita a protagonizar el cambio y que llevan meses debatiendo en las plazas y locales? ¿No habíamos quedado en que la vieja democracia representativa iba a ser sustituida por la democracia participativa y que la ciudadanía iba a tomar la palabra? ¿De verdad que entre el millón doscientos mil votantes de Podemos en las europeas no es posible encontrar dos o tres mil candidatos a concejales que puedan abrir las ventanas de nuestros anquilosados gobiernos municipales y enseñar a la “casta” el camino de salida? Parece que no. El resultado es que el mensaje de Podemos es que por razones de estrategia electoral los ciudadanos tendrán que esperar a 2018 para lograr limpiar la política municipal.
¿Qué explica realmente esta extraña decisión? En mi opinión, la respuesta no es complicada. Podemos no está consolidado como partido político. El éxito en las europeas le ha pillado desprevenidos y la experiencia, algo tumultuosa, de estos últimos meses ha sido que sin una estructura centralizada, Podemos corre el riesgo de convertirse en una franquicia (por seguir con el lenguaje de marketing), una marca que cualquier grupo de ciudadanos pueda adoptar y operar bajo ella sin rendir muchas cuentas a la organización central. Así que, pese a lo que digan sobre la ciudadanía, la vieja Grecia, el ágora y la democracia asamblearia, los dirigentes de Podemos se comportan como cualquier líder clásico de un partido político clásico: prefieren gobernar desde arriba a ser gobernados desde abajo.
La segunda explicación, complementaria, es que a diferencia de las elecciones europeas, donde no se elegía gobierno (pues el número de eurodiputados necesario para ser influyente es muy elevado), la política municipal está estructurada de manera que un solo concejal puede dar la mayoría a un grupo u a otro. Como sucedió en la Italia del Movimiento 5 Estrellas de Beppo Grillo, el día después de las elecciones, a menos que hayan logrado la mayoría absoluta, los concejales de Podemos tendrían que decidir si apoyan a Izquierda Unida (a quien quieren suplantar), al PSOE (a quien quieren destruir) o se abstienen (facilitando el gobierno al PP). Todas esas decisiones enajenarían a alguien, serían difíciles de explicar y dejarían insatisfechos a muchos. Peor aún, no serían coherentes ni homogéneas: en el Ayuntamiento A votarían a Izquierda Unida, en el Ayuntamiento B se abstendrían para que no gobernara el PP y en el Ayuntamiento C podrían buscar una coalición con el PSOE. Sí, gobernar es elegir, y elegir es arriesgarse, a eso eso refieren con proteger la “marca”.
Y una tercera razón tendría posiblemente que ver con la necesidad de evitar la gestión municipal. El periodo que va desde las municipales hasta las autonómicas y nacionales puede ser visto como un laboratorio para la izquierda alternativa: pero tanto para lo bueno como para lo malo. Si Podemos gana alcaldías tendría que gestionar la recogida de la basura, hacer planes de urbanismo, gestionar impuestos, etc. Eso puede ser positivo y dotar de experiencia a los militantes así como generar cuadros de confianza. Pero con un partido no consolidado y una marca franquiciada, nadie asegura que Podemos pudiera llenar los ayuntamientos de gestores competentes que pudieran demostrar su valía y capacidad a la hora de implantar una economía municipal social al servicio de los vecinos. Por eso es mejor refugiarse detrás de otras marcas: si las cosas van bien, Podemos aglutinará el voto útil en las autonómicas y generales, si va mal podrá ofrecer su modelo centralizado de gestión de la democracia participativa como alternativa eficaz. Desde luego que hay que felicitar a Podemos por su astucia táctica. Otra cosa es dónde quedan los ciudadanos y la democracia participativa. Pero eso son sus votantes quien tienen que preguntárselo.