José Ignacio Torreblanca

Sobre el autor

es Profesor de Ciencia Política en la UNED, director de la oficina en Madrid del European Council on Foreign Relations y columnista de EL PAIS desde junio de 2008. Su último libro “Asaltar los cielos: Podemos o la política después de la crisis” (Debate) se publico en abril de 2015. Ha publicado también "¿Quién Gobierna en Europa?" (Catarata, 2014) y "La fragmentación del poder europeo" (Madrid / Icaria-Política Exterior, 2011). En 2014 fue galardonado con el Premio Salvador de Madariaga de periodismo.

Irreversible

Por: | 26 de septiembre de 2015

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El pegamento que une las identidades, los territorios y las instituciones es el resultado de complejas circunstancias históricas. Las naciones son tan artificiales en origen como inmutables una vez consolidadas. Y lo mismo puede decirse de los Estados y de su proceso de creación. No hay por tanto nada extraño en que a una comunidad le cueste mucho aceptar una discusión sobre los límites que definen su territorio y ciudadanía. De hecho, a pesar de la reivindicación sobre la existencia de un derecho natural e irrestricto a decidir sobre la pertenencia a la comunidad como una faceta irrenunciable de la democracia, la realidad es la contraria: las democracias carecen de una cláusula de escape estándar que habilite a cualquier territorio o grupo marcharse cuando buenamente lo deseen, y pese a ello las consideramos democracias plenas.

Prueba de ello es que las comunidades que acceden a la estatalidad escindiéndose de otro Estado jamás incluyen en sus nuevas constituciones el derecho a decidir. A falta del pronunciamiento de los independentistas sobre la cuestión, es bastante plausible aventurar que una futura constitución catalana en modo alguno incluiría un derecho simétrico a decidir sobre la estatalidad en los mismos términos empleados para la secesión, es decir, que bastara una mayoría de escaños en el Parlament o una consulta popular para desencadenar una unión con España. De ganar, los independentistas proclamarían la cuestión resuelta definitivamente. Y de perder, considerarían legítimo volver a intentarlo cuantas veces fuera necesario. Cara, gano yo; cruz, pierdes tú.

Incluso en el caso de que se desarrolle de forma negociada y pacífica (algo realmente excepcional: los divorcios de terciopelo no abundan), una secesión es un evento traumático para un país. Porque esos procesos son irreversibles y redefinen por completo la vida de varias generaciones de ciudadanos, el debate sobre esa cuestión debería llevarse a cabo en un marco de exquisito respeto por unas reglas del juego claras y compartidas y el intercambio de razones y hechos contrastables, no sobre la base del trazo grueso y el desbordamiento de las emociones. Decidir es importante y puede que acabe siendo inevitable, pero hacerlo democráticamente es aún más importante. Estamos muy lejos de ahí. 

Publicado en la edición impresa del Diario ELPAIS el 26 de septiembre de 2015

Mayorías minoritarias

Por: | 26 de septiembre de 2015

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* Condorcet nos enseñó cómo manipular las preferencias sociales

Se podrán convocar las elecciones catalanas las veces que se quieran, preguntar en plebiscito, consulta popular o referéndum, contar votos o sólo escaños, ponderar los votos del interior de manera diferente, hacer coaliciones amplias o reducidas. Pero todos los datos apuntan a que en la sociedad catalana no existe una mayoría suficiente a favor de la independencia (“suficiente” en el sentido de que pudiera legitimar de forma amplia, inequívoca e irreversible un proceso de secesión unilateral). Como tampoco parece existir una mayoría suficiente a cambio de dejar las cosas como están, es decir, en el punto en que las dejó la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut.

 ¿Por qué no se abre entonces el camino a una “tercera vía? Lo paradójico de la situación actual es que, casi con toda seguridad, la “tercera vía” ganaría tanto si se enfrentara al estatus quo como si lo hiciera contra la independencia. Pero si esa opción no está encima de la mesa es por razones estratégicas ya que tanto el Gobierno como los independentistas están interesados en excluir dicha opción del tablero, al menos por el momento.

 La existencia de dos mayorías minoritarias con fuerzas similares puede generar un bloqueo permanente de la situación, incluso dar paso al conflicto. Pero también puede abrir el camino al entendimiento una vez que ambos campos sientan que han tocado techo, y mejor aún, comiencen a experimentar o sospechar el agotamiento de sus fuerzas. Las elecciones catalanas pueden interpretarse en dicha clave estratégica: antes de decidir cuál es su siguiente paso, los contendientes necesitan comprobar cuál es su máximo nivel de apoyo.  De ahí que les interese polarizar la elección, tensionar sus mensajes y galvanizar al electorado. Eso explica que el Gobierno, aunque rechace el carácter plebiscitario de las elecciones, haya aceptado recoger el guante lanzado por Junts pel Sí  de medir las fuerzas de cada uno. Después del 27, cada uno contará sus fuerzas y rediseñará sus estrategias en función de los resultados. Si los estos muestran de forma concluyente la existencia de dos mayorías minoritarias, se abrirá la tercera vía. De lo contrario, unos aumentarán la tensión y otros cavarán aún más hondo. 

* Nicolás de Condorcet es el autor de la llamada "Paradoja de Condorcet". Condorcet demostró que la secuencia elegida para plantear un elección a un grupo puede determinar la respuesta de tal manera que ese grupo acabe tomando una decisión contraria a sus preferencias. Pueden ver una sencilla explicación pinchando aquí.

Publicado en la edición impresa del Diario ELPAIS el 19 de septiembre de 2015

 

 

¿Qué Tsipras?

Por: | 26 de septiembre de 2015

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Tsipras. “Decencia”. Toma 1. El hombre que conectó con un pueblo humillado y le devolvió la dignidad. La encarnación de la decencia en la Europa de la austeridad, la democracia sin alternativas y la ciénaga dejada por los políticos del viejo régimen bipartidista. Acorralado por la troika, convocó un referéndum con el que dejó al desnudo el egoísmo de los acreedores, el fracasado diseño de la eurozona y los instintos más primarios de Alemania. Su victoria se convirtió entonces en derrota pero su derrota se ha convertido ahora en victoria. Seis meses épicos que forjaron un héroe de la política después de la crisis que ahora, con su revalidada mayoría, podrá por fin dar a los griegos el futuro que se merecen.

Tsipras. “Florencia”. Toma 2. El hábil político que aniquiló a los socialistas y se convirtió en el líder incontestable de la izquierda griega. Una vez en el poder, pactó con la derecha nacionalista, a la que concedió la cartera de Defensa y prometió blindar el gasto militar. Dejó a su ministro de Finanzas que se abrasara en una negociación a cara de perro con el Eurogrupo, haciéndole creer que estaba dispuesto a pulsar el botón nuclear del impago de la deuda, la emisión de una moneda paralela y el asalto al Banco Central. Convocó y ganó un referéndum que le permitió reforzarse en casa y fuera y firmar con el Eurogrupo un ventajoso acuerdo de 86.000 millones de euros del que consiguió eliminar 20.000 millones de recortes. Logró que el Parlamento aprobara holgadamente el tercer rescate (222 votos) gracias al apoyo de la oposición: de los 64 votos en contra, 43 provinieron de su partido, incluyendo cinco ministros de su Gobierno y la presidenta del Parlamento. Para rematar la jugada convocó nuevas elecciones, limpió su partido dejando que los disidentes se suicidaran presentándose con otras siglas y su auténtico programa (vuelta al dracma e impago de la deuda), las ganó sin dificultad y volvió a gobernar con la derecha nacionalista, ignorando por completo a los partidos que aprobaron el programa de rescate con el que gobernará.

¿Qué Tsipras? Créanme que no soy cínico cuando digo que admiro al segundo más que al primero. 

Publicado en la edición impresa del Diario ELPAIS el 23 de septiembre de 2015

Je suis Corbyn

Por: | 26 de septiembre de 2015

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Antes de lanzarse al debate sobre si el nuevo líder del laborismo británico, Jeremy Corbyn, es el Pablo Iglesias británico o si, por el contrario, Pablo Iglesias podría llegar a ser el Jeremy Corbyn español, es relevante, más allá de las sonrisas provocadas por la deriva personalista (Je suis Paul Églises, “Todos somos Pablo Iglesias”, ha observado alguien con ironía), hacer una precisión sobre las diferencias entre Reino Unido y España.

Al basarse su sistema electoral en un sistema mayoritario en el que el candidato más votado en una primera y única vuelta gana el escaño en una circunscripción uninominal, existen muy pocos incentivos para que los candidatos o facciones más radicales de cada partido se escindan y formen partidos alternativos. Dicho de otra forma, como liberales, xenófobos y verdes experimentan cada vez que hay una elección general, la última en mayo de este año, existe muy poca vida fuera de los dos grandes partidos, Conservador y Laborista.

Esta asfixia bipartidista tiene su lado positivo ya que las cúpulas de los partidos tienen muy poco poder para apartar a los candidatos más rebeldes o para limitar la democracia interna del partido. Esto explica que alguien como Jeremy Corby, que a lo largo de su vida política ha votado más de 500 veces contra su grupo parlamentario y que sólo ha contado con el apoyo de 15 de los 232 diputados de su grupo, haya podido sobrevivir dentro del Partido Laborista y, además, ganarle limpiamente las primarias a sus rivales del partido. Traducido a España, la elección de Corbyn sería parecido a lo que ocurriría si el PCE o Izquierda Unida no existieran y Julio Anguita, diputado del PSOE por Córdoba desde hace 18 años, hubiera ganado las primarias del PSOE. Inimaginable.

Se entiende pues que todos quieran ser Corbyn. Pero vistas las diferencias, ¿dónde quedan entonces Podemos y Pablo Iglesias? Pensando que no había vida fuera de Izquierda Unida, los líderes de IU no aceptaron la propuesta de Pablo Iglesias de organizar unas primarias para decidir el cabeza de lista de IU en las elecciones europeas del año pasado. De esa rigidez organizativa, falta de democracia interna y ausencia de visión nació Podemos. Karma, no Corbyn. 

Publicado en la página 2 de la edición impresa del diario ElPAIS el 16 de septiembre de 2015

Palabra de Orban

Por: | 26 de septiembre de 2015

Viktor-Orban-008El pasado mes de julio, mientras participaba en un curso de verano en el que se analizaba el desafío que populistas, desde dentro, y putinistas, desde fuera, planteaban al proyecto europeo, hice una referencia de pasada al primer ministro húngaro, Viktor Orban, que en un discurso pronunciado al poco de ser reelegido había afirmado que la democracia liberal no era la única forma de organización política aceptable ni necesariamente el modelo que él quería para Hungría.

No había leído el texto original del discurso pero sí recordaba con nitidez las informaciones de prensa relativas a él y, sobre todo, esa frase, que se me había quedado grabada por la barbaridad que suponía en boca del primer ministro de un Estado miembro de la Unión Europea.

Por esa razón, recuerdo que me alarmé cuando en el turno de preguntas la embajadora de Hungría, presente en la sala, tomó la palabra para señalar que esas manifestaciones se habían tergiversado por los medios, pues Orban nunca había dicho tal cosa. Y cuando amablemente se ofreció a enviarme el texto original de la intervención de Orban para corroborar su versión, pensé: ¡vaya! ¿Otro caso de los medios distorsionando la realidad y los demás reproduciéndolo acríticamente?

Pues no. La lectura del discurso, facilitado por la Embajada húngara en inglés y en español (véase aquí: Descargar Extractos - discurso Orbán en Baile Tusnad 26 07 14), no sólo ratificaba la frase sino que la hacía aún más preocupante ya que se veía claramente que no se trataba de un calentón dialéctico en un mitin de partido sino de una reflexión muy meditada y de calado.

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Lo que plantea Orban en su conferencia del 26 de julio de 2014 en la Universidad de Verano de Bálványos es que la democracia liberal ha fracasado como forma de organización política y económica, por lo que señala la necesidad de romper con ella, dejarla atrás y buscar un modelo alternativo basado en la idea de nación.

La Hungría de Orban, la de la patada al inmigrante, el racismo y la xenofobia, las presiones a los medios de comunicación y a los jueces nos lleva avergonzando demasiado tiempo.

Y ahí siguen los 12 diputados de su partido, Fidesz, cómodamente instalados en el Grupo Popular en el Parlamento Europeo sin que nadie se plantee expulsarlos. Inexplicable. 

Publicado en la p.2 de la edición impresa de ELPAIS el 12 de septiembre de 2015

 

Sobre la llamada "secesión terapeutica" y su justificación

Por: | 18 de septiembre de 2015


11949376_988444684539928_6984393574638120492_nLeemos estos días (léase declaración del Profesor de la UPF Jaume López) acerca del intento de justificar una independencia unilateral de Cataluña sobre la base del concepto de “secesión terapéutica” (remedial secession en inglés).

El concepto apunta al intento de construir un caso a favor de la independencia que no esté basado en la existencia de un derecho primigenio a la secesión sino en las condiciones bajo las cuales, en ausencia de ese derecho, la independencia estaría justificada como último remedio.

Esas condiciones incluirían una anexión previa e injustificada del territorio, violaciones sustantivas de los derechos de sus habitantes o la negación o supresión de los derechos de autogobierno de ese colectivo.

El concepto es interesante tanto por lo que revela como por los caminos que abre.

Primero, porque supone reconocer que, en contra de lo sustentado hasta ahora por muchos independentistas (véase el manifiesto del llamado Colectivo Wilson), se aceptaría que Cataluña no goza de un derecho inalienable a decidir sobre su independencia.

Segundo, porque al reconocer dicha inexistencia traslada la carga de la prueba hacia los independentistas, pues no sería el Estado español el que tendría que justificar por qué niega un derecho (inexistente) a la secesión sino que obligaría a éstos a justificar, con argumentos legales y de hecho validados por instancias internacionales, el que la secesión, aunque ilegal, fuera inevitable dadas las graves violaciones de sus derechos, individuales o colectivos, perpetradas por el Estado español.

La cuestión es que España es una democracia signataria no sólo de todas las convenciones sobre derechos humanos internacionales sino que, además, pertenece a uno de los espacios de derecho más densos del mundo: el europeo, que incluye innumerables acuerdos y convenios específicamente dedicados a proteger el autogobierno de territorios, minorías, culturas, lenguas e identidades.

Desde la Unión Europea hasta el Consejo de Europa pasando por la OSCE y la Carta europea de las lenguas minoritarias, son múltiples las instancias a las que podrían dirigirse. Sin embargo, los independentistas no se han molestado en denunciar al Estado español ante ninguna de esas instancias ni en solicitar su amparo. No deben pues extrañarse de la falta de comprensión internacional que recaba su proyecto de secesión exprés.

[Les dejo aquí algunas referencias interesantes sobre el tema :

Publicado en la p.2 de edición impresa del Diario ElPAIS el 5 de septiembre de 2015

Si Europa fuera un país

Por: | 03 de septiembre de 2015

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El relato de la inacción europea es tan gráfico como las imágenes de los refugiados que llenan los informativos. A la tragedia de los ahogados o asfixiados se une la determinación de las familias que estos días cruzan Europa a pie con lo puesto, en durísimas condiciones. Esos padres que pasan a sus hijos por debajo de las alambradas son los que nos dicen lo que Europa significa hoy: el espacio de paz, libertad y seguridad al que aspiran millones de seres humanos. Pero en vez de escuchar ese mensaje con orgullo, nos tomamos esa aspiración como una amenaza. En lugar de aprovechar esta oportunidad para hacer Europa más fuerte, la debilitamos con patéticas divisiones internas, sembramos la duda entre la ciudadanía y damos alas a los xenófobos que quieren menos Europa, más fronteras nacionales y menos extranjeros.

Se ha dicho ya casi todo sobre la miopía y racanería de muchos Gobiernos europeos. Y también parece estrecharse el caudal de las ideas sobre qué hacer al respecto. A este paso, la crisis migratoria acabará en el lugar donde se relegan las cosas sobre las que no queremos hacer nada al respecto: en la categoría de “tragedia”. Pero ante la tentación de tirar la toalla y concluir que el problema no tiene solución hay siempre un remedio infalible: cambiar la perspectiva desde la que nos aproximamos a ese problema.

Imaginemos por solo un momento que Europa fuera un país. En esa Europa, el Gobierno habría convocado al Parlamento para solicitar fondos extraordinarios y aprobar medidas de urgencia. Sus policías de fronteras y guardacostas estarían rescatando a los inmigrantes en peligro. Sus Fuerzas Armadas estarían levantando campamentos en Grecia y Hungría en los que acoger a los refugiados, organizar su reunificación familiar y tramitar sus solicitudes de asilo. Sus servicios consulares estarían tramitando los salvoconductos necesarios para que los refugiados no tuvieran que arriesgar su vida en manos de mafias criminales. Y sus diplomáticos estarían movilizándose en Naciones Unidas y presionando a Rusia para que forzara al régimen de Asad a detener la guerra y abrir negociaciones de paz.

Publicado en la edición impresa de ELPAIS, página 2, el miércoles 2 de septiembre de 2015

El País

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