José Ignacio Torreblanca

Sobre el autor

es Profesor de Ciencia Política en la UNED, director de la oficina en Madrid del European Council on Foreign Relations y columnista de EL PAIS desde junio de 2008. Su último libro “Asaltar los cielos: Podemos o la política después de la crisis” (Debate) se publico en abril de 2015. Ha publicado también "¿Quién Gobierna en Europa?" (Catarata, 2014) y "La fragmentación del poder europeo" (Madrid / Icaria-Política Exterior, 2011). En 2014 fue galardonado con el Premio Salvador de Madariaga de periodismo.

Dos Constituciones

Por: | 28 de enero de 2016

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Es un supuesto de partida de casi todo análisis sobre esta legislatura que la reforma constitucional estará en la agenda política. Pero tan automáticamente como aparece el consenso en torno a la necesidad de esa reforma, se evapora a la hora de detallar lo que emergería de ese proceso. No es que esta incertidumbre importe mucho: más allá de los límites marcados por una serie de principios generales, es normal que en una negociación constitucional el resultado final no se vislumbre al principio de la negociación.

Lo que sorprende de los actores políticos de este país es la facilidad con la que olvidan que España no tiene una Constitución, sino dos: una primera, la Constitución política ratificada en 1978; y otra segunda, la constitución económica que conforman los Tratados europeos a los que España se ha ido sumando desde su adhesión en 1986 a las (entonces) Comunidades Europeas. Mientras que la primera define las reglas del juego político y la estructura de poder territorial de nuestra democracia, la segunda marca los límites en los que debe operar la política económica. Cuestiones como la fiscalidad, los tipos de interés, el tipo de cambio, la inflación, el techo de déficit público o el sistema de las pensiones están hoy fuera del rango de acción de la acción autónoma de Gobierno y Parlamento.

 Que la primera la podamos modificar entre nosotros, pero la segunda no introduce un matiz importante. Al igual que los padres constituyentes de 1978 redactaron la Constitución con la mirada puesta en el futuro, pero observando por el retrovisor las estructuras legales y de poder del régimen franquista, cuando los próximos constituyentes (¿que esta vez, por fin, también serán madres?) comiencen la negociación verán en los márgenes de la carretera, y bien grande, esa compleja estructura de gobernanza que llamamos Unión Europea. Si durante la Transición los constituyentes escudriñaban la carretera para evitar que el Ejército invadiera su carril provocando una colisión frontal, en una economía abierta como la nuestra, los políticos de hoy es a los mercados financieros a quien intentan esquivar. Ganar el futuro sin salirse la carretera ni chocar frontalmente con nadie. Ese es el desafío. ¿Sabremos hacerlo? 

Publicado en la edición impresa de ELPAIS el miércoles 27 de enero de 2016

A por Sánchez

Por: | 26 de enero de 2016

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Para ver la rueda de prensa, pinche aquí

Para entender la motivación del sorpresivo anuncio realizado este viernes por Pablo Iglesias, que deja fuera de juego a Pedro Sánchez, basta recuperar la entrevista concedida por Iglesias a la revista New Left Review* en mayo del año pasado. Preguntado sobre el PSOE, Iglesias explica a su interlocutor que dicho partido tiene dentro de sí dos corrientes diferenciadas: una primera, que denomina como de “régimen”, cuya prioridad es detener a Podemos, para lo que estaría dispuesto a gobernar en gran coalición con el PP y Ciudadanos; y una segunda, partidista y más de izquierdas que, consciente de que una gran coalición significaría la implosión del partido, concedería a Podemos el espacio y la legitimidad en el que crecer políticamente. A este análisis, sin duda certero a la vista de lo ocurrido, Iglesias sumaba una inquietante respuesta sobre el papel que él veía que Podemos debía jugar frente a esas divisiones internas. “Podemos”, anunciaba Iglesias, “explotaría las contradicciones del PSOE”.

Nada explica mejor el paso dado ayer por Podemos que el deseo de terminar con un PSOE muy debilitado y con un líder sin margen de maniobra debido a sus pésimos resultados electorales. Para que España fuera como Portugal, el PSOE debería triplicar en tamaño a Podemos, estar cohesionado internamente y mostrar estabilidad en las perspectivas electorales. Pero el PSOE tiene demasiados pocos votos para cabalgar sobre un Podemos ensoberbecido, está dividido internamente y sus perspectivas electorales son malas. Consciente de ello, Iglesias y los suyos han tirado del guión de su serie favorita, Juego de Tronos, y han empujado al PSOE y a Sánchez al precipicio. Porque el anuncio de Iglesias y su humillante escenificación (sin comunicarse previamente con el PSOE) están maquiavélicamente diseñados para lograr el efecto contrario al anunciado: hacer imposible un gobierno PSOE-Podemos. El objetivo de Podemos no es gobernar con el PSOE, como en Portugal, sino destruirlo y reemplazarlo, como Syriza hizo con el PASOK. Sánchez debería pues olvidarse de Lisboa y a cambio mirar a Atenas. Rajoy, oliendo la sangre, ha decidido dejar pasar al gladiador Sánchez, que se apresta a batirse ¿consciente? de que su única victoria posible es ser derrotado con honor. 

* Hay versión en español [aquí]

Publicada en la edición impresa del Diario ELPAIS el sábado 23 de enero de 2016

¿Por qué renunció Rajoy?

Por: | 22 de enero de 2016

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La dimisión de Rajoy era inevitable. Aunque en el pasado hubo candidatos a presidente que no lograron la mayoría absoluta en la primera votación de investidura, ninguno había recibido una mayoría absoluta de votos negativos. Y tampoco nunca un candidato había fracasado a la hora de lograr las abstenciones necesarias para proclamarse presidente por mayoría simple en la segunda vuelta.

Esa doble mayoría absoluta contraria a su investidura resumió a la perfección la voluntad de la Cámara resultante de las elecciones del 20-D: acuerdo en que no debía haber un Gobierno monocolor del Partido Popular liderado por Mariano Rajoy, desconcierto total respecto a las alternativas.

Pero además de inevitable, su renuncia era lógica. Que en el más de un mes transcurrido desde las elecciones el presidente fuera incapaz de formular una oferta atractiva a sus potenciales socios dejaba en evidencia el agotamiento personal de un líder sin ideas, gastado por el tiempo, los escándalos de corrupción y la gestión de la crisis. La vaguedad de su oferta al PSOE, sumada a la inflexibilidad a la hora de negociar leyes clave para los socialistas como la educación o la seguridad ciudadana, puso de manifiesto su incapacidad de entender el veredicto de las urnas.

Que muchos dentro de su partido no le exigieran esa dimisión se debía más al miedo al vacío y las peleas sucesorias que a la fe en su capacidad de liderar al PP cuatro años más. Nadie en su entorno se atrevió a decirle que no gana las elecciones quien no puede gobernar. Pero Rajoy, con más años en política que todos los aspirantes a sucederle, terminó por entender que las había perdido. Su marcha hace posible que surja un nuevo líder en el PP que haga al PSOE una oferta de gobierno que no solo no lo destruya (¿incluyendo la vicepresidencia y las carteras de Interior, Sanidad y Educación?) sino que le permita enfrentar con éxito a Podemos dentro de cuatro años. Sin margen, sin ilusión, sin autoridad y sin liderazgo, Rajoy ha hecho lo que tenía que hacer. Después de él se abre un tiempo nuevo. @jitorreblanca escribiendo desde el futuro.

 

Publicada en la edición impresa del Diario ELPAIS, p.2, el miércoles 20 de enero de 2015

El efecto "Starbucks"

Por: | 19 de enero de 2016

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¿Le cuesta a usted entender que haya gente que en lugar de entrar en el bar de toda la vida y pagar 1,20 euros por un café sea capaz de entrar en un Starbucks y pagar 3,40? Quizá ayude comparar la estética del bar de la esquina (sillas de aluminio, servilletas en el suelo y televisión a todo meter) con las sillas de madera, los cómodos sofás y la conexión wifi gratuita de los nuevos cafés. Pero compare también el café. Antes pensábamos que nuestro bar de toda la vida nos ofrecía muchas opciones: café en taza grande, mediana o vaso; solo, cortado o con leche. Incluso, para los más exigentes, cafés a la medida (manchado, biberón, largo de café, etcétera). Pero detrás de esas aparentes opciones se esconde un hecho evidente: que no se puede elegir el tipo de café (de hecho, todavía hoy, pedir leche desnatada o de soja suele desencadenar un encogimiento de hombros). En un café como Starbucks, por el contrario, se ofrecen 13 tipos de café (desde el aromático y acaramelado Expresso Roast de tostado intenso al luminoso y nítido Willow Blend de tostado suave) y 35 bebidas diferentes en distintos tamaños y presentaciones.

Los nuevos hábitos de consumo obligan a las empresas a ofrecer una experiencia de usuario que incluya conectividad las 24 horas desde cualquier tipo de plataforma, operabilidad total y sin restricciones, calidad de producto y atención al cliente. ¿Alguien alguna vez en un partido político tradicional se ha preguntado cuál es la “experiencia de usuario” de un militante? ¿Y de un votante? ¿No es absurdo pensar que consumidores tan exigentes con su café, su banco o con su compañía telefónica se vayan a conformar con un partido político de toda la vida? Igual que se acabaron el banco y la compañía de teléfonos de toda la vida, se acabó el partido de siempre. En otras palabras, a lo que hemos asistido en estas últimas elecciones es a una inmensa operación de portabilidad por parte de consumidores políticos insatisfechos con sus marcas de toda la vida. Se pongan como se pongan, los nuevos consumidores no van a consumir vieja política. 

Publicado en la edición impresa del Diario ELPAIS el sábado 16 de enero de 2016

 
 

Ruptura generacional

Por: | 16 de enero de 2016

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En España hay algo más de cuatro millones de electores nacidos antes de 1938. Son los niños de la guerra, tienen más de 77 años y representan el 12% del censo. Detrás vienen los casi nueve millones nacidos entre 1939 y 1959. Son los niños de la autarquía, tienen entre 57 y 76 años y suman el 25% del censo. Les sigue una generación formada por los reformistas: nueve millones y medio, de entre 42 y 56 años, nacidos entre 1959 y 1973, el 28% del censo. Cierran la lista los ciudadanos nuevos, los mayores de edad nacidos después de 1974, que son algo más de 12 millones y que representan el 35% del censo.

La clasificación es obra de Jaime Miquel, sociólogo, encuestador y autor de La perestroika de Felipe VI, un libro imprescindible para entender lo que le está pasando a la España nacida de la Constitución del 78. Apoyado en un alud de datos sobre el comportamiento electoral y la cultura política de los españoles, Miquel sostiene que el factor que mejor explica la actual reconfiguración de la política española es la ruptura generacional (el PP, por ejemplo, obtiene más de la mitad de sus votos entre los mayores de 65 años y el PSOE entre los mayores de 54).

Afirma Miquel que el declive electoral del PP y del PSOE, y con ellos del bipartidismo, solo puede ser entendido desde la falta de capacidad de esos dos partidos de representar la cultura política de unos ciudadanos nacidos en democracia que desprecian los usos y hábitos de la política tradicional, caracterizada por el clientelismo, la sumisión a la autoridad, la corrupción, la falta de transparencia y la negativa a rendir cuentas. Según Miquel, la cultura política del posfranquismo choca radicalmente con la dominante entre los jóvenes de hoy, urbanos y educados, que es abierta, participativa, informada y crítica. Del análisis de Miquel se deduce que los nuevos votantes no se sitúan ni a la izquierda ni a la derecha, ni tampoco están abajo esperando un líder populista que les guíe. Sencillamente están “enfrente”. Si Miquel no se equivoca, la pregunta no es qué reformas pactar con los nuevos ciudadanos sino qué rupturas.

 

Nota: el gráfico de Jaime Miquel, autor de "La Perestroika de Felipe VI" (RBA). Jaime Miquel expuso su tesis sobre la ruptura generacional en la UNED el 17 de diciembre de 2015. Para ver su exposición en vídeo, pinche aquí.

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Por: | 11 de enero de 2016

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Ese es el número de refugiados que los europeos han conseguido realojar en todo 2015. 190 provenientes de Italia y 82 de Grecia. El dato lo hecho público la Comisión Europea, seguramente con el fin de sacar los colores a los Estados miembros de la UE, que se habían comprometido a realojar a 106.000 de los refugiados que en la actualidad hay en esos dos países.

La tabla que ha publicado la Comisión Europea debería no sólo ser motivo de vergüenza sino considerarse un escándalo político de primer orden. España, por ejemplo, tiene un pésimo récord: sólo ha creado 50 plazas de las 9.360 a las que se había comprometido y ha realojado a tan sólo 18 asilados, provenientes de Italia. Es curioso, pero en este país donde todo el mundo se da golpes en el pecho exigiendo cosas que de antemano sabe que son imposibles, habla continuamente de líneas rojas, exige el cumplimiento íntegro de los programas electorales y se predica una y otra vez sobre la emergencia social y la dignidad de los pueblos, a nadie parece molestarle lo suficiente que se cumpla el 0,5% de un compromiso absolutamente esencial para el futuro de una Europa en donde las fronteras internas se están reerigiendo en un trágico dominó inverso en el que va a florecer el peor de los nacionalismos.

Pero cuidado, aunque la responsabilidad última aquí sea de los Estados miembros, esa cifra también revela el monumental fracaso de las instituciones europeas: del presidente Juncker, que en su discurso sobre el estado de la Unión de septiembre del año pasado señaló la crisis de asilo y refugio como su prioridad; del Parlamento Europeo, cuyo presidente, el socialista Martin Schulz, también quiso hacerse la foto en noviembre en la pista del aeropuerto de Atenas con los primeros 30 refugiados realojados (sirios e iraquíes) pero no parece capaz de fiscalizar a la Comisión; y de la Alta Representante para la Política Exterior y de Seguridad de la UE, marginada en las negociaciones sobre Siria o con Turquía. ¿Ocho meses de negociaciones, discursos y Consejos Europeos extraordinarios para realojar 272 refugiados? Tanta negligencia nos va a costar cara, muy cara.

Publicado en el diario ELPAIS el sábado 9 de enero de 2016

(PS) El Partido Suicida

Por: | 07 de enero de 2016

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Los partidos políticos son herramientas para ganar las elecciones, gobernar y permanecer en el poder. De ahí se infiere que sus líderes actuarán como seres racionales y diseñarán estrategias electorales y estructuras organizativas que maximicen las posibilidades de lograr dichos fines. El supuesto de racionalidad debería hacer muy fácil predecir su comportamiento: en cada coyuntura crítica tomarán siempre la decisión que mejor sirva a dichos fines y rechazarán aquella que les aleje de ellos.

Pero el supuesto de racionalidad maximizadora no siempre se cumple. Algunos partidos, nos dicen los estudios, no sólo diseñan estrategias electorales y estructuras organizativas que les llevan a la derrota sino que, peor aún, perseveran en ellas una vez constatado su fracaso. Este es, entre otros, el caso del PSOE, incapaz de conectar con sus votantes potenciales y con una organización disfuncional basada en baronías territoriales. Tal asombro produjeron sus estrategias y diseños organizativos que Mónica Méndez Lago, la autora de una tesis doctoral dedicada específicamente a estudiarlos, no pudo menos que sucumbir a la tentación de incluir una interrogación en su título preguntándose si en lugar de organizarse para la victoria dicho partido no se organizaba para la derrota.*

Una tentación, organizarse para la derrota, que parece seguir presente en el PSOE de hoy. Pese a sus malos resultados, las elecciones del 20-D le han convertido en el árbitro de la situación política. Dada su posición central es el único partido que tiene cuatro opciones: puede gobernar con el PP o facilitarle el gobierno a cambio de concesiones significativas, a las que podría sumar o no a Ciudadanos; puede encabezar una alianza de izquierdas con la participación o abstención de algunos nacionalistas; y puede, con su bloqueo de cualquier investidura, provocar unas elecciones anticipadas si lo considerara más ventajoso. Cualquier partido en esas circunstancias jugaría estratégicamente a cuatro bandas con el objetivo de maximizar el retorno de los votos obtenidos. Pero el PSOE no es de este mundo. Lo suyo es dedicarse a despedazarse internamente para que cualquiera de las cuatro posibilidades equivalga a un suicidio político. Brillante.

Publicado en la edición impresa del Diario ELPAIS el miércoles 6 de enero

* Para consultar el trabajo original, en inglés, pinche aquí. La tesis doctoral fue publicada en castellano por el CIS, aunque con un título menos provocativo (pinche aquí).

Borgen_Serie_de_TV-991609197-largeEn el bipartidismo a la española, el ganador de las elecciones se lo llevaba todo: desde el Tribunal Constitucional a la televisión pública pasando por el Consejo General del Poder Judicial. Pero en este extraño país donde cambia el Gobierno y se van a casa desde el director del CIS hasta el subdirector general de Marina Mercante, el bipartidismo tenía una gran ventaja: que la noche de las elecciones te ibas a la cama sabiendo quién iba a ser el próximo presidente del Gobierno.

Sin duda que el pluripartidismo es, parafraseando a Rajoy, un lío. Pero tiene una gran ventaja: los partidos que gobiernan en coalición se vigilan unos a otros, tienden a no hacer demasiadas tonterías y suelen ser menos corruptos y autoritarios. ¿Fin de la historia? No. El problema es que España ha abandonado el bipartidismo pero no ha entrado todavía en el pluripartidismo. En el pluripartidismo hay tortas por estar en el Gobierno y pánico por quedarse en la oposición. Pero en la España posterior al 20-D lo que parece que hay es pánico a gobernar y tortas por estar en la oposición. Vean por ejemplo las palabras de Pablo Iglesias en la noche electoral. En lugar de ofrecer a sus votantes una coalición de izquierdas para desalojar al PP e imprimir un giro social a la política económica, ha levantado ante el PSOE un muro de condiciones de imposible cumplimiento que garantizan, sí o sí, que en España no habrá un Gobierno de izquierdas a la portuguesa. Con su petición de blindaje constitucional, reforma electoral, referéndum revocatorio y consulta de autodeterminación, Iglesias no busca cambiar las políticas, sino las estructuras del régimen. Todo ello con 69 escaños (en realidad solo 42 que controle directamente). Nadie pide más por menos. Y si no, arreando a las urnas.

Algunos ilusos pensamos que entrábamos en el territorio de los pactos que nos dibuja la serie danesa Borgen, pero los líderes de Podemos parece que siguen instalados en la serie Juego de Tronossobre la que tanto han escrito. ¿Por qué pactar, diría Khaleesi, pudiendo aprovechar la debilidad de tu oponente para aniquilarlo? Seguimos esperando a Birgitte Nyborg.

Publicado en la edición impresa del Diario ELPAIS el 23 de diciembre de 2015

El País

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