José Ignacio Torreblanca

Sobre el autor

es Profesor de Ciencia Política en la UNED, director de la oficina en Madrid del European Council on Foreign Relations y columnista de EL PAIS desde junio de 2008. Su último libro “Asaltar los cielos: Podemos o la política después de la crisis” (Debate) se publico en abril de 2015. Ha publicado también "¿Quién Gobierna en Europa?" (Catarata, 2014) y "La fragmentación del poder europeo" (Madrid / Icaria-Política Exterior, 2011). En 2014 fue galardonado con el Premio Salvador de Madariaga de periodismo.

EEUU 5 - Europa 0

Por: | 25 de abril de 2016

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Nos hartamos de escuchar que EE UU es un país donde mandan los grupos de interés. Con sus donaciones a los candidatos y sus presiones vía los bufetes especializados, esos grupos (lobbies) habrían logrado poner sus intereses empresariales por encima de la democracia y la ciudadanía. También se da por hecho que los estándares medioambientales de EE UU son más bajos que los europeos, especialmente en lo relativo a emisiones contaminantes, claves para luchar contra el cambio climático. Pertrechados de dichos argumentos, muchos se oponen a que Europa concluya con EE UU la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión, conocida como TTIP. Pero ni Europa está tan a salvo de los lobbies como presume ni EE UU es el ogro medioambiental que nos quieren dibujar. Tomen por ejemplo el escándalo de la manipulación de las emisiones de los vehículos diésel que afecta, principalmente, a Volkswagen y comparen las actuaciones de uno y otro.

Para empezar, las normas estadounidenses sobre emisiones diésel son más exigentes que las europeas. Es decir, los mismos fabricantes han presionado con más eficacia al Parlamento Europeo que al Congreso para bloquear normas que les perjudiquen. 1-0.

Segundo, las autoridades de EE UU han sido más efectivas al supervisar el cumplimiento de las normas. Mientras la agencia medioambiental europea miraba a otro lado, EE UU hizo pruebas con coches usados y concluyó que las emisiones eran 40 veces las declaradas en la homologación. 2-0.

Tercero, mientras que en EE UU el fiscal general ha iniciado acciones penales y descrito el asunto como un fraude empresarial a gran escala, en Europa se ha considerado el problema como una falta administrativa o un problema técnico menor. 3-0.

Cuarto, en EE UU, Volkswagen tendrá que recomprar sus cochesa los usuarios o arreglárselos, pero en Europa ni siquiera será obligatorio para los particulares llevarlos a reparar. 4-0.

Y último, mientras que en EE UU se permite que los consumidores agrupen todas sus demandas y litiguen juntos contra VW para lograr abaratar el coste de las demandas y subir las indemnizaciones, aquí no veremos nada de eso. 5-0. Harry el sucio,perdónenme, es europeo.

Publicado en la edición impresa del Diario ELPAIS el sábado 23 de abril de 2016

Periodismo de sentimientos

Por: | 21 de abril de 2016

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Es difícil no sentirse atraído por el mal. La violencia desafía nuestro entendimiento de nosotros mismos como sujetos morales y plantea cuestiones de enorme relevancia sobre nuestra especie. Intentar entender el mal es obligatorio. Pero como demostró la entrevista de Jordi Évole a Arnaldo Otegi del pasado domingo, la necesidad de intentarlo dista de garantizar por sí el éxito de la empresa.

Frente a la tentación de entender el mal como extrínseco a la naturaleza humana, Hannah Arendt nos advirtió de que detrás de la maldad había seres humanos normales y corrientes. Su constatación sobre la banalidad del mal ha convertido suEichmann en Jerusalén en un manual de campo imprescindible para todo el que quiera acercarse al problema. Que los perpetradores de las más crueles atrocidades son al mismo tiempo capaces de albergar y conmoverse con sentimientos parecidos a los que albergan sus víctimas es algo ya sabido. Descubrir esa contradicción entre la frialdad con la que el perpetrador justifica sus crímenes y su aparente humanidad, y hacerlo al lado del fuego de la chimenea, mirándose a los ojos y en un día lluvioso no es ningún hallazgo periodístico.

 Se critica a Évole porque inquieta que su cercanía física y la indagación en los sentimientos de Otegi pudiera abrir la vía a la comprensión de la persona y su causa. Pero es una crítica injusta. Como todos los que precedieron a Évole en empeños similares, la impresión que domina en él es la perplejidad ante el océano de inconsciencia moral que separa al perpetrador de sus víctimas. Otegi está tan lejos de entenderse a sí mismo que no hay empatía que pueda traerlo de vuelta. Porque la raíz del problema no está en Otegi, sino en algo que sobrevoló toda la entrevista sin que Évole se percatara: la existencia de una ideología que celebra la identidad hasta el punto de lograr que, en una democracia, personas normales se consideraran legitimados para matar en su nombre a otras personas normales. Ese océano que separa a un Évole tan cercano de un Otegi tan lejano es en el que naufraga el periodismo de sentimientos.
 

Cónsules y consultas

Por: | 21 de abril de 2016

Captura de pantalla 2016-04-21 11.50.28Si hubiera que dar un premio al referéndum más tramposo de la historia, sin duda se lo llevaría el convocado por Pinochet en 1978 para preguntar a la ciudadanía (extracto) “si respaldaba al Presidente Pinochet en su defensa de la dignidad de Chile frente a la agresión internacional desatada en contra de nuestra Patria”, ofreciendo una casilla para el Sí que representaba una bandera chilena y un poco más abajo a la derecha una casilla oscura para el No. Extrañamente, un 78,6% votó a favor.

Eso en la categoría dictatorial. En la democrática, el premio se lo llevaría Alexis Tsipras, que el año pasado preguntó a los griegos “si debería ser aceptado el plan de acuerdo que fue presentado por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional ante el Eurogrupo el 25.06.2015 y que se compone de dos partes que constituyen su propuesta unificada”. Tan seguro debía estar de que la gente no entendía nada que por si acaso puso la casilla del No encima de la del Sí, logrando un 61% de los votos.

 A golpe de discurso enardecido sobre los males de la democracia representativa se nos pretende convencer de que preguntar siempre es más democrático que no hacerlo y que los referendos y consultas siempre profundizan la democracia. ¿Pero preguntar siempre es democrático? ¿Sin más? No exactamente. Depende de quién pregunte, qué pregunte, cómo pregunte y a quién pregunte.

Ni las elecciones (mecanismo típico de la democracia representativa) ni las consultas (mecanismo típico de la democracia directa) son en sí mismo democráticas. Las dictaduras, seguro que no se les ha olvidado, se hartan tanto de celebrar elecciones como consultas populares. Para ser democráticas, las elecciones deben ser libres, justas y competitivas, es decir, deben dar a los votantes una oportunidad real de cambiar de Gobierno. Algo parecido les pasa a las consultas: para que tengan sentido, las opciones que se plantean deben ser igualmente posibles y deseables para los votantes e igualmente asumibles para quienes convocan la consulta. Un truco muy sencillo antes de votar en una consulta es preguntarse para qué consulta el cónsul. 

Publicado en la edición impresa del Diario ELPAIS el sábado 16 de abril de 2016

Paraisos e infiernos fiscales

Por: | 14 de abril de 2016

 

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En 1965 la recaudación fiscal media de los Estados de la OCDE se situaba en el 24,5% del PIB. El más voraz, Francia, se hacía con un tercio del PIB (el 33,5%) mientras que la España franquista se quedaba en un 14,3%. Con esos ingresos, los países más avanzados financiaban una educación universal hasta los 14 años, una medicina muy básica y pensiones para una población cuya esperanza de vida se situaba en los 70 años.

Hoy, la democracia sale carísima. La ciudadanía no solo reclama igualdad de derechos sino, con razón, de oportunidades. Queremos servicios públicos, educación de calidad desde la cuna hasta la universidad, una sanidad universal y puntera tecnológicamente, seguros de desempleo y apoyo a las familias y ciudadanos más vulnerables y dependientes. Todo ello con una natalidad raquítica, muchos mayores y una esperanza de vida que se ha elevado hasta los 82 años.

 No debe extrañar, por tanto, que la presión fiscal media en la OCDE sea hoy del 34,4%, 10 puntos más que en 1965. Un buen puñado de países de la OCDE se sitúan por encima del 40%. El récord absoluto (50,9%) lo ostenta Dinamarca, seguido de Francia (45,2%), Bélgica (44,7%), Austria (43%) y Suecia (42,7%). España, por desgracia, sigue en la cola. Con una presión fiscal del 33,2%, se encuentra más cerca de los anglosajones (Reino Unido, Canadá, Nueva Zelanda e Irlanda) y de Europa Central y Oriental (República Checa, Eslovaquia, Estonia e Israel) que lo que los discursos públicos y las campañas electorales nos hacen creer.

Uno de los problemas fundamentales de nuestras democracias es que las necesidades de gasto público van en una dirección contraria a las posibilidades que abre la globalización financiera. Para financiar los Estados de bienestar que queremos necesitamos presiones fiscales de en torno al 40% del PIB. Pero sabemos que por encima del 20% de impuestos, las empresas y los más ricos comienzan a poner pies en polvorosa hacia países con tipos más bajos, hacer ingeniería fiscal o, directamente, pasarse al lado oscuro. Mientras unos se largan a un paraíso fiscal, las clases medias quedan atrapadas en infiernos fiscales, las desigualdades aumentan y la democracia se deslegitima. 

Publicado en la edición impresa del Diario ELPAIS el miércoles 13 de abril de 2016

Permisos de paternidad

Por: | 11 de abril de 2016

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Permisos de paternidad intransferibles. Casi nadie habla de ello, pero supondría una revolución en las relaciones laborales y, también, entre géneros. Harían más por romper las barreras salariales y de promoción que encuentran las mujeres en el mercado laboral que cualquier otra medida. De forma casi imperceptible transformarían las relaciones familiares en nuestro país. Y harían más por acabar con el machismo que cientos de campañas de concienciación. Es la última modernización que le falta a nuestro país.

Su lógica es muy sencilla. A pesar de la igualdad formal, la maternidad sigue lastrando la carrera laboral de las mujeres. Aunque bienintencionados, los permisos de maternidad, las bajas por cuidado de los hijos o las reducciones de jornada no han hecho sino profundizar la brecha entre las carreras laborales de hombres y mujeres. Porque cuanto más fácil es para las mujeres ocuparse de la maternidad, más fácil es para los hombres zafarse de sus costes.

Los permisos de paternidad obligatorios e intransferibles rompen con esa lógica. En el trabajo, empresarios y varones se ven obligados a aceptar que en algún momento también interrumpirán su vida laboral, lo que invalida la discriminación encubierta contra las mujeres en la contratación y promoción por temor al embarazo. Pero el efecto doméstico es aún más importante: un padre que se quede ocho semanas a solas con un bebé de pocos meses aprenderá a hacer todas esas tareas para las que la publicidad educa a las niñas y en las que las madres se especializan durante las bajas maternales y que luego siguen realizando de por vida. En las ocho semanas de permiso paterno obligatorio que prevé, por ejemplo, el acuerdo PSOE-Ciudadanos, el varón cambiará pañales, comprará la ropa de sus hijos, irá al mercado, hará purés de verduras, paseará el carrito y bajará al arenero del parque. Y además tendrá que negociar con su pareja cómo repartirse las otras diez semanas adicionales de permiso a disposición de los dos. “¿Por qué tengo que coger yo las diez” —dirá ella— “si tú también lo sabes hacer?”. Sí. Los permisos de paternidad ponen a los varones a jugar a las muñecas. Esa es la magnitud del cambio. 
 

La Cloaca Máxima

Por: | 08 de abril de 2016

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Todo Imperio necesita un cloaca. La globalización, que no es sino la versión posmoderna del Imperio Romano, no podía ser diferente. Gracias a un anónimo ángel cibernético, tenemos acceso a casi 46 años de operaciones de un despacho, Mossack Fonseca, especializado en ocultar dinero a escala planetaria. Hablamos de nada menos que de 11,5 millones de documentos y 2,6 terabytes de información que reflejan las operaciones de las más de 250.000 sociedades pantalla puestas en pie por este bufete.

La Cloaca Máxima de hoy, hemos descubierto, se inicia en Panamá, continúa por las Islas Vírgenes Británicas y da la vuelta al mundo pasando por Hong Kong, Moscú, Kuala Lumpur, Luxemburgo, Sao Paulo y Buenos Aires, con un ramal en España. Los ingenieros etruscos que construyeron la primera versión de la cloaca romana, todavía visible hoy en su salida bajo el Puente Palatino, estarían orgullosos de cómo los ingenieros financieros de hoy han sabido completar su obra.

En la cloaca financiera descubrimos no solo a 12 jefes de Estado y de Gobierno en ejercicio sino hasta otros 72 que detentaron las máximas responsabilidades de Gobierno, junto con 200 políticos en ejercicio. Allí está el entorno del presidente Ruso, Vladimir Putin, un cruzado de la autoestima de Rusia. O del presidente chino, Xi Jinping, que había prometido una lucha contra la corrupción en la que caerían tanto los “tigres”, refiriéndose a los grandes jerarcas, como las “moscas”, esto es, los ciudadanos de a pie.

Pero no nos engañemos, en la Cloaca Máxima no hay solo dictadorzuelos corruptos y autócratas disfrazados de hombres de Estado sino demasiados demócratas y demasiadas democracias. Nos quejamos de que el capitalismo genera desigualdad. Pero solo por abajo. Porque por arriba, muy arriba, parece generar una identidad de intereses capaz de unir a las mafias dedicadas a las drogas con los políticos islandeses y a Corea del Norte con el padre de David Cameron. Eso sí, reconozcámoslo, mientras a este lado tenemos periódicos y agencias tributarias, en China, el presidente Xi bloquea las búsquedas en Internet del término “Panamá” y avisa a los medios de que su papel es “proteger” al Partido. Eso sí que es dominar las cloacas.

Publicado en la edición impresa del Diario ElPAIS el miércoles 6 de abril de 2016

 

Débiles y con miedo

Por: | 04 de abril de 2016

Captura de pantalla 2016-04-04 10.08.39Hay dos explicaciones posibles del bloqueo que experimentan las negociaciones para formar Gobierno. La primera y más común tiene que ver con la supuesta falta de capacidad de pacto y diálogo de las fuerzas políticas. Los líderes de ahora, se dice, no saben negociar ni pactar, piensan que ser flexible es ser débil y no entienden que la política es saber ceder para a cambio ganar. Otros achacan esa incapacidad al legado de tanto Gobierno con mayoría absoluta, que habría generado malos hábitos. Y también están aquellos que bucean en la historia, la educación o la lengua para encontrar en los españoles un carácter poco proclive al pacto.

Sin embargo, las explicaciones basadas en la personalidad, la cultura o la genética no parecen tener mucho sentido. La evidencia empírica sobre la capacidad de pacto de los políticos españoles es abrumadora, tanto en la actualidad como en el pasado, inmediato o lejano. Por un lado, las elecciones autonómicas y municipales han dejado un reguero de Gobiernos con geometrías y combinaciones tan variadas como variables. Por otro, los pactos de Aznar y Zapatero con los nacionalistas catalanes y vascos demuestran que esa capacidad de pactar no excluye el ámbito nacional. Y frente a las explicaciones culturales tenemos una transición a la democracia donde todo el mundo pactó todo, incluso con renuncias increíbles: el Rey traicionó a Franco, Suárez al Movimiento, las Cortes franquistas se hicieron el haraquiri, el PCE aceptó la Monarquía y los militares al PCE.

 La explicación del bloqueo actual no está por tanto en la cultura. ¿Dónde entonces? En la suma de debilidad e incertidumbre. Cada uno se sabe débil, lo que le podría llevar a pactar, pero no sabe qué quieren sus votantes ni cómo reaccionarán ante cada uno de los pactos posibles. Por tanto, no se trata tanto de que los líderes no sepan pactar, es que no saben lo que quieren sus votantes ni cómo les premiarían o castigarían por hacer o no hacer qué. El bloqueo es más racional de lo que parece y se debe en parte a que los votantes tampoco parecen saber muy bien lo que quieren. ¿O sí? Los políticos no son torpes, es que son débiles y tienen miedo.
 

El País

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