José Ignacio Torreblanca

Sobre el autor

es Profesor de Ciencia Política en la UNED, director de la oficina en Madrid del European Council on Foreign Relations y columnista de EL PAIS desde junio de 2008. Su último libro “Asaltar los cielos: Podemos o la política después de la crisis” (Debate) se publico en abril de 2015. Ha publicado también "¿Quién Gobierna en Europa?" (Catarata, 2014) y "La fragmentación del poder europeo" (Madrid / Icaria-Política Exterior, 2011). En 2014 fue galardonado con el Premio Salvador de Madariaga de periodismo.

Permisos de paternidad

Por: | 11 de abril de 2016

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Permisos de paternidad intransferibles. Casi nadie habla de ello, pero supondría una revolución en las relaciones laborales y, también, entre géneros. Harían más por romper las barreras salariales y de promoción que encuentran las mujeres en el mercado laboral que cualquier otra medida. De forma casi imperceptible transformarían las relaciones familiares en nuestro país. Y harían más por acabar con el machismo que cientos de campañas de concienciación. Es la última modernización que le falta a nuestro país.

Su lógica es muy sencilla. A pesar de la igualdad formal, la maternidad sigue lastrando la carrera laboral de las mujeres. Aunque bienintencionados, los permisos de maternidad, las bajas por cuidado de los hijos o las reducciones de jornada no han hecho sino profundizar la brecha entre las carreras laborales de hombres y mujeres. Porque cuanto más fácil es para las mujeres ocuparse de la maternidad, más fácil es para los hombres zafarse de sus costes.

Los permisos de paternidad obligatorios e intransferibles rompen con esa lógica. En el trabajo, empresarios y varones se ven obligados a aceptar que en algún momento también interrumpirán su vida laboral, lo que invalida la discriminación encubierta contra las mujeres en la contratación y promoción por temor al embarazo. Pero el efecto doméstico es aún más importante: un padre que se quede ocho semanas a solas con un bebé de pocos meses aprenderá a hacer todas esas tareas para las que la publicidad educa a las niñas y en las que las madres se especializan durante las bajas maternales y que luego siguen realizando de por vida. En las ocho semanas de permiso paterno obligatorio que prevé, por ejemplo, el acuerdo PSOE-Ciudadanos, el varón cambiará pañales, comprará la ropa de sus hijos, irá al mercado, hará purés de verduras, paseará el carrito y bajará al arenero del parque. Y además tendrá que negociar con su pareja cómo repartirse las otras diez semanas adicionales de permiso a disposición de los dos. “¿Por qué tengo que coger yo las diez” —dirá ella— “si tú también lo sabes hacer?”. Sí. Los permisos de paternidad ponen a los varones a jugar a las muñecas. Esa es la magnitud del cambio. 
 

La Cloaca Máxima

Por: | 08 de abril de 2016

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Todo Imperio necesita un cloaca. La globalización, que no es sino la versión posmoderna del Imperio Romano, no podía ser diferente. Gracias a un anónimo ángel cibernético, tenemos acceso a casi 46 años de operaciones de un despacho, Mossack Fonseca, especializado en ocultar dinero a escala planetaria. Hablamos de nada menos que de 11,5 millones de documentos y 2,6 terabytes de información que reflejan las operaciones de las más de 250.000 sociedades pantalla puestas en pie por este bufete.

La Cloaca Máxima de hoy, hemos descubierto, se inicia en Panamá, continúa por las Islas Vírgenes Británicas y da la vuelta al mundo pasando por Hong Kong, Moscú, Kuala Lumpur, Luxemburgo, Sao Paulo y Buenos Aires, con un ramal en España. Los ingenieros etruscos que construyeron la primera versión de la cloaca romana, todavía visible hoy en su salida bajo el Puente Palatino, estarían orgullosos de cómo los ingenieros financieros de hoy han sabido completar su obra.

En la cloaca financiera descubrimos no solo a 12 jefes de Estado y de Gobierno en ejercicio sino hasta otros 72 que detentaron las máximas responsabilidades de Gobierno, junto con 200 políticos en ejercicio. Allí está el entorno del presidente Ruso, Vladimir Putin, un cruzado de la autoestima de Rusia. O del presidente chino, Xi Jinping, que había prometido una lucha contra la corrupción en la que caerían tanto los “tigres”, refiriéndose a los grandes jerarcas, como las “moscas”, esto es, los ciudadanos de a pie.

Pero no nos engañemos, en la Cloaca Máxima no hay solo dictadorzuelos corruptos y autócratas disfrazados de hombres de Estado sino demasiados demócratas y demasiadas democracias. Nos quejamos de que el capitalismo genera desigualdad. Pero solo por abajo. Porque por arriba, muy arriba, parece generar una identidad de intereses capaz de unir a las mafias dedicadas a las drogas con los políticos islandeses y a Corea del Norte con el padre de David Cameron. Eso sí, reconozcámoslo, mientras a este lado tenemos periódicos y agencias tributarias, en China, el presidente Xi bloquea las búsquedas en Internet del término “Panamá” y avisa a los medios de que su papel es “proteger” al Partido. Eso sí que es dominar las cloacas.

Publicado en la edición impresa del Diario ElPAIS el miércoles 6 de abril de 2016

 

Débiles y con miedo

Por: | 04 de abril de 2016

Captura de pantalla 2016-04-04 10.08.39Hay dos explicaciones posibles del bloqueo que experimentan las negociaciones para formar Gobierno. La primera y más común tiene que ver con la supuesta falta de capacidad de pacto y diálogo de las fuerzas políticas. Los líderes de ahora, se dice, no saben negociar ni pactar, piensan que ser flexible es ser débil y no entienden que la política es saber ceder para a cambio ganar. Otros achacan esa incapacidad al legado de tanto Gobierno con mayoría absoluta, que habría generado malos hábitos. Y también están aquellos que bucean en la historia, la educación o la lengua para encontrar en los españoles un carácter poco proclive al pacto.

Sin embargo, las explicaciones basadas en la personalidad, la cultura o la genética no parecen tener mucho sentido. La evidencia empírica sobre la capacidad de pacto de los políticos españoles es abrumadora, tanto en la actualidad como en el pasado, inmediato o lejano. Por un lado, las elecciones autonómicas y municipales han dejado un reguero de Gobiernos con geometrías y combinaciones tan variadas como variables. Por otro, los pactos de Aznar y Zapatero con los nacionalistas catalanes y vascos demuestran que esa capacidad de pactar no excluye el ámbito nacional. Y frente a las explicaciones culturales tenemos una transición a la democracia donde todo el mundo pactó todo, incluso con renuncias increíbles: el Rey traicionó a Franco, Suárez al Movimiento, las Cortes franquistas se hicieron el haraquiri, el PCE aceptó la Monarquía y los militares al PCE.

 La explicación del bloqueo actual no está por tanto en la cultura. ¿Dónde entonces? En la suma de debilidad e incertidumbre. Cada uno se sabe débil, lo que le podría llevar a pactar, pero no sabe qué quieren sus votantes ni cómo reaccionarán ante cada uno de los pactos posibles. Por tanto, no se trata tanto de que los líderes no sepan pactar, es que no saben lo que quieren sus votantes ni cómo les premiarían o castigarían por hacer o no hacer qué. El bloqueo es más racional de lo que parece y se debe en parte a que los votantes tampoco parecen saber muy bien lo que quieren. ¿O sí? Los políticos no son torpes, es que son débiles y tienen miedo.
 

Lula caído

Por: | 31 de marzo de 2016

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Hasta hace unas semanas, Lula era un icono global. Su trayectoria personal y la del Brasil que presidió entre 2003 y 2010 corrían tan en paralelo que era difícil no confundir una con otra. Porque la historia de lo logrado por aquel niño que no conoció el pan hasta los siete años y la de un país como Brasil, que de líder en pobreza y desigualdad consiguió convertirse en referente del Sur, encajan como un guante en una mano.

Gestionar esa fusión de biografía e historiografía no debe haber sido fácil, máxime cuando su salida del poder no coincidió con una gran crisis económica o institucional, sino con el punto más alto de su éxito. Lula no sólo dejó la presidencia después de haber logrado sacar de la pobreza a más de 30 millones de personas sino capitaneando una economía que crecía al 7,5% y liderando el Sur emergente contra el viejo y anquilosado Occidente. Su final de mandato no pudo ser más apoteósico: Brasil ganaba la sede de los Juegos Olímpicos y Lula entraba en el Olimpo de la izquierda.

 Hoy, el Brasil de su sucesora, Dilma Rousseff, decrece al 3,8% en medio de un brutal escándalo de corrupción, un conflicto entre el poder ejecutivo y la judicatura y una amenaza de choque con el poder legislativo a costa del proceso de destitución de la presidenta que hacen preguntarse a muchos brasileños si aquel milagro económico y social no se asentaba en unos pies de barro institucionales. Entristece la reacción de Lula al cuestionamiento de su figura, confundiendo su persona y las instituciones de su país y empeñándose en situarse por encima de ellas. El Lula cuyo origen humilde siempre le permitió ver más lejos que nadie parece hoy desorientado, sin nadie que le cuente la verdad sobre su caída.

Con todo, la caída del ángel Lula significa que hay un nuevo Brasil abriéndose camino: un país donde la legitimación carismática del liderazgo no se antepone a la separación de poderes, esencial para la estabilidad de las instituciones, y donde el desarrollo económico, por mucho que acabe con la pobreza, no justifica la corrupción. Una historia tan brasileña como global que seguro les suena muy familiar.

Publicado en la edición impresa del Diario ElPAIS el miércoles 30 de marzo de 2016

Europa atacada

Por: | 27 de marzo de 2016

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En cada atentado terrorista cometido en suelo europeo, el guión es tan idéntico como desesperante: mientras que los terroristas atacan a Europa con mayúscula, Europa reacciona en minúscula. Tanto los textos justificatorios de los atentados como las declaraciones y trayectorias vitales de los yihadistas (especialmente los de origen europeo) muestran un odio visceral a todo lo que Europa simboliza: un espacio de libertad individual, valores democráticos y tolerancia religiosa sin igual.

Cualquiera que comulgue (nunca mejor dicho) con esa Europa, que es tanto una idea como un proyecto y una forma de vida, es un objetivo potencial, aunque sea musulmán: eso explica que los asaltantes del Teatro Bataclán en París en noviembre pasado no separaran por religión ni nacionalidad a las 1.500 personas que allí se encontraban para ejecutarlos selectivamente sino que consideraran que todos los que allí se encontraban eran objetivos legítimos.

 

En lugar de solicitar la activación de la cláusula de solidaridad prevista en el artículo 222 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea, que hubiera implicado una respuesta colectiva y coordinada por parte de la Unión Europea, el gobierno francés prefirió recurrir a un artículo, el 42, que situaba la respuesta en el plano intergubernamental y fuera de las instituciones de la UE.

Detrás del tecnicismo jurídico había un mensaje muy claro: como mostró la decisión de Hollande de bombardear de forma inmediata bases del Estado Islámico en Siria, el gobierno francés quería reservarse una completa libertad de actuación en todos los frentes de la lucha antiterrorista.

Como en la crisis de los refugiados o en la política hacia Siria, los Estados miembros prefieren reservarse para sí toda actuación que toque materias sensibles de seguridad. Ya entonces, la conexión belga de los atentados de París mostró que esta óptica de soberanía nacional era un profundo error.

Para recordárnoslo, los yihadistas han atacado ahora Bruselas, la capital de la Unión Europea. Pero seguro que muchos seguirán pensando que ha sido un ataque sobre Bélgica. Europa es un ente abstracto por el que nadie quiere morir, pero que haya muchos dispuestos a matar europeos nos debería dar una medida de la fortaleza de nuestra identidad y proyecto.

Publicado en la edición impresa del Diario ELPAIS el 22 de marzo de 2016

 

Fascismo americano

Por: | 27 de marzo de 2016

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Son dos términos que chirrían juntos. Y con razón, pues al contrario que muchos europeos, los estadounidenses carecen de memoria y de experiencia autoritaria. Es cierto que en su historia ha habido momentos de peligroso deslizamiento democrático (la histeria anticomunista de la época del senador McCarthy, el asesinato de Martin Luther King o las leyes de seguridad nacional aprobadas tras el 11-S son buenos ejemplos). Y no deja de ser cierto que para muchos europeos una gran parte de la derecha americana más radical, religiosa y conservadora se sitúa en el filo de lo que a este lado del Atlántico entendemos por democracia. Sin embargo, pese a esas anomalías, aquella cultura cívica que tanto impresionara a Tocqueville siempre ha terminado por hacer bascular al país hacia el modelo de sociedad abierta, democracia representativa y prensa libre que está en su ADN fundacional.

Por mucho que nos choquen Ted Cruz, Marco Rubio o el Tea Party, están dentro del sistema. Pero Trump es diferente. Trump representa un genuino autoritarismo americano, un tipo de autoritarismo que solo podría surgir en Estados Unidos, precisamente como reacción frontal y visceral contra lo que ese país es. Trump es la adaptación televisiva y empresarial del Ku Klux Klan al siglo XXI, una reacción histérico-fóbica de blancos a los que se les ha hecho creer que están acorralados y a punto de ser aniquilados y que, por tanto, deben pasar al ataque.

El sistema político estadounidense descansa sobre tres pilares: la igualdad ante la ley, la separación de poderes y la libertad religiosa. Sin esos elementos, Estados Unidos deja de ser Estados Unidos. Por esa razón, el descarado racismo de Trump (¿cuántos afroamericanos o latinos ven sus mítines?), su total desprecio por el Estado de derecho y el poder legislativo y la radical intolerancia que muestra hacia los musulmanes (también es antisemita, y misógino) dibujan un candidato que se sitúa claramente fuera de la democracia. La presidencia de Estados Unidos no es cualquier sitio: que la primera magistratura del mundo cayera en manos de alguien como Trump supone una amenaza directa para las libertades de los estadounidenses y un riesgo global para todos los demás.
 

Pues que gobiernen

Por: | 17 de marzo de 2016

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Oímos estos días disparates de tanto calado sobre la supuesta irresponsabilidad política del Gobierno en funciones que cuesta superar el estupor. Como el Gobierno no ha sido elegido por el Parlamento, se nos dice, no responde ante él. ¡Vaya! Es difícil encontrar en los manuales de ciencia política una definición tan cristalina de lo que es una dictadura. Peor aún, se nos remacha, como el Gobierno está legalmente en funciones, todo lo que hace es por definición legal. Tiene toda la lógica: una vez enterrada la democracia parlamentaria, ¿por qué no acabar con cualquier vestigio de pensamiento liberal y aceptar, como en los regímenes totalitarios, que el Gobierno se legitima simplemente porque ejerce el poder del Estado? Todos los que se desgañitan pidiendo un cambio de régimen se habrán quedado helados al saber que el fin del régimen del 78 ya había llegado y que por culpa de la coincidencia de la pertenencia de España a la UE y el interregno electoral España vive en un estado de excepción. ¿Cómo lo harán las demás democracias?

Dicho esto, tampoco es que la actitud del tripartito PSOE, Podemos y Ciudadanos sea para darse golpes en el pecho. Estamos ante tres partidos que ya han señalado en dos ocasiones al Gobierno que los acuerdos firmados en Bruselas por el presidente (primero con Reino Unido para impedir su salida de la UE y ahora en relación a Turquía) no cuentan con el respaldo de la Cámara. Como los 199 diputados que suman entre los tres representan una holgadísima mayoría absoluta, tienen razón aritmética. Pero no razón política, ni democrática. Porque tan absurdo es pretender que el Gobierno no responda ante el Parlamento por el hecho de estar en funciones como aspirar a que una mayoría parlamentaria gobierne sin formar Gobierno. Este tripartito, ha descubierto, coincide en más cosas de las que imaginaba. Y por lo que parece, tiene una mayoría absoluta en cuestiones centrales relacionadas con la integración europea. También coinciden, se entiende, en temas relacionados con la regeneración política. Pues ya tienen por donde empezar a trabajar. Indignarse porque el Gobierno gobierna tiene un remedio muy sencillo: gobernar. 

Publicado en la edición impresa del Diario ELPAIS el miércoles 16 de marzo

Corriente arriba

Por: | 14 de marzo de 2016

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Foto: Aleppo, 81 opositores encontrados maniatados y con signos de tortura 

Cuando un río se desborda no hay otra opción que tratar con las consecuencias de la inundación. Eso es lo que Europa lleva ya casi un año intentando hacer, con poca fortuna, gran división y escaso acierto. Gobiernos e instituciones europeas llevan demasiado tiempo chapoteando en el fango: el que no está paralizado por el miedo lo está por el egoísmo, y el que no, por la incompetencia. El presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker, que hizo de esta cuestión la prioridad número uno de su mandato, ha tirado la toalla y abandonado el cuadrilátero. Y el presidente del Consejo, Donald Tusk, ha conseguido, con sus declaraciones invitando a los refugiados a no venir, representar la vergüenza que todos sentimos estos días. No deja de resultar irónico que los refugiados sepan con tanta claridad a dónde van y qué es lo que quieren y que, a cambio, sea la Unión Europea la que esté desorientada y no sepa a dónde se dirige.

El principio de acuerdo con Ankara responde a una lógica cobarde: incapaz de organizarse internamente como tal, Europa abdica de sus responsabilidades colectivas para, a cambio de salvar Schengen, convertir a una Turquía en clara deriva autoritaria en la guardiana de las fronteras exteriores de la Unión. Con todo, el descarado cinismo que supura este acuerdo no es lo peor. Lo peor es que el acuerdo ignora que la política de Turquía hacia los kurdos es, a su vez, una parte importante del problema de los refugiados y, también, que los delirios geopolíticos de Erdogan y su visión neootomana de la región son un factor que aviva el conflicto en Siria.

Corriente arriba hay un tipo llamado El Asad que, apoyado [hasta ahora] por la aviación rusa, va a seguir enviando cientos de miles de refugiados corriente abajo, y un califato terrorista que provoca un efecto similar. Si la UE hubiera dedicado una fracción de las energías consumidas en la cuestión de los refugiados a una iniciativa de paz para Siria que mereciera tal nombre, no estaríamos aquí. Porque Europa no solo está dividida corriente abajo, sino también corriente arriba, donde tiene que solucionarse el problema. Corriente abajo solo se gestiona (mal).
 

Fallo informático

Por: | 10 de marzo de 2016

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La semana pasada se demostró que tenemos un nuevo sistema político pero no la cultura política para hacerlo funcionar. El 20-D, los votantes alumbraron un Parlamento en el que ninguno de los dos grandes partidos está en condiciones de formar Gobierno estable ni por sí solo ni con pequeños apoyos puntuales. Que el partido que ganó las elecciones no pueda gobernar sin el concurso del principal partido de la oposición y que ese partido no pueda formar una coalición ganadora lo dice todo sobre la profundidad del seísmo que ha sacudido la política española.

Es como si hubiéramos comprado un ordenador nuevo (el hardware) pero careciéramos del sistema operativo (el software) para hacerlo funcionar. Y como todo el mundo sabe, un ordenador sin sistema operativo no es más que una caja tonta que genera una enorme frustración. Los dos actores que están en el centro del tablero, PSOE y Ciudadanos, están intentando instalar un nuevo sistema operativo. Pero PP y Podemos insisten en hacer funcionar el nuevo equipo con el viejo sistema operativo. El PP porque busca seguir gobernando igual que en el pasado pero con el apoyo incondicional de Ciudadanos y el PSOE. Podemos porque a pesar de que habla de nueva política sueña con un sistema bipartidista en el que solo existieran PP y Podemos y el ganador se lo llevara todo.

El pacto PSOE-Ciudadanos refleja bien lo ocurrido en Alemania después de las últimas elecciones: a cambio de no reinicializar el sistema yendo a unas nuevas elecciones, los socialistas se movieron hacia la derecha en política económica y, a cambio, los conservadores se movieron hacia la izquierda en política social, de género y medioambiental. En España vemos algo similar en las cesiones en la flexibilidad laboral y el equilibrio presupuestario a cambio de las guarderías de cero a tres años, la sanidad pública universal, el ingreso mínimo vital y las ayudas a las familias en situación de precariedad. El supuesto de partida es que los votantes de un partido prefieren un Gobierno que ejecute una parte de su programa antes que quedarse fuera y que no se ejecute ninguna. ¿Perfecto? No, pacto. 
 

Avanzamos

Por: | 06 de marzo de 2016

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Dicen los más pesimistas que tras la votación de ayer estamos donde estábamos. Peor aún, que estamos abocados a unas nuevas elecciones que nos dejarán en el mismo punto de bloqueo, aunque nueve meses después. Todo lo ocurrido desde las elecciones del 20-D ha sido, concluyen, una inmensa pérdida de tiempo.

No necesariamente. El 20-D, los ciudadanos depositaron sus votos en las urnas afectados por una doble incertidumbre. Por un lado, aunque cada uno sabía lo que estaba votando, no sabía lo que votaría el de al lado. Muchos votaron estratégicamente para castigar a un partido o premiar a otro pero sin saber cuál sería el tamaño final ni del castigo ni del premio. Esa incertidumbre se despejó la noche electoral al saberse que el partido que ganó las elecciones no sólo no podría formar gobierno en solitario sino que ni siquiera podría hacerlo en compañía de otros. Una información muy relevante que explica por sí sola todo lo ocurrido desde entonces.

 La otra incertidumbre que velaba los ojos de los votantes el 20-D era la referida al valor y utilidad de sus votos. Nadie avanza antes de una elección si va a gobernar con alguien, y menos con quién lo va a hacer: su obligación es pretender que va a ganar por abrumadora mayoría y que no va a necesitar a nadie. A esa dificultad habitual hay que añadir que en la política española de hoy hay varios ejes posibles y no coincidentes entre sí en torno a los que agrupar fuerzas: derecha-izquierda, centro-periferia, viejo-nuevo, corrupción-regeneración. Pero estos dos meses han enseñado a los votantes para qué sirven los votos a los nuevos partidos.

Los votos a Ciudadanos, hemos sabido, no sirven para gobernar con el PP de Rajoy, aunque quizá sí con otro líder. Y los votos a Podemos no sirven para desalojar al PP de La Moncloa si no instalan allí un Gobierno de izquierdas y alineado con los soberanistas. Por su parte, ha quedado claro que el PP sólo puede gobernar consigo mismo y que el PSOE no quiere gobernar ni con el PP ni con Podemos. ¡Si hubiéramos sabido todo esto el 20-D!

Publicado en la edición impresa del Diario ELPAIS el 5 de marzo de 2016

El País

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