José Ignacio Torreblanca

Golpe bajo

Por: | 17 de mayo de 2016

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La Constitución brasileña incluye en su artículo 86.5 la violación de la ley presupuestaria como un motivo de juicio político al presidente. Estos juicios políticos, distintos de la separación del cargo por motivos penales, pretenden evitar que en los sistemas presidenciales el presidente sea irresponsable políticamente. Eso sí, para evitar usos indebidos, requieren supermayorías de dos tercios en ambas Cámaras y la aprobación del Tribunal Supremo.

A Dilma Rousseff se le cayó la economía justo antes de las elecciones, lo que la llevó a multiplicar exponencialmente el valor de este tipo de créditos (pedaladas les llaman allí). Con una popularidad que ha pasado del 65 al 13%, una economía cayendo más del 3% dos años consecutivos (algo inédito en 100 años), un déficit público por encima del 10% y un fenomenal escándalo de corrupción en torno a Petrobras, sus socios de Gobierno han recurrido a un elemento cuestionable, pero no inconstitucional, para forzar su destitución.

No existen los golpes de Estado constitucionales, es un concepto imposible. Y menos cuando cuatro instituciones (Tribunal de Cuentas, Supremo, Congreso y Senado) refrendan el juicio político a Rousseff. Pero sí existen golpes políticos muy bajos por parte de socios de Gobierno corruptos y oportunistas que se aprovechan de la debilidad de alguien que, a su vez, no ha sabido atajar la corrupción ni gestionar la crisis para cambiar de bando y salvar el pellejo. Esos golpes bajos retuercen las normas y deterioran la democracia pero si son efectivos es porque se propinan a alguien a quien le han devuelto el presupuesto, ha perdido la mayoría en ambas Cámaras y ha abandonado una mayoría de la opinión pública. 

 

Publicado en la edición impresa del Diario ELPAIS el sábado 14 de mayo de 2017

Desmoralizar Europa

Por: | 13 de mayo de 2016

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Celebramos el Día de Europa desmoralizados. Europa está sumida en una doble crisis: una crisis de política exterior que proyecta un arco de conflictos en sus dos vecindades, oriental y sureña, y una crisis interior, con un arco paralelo de tensión que se bifurca para dañar la legitimidad tanto de los sistemas políticos nacionales como del propio sistema político europeo. Por separado, cualquiera de las dos crisis sería de gravedad. Pero juntas, interactúan para someter al proyecto europeo a una presión insoportable.

La primera crisis, exterior, es la consecuencia de no haber entendido lo ocurrido al mundo en la última década. En lugar de usar esa década para construir una política exterior y de seguridad que superara la fragmentación del poder europeo y permitiera hacer frente al inmenso desplazamiento de poder político y económico desde el viejo Occidente hacia fuera, los europeos se enfrascaron primero en mal resolver una crisis institucional y luego en mal gestionar una crisis económica. La segunda crisis, interior, es consecuencia de la incapacidad europea de resolver los fallos de diseño de la eurozona. En lugar de aprovechar la crisis para completar la unión monetaria con los elementos necesarios para asegurar su supervivencia, se adoptó, por parte de Alemania, pero también por otros, una posición moral que insistió en atribuir la crisis a la inferioridad de un Sur derrochador, no competitivo y falto de carácter para reformarse. Al vincular la crisis con la culpa y su solución a la redención, se bloquearon las reformas que hubieran permitido remontar el vuelo. No es de extrañar que sobre ese paciente ya debilitado la crisis de asilo y refugio haya provocado una infección populista, xenófoba y antieuropea.

La construcción europea representa el triunfo de la razón pragmática frente a la razón moral. Los padres fundadores pudieron proyectar un futuro por encima de la culpa de dos guerras mundiales y millones de muertos y negociar acuerdos que lograran encadenar pequeños pero importantes avances. Su éxito fue sustituir la moral de la culpa por una ética política basada en el respeto a las diferencias y la obligación del compromiso. Entonces hubo que desmoralizar para poder avanzar. Ahora hay que desmoralizar para no desmoralizarse.

Publicado en la edición impresa del Diario ELPAIS el miércoles 11 de mayo de 2016

El rincón del PSOE

Por: | 09 de mayo de 2016

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Décadas de observaciones sobre el funcionamiento de los parlamentos han concluido que no importan tanto los escaños que tenga un grupo político como dónde estén situados. Mientras que los escaños situados en el centro del espectro político pueden emplearse para construir coaliciones hacia ambos lados, los partidos que estén en los extremos solo pueden moverse en una dirección para buscar socios.

La ciencia política también nos dice que no tiene más poder quien tiene muchos escaños, sino quien tiene el último escaño, es decir, aquel que convierte una coalición ganadora en perdedora, y viceversa. Imaginemos el caso extremo de que las elecciones del 26 de junio dieran 174 escaños al Partido Popular, 174 a Podemos, uno al PSOE y uno a Ciudadanos. Claramente, el poder negociador de Sánchez y Rivera sería muy superior al que en principio les proporcionarían esos dos escaños, pues podrían no solo decidir quién gobierna sino derribar ese Gobierno en cualquier momento posterior.

 

Todo esto viene a cuenta de la absurda debilidad que se ha autoinfligido el PSOE desde el 20-D y que, a tenor de las declaraciones de Pedro Sánchez y Susana Díaz, parece dispuesto a repetir. Porque aunque sea cierto que el 20% de los votos logrados por el PSOE son el peor resultado de su historia, sus 90 escaños estaban inmejorablemente situados para facilitarle el acceso al Gobierno. Mientras que el PP no tenía opción de Gobierno a pesar de haber ganado las elecciones, el PSOE tenía dos: podía haber liderado un Gobierno con Podemos y los nacionalistas o facilitado una gran coalición con el PP y Ciudadanos. Pero en lugar de maximizar el poder de sus escaños, el PSOE decidió imponerse tres vetos paralizantes: no facilitar la investidura del PP, no gobernar con Podemos y no aceptar los votos de los nacionalistas. Yéndose al rincón de los vetos, el PSOE despreció la posibilidad de utilizar estratégicamente un mal resultado para llegar al Gobierno. Otra vez, el PSOE apela al voto útil, pero si sigue arrinconándose se convertirá en un partido tan inútil como el PP de Rajoy, que no puede convertir sus votos en Gobierno.

Publicado en la edición impresa del Diario ELPAIS el sábado 7 de mayo de 2016

El amigo americano

Por: | 06 de mayo de 2016

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El amigo americano está un poco cansado de los europeos. Una vez fue colonia de ellos, y aunque fue hace mucho y ahora mantiene una relación muy especial con su antiguo ocupante, la verdad es que su recuerdo de aquello está tan teñido de orgullo como filtrado por el recuerdo de lo costoso que fue emanciparse de una metrópoli bastante atroz.

Tras su independencia, el amigo americano decidió aislarse, porque todo lo que representaba la vieja Europa (luchas dinásticas entre autocracias, persecuciones y falta de libertad religiosa y económica) le repugnaba profundamente. Pero aunque EE UU quiso dejar en paz a Europa, Europa no dejó en paz a EE UU. Por dos veces durante la primera mitad del siglo pasado, miles de jóvenes americanos tuvieron que morir en suelo europeo para defender a los europeos de sí mismos. “¿Qué piensa de la civilización occidental?”, preguntaron a Gandhi. Y con ironía (se non è vero, è ben trovato) respondió: “Sería una buena idea”. Civilización lo que se dice civilización, no hemos visto mucha, debieron pensar también aquellos jóvenes americanos a los que gaseaban en las trincheras de Ypres o ametrallaban al caer sobre Normandía. Y para que estos europeos no se la jugaran por tercera vez, EE UU dejó 250.000 soldados estacionados en Europa durante medio siglo y se comprometió a fondo con la seguridad, prosperidad y libertad del continente.

El amigo americano pensaba que los europeos ya eran mayorcitos para resolverse sus problemas. Y que quizá podría dejar de sacarles las castañas del fuego. Pero nada, por más que Europa esté rodeada de un anillo de fuego, tensiones geopolíticas y amenazas terroristas que se extienden desde el Ártico hasta el Mediterráneo Occidental, los europeos siguen sin enterarse. Tan chocha está la vieja Europa que hasta la potencia colonial madre ha decidido organizar un bonito referéndum para ver si vuelve al “espléndido aislacionismo” y se desentiende del continente. Y en la gloriosa y liberada Francia, que regaló la Estatua de la Libertad a los americanos, también hay quien quiere echar el cerrojo. Y todavía hay quien se sorprende porque Trump quiera hacer lo mismo: antes de salirse usted, me largo yo, ¿no?

Publicado en la edición impresa del Diario ELPAIS el miércoles 4 de mayo de 2017

Pensamiento mágico

Por: | 03 de mayo de 2016

Captura de pantalla 2016-05-03 00.03.15Para evitar la repetición de un bloqueo como el que nos ha llevado a la repetición de las elecciones, se podrían cambiar varias cosas. Una primera opción sería cambiar de líderes. Líderes diferentes, podríamos pensar, podrían llegar a acuerdos diferentes. Sin Rajoy, el PP puede llegar al centro más fácilmente. Sin Sánchez, el PSOE podría pactar con el PP. Sin Iglesias, Podemos podría abstenerse para desalojar a Rajoy. Y sin Rivera, Ciudadanos podría sumarse a un gobierno de centro-derecha o abstenerse ante Podemos. Pero todos repetirán, así que nada que hacer por ahí.

La segunda opción sería cambiar los programas electorales. El PP podría aceptar corregir sus políticas más polémicas (reforma laboral, educación, seguridad ciudadana), PSOE y Ciudadanos podrían aceptar una consulta no vinculante en Cataluña y Podemos podría aceptar el principio de equilibrio en las cuentas públicas. Pero tampoco vislumbramos nada por ahí.

La tercera opción sería cambiar las reglas del juego. Sólo con prohibir la disolución de las Cortes hasta pasados dos años de las elecciones y, mientras tanto, en ausencia de acuerdo, dar el Gobierno a la lista más votada, se reventaría la dinámica en la que los partidos se han instalado. Por no hablar de un cambio en el sistema electoral que diera un premio de escaños a la lista más votada.

La cuarta opción sería cambiar a los votantes: convencerles de que tienen que variar radicalmente la orientación de su voto para proceder a una redistribución completa del mapa electoral. Cosa que tampoco parece que sea el caso (si quiera porque eso es lo que ya hicieron en diciembre).

Llamamos pensamiento mágico, en contraposición al racional, a toda forma de aproximarse a la realidad basada en la superstición, la mitología o las creencias irracionales. Hablarle a un tótem para que nos conecte con los antepasados o pensar que las plegarias sirven para provocar la lluvia son formas comunes de pensamiento mágico. Pero también es pensamiento mágico pensar que uno puede ir a unas elecciones anticipadas sin cambiar ninguno de los elementos de la oferta electoral y pensar que va a producirse un resultado diferente.

Publicado en la edición impresa del Diario ELPAIS el 30 de abril de 2016

Chatarra constitucional

Por: | 03 de mayo de 2016

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Los expertos hablan de basura espacial para referirse a la chatarra que amenaza la integridad de los satélites. Algo parecido pasa en política, donde también existe la basura institucional, normas diseñadas para cumplir una función que se convierten en chatarra inservible y peligrosa.

Es el caso de la moción de censura constructiva, regulada en el artículo 113 de la Constitución. Para derribar a un Gobierno, la norma exige una mayoría absoluta (176 votos) y un candidato alternativo (y solo se puede usar una vez en la legislatura). Nada que objetar a primera vista. Sin embargo, si lo piensan, en democracia cualquier decisión debería poder ser revocada por una mayoría igual o superior a la que adoptó dicha decisión. ¿Por qué se necesitan 176 votos para derribar a un Gobierno investido con 130? ¿No debiera bastar con 131?

El objetivo del 113, copiado de la Ley Fundamental de Bonn, era blindar al Gobierno frente a la experiencia de Parlamentos caprichosos que caracterizó a la República de Weimar. Y lo logró, pues dicha moción solo fue usada con éxito una vez, en 1982, cuando Helmut Kohl depuso a Helmut Schmidt tras lograr que los liberales cambiaran de bando (y ni siquiera la usó plenamente, porque a continuación convocó elecciones para validar su mayoría).

Pero las normas tienen en ocasiones consecuencias no intencionadas y una norma diseñada para dar estabilidad al Gobierno puede lograr que no haya Gobierno. Mientras que en los sistemas parlamentarios puros como el británico basta que el Gobierno pierda una votación para derribarlo, en España un Gobierno con mayoría simple podría perder cuantas votaciones quisiera sin verse obligado a convocar elecciones. Un Gobierno con mayoría simple se convierte al día siguiente de la investidura en un Gobierno blindado, pues ni siquiera una mayoría absoluta contraria podría derribarlo si no presenta un candidato alternativo. Eso disuade a posibles abstencionistas (PP, Podemos o nacionalistas) de apoyar la investidura de un Gobierno PSOE-Ciudadanos porque saben que más adelante no podrían derribarlo ni siquiera con los 219 votos que lograron aunar para rechazar su investidura. El resultado perverso del artículo 113 es adelantar la inestabilidad e impedir la formación de Gobierno. Por eso vamos a elecciones.

Publicado en la edición impresa del Diario ELPAIS el 27 de abril de 2016

EEUU 5 - Europa 0

Por: | 25 de abril de 2016

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Nos hartamos de escuchar que EE UU es un país donde mandan los grupos de interés. Con sus donaciones a los candidatos y sus presiones vía los bufetes especializados, esos grupos (lobbies) habrían logrado poner sus intereses empresariales por encima de la democracia y la ciudadanía. También se da por hecho que los estándares medioambientales de EE UU son más bajos que los europeos, especialmente en lo relativo a emisiones contaminantes, claves para luchar contra el cambio climático. Pertrechados de dichos argumentos, muchos se oponen a que Europa concluya con EE UU la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión, conocida como TTIP. Pero ni Europa está tan a salvo de los lobbies como presume ni EE UU es el ogro medioambiental que nos quieren dibujar. Tomen por ejemplo el escándalo de la manipulación de las emisiones de los vehículos diésel que afecta, principalmente, a Volkswagen y comparen las actuaciones de uno y otro.

Para empezar, las normas estadounidenses sobre emisiones diésel son más exigentes que las europeas. Es decir, los mismos fabricantes han presionado con más eficacia al Parlamento Europeo que al Congreso para bloquear normas que les perjudiquen. 1-0.

Segundo, las autoridades de EE UU han sido más efectivas al supervisar el cumplimiento de las normas. Mientras la agencia medioambiental europea miraba a otro lado, EE UU hizo pruebas con coches usados y concluyó que las emisiones eran 40 veces las declaradas en la homologación. 2-0.

Tercero, mientras que en EE UU el fiscal general ha iniciado acciones penales y descrito el asunto como un fraude empresarial a gran escala, en Europa se ha considerado el problema como una falta administrativa o un problema técnico menor. 3-0.

Cuarto, en EE UU, Volkswagen tendrá que recomprar sus cochesa los usuarios o arreglárselos, pero en Europa ni siquiera será obligatorio para los particulares llevarlos a reparar. 4-0.

Y último, mientras que en EE UU se permite que los consumidores agrupen todas sus demandas y litiguen juntos contra VW para lograr abaratar el coste de las demandas y subir las indemnizaciones, aquí no veremos nada de eso. 5-0. Harry el sucio,perdónenme, es europeo.

Publicado en la edición impresa del Diario ELPAIS el sábado 23 de abril de 2016

Periodismo de sentimientos

Por: | 21 de abril de 2016

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Es difícil no sentirse atraído por el mal. La violencia desafía nuestro entendimiento de nosotros mismos como sujetos morales y plantea cuestiones de enorme relevancia sobre nuestra especie. Intentar entender el mal es obligatorio. Pero como demostró la entrevista de Jordi Évole a Arnaldo Otegi del pasado domingo, la necesidad de intentarlo dista de garantizar por sí el éxito de la empresa.

Frente a la tentación de entender el mal como extrínseco a la naturaleza humana, Hannah Arendt nos advirtió de que detrás de la maldad había seres humanos normales y corrientes. Su constatación sobre la banalidad del mal ha convertido suEichmann en Jerusalén en un manual de campo imprescindible para todo el que quiera acercarse al problema. Que los perpetradores de las más crueles atrocidades son al mismo tiempo capaces de albergar y conmoverse con sentimientos parecidos a los que albergan sus víctimas es algo ya sabido. Descubrir esa contradicción entre la frialdad con la que el perpetrador justifica sus crímenes y su aparente humanidad, y hacerlo al lado del fuego de la chimenea, mirándose a los ojos y en un día lluvioso no es ningún hallazgo periodístico.

 Se critica a Évole porque inquieta que su cercanía física y la indagación en los sentimientos de Otegi pudiera abrir la vía a la comprensión de la persona y su causa. Pero es una crítica injusta. Como todos los que precedieron a Évole en empeños similares, la impresión que domina en él es la perplejidad ante el océano de inconsciencia moral que separa al perpetrador de sus víctimas. Otegi está tan lejos de entenderse a sí mismo que no hay empatía que pueda traerlo de vuelta. Porque la raíz del problema no está en Otegi, sino en algo que sobrevoló toda la entrevista sin que Évole se percatara: la existencia de una ideología que celebra la identidad hasta el punto de lograr que, en una democracia, personas normales se consideraran legitimados para matar en su nombre a otras personas normales. Ese océano que separa a un Évole tan cercano de un Otegi tan lejano es en el que naufraga el periodismo de sentimientos.
 

Cónsules y consultas

Por: | 21 de abril de 2016

Captura de pantalla 2016-04-21 11.50.28Si hubiera que dar un premio al referéndum más tramposo de la historia, sin duda se lo llevaría el convocado por Pinochet en 1978 para preguntar a la ciudadanía (extracto) “si respaldaba al Presidente Pinochet en su defensa de la dignidad de Chile frente a la agresión internacional desatada en contra de nuestra Patria”, ofreciendo una casilla para el Sí que representaba una bandera chilena y un poco más abajo a la derecha una casilla oscura para el No. Extrañamente, un 78,6% votó a favor.

Eso en la categoría dictatorial. En la democrática, el premio se lo llevaría Alexis Tsipras, que el año pasado preguntó a los griegos “si debería ser aceptado el plan de acuerdo que fue presentado por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional ante el Eurogrupo el 25.06.2015 y que se compone de dos partes que constituyen su propuesta unificada”. Tan seguro debía estar de que la gente no entendía nada que por si acaso puso la casilla del No encima de la del Sí, logrando un 61% de los votos.

 A golpe de discurso enardecido sobre los males de la democracia representativa se nos pretende convencer de que preguntar siempre es más democrático que no hacerlo y que los referendos y consultas siempre profundizan la democracia. ¿Pero preguntar siempre es democrático? ¿Sin más? No exactamente. Depende de quién pregunte, qué pregunte, cómo pregunte y a quién pregunte.

Ni las elecciones (mecanismo típico de la democracia representativa) ni las consultas (mecanismo típico de la democracia directa) son en sí mismo democráticas. Las dictaduras, seguro que no se les ha olvidado, se hartan tanto de celebrar elecciones como consultas populares. Para ser democráticas, las elecciones deben ser libres, justas y competitivas, es decir, deben dar a los votantes una oportunidad real de cambiar de Gobierno. Algo parecido les pasa a las consultas: para que tengan sentido, las opciones que se plantean deben ser igualmente posibles y deseables para los votantes e igualmente asumibles para quienes convocan la consulta. Un truco muy sencillo antes de votar en una consulta es preguntarse para qué consulta el cónsul. 

Publicado en la edición impresa del Diario ELPAIS el sábado 16 de abril de 2016

Paraisos e infiernos fiscales

Por: | 14 de abril de 2016

 

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En 1965 la recaudación fiscal media de los Estados de la OCDE se situaba en el 24,5% del PIB. El más voraz, Francia, se hacía con un tercio del PIB (el 33,5%) mientras que la España franquista se quedaba en un 14,3%. Con esos ingresos, los países más avanzados financiaban una educación universal hasta los 14 años, una medicina muy básica y pensiones para una población cuya esperanza de vida se situaba en los 70 años.

Hoy, la democracia sale carísima. La ciudadanía no solo reclama igualdad de derechos sino, con razón, de oportunidades. Queremos servicios públicos, educación de calidad desde la cuna hasta la universidad, una sanidad universal y puntera tecnológicamente, seguros de desempleo y apoyo a las familias y ciudadanos más vulnerables y dependientes. Todo ello con una natalidad raquítica, muchos mayores y una esperanza de vida que se ha elevado hasta los 82 años.

 No debe extrañar, por tanto, que la presión fiscal media en la OCDE sea hoy del 34,4%, 10 puntos más que en 1965. Un buen puñado de países de la OCDE se sitúan por encima del 40%. El récord absoluto (50,9%) lo ostenta Dinamarca, seguido de Francia (45,2%), Bélgica (44,7%), Austria (43%) y Suecia (42,7%). España, por desgracia, sigue en la cola. Con una presión fiscal del 33,2%, se encuentra más cerca de los anglosajones (Reino Unido, Canadá, Nueva Zelanda e Irlanda) y de Europa Central y Oriental (República Checa, Eslovaquia, Estonia e Israel) que lo que los discursos públicos y las campañas electorales nos hacen creer.

Uno de los problemas fundamentales de nuestras democracias es que las necesidades de gasto público van en una dirección contraria a las posibilidades que abre la globalización financiera. Para financiar los Estados de bienestar que queremos necesitamos presiones fiscales de en torno al 40% del PIB. Pero sabemos que por encima del 20% de impuestos, las empresas y los más ricos comienzan a poner pies en polvorosa hacia países con tipos más bajos, hacer ingeniería fiscal o, directamente, pasarse al lado oscuro. Mientras unos se largan a un paraíso fiscal, las clases medias quedan atrapadas en infiernos fiscales, las desigualdades aumentan y la democracia se deslegitima. 

Publicado en la edición impresa del Diario ELPAIS el miércoles 13 de abril de 2016

Sobre el autor

es Profesor de Ciencia Política en la UNED, director de la oficina en Madrid del European Council on Foreign Relations y columnista de EL PAIS desde junio de 2008. Su último libro “Asaltar los cielos: Podemos o la política después de la crisis” (Debate) se publico en abril de 2015. Ha publicado también "¿Quién Gobierna en Europa?" (Catarata, 2014) y "La fragmentación del poder europeo" (Madrid / Icaria-Política Exterior, 2011). En 2014 fue galardonado con el Premio Salvador de Madariaga de periodismo.

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