Hoy escribo sobre ayer; o seguramente, para quién lea esto, sobre anteayer. Me dejo de líos y digo el día directamente, y así termino antes. Sobre el Martes 6, el día de la etapa de Aremberg, mi reecuentro con los pavés de la París-Roubaix.
Hoy también he llegado a la meta de Reims en bici tras unos 55 kilómetros, pero lo de hoy ha sido rutinario, pero no por ello ha dejado de ser placentero. Todos por una carretera nacional plagada de camiones que hacían que el calor fuese más intenso del que ya era. Lo más interesante ha sido cuando he pasado por un cementerio de soldados fallecidos en la primera guerra mundial. Los he visto muchas veces en carrera, pero nunca había visitado uno de ellos. Así que hoy, aprovechando la oportunidad de este Tour semi-turístico-gastronómico que me estoy dando, me he parado un rato para dar un pequeño paseo. Hablando con el vigilante del cementerio –que pena mi escaso francés, porque el hombre estaba ansioso por contarme batallas, nunca mejor dicho-, he sabido que allí delante, en el terreno que yo abarcaba con una mirada, había 15000 personas enterradas. 7440 en tumbas individuales, y todo el resto en dos fosas comunes. Impresionaba pensar en lo que allí había, y en las historias que habrá detrás de cada una de esas 15000 vidas, que se dice pronto. O no tan pronto, porque si dijéramos el nombre de cada uno de ellos cada dos segundos, tardaríamos 50 minutos en nombrar a todos. ¡Uf!