Los carburantes de origen fósil, como la gasolina y el gasóleo, tienen una capacidad energética 100 veces superior a la de las baterías de litio que alimentan los coches eléctricos. Gases como el butano y el propano superan a las pilas en 80 veces, y alcoholes como el etanol, en 60. Todos generan emisiones y no pueden ofrecer la potencia ecológica de la electricidad. Pero sí permiten autonomías muy superiores, que es, paradójicamente, el punto flaco de los coches eléctricos.