Mario García Torres (Monclova, México, 1975) es uno de los más brillantes artistas de su generación. Su trabajo es una mirada que nos columpia sobre el tiempo. Hacia el pasado, revisando pequeños acontecimientos olvidados o perdidos de la historia del arte del siglo XX, y hacia el futuro, poniéndolos en contexto dentro de nuestra propia época y de su inquietante porvenir.
En 2010 —muchos se acordarán— mostró una soberbia pieza en el Museo Reina Sofía: ¿Alguna vez has visto la nieve caer? Un viaje, en forma de proyección de diapositivas, en busca del One Hotel de Kabul (Afganistán), un lugar mítico que el artista italiano Alighiere e Boetti (1940-1994) regentó durante la década de los setenta del siglo pasado. En tiempo actual, acaba de presentar en el Museo Vostell-Malpartida (Cáceres), dentro del proyecto Campo Adentro, cuatro instalaciones que reflexionan sobre el arte en el mundo rural.
Todo ello dibuja una excelente disculpa para conversar con este artista que ha cambiado Los Ángeles por él Distrito Federal (DF) mexicano, que expone, entre otras, en la galería Proyectos Monclova, dirigida por su hermano José, y que ha mostrado su trabajo en la Documenta 13 de Kassel y en la 52 edición de la Bienal de Venecia. Buenos augurios.
Pregunta. Su propuesta exige tiempo y esfuerzo al espectador. ¿No es ir a contracorriente ahora que todo tiene que ser rápido y fácil?
Respuesta. Cierto. Pero resulta importante buscar la manera de generar que el ritmo y el tiempo sean otros en el museo. Tiene que ver con una necesidad de sinceridad. Puede sonar pretencioso, pero es interesante reivindicar la sinceridad en el mundo del arte. ¿Hasta qué punto puede uno hablar de la historia del arte siendo partícipe de ella? Esa honestidad hacia la conciencia de dónde está uno situado en la historia es de alguna manera lo que trato de pedir al espectador al crear obras. Para mí concebir una pieza tiene que ver con encontrar gente que piense igual que yo o que tenga los mismos intereses.
P. ¿Su trabajo genera discursos nuevos o todo son relecturas?
R. La pregunta está relacionado con si el arte tiene que ver con ideas nuevas o por qué esperamos esas ideas nuevas. Quiero pensar que existe una cierta novedad en lo que hago, en la manera de acercarme a las cosas. Pero hay una gran equivocación en relación a creer que el arte es algo nuevo. Porque una cosa es generar una estrategia interesante y novedosa y otra pensar que el pasado no es algo nuevo. El pasado es una estrategia para hablar de la cotidianeidad.
P. ¿Alguna vez has visto la nieve caer? era, en cierta forma, un ejercicio de nostalgia. ¿Por qué este sentimiento se halla tan presente en su obra?
R. Es cierto que es una presencia. Pero ¿Alguna vez ..? se refiere al fotoperiodismo. Habla de relaciones sociales, de historia y de geografía histórica. En esa pieza hay una cierta atmósfera de recogimiento, pero tiene que ver más con pensar la historia como un gesto íntimo y personal.
P. Vivimos una época en la que cada vez se producen más ocurrencias y menos obras de arte. ¿Cómo distinguir unas de otras?
R. Es una pregunta difícil. Pero seguramente volvería a hablar de sinceridad. A la hora de mirar una obra de arte hay que ver hasta qué punto es un gesto sincero y hasta qué punto esa sinceridad es pertinente. Cuando las cosas se hacen con demasiada ironía o con desapego al sistema y a la conciencia del sistema en el que esos objetos están funcionando, por más complejo que sea el gesto, resulta ser una ocurrencia. Hay obras de arte que son gestos muy sencillos y parecen una ocurrencia, pero en el momento en el que uno entiende que existe esa honestidad alrededor pueden tener una potencia increíble.
P. ¿Cree que su trabajo tiene un impacto social?
R. No en lo inmediato. Las obras de arte no cambian los sistemas sociales. Tienen un impacto social en relación al pensamiento, a quién transmite las cosas y cómo. Las obras de arte tienen que introducir una pequeña pregunta, un pequeño tema, una semilla que pueda arraigar en alguien. Por otro lado, no pretendo enseñar nada a nadie. No quiero que mis obras descubran en la gente cosas concretas.
P. ¿Por qué le interesan tanto los proyectos fallidos de otros artistas?
R. No me interesan las cosas fallidas, me interesan aquellas historias que no repercuten; las que no tienen un impacto específico. Quiero saber todo lo que hay detrás, todo lo que hizo a esa persona llegar a ese punto. Me importa menos como algo fetichista. Ni siquiera me interesa el personaje, ni investigar cómo funciona eso en el sistema del arte. He pasado ocho años investigando un proyecto creado por Alighiero Boetti, pero lo primero que me interesó no es Boetti como persona, sino cómo es que una historia tan pequeña, con tan poca información, con dos imágenes, circula en el sistema del arte y ha generado un gran mito, y de qué manera se ha contado esa historia a través de esas dos fotografías.
P. ¿Dónde podemos ubicar su trabajo?
R. Es muy difícil encontrar un espacio concreto. El 90% de las obras que se conciben hoy en día proceden del arte conceptual. Mi estrategia tiene que ver con un gesto muy específico. Sin embargo, una gran parte de la información que termina siendo la obra está relacionada con las estrategias documentales, el fotoperiodismo o el cine.
P. Cada vez más artistas son, a la vez, comisarios. Usted es un ejemplo de ello. ¿Por qué? ¿Quizá porque la crítica, la buena, cada vez está más desaparecida y los creadores están tomando ese lugar?
R. Es una historia larguísima, que ahora resulta más evidente. Desde mediados de los años sesenta del siglo pasado, la gente pretendía tomar esa posición. Tenía que ver con que los artistas generaban una cierta autonomía y también su propio discurso. No dejaban que se hiciera institucionalmente. Hemos pasado por muchas décadas en las que esa negociación del artista con la institución ha cambiado bastantes veces. Ahora estamos en un momento interesante donde no solo los creadores hacen exposiciones sino que también los comisarios —lo que me parece muy valioso— se convierten en directores de museos. Por ejemplo, Manolo [Manuel Borja-Villel] lleva la dirección del Museo Reina Sofía como si fuera una exposición. Con este planteamiento, el proyecto resulta mucho más ambicioso.
Un disco de artista es uno de los últimos proyectos de Mario García Torres. Cortesía: Galería Elba Benítez.
P. Trabaja entre México, que ahora mismo parece uno de los grandes centros artísticos del planeta, y España donde, culturalmente, rozamos la inanición. ¿Nota esa diferencia?
R. Por una razón u otra vengo mucho a España. Participo en los dos extremos. Hice la exposición en el Reina Sofía, que es un centro gravitacional tanto dentro como fuera de su país, y ahora trabajo en la exhibición en el Museo Vostell-Malpartida, donde el público y el presupuesto son pequeños. Esta diferencia me atrae mucho. No me parece que España esté en una situación dramática.
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