Durante décadas fue casi una sombra. Al menos para el mundo del arte. Pocos habían oído hablar de él. En esos tiempos de desconocimiento fue activista sindical y trabajó durante años en una fábrica textil de Burgos como patronista de ropa de mujer. Manejaba con destreza los números, los tejidos, las formas. Casi como un oficio secreto pintaba en las horas que podía robar a la planta y al trabajo. Incansable. Pero callado. Sin embargo, en 1999 dijo: “¡Basta!”. Descolgó el teléfono, habló con su jefe y le espetó: “No vuelvo”. Quería dedicarse a pintar. A ser artista. Algo para lo que había trabajado durante decenios. Aquel año, Néstor Sanmiguel Diest (Zaragoza, 1949) pintó casi 800 trabajos en formato Din A4. Fue como si estallara. Una liberación. Tenía 50 años. Aun así transcurrirían otros diez sin tener casi visibilidad. De repente, en 2012, ficha por la galería madrileña Maisterravalbuena y detona un éxito inesperado. Le compran museos (Reina Sofía, Macba), fundaciones (Arco, Helga de Alvear), coleccionistas potentes internacionales y hay lista de espera para sus trabajos. En 2013, en la feria Frieze de Londres, despacha todo el estand en una hora. Demostrando, por si alguien tuviera alguna duda, que ser artista es correr la maratón, no los 100 metros lisos. Toda una enseñanza frente a la voracidad del mercado y las prisas de algunos galeristas.
Pregunta. ¿Dónde ha estado todos estos años?
Respuesta. Trabajando. Pero con un cierto nivel de reclusión y moviéndome en los márgenes del gremio. Es decir, muy lejos de Madrid. Porque consideraba que tenía que seguir aprendiendo antes de dar el paso y acercarme no solo a lo contemporáneo sino a la dedicación absoluta a este trabajo. Hasta finales de los años ochenta no asumí que sabía lo suficiente para ponerme a trabajar en serio.
'Canal del molino', de Néstor Sanmiguel Diest.
P. Porque antes del oficio de pintor hizo otros.
R. Sí, para ganarme la vida. Estudié en la Escuela Oficial de Sastrería de Madrid. Ahí aprendí el trabajo de patronista, que es lo que me ha permitido mantenerme en pie hasta que he podido dedicarme solo al arte. Pero si me lo pregunta, he vivido de ser patronista; sobre todo de mujeres.
P. ¿Qué marca la decisión de sustituir un oficio por otro? ¿Hay algo que lo desencadene?
R. Son cúmulos de circunstancias. Estaba saturado de trabajar por cuenta ajena y de tener que cumplir horarios infernales, al menos para mi manera de ser. Imagínese estar a las 6.30 de la mañana, abrir la fábrica y poner las planchas a calentar para que cuando viniera la gente todo estuviera en marcha y después dedicarme a hacer patrones. Llega un momento que dices: "¡Se acabó!" Yo lo resolví en un día. Descolgué el teléfono y llamé a mi jefe. No iba a volver más, le dije. No le iba a pedir indemnización ni nada de nada. Pero no regresaba, eso seguro. Era 1999.
P. Sin embargo entre 1985 y 1991 forma parte del grupo A Ua Crag en Aranda de Duero. No estaba tan desligado de ciertas corrientes artísticas.
R. Es cierto. Yo venía de un trabajo político y sindical muy fuerte. Evidentemente fueron años que trabajé muy poco en arte. Pero lo abandoné porque acabé bastante desilusionado ideológicamente. Me caí cuando empecé a ver las realidades con toda su crudeza.
'Las flores secretas'. 1992.
P. Esa desilusión se siente en su trabajo. Al principio tenía un componente político que con el tiempo se ha ido diluyendo.
R. Lo personal se va diluyendo con los años porque te interesan otros sentimientos. Evito todo tipo de referencias a emociones o sentimientos míos. Me interesa capturar los ajenos. Humanamente no he sido una persona de grandes amores, aventuras locas; y con las drogas he coqueteado, por cuestiones generacionales, lo justito. Me atrae más lo que les sucede a los otros.