Hay que imaginarse la escena. Es de noche, las puertas están cerradas, las ventanas selladas con plástico y el lienzo de más de dos metros largos tendido en horizontal sobre la mesa del estudio. Silencio absoluto. Un latido del corazón. El bombeo de la sangre. Una línea sobre el lienzo. Un latido, la sangre, el trazo... Un gesto repetido centenares de veces, hasta completar la superficie. Esta es la forma en la que Juan Uslé (Santander, 1954), uno de los principales artistas contemporáneos españoles, concibe la que es su serie más rotunda: Soñé que revelabas. Lienzos predominantemente negros y grises, en los que refleja desde la guerra de Irak a la tristeza de los días. Telas buscadas por los coleccionistas, de la que solo concibe dos o tres al año, que ahora llegan, tras pasar por el Kunstmuseum de Bonn, al CGAC (Centro Galego de Arte Contemporánea). Veinte obras que evidencian que Uslé pinta desde la noche de los tiempos. Con razón ha llamado a esta muestra Luz oscura.
Pregunta. ¿Qué se puede ver en el CGAC? ¿Qué diferencias hay frente a la exposición de Bonn?
Respuesta. En esencia es la misma muestra que está enfocada en las obras que recoge Soñé que revelabas. Cuadros oscuros, grises virando a negro que de algún modo van surgiendo de forma intermitente cada cierto tiempo. Hago pocos: uno o dos al año. A veces salen tres. Aparecen, al menos así lo entendía al principio, como un revulsivo a esa especie de caleidoscopio de imágenes que llevamos dentro, que de alguna forma también configuran la otra parte de mi obra, que es compleja y dispar. Al principio estos lienzos eran una especie de limpieza. Una forma de crear un cuadro amnésico. De hecho así se titulaban algunos. Luego, cuando di forma al segundo lienzo, resuelto bajo la misma estrategia mecánica y procesual, al verlo sentí que estaba pintando la misma obra, justo lo contrario de lo que hacía habitualmente. A partir de entonces me plantee desarrollar esta imposibilidad como estrategia intencionada: pintar el mismo cuadro.
Juan Uslé muestra en 'Luz Oscura', en el Centro Galego de Arte Contemporánea (CGAC), la que, quizás, es su serie más importante: 'Soñé que revelabas'.
P. ¿Cómo es la carpintería de esos Soñé que revelabas? ¿De qué manera los pinta?
R. La mecánica se centra en una idea: rellenar la superficie intentando reflejar ahí sistemáticamente el latido del pulso y el bombeo de la sangre. En estas obras siempre trabajo por la noche. Cierro las puertas. Sello con plásticos las ventanas. Intento conseguir un ambiente propicio. Algo similar a lo que hacía John Cage con su famosa cámara anecoica. Y empiezo a pintar. El pulso lo noto muchísimo por las noches. Tengo la tensión alta y allí donde me toco siento mucho el latido. Entonces tomo la brocha. Toco el pulso y comienzo a trabajar siguiendo ese ritmo. Ahora la pincelada más rápida, ahora más lenta. Voy escribiendo en la tela hasta rellenarla. Hace falta concentración y conlleva tensión, tiempo y, por supuesto, la imposibilidad de que todos los trazos sean iguales. Tampoco el pulso es siempre el mismo. Se acelera y desacelera.
P. ¿Y cuánto tiempo trabaja en estas piezas?
R. Varía, hay Soñé que revelabas que salen de una tirada y otros que te llevan seis meses. Hay cuadros que tienes en el estudio bastante tiempo, un año o más, y no les haces nada hasta que al final ves algo que no habías visto antes… A veces ha tenido que pasar un determinado acontecimiento en tu propio trabajo. Obras que se han cruzado entre el comienzo de esa tela. No siempre somos los mismos, ni sentimos lo mismo, no vemos lo mismo. Entonces nos cuesta entender, sobre todo si estamos en la aventura, en el viaje. En ese momento andamos descubriendo cosas y aprendiendo, que es de lo que trata la pintura.
Un visitante contempla diversas obras de Uslé en el Kunstmuseum de Bonn (Alemania).
P. ¿Existe una conexión entre esta serie y las pinturas místicas del barroco español? ¿No comparten algunos ecos?
R. No me corresponde a mí establecer esa valoración. Es cierto que cuando vengo a Madrid siempre voy al Prado. Y busco la quietud de Zurbarán o ese fondo negro del Cristo de Velázquez. Me gusta mucho esa pintura. Para mí lo válido que tiene es que carece de ese tiempo que se mide o pasa. Lo válido es la permanencia. El hecho de que tenga su propia sustancialidad, que dependa mucho del cuerpo y de la piel; de la dermis y la epidermis. Ves a Goya o Rembrandt y vas viendo esas zonas de penumbra, de soledad y abandono. Ese lado donde no está el tema del cuadro, pero que de algún modo resulta esencial para que funcione. Es donde existe una gran carga de riqueza. Es como en el mundo. El cuadro es el mundo pero donde te ves reflejado es en la zona de penumbra.
P. Esta misma reflexión la podría haber hecho Tàpies.
R. Quizás. Me interesa el Tàpies más intenso de los años cincuenta y sesenta. Pero son conceptos distintos, el muro absorbe o grita y la membrana escucha y respira. Acabo de ver una exposición de Pierre Soulages en Nueva York, de quien hacía mucho tiempo que no veía obra, y me ha gustado. Y también eran cuadros negros. Todo esto te hace entender que en el fondo, desde la luz a la oscuridad, o desde la oscuridad a la luz, al pintar atravesamos ese umbral; estamos en zona de penumbra.
Exposición 'Al clarear' en la galería londinense Frith Street.
P. Esa claridad y esa oscuridad también se refleja en el título de sus cuadros. Están influenciados por la realidad: la guerra de Irak, la crisis…
R. Siempre existe un contenido en el alma de las cosas. En la pintura tiene que haber vivencia. La abstracción pura es algo que desapareció hace mucho para mí. Es cierto que las torres de marfil existen, porque eso es un estudio, pero tú buscas y vives en la contaminación, porque tienes el mundo en casa. Internet lo ha revolucionado todo y llega hasta la cueva más recóndita.
P. Se pinta desde hace miles de años. Aportar algo nuevo es algo al alcance solo de muy pocos. ¿Es el suyo uno de los oficios más difíciles del mundo?
R. Todavía no he aprendido a pintar, y me alegro. Cuando veo que existe un gran dominio, un gran manejo de las técnicas, sobre todo para decir lo que claramente se tiene en la cabeza, me mosqueo. Necesito seguir descubriendo. Seguir encontrando muchos uslés. No necesito pensar que he pintado la obra maestra. Porque sé que no lo he hecho. Pero sí que voy hacia ella. Siento que estoy en los mejores años y en la mejor profesión, porque es la que siempre he deseado y que nunca me creí que podría ejercer del todo. Me negué a ser Juan Uslé e inventé otros nombres. Descubrí al capitán Nemo, que me llevaba en una nave a un lugar desconocido donde no sabía qué pasaba. Cuando en Nueva York comencé con los cuadros negros y tormentosos; cuando, según los críticos, se me acabaron las imágenes, y Juan Uslé se quedó amnésico, después de esa fase, Nemo me ayudó a encontrar la luz.
P. Un elogio de las posibilidades de la pintura.
R. Soy pintor y soy lento. La pintura es el medio lento por excelencia. Pese a todo, o por eso, sus posibilidades son infinitas. Sin embargo tenemos ese complejo, sobre todo en España, de que los pintores somos antiguos y dependemos de la tradición. No se trata de ser un virtuoso pero sí de tener un lenguaje y profundizar lo más posible. O sea, poder acercarte al vacío tan esencial que todos los seres humanos llevamos dentro. No lo dude, la pintura es un medio muy válido para hacer la gran revolución; una revolución que siempre ha estado pendiente: que el ser humano se pregunte y se entienda a sí mismo.
P. Tiene un gran éxito en el mercado. Sus galeristas le piden obra continuamente para atender las decenas de ferias a las que acuden. ¿Siente la presión?
R. Trato de llevarlo lo mejor posible y escapar a la presión. Siempre me negué a caer en manos de una sola galería y aposté por tener varios marchantes repartidos por el mundo. Quería tener la suficiente libertad para que la obra no se resintiera debió a gustos o manipulaciones. Pero esa libertad conseguida también conduce a una cierta forma de esclavitud, porque tienes que alimentar más demandas y por lo tanto mayor presión. El mundo del arte es como un Arca de Noé viajera, de feria en feria, de país en país, y a los artistas nos toca discernir con agudeza para no soltar obras sin macerar y respetar los tiempos que nos demanda el estudio y los calendarios. A veces no resulta fácil, pero en ello estamos.
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