En el verano de 1610, después de años en el exilio, Caravaggio, por fin, partió hacia Roma. Embarcó en una falúa que salía de Chiaia, un barrio aristócrata y residencial cercano a Nápoles. Con él llevaba algunos cuadros para ganarse el favor de su gran mentor, el cardenal Scipione Borghese. Entre ellos, un San Juan Bautista y una María Magdalena en éxtasis. Viajaba tranquilo pues el asesinato en el que se vio envuelto en Roma unos años antes parecía perdonado. En el bolsillo portaba un salvoconducto del cardenal Fernando Gonzaga. Nada podía ir mal; por fin regresaba al espacio artístico romano donde algunas de las familias de más porte de su época (los Gonzaga o los Doria) lo querían de vuelta. A fin de cuentas estaba considerado el pintor más grande de Italia y los encargos abundaban.
Pero la falúa hizo escala en Palo, un pequeño pueblo cercano a la desembocadura del Tíber con un castillo fortificado como único estandarte. Allí, por error, fue encarcelado al ser confundido con otra persona por el capitán de la fortaleza. Para escapar tuvo que pagar una enorme suma de dinero. Aunque para entonces la embarcación con sus cuadros ya había tomado rumbo hacia Port’ Ercole, la siguiente parada del esquife. Caravaggio estaba desesperado. Solo y sin dinero debía correr como fuera detrás de sus posesiones. Que no dejaban de ser el verdadero salvoconducto de su vida. Sin ellas su futuro era muy incierto.
El pintor se encaminó a Port’ Ercole. Por aquel tiempo era un puerto toscano gobernado por España que vivía del comercio. Cuando llegó, la falúa con sus cosas había marchado. Quizá algunas de sus pertenencias sí se hubieran desembarcado. Porque seguramente habría que hacer espacio para nuevos viajeros. Extenuado, muy lejos de Roma y de su salvación, enfermó. A los pocos días, las fiebres acabarían con su vida.
El artista e historiador Giovanni Baglione, coetáneo de Caravaggio, a quien no profesaba mucha simpatía (le acusó de sodomía), lo contó así: “Desesperado, se encaminó a lo largo de la playa bajo el tórrido sol de julio, para ver a lo lejos el barco que llevaba sus posesiones. Finalmente, llegó a un lugar donde fue metido en una cama, afectado por una fiebre intensa; y de esta manera, sin la ayuda de Dios y de ningún hombre, murió a los pocos días, de un modo miserable, como había vivido”. Era el 18 de julio de 1610.
Es fácil imaginar el desamparo del genio al ver desaparecer sus obras. Es posible que entre los cuadros que lograra desembarcar estuviera la Magdalena en éxtasis. La pintura, desde entonces, ha estado perdida. Existen unas ocho copias conocidas. La de mayor calidad (imagen de apertura) pertenece a una colección privada romana y también goza de reputación la que hiciera Louis Fish (1580-1617), un pintor flamenco, y que hoy cuelga en la ciudad francesa de Marsella. Pero del original no había noticias. Hasta la semana pasada.
Uno de los 'San Juan' con los que viajaba Caravaggio en su regreso de Nápoles a Roma. Colección Galería Borghese.
Mina Gregori, 90 años, presidente de la fundación Roberto Longhi, con sede en Florencia (Italia), y una de las grandes expertas mundiales del maestro barroco, sostiene que ha localizado el original de la María Magdalena en éxtasis. Y no titubea con las palabras a la hora de describir la certeza de tan extraordinario hallazgo: “Conozco un carravaggio cuando lo veo”. Y lo ha visto. ¿Dónde?
En una colección europea. No precisa el país. Se sabe que está fuera de Italia, pero la familia que lo posee, que ni siquiera es una gran apasionada del arte, no quiere publicidad. Temen robos. Pero para Gregori no existen dudas. “El cuerpo, las variaciones de color, la intensidad del rostro... Pero también las muñecas fuertes y las manos entrelazadas y flácidas con extraordinarias variaciones de color y luz y con una sombra oscureciendo la mitad de los dedos son los aspectos más interesantes de la pintura. Es Caravaggio”, afirma al diario italiano La Repubblica en una información que también recoge El País.
A esta explicación basada en la mirada y en años de connoisseur se une un documento, a su juicio, irrefutable. Estaba detrás de la tela y la familia dueña del lienzo le pidió a la experta ayuda para traducirlo y situarlo en su contexto. Los propietarios ya tenían sus sospechas de que, tal vez, Caravaggio andaba tras esa tela. En el bastidor había una nota del siglo XVII escrita a mano y con el lenguaje de su tiempo en la que se aludía a la María Magdalena de Caravaggio para “el Cardenal [Scipione] Borghese de Roma”.
De momento, los dueños no quieren desprenderse de esta obra maestra de Caravaggio y seguirán teniéndola en su casa. ¿Si lo hicieran? ¿Cuánto podría costar en el mercado? Desde luego, más de 100 millones de euros. Un extraño (e inútil) triunfo para un genio que murió solo, pobre y desesperado.
Hay 2 Comentarios
Muy buen articulo, sigue asi, con esa soltura. Un saludo
Publicado por: Felipe Peña | 27/10/2014 21:39:22
Miguel Ángel, tu que siempre eres tan comedido te has dejado llevar por la pasión de la noticia. No creo que nadie pagase hoy día 100 millones por una pintura antigua. Ni siquiera de estas calidades. Sabes que cuando han salido piezas fabulosas de grandes maestros antiguos no han llegado ni 70 millones. Rubens por ejemplo o Rafael.
De todos modos estaría bien presentar el cuadro en un simposio y desvelar todo, como ha ocurrido en Sevilla con la obra velazqueña de la Universidad de Yale, que NO es de Velázquez tras escucharse y verse teorías diversas en ese encuentro
Publicado por: Ed | 27/10/2014 16:17:37