Hasta hace poco tiempo era un expolio silencioso. Quedo. Ahora llega con un enorme ruido. Los turistas, al menos algunos de ellos, están comprometiendo el patrimonio artístico de muchas ciudades y países. Aunque, quizá, en ningún lugar como Italia el problema se revela tan grave. El Coliseo, Pompeya, Herculano, la Vía Apia… el turismo vandálico no respeta nada.
Cada vez es más frecuente en aeropuertos romanos como el de Fiumicino o Ciampino que las autoridades requisen pequeñas teselas, trozos de pavés de calzadas romanas, mojones, pedazos de cerámicas o partes de frescos arrancados de sus lugares de origen. “Es un tipo de ladrón que hasta hace poco era raro pero ahora sucede más y más a menudo”, relataba a la prensa italiana en abril pasado el jefe de policía Antonio Del Greco. Muchas de estas piezas ni siquiera tienen valor monetario, simplemente se sustraen del patrimonio cultural. Como si fueran un souvenir. Tal es la rapiña que en las mochilas de algunos viajeros se han llegado a encontrar incluso grandes mojones de mármol que directamente habían arrancado de la Vía Apia.
Cientos de piezas han podido desaparecer del recinto arqueológico de Pompeya (Italia).
Desde luego el turismo, al menos cierto tipo, es una amenaza para algunos patrimonios. Aseguran las autoridades italianas que la mayoría de las personas que detienen en el aeropuerto son ciudadanos británicos o del norte de Europa. Una vez pillados con las manos en la masa, relatan los Carabinieri, sienten la enorme vergüenza de ver, frente a sus compañeros de pasaje, cómo se extraen las piezas robadas de sus mochilas. Muchos se enfrentarán al cargo de robo del patrimonio artístico.
El tema es serio y preocupante. Massimo Osana, director del sitio arqueológico de Pompeya —la ciudad italiana sepultada por las cenizas del volcán Vesubio en el 79 d.C.—, sostiene que en los últimos años han sido devueltos cientos de fragmentos de todo tipo (teselas, yesos, ladrillos, piedras) al museo por parte de turistas que en su día los sustrajeron. En ocasiones llegan acompañados de una carta de disculpa. “Finalmente puedo dormir en paz. Me he liberado de un peso que a medida que me hacía mayor era más y más difícil de soportar para mi conciencia”. Esa fue la explicación que dio Lisa (no ha trascendido más acerca de su nombre), una turista canadiense que en junio de 1964, durante su luna de miel, robó una pieza de terracota que adornaba uno de los techos de una domus (casa) pompeyana. Lisa viajó desde Montreal para devolver lo sustraído y achacó su comportamiento a la “impetuosidad de la juventud”.
Fragmento de fresco arrancado con cincel y escoplo de la Domus di Nettuno (Pompeya). Antes y después del robo.