La especulación aumenta la fractura entre coleccionistas y galeristas

Por: | 18 de octubre de 2015

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Es una guerra incruenta, soterrada, pero real. La tensión entre algunos galeristas y ciertos coleccionistas crece cada día.
Entre medias, claro, la escalada de los precios. Un ejemplo. Hace cinco años un cartón (imagen inferior) serigrafiado en oro (de poco más de un metro) del artista de origen vietnamita Danh Vo costaba 35.000 euros. La semana pasada en la casa de subastas Phillips se remataba por 800.000. Ningún activo financiero genera unas ganancias semejantes. Y en un entorno de tanto dinero, la desconfianza está tan presente como un marco en un lienzo.

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'VJ Star' (2010), cartón serigrafiado en oro de Danh Vo. Se remató la semana pasada en Phillips por más de 800.000 euros. Hace cinco se hubiera podido adquirir por 35.000 euros.

Esta situación hay que tenerla en cuenta para leer con precisión el sentido del siguiente diálogo. Lo recoge la revista digital Artmarketmonitor, que está especializada en este mundo que mezcla arte y dineros. La conversación se publicó originalmente en la página de Facebook del coleccionista y comisario Kenny Schachter. El intercambio de palabras y desprecios se produce entre un joven coleccionista de poco más de 30 años y un galerista. Como señala con ironía la publicación, el título de esta entrada bien podría haber sido: “Galerista a coleccionista: “Tu colección apesta”.

La conversación transcurre así:


Coleccionista: Hola.

Soy un coleccionista de xxx cofundador de la colección xxx, una nueva iniciativa destinada a promocionar artistas jóvenes. Nos gusta muchísimo el trabajo de xxx y nos gustaría comprar una obra para la colección. Por favor dime si tienes alguna disponible. Todavía no hemos lanzado oficialmente nuestra página web pero puedes fijarte en la versión beta. Te dará una idea del espíritu y la filosofía de lo que hacemos y lo que coleccionamos.

Galerista: Gracias por tu correo electrónico y por el interés en xxx. Desgraciadamente en este momento no podemos ofrecerte ninguna obra, pero prometo tenerte presente.

Coleccionista: Muchas gracias por dedicar tiempo a contestarme. Estaría encantado de poder discutirlo por teléfono o conocernos en persona cuando visite la feria xxx. También estamos muy interesados en el trabajo de otro de tus artistas (xxx) por lo que, por favor, tenme en cuenta para una próxima exposición.


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Un visitante contempla una obra en la última edición de la feria londinense Frieze.

Galerista:
Creo que esa presentación no tendría ningún sentido y no sería capaz de convertir tu colección en una prioridad. Para ser justos, soy un absoluto partidario de no hacer perder el tiempo nadie; ni a mí ni a los demás, y habiendo visto tu presentación online encuentro que las decisiones que has tomado hasta ahora proporcionan un contexto que no es el correcto para ninguno de los artistas por los que te interesas.

Puede ser que la colección no se cree como un fondo de inversión o que no se parezca a un catálogo de subastas de la casa Phillips, pero cuenta una historia bastante triste de lo que habitualmente se vende hoy y lo que se espera vender mañana. Te deseo la mejor de las suertes a la hora de construir la colección que quieras, pero, desgraciadamente, no voy a ser capaz de contribuir a ella.

Todo lo mejor.

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Para reducir el riesgo de especulación con sus artistas, algunas galerías obligan al comprador a adquirir dos obras. Una de ellas deberá donarla a un museo o institución.

Coleccionista:
Gracias por tu sinceridad y franqueza. Desgraciadamente mi colección refleja mi inexperiencia. He empezado a coleccionar hace dos años. No utilizo asesores y nunca he estudiado arte. Planteo esta iniciativa como un apoyo generacional. Compro obras de artistas con los que siento que tengo relación, porque compartimos una historia común, ya que tengo treinta y tantos años. De ahí mi interés por la escena emergente. Nunca he vendido nada y no tengo intención de hacerlo. Y nunca he participado en una subasta.

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Imagen de un estand de Frieze 2015.

En el correo electrónico te refieres "a las decisiones que he tomado". Es muy difícil entrar en el mundo del arte para los que no formamos parte de su círculo. Galeristas pretenciosos, como tú, rechazan vender a coleccionistas, como yo, porque “no aportamos un contexto apropiado”. Bueno, tú formas parte del sistema que criticas al empujarme a comprar obras a las que yo pueda acceder fácilmente y hacer de la volatilidad de los precios una profecía autocumplida.

Por mi parte, seguiré intentando apoyar a la generación más joven, esperando que un día tu mundo de privilegiados llegue a su fin.

 

Imagen de apertura: Una visitante, en la edición de 2014 de Frieze, ante la obra de Alexander Calder 'La Mezza Luna per un Lunatico'. Foto: Luke Macgregor (Reuters).

 

Hay 5 Comentarios

En verdad que dudo a la hora de saber cual de los dos personajes es menos real; al final me decanto por los dos. Ninguno existe, Deo gratie.

En verdad que dudo a la hora de saber cual de los dos personajes es menos real; al final me decanto por los dos. Ninguno existe, Deo gratie.

Como bien dices Miguel Angel esto solo pasa entre algunos galeristas y coleccionistas, y ambos tienen la culpa de que pase. Los unos por arrogantes impresentables y los otros por ingenuos desinformados. No le hubiera pasado si de verdad coleccionara artistas emergentes, pues esa respuesta corresponde solo a artistas galácticos con galerías galácticas que son exactamente el 7% del total de acuerdo al reciente y fiable libro de Magnus Resch. No son por tanto representativos de la profesión galerística, tan solo una minoría, espero que en declive

TODOS LOS GALERÍAS STA Y EÑ 80% DE PERSONAS S CRÍTICOS SON EXACTOS. SOLO MIRAN SUS PROPIOS INTERESES. SE HACE LA EXPOSICIÓN Y DESPUÉS ADIÓS.


Uno de éstos días he leído en El Pais un bonito artículo titulado "La misma mierda, pero exquisita", y me ha traído buenos recuerdos, de cuando éramos ingenuos, idealistas, y jóvenes, con talento y sin dinero.
En Roma, en la pasticceria Rosati de Piazza del Popolo, a los extravagantes pintores renovadores, los llamaban, " Giovani, belli e maledetti" y todo se quemaba muy rápido.
Muchos se murieron, a causa de una vida desordenada y bohemia, vivida a toda prisa.Otros hemos sido unos sobrevivientes, por suerte, por casualidad, o por el destino.
El autor del artículo, que escribió hace unos meses otra obra literaria titulada “ Porno y baratijas del arte moderno” hace lo que sabe hacer, o sea periodismo. Cuenta cosas que sucedieron, aunque él no las haya visto nunca.
Basquiat se quemó joven, a Warhol lo quemaron, otros, y quedó sólo el dinero y la leyenda, y cientos de cuadros, en los museos, o en las manos de coleccionistas.
Recuerdo cuando Andy llegó a Roma, llevaba colgadas una Polaroid y una grabadora, y vino un día a visitar a Mario Schifano, en su casa de frente al Tévere. Le encantaba todo lo antiguo, y decadente. Dijo que le gustaría vivir en una casa como aquella. La vivienda estaba llena de antigüedades romanas, que fascinaban a Andy. Las llevaban allí marchantes de arte que intentaban conseguir a cambio algunas pinturas de Mario.
Warhol estaba filmando una de sus películas, con un contrato, con un guión y un argumento, en una villa al final de Appia Antica, acompañado de un grupo de insensatos exhibicionistas, extranjeros, improvisados, y un realizador de cine americano serio y profesional. Hasta entonces las películas que había hecho en Nueva York, no tenían guión, ni director, ni movimiento, algo insólito en el cine.
Lo había llamado el productor Charles Bridge, que era el pseudónimo de Carlo Ponti, para que realizara algo innovador, con mucha fantasía y poco presupuesto. Andy inventó historias de vampiros, y vampiras, con algunas cosas bastante eròticas, ellos querían sangre, y ellas, esperma. Usaban pintura roja para unos y yogourt natural para otras.
Se levantaban muy tarde, con el maquillaje de la noche anterior, filmaban algunas escenas improvisadas, que no salían en el guión, inventaban de un momento a otro, escenas grotescas, y trabajaban o se divertían hasta muy tarde, porque los vampiros viven de noche.
Allí estábamos nosotros, sentados en un porche distante, mirando aquella creación en directo, entre discusiones y sándwiches. Andy estaba en la terraza, fotografiando todo.De cuando en cuando alguna actriz, desaparecía por media hora , para hacer un bochino, o tomar un bocconcino.
Llamaron a Helmut Berger , y les prometió que vendría, pero no llegó nunca. Era muy miedoso.
Un día que llegó el productor, con su secretario, un joven francés elegante, se hizo una proyección improvisada, y después de ver aquel circo, lleno de imágenes delirantes, dentro y fuera del film, le propuso a Andy que en vez de hacer una película, filmara dos, de argumento muy parecido, con tantas imágenes absurdas acumuladas sin orden. Ellos se encargarían de montarlas.
Todo fue muy divertido, Mario aparecía de vez en cuando para aprender algo de técnica, para sus futuros experimentos, de cine undergraund, después de filmar “Umano non Umano”,y al final se hicieron dos películas muy interesantes. Una se titulò “Frankestein”,creo, y la otra “Dràcula”, aunque los romanos la llamaron “dare in culo”
Aquella fué la única vez que Andy Warhol no ganó ni un céntimo con su talento, y sus ideas. En Norteamérica es impensable trabajar sin cobrar, pero en Roma sucede a menudo, con “il bidone”.
Las películas fueron un éxito, aunque Carmelo Bene dijo que eran una basura repugnante, pero el productor, que se reservó los derechos de la distribución, al final no les pagó ni una lira, a nadie del grupo, ni al director, ni a las actrices, ni a los vampiros, ni a Warhol.
Desde Nueva York, Andy llamó varias veces a Roma, y después envió a Malanga para intentar cobrar su parte, pero fue inútil, recibió sólo invitaciones, saludos, y promesas, pero se volvió a Nueva York sin un sólo dólar. En cambio, Carlo Ponti le dijo a Andy que le enviara un retrato de Sofía Loren, gratis.
Años después, en 1980, fui a Nueva York, y una tarde, pasamos a visitar a Andy , en su estudio, la Factory, con una chica muy alta, rubia, sueca, que estaba en el mismo hotel, el Chelsea, de la calle 23.La chica me avisó de que a veces le gustaba hacer sus fotos Polaroid de traseros de los visitantes, y no tenía que extrañarme, era sólo una tontería, que él coleccionaba. Me recibió como a todo el mundo, era siempre muy afectuoso, agradable, con una vocecita muy fina. Decía siempre oh! darling, Estaba todo el rato sentado en un sofá plateado, mientras Gerard Malanga imprimía los cuadros. Por el suelo había una prueba en papel, estampada en serigrafía, con una hoz y un martillo rojos. Me dijo: "¿Tù no vas por Italia?, llévatelo, allí los usan mucho". Me senté sobre un cubo de madera, impreso con la marca del detergente Brillo. Estaba por allí una joven galerista de Milano, Gloria, que le encargaba algunos cuadros de pequeño formato. No costaban mucho, entonces, de 20 a 30 mil. Las grandes flores, valían 50.
A veces, se levantaba, se iba a un rincón y hacía un pipì sobre una lámina metálica puesta en el suelo. A todos les parecía normal. El cuarto de baño lo usaban como cámara oscura, para revelar las fotos, y películas que grababan en las pantallas serigràficas. Habia varias, apoyadas al muro. Bastaba poner el color, e imprimir sobre una tela. Eran 10 minutos. Se podían hacer varios cuadros, en colores diferentes.
Unos años después, lo he visto de nuevo, en una exposición, en Milano, de cuadros con culos y cojones. Eran los dos únicos temas de la muestra. Y tres años más tarde, presentó otra colección con retratos de Leonardo, frente a Santa María delle Grazie.De un momento a otro desapareciò, y lo encontramos en la oficina contigua, echado en un sofà. Decía oh! darling, y te hacía una foto Polaroid.

Viendo ahora aquellas fotos en blanco y negro, recordando las noches en el estudio de Mario, se siente una nostalgia enorme. Allí estaba, sentada en el suelo, María Schneider, la chica del “último tango”, con la melena muy rizada, falda corta, braguitas rosas, botas altas, y la cara ausente, estaban las jóvenes actrices, Sydne Rome, Eleonora Giorgi, Agostina Belli, un activista de Prima Línea, o de Lotta Continua, buscado por la policía, el famoso guitarrista inglés, Keith Richards, que después se casaría con la novia de Mario, Anita Pallenberg, una chica delgada con un flequillo negro, que estaba siempre sentada sobre las rodillas de Mario, el poeta Sandro Penna, Tano Festa, Alberto Moravia,Marco Ferrerri, los bohemios viajeros, cosmopolitas, envueltos en un humo de olor inconfundible, pero que se confundía con el olor a pintura de esmalte industrial.
Sandro Penna , el poeta neovanguardista, decía que acababa de llegar de Barcelona, donde visitaba a los novísimos, y traía libros en catalán.
Allí se quedó, meses y meses, con Mario, Marianne Faithfull, la novia de Mike Jagger. Decían que les gustaban el sexo, las drogas, y el rock and roll, y en esta ocasión, esta chica tan agradable, eligió los dos primeros, y dejó que el rock se volviera a Londres, solo.

Parecía que el futuro sería maravilloso, y nosotros podíamos cambiar el mundo. Todo era posible. La belleza, el amor y el placer eran gratis y fugaces, y el arte y el dinero circulaban en abundancia, era facilísimo obtenerlos.
En aquella ciudad tan divertida, y exhibicionista, sin embargo, había tres enigmas que han vivido siempre ocultándose: Alberto Burri, Cy Twomly,y Balthus.
Burri era el más esquivo, desde los tiempos de via Aurora, muy cerca de Villa Borghese, donde conoció a su mujer, Minsa, el àngel celestial, una bailarina amaericana,que se hospedaba en un hostal del piso superior, justo detrás de de via Veneto.Minsa me contò que desde su balcón, veía a Burri salir al patio, y poner a secar al sol sus cuadros de “catrame”. De noche dormía allí por el suelo el poeta Emilio Villa, su amigo, pobre y genial. Después, estuvo en el estudio de Passeggiata di Ripettta, cerca del Tevere, y màs tarde había huido finalmente hasta Grottarossa, un lugar inalcanzable, saliendo por la Cassia..De invierno se iba a Los Angeles, vivía en una bellísima casa en la colina, y en primavera, solía estar a veces en una antigua casa solitaria de piedra de dos pisos, en medio de los bosques, entre los pinos y los castaños, sobre las montes de Città di Castello. No había un camino de acceso para llegar hasta allí.
Nadie conocía los números de teléfono, secretos, ni su dirección, y muy pocos tenían acceso a estos artistas.

Balthus vivía en la Accademia di Francia, y alguna rara vez, a las siete de la tarde, se reunía con algunos selectos, entre ellos Federico Fellini. Nunca mostraba sus cuadros y decía casi siempre que no estaban terminados. Años después, se escondió en un castillo suizo, con su mujer japonesa, en un lugar apartado y desconocido.
Cy Twomly estaba en vìa Monserrato, cerca de Pizza Navona, en casa de los Franchetti, de antigua nobleza romana. Era prácticamente imposible visitarlo. Su teléfono no respondía a nadie. Sólo dos o tres veces tuve esta oportunidad. Era un hombre alto, aristocrático, y tranquilo, muy educado, que vivía en la privacidad del arte, con lentitud, en silencio, acompañado de su secretario y su mujer.
Sin embargo, casi nadie sabe que Twomly ha tenido por muchos años un almacén lleno de cuadros, justo al lado del enorme estudio loft de Schifano, al final de Vía delle Mantellate, en el Trastèvere, de frente a la cárcel, donde Mario pasó una temporada por culpa de una amiga que le traía un poco de su afición preferida, volviendo de Sudamèrica, apenas unos gramos, y un pequeño cactus de peyote, y se lo contó todo a los guardias de aduanas del aeropuerto de Fiumicino.
Allì, en aquel almacén, había cuadros que los museos estaban dispuestos a pagar a precios escandalosos. Pero Twomly apenas permitía que se vendieran unos 5 o 6 cuadros al año.
Ni siquiera Mario lo sabía, hasta que se lo contó el noctámbulo artista conceptual Gino De Domenicis, famoso por presentar en la Biennale di Venezia a un hombre mongólico handicapado, en persona, en estado puro, como una obra de arte única. Años antes tuvo su estudio allí. Era un artista muy extravagante, que vivía de noche , y de día dormía. Había visto que de noche, allí traían o llevaban algunos cuadros, envueltos en plásticos de burbujas.
En cambio, no era difícil sentarse a charlar con Giorgio De Chirico, en el Antico Caffé Greco, siempre con corbata, serio, muy educado, y pasar a visitarlo, allí cerca, en Piazza di Spagna n|° 31,a su casa y estudio, situado en el quinto piso. En el estudio donde pintaba, había una ventana desde la que se veía una enorme palmera, del patio trasero, al lado de las escaleras, le scalinate, si tenías suerte y conseguías burlar la vigilancia de Isabelle Far, la terrible agregada militar del artista.
No había que hablarle del arte moderno, ni nombrarle a ningún artista abstracto, porque se exaltaba mucho. ”Parla piano, Giogio”, le ordenaba su mujer. Ella escribía artículos que firmaba con el nombre de Giogio De Chirico,y se publicaban en “Paese Sera”, que provocaban escándalo y polémica. No sospechaban que no los había escrito él, cuando se lo comentaban en el café Greco. Apenas los había leído.
Mientras en las calles se organizaba la revolución y surgían las últimas vanguardias, que destruían la pintura tradicional, él se había vuelto más clásico, quería pintar como Tiziano, y ya no recordaba nada de la pintura Metafísica, ni de las escenas surrealistas creadas por su hermano, Alberto Savinio, cuando estaban en Parìs.

Mario tenía en el estudio, subiendo arriba por la escalera de caracol que llevaba al altillo, su refugio personal, un maletín negro lleno de cheques bancarios, debajo de la mesa, porque estaba perseguido por el fisco,y también una bolsa llena de polvo blanco, que tampoco olía a nada, aunque te lo pusieras en la nariz.
Pecuniam non olet. Allí, a veces, se veía también a una chica, debajo de la misma mesa, sin permiso de Mario, que estaba distraído mirando los varios canales en los televisores y los fotografiaba con su Polaroid. Esta chica hacía cosas allí debajo, que no se pueden contar a todo el mundo. Llegaban muchas, sin avisar, porque èl tenía la manía de regalarles a varias un poco de marihuana, y prestarles su tarjeta de crédito, si tenía un buen día. Dos horas más tarde, ya estaban en la discoteca Easy Going o el Art Caffè, o el Piper Club, donde iban los actores, las modelos, los políticos, las actrices, las secretarias, las princesas, pero nunca vi a un pintor, ni a un escritor, o un poeta, bailando o bebiendo. Un día llegaron los actores y actrices de la película de Warhol, con sus vestidos y maquillajes de vampiros, y se organizó un show notable.

Resulta extraño leer a un periodista que escribe con desprecio de las obras de arte, y de los artistas, que no ha visto, ni conocido, ni comprendido. Es lógico que él no pueda entenderlos, porque para ello es necesario nacer con un don natural, una cualidad que ellos no poseen, la percepción estética visual, un instinto sensitivo, que no es razonable, ni lógico, una especie de sensación, de suaves cosquillas que se sienten en la frente, entre los dos ojos.
Quizás se sienten molestos porque después de unos cuantos años la gente paga mucho dinero por las obras de arte, pero no por la literatura. Pero esto no depende de los artistas.
La diferencia entre un periodista y un artista, es que el artista posee un cerebro creador, que trabaja investigando enormes territorios desconocidos, y hace descubrimientos estéticos, inéditos, insólitos, islas, archipiélagos, paisajes submarinos, o subterráneos, cielos nocturnos de vivos colores situados màs arriba del cielo, mientras que un periodista, trabaja en un territorio conocido, en la descripción narrativa de las cosas que suceden, es decir, que reproduce, o representa la realidad, lo que ya existe, no crea nada, sólo recrea. Es lógico que un artista sea casi siempre incomprendido, hasta que su trabajo es asimilado.
Una obra de arte existe sólo a partir de que un artista la ha creado, y al principio, antes de ser vista repetidamente, con el tiempo, y asimilada, puede escandalizar a los puritanos. “Esto no es arte”.
Mario Schifano no escandalizaba a la gente, provocaba afecto, era un poco infantil, pero Piero Manzoni, Lucio Fontana y Alberto Burri, sí que escandalizaron a una burguesía adinerada, que después , al final, acabó comprando sus cuadros con gran entusiasmo.

Piero Manzoni murió joven, como Basquiat. Un dìa lo encontraron muerto en el suelo de su estudio de vìa Fiorichiari, a pocos pasos de la Accademia Pinacoteca di Brera, la mejor escuela de Bellas Artes de Europa, donde Piero nunca puso los pies.
En Brera, y en la comunidad de artistas corrió el rumor de que se había suicidado, y empezó su leyenda. En realidad, se murió de una cirrosis, según me contó su madre, la condesa Valerie. Un par de años después, sus cuadros empezaron a venderse, después los galeristas hacían subir los precios, y ahora cuestan muchísimo. Pero siguen siendo provocativos, escandalosos, y en España algún periodista escribe artículos denigrándolos.
Piero fuè uno más de los “Giovani, belli, e maledetti.”
Los periodistas italianos llamaban a Piero Manzoni “ Il pittore que non usa i pennelli”,el pintor que no usa los pinceles. Algunos lo llamaban “schiffoso”, y “ merdoso”, o “pazzo”.
De acuerdo, pero al menos, habían entendido que era un artista.
Santiago Palet

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Con arte y sonante

Sobre el blog

En un mundo de liquidez casi ilimitada, en el que los bancos centrales dan al botón de imprimir billetes a la misma velocidad que Billy el Niño desenfundaba su revolver, los ahorradores (que hoy en día somos todos) han redescubierto el valor de los activos tangibles y limitados.
O sea, que empiezan y acaban. Metales preciosos, arte contemporáneo, antigüedades, vinos, coches de colección, diamantes. Bienes que a su escasez y potencial económico aportan su carácter material. Bienes con arte y sonantes.

Sobre el autor

Miguel Ángel García Vega

Periodista y modesto coleccionista de arte contemporáneo, Miguel Ángel García Vega lleva más de 15 años escribiendo en EL PAÍS. A veces de finanzas, a veces de sociedad, a veces de arte, pero siempre conectando la vida y los números. Este blog quiere ser una piedra de Rosetta con el que entender el universo de los bienes tangibles, que en ocasiones parece, como el mundo, ancho y ajeno.

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