¿Hay una generación de artistas ‘copia y pega’? Casi cada semana la prensa especializada relata la historia de algún creador demandado por plagio o envuelto en problemas de originalidad. La mayoría son grandes nombres del arte y del mercado. Jeff Koons, Richard Prince, Luc Tuymans, Sherie Franssen, Cecily Brown. Nadie parece ajeno a la fuerza de atracción que ejerce estos días la copia del trabajo ajeno.
Desde luego, uno de los que más dinero se está dejando en abogados es Jeff Koons. Su idea de utilizar material de otros supera, a veces, lo razonable. Banality, una de sus series más famosas (en la que su anterior mujer, la actriz porno y diputada italiana Ilona Staller, es el centro del trabajo), le ha reportado, además de varios millones de dólares, cuatro demandas por presunto plagio. Tres las ha perdido y solo una fue favorable a sus intereses. Sus abogados esgrimen la misma base legal. La legislación estadounidense permite utilizar el trabajo ajeno si tiene como fin la “parodia”. Ahora bien, por los resultados obtenidos con esta estrategia parece que ese argumento convence poco a los tribunales.
La escultura 'Fait d'hiver', de Jeff Koons, fue retirada del Centro Pompidou ante una acusación de plagio.
En diciembre pasado el Centro Pompidou de París retiraba la escultura Fait d’hiver (1988), perteneciente a la serie Banality, después de que el publicista francés Franck Davidovici presentara una denuncia al considerar que la obra era un calco de la campaña de publicidad que creó para la firma de moda Naf-Naf en 1985. La pieza muestra a un cerdo, con un barrilete atado al cuello, al igual que si fuera un perro San Bernardo, que se aproxima, con dos pingüinos como acompañantes, a socorrer a una mujer que yace en la nieve con los pechos semidesnudos. Poco después de esta polémica, la viuda del fotógrafo Jean-François Bauret le acusaba también de copiar una de las imágenes de su marido y utilizarla, tal cual, en su escultura (imagen inferior) Naked (1988). La pieza, pese a que se recoge en el catálogo, no se mostró en el Pompidou debido a su fragilidad (es una cerámica) a la hora de transportarla. Esto ocurría hace unos meses. Sin embargo más próximo en el tiempo son los casos de Richard Prince, Luc Tuymans, Sherie Franssen o Cecily Brown.
Richard Prince hizo fama (y bastante caja) a finales de los años 80 con una idea sencilla. Apropiarse de imágenes conocidas y volverlas a fotografiar. Machacó hasta la extenuación los anuncios de cigarrillos Marlboro (con sus famosos vaqueros) fotografiados originalmente por Sam Abell a quien, por cierto, le hizo muy poca gracia la ocurrencia del artista estadounidense. Más todavía cuando vio que una de sus imágenes refotografiadas se vendía en Sotheby’s el año pasado por tres millones de dólares (2,7 millones de euros).
Pero las fotos de Sam Abell no son las únicas que han “sufrido” la reinterpretación de Richard Prince. Antes había estado litigando durante tres años con el fotógrafo Patrick Cariou por haber utilizado como material propio algunas de las imágenes que publicó en su libro Yes, Rasta, que recoge la vida de la comunidad rastafari de Jamaica. Prince reconoció (era evidente) que había empleado esas imágenes en su serie de pinturas y collages Canal Zone. El año pasado llegó a un acuerdo con Cariou que puso fin a la disputa.
Una de las conocidas imágenes de vaqueros de Richard Prince. Se ha llegado a pagar hasta 2,7 millones de euros por una copia. Cortesía: Galería Gagosian.
Sin embargo como buen representante de la generación ‘copia y pega’ (incluso ha llegado a publicar una edición de El guardián entre el centeno con su propio nombre) ha estado quieto poco tiempo. En su última serie New Portraits se ha sumergido en el mundo 2.0 y en las fotografías de otros que habitan Instagram. Ni corto ni perezoso se ha apropiado de las imágenes publicadas por algunos usuarios (sobre todo mujeres jóvenes, muchas con un enfoque sexual) tanto anónimos como famosos (Taylor Swift, Pamela Anderson, Kate Moss, Sky Ferreira) en la red social. Desde luego no les ha pedido permiso y como añadido original ha incorporado comentarios a las fotos desde su propia cuenta de Twitter y sumado algunos emoticonos. Todo, eso sí, muy caro. Unos 100.000 dólares pide por imagen instagramizada sobre un lienzo. Mucha recompensa, pensarán algunos, para tan limitado esfuerzo.
Richard Prince vende por 100.000 dólares en la galería Gagosian obras que ha extraído sin permiso de la red social Instagram. Fotografía: Instagram Doe Deere.
Tal vez, pero la idea divide al statu quo artístico. El crítico de arte y eterno candidato al Pulitzer Jerry Saltz ha calificado la ocurrencia de “troleo genial” y algunos de los agraviados se han sentido encantados con el hurto creativo. La española Sita Abellán, 22 años, quien se ha trasladado a Tokio para lanzar su carrera de modelo y disc-jockey está contenta de que Richard Prince haya recurrido a una imagen suya. De hecho explica en el periódico inglés The Guardian que aunque no conocía hasta ahora su trabajo es “un artista estupendo y me gusta mucho lo que hace. Me hace sentir especial que un creador como él use mi imagen en su proyecto. Aunque puedo entender que otra gente esté enfadada si no le ha pedido permiso”. Entonces, ¿es correcto lo que ha hecho?
Difícil contestar cuando los límites son tan borrosos. En un mundo como el de Internet donde se retuita todo o se rebloguea todo este tipo de estrategias son diarias, aunque no las firme un artista. Veamos otro caso.