Tiene todo lo que a Europa le falta: un banco central que supedita su política monetaria a un objetivo de empleo, un robusto sistema financiero que ya concluyó su saneamiento, una política mixta que está permitiendo reducir desequilibrios sin hundir el crecimiento, unos mercados flexibles, una envidiable capacidad de innovación... Si le añadimos los efectos de la revolución energética que está viviendo el país parece claro que el liderato económico de Estados Unidos va para largo. Y es que el exitoso desarrollo de la controvertida tecnología fracking (fractura hidráulica) para extraer gas y petróleo de formaciones rocosas a gran profundidad, puede convertir al país en el primer productor mundial de ambas materias primas, por delante de Rusia y Arabia Saudí, en menos de cinco años. Los más entusiastas auguran incluso que llegará a ser autosuficiente en 2035.
"Hasta los sesenta, la abundante energía de origen nacional hacía que todo fuera posible en Estados Unidos", comentaba hace pocos días en Houston el presidente ejecutivo de General Motors, Dan Akerson, en el llamado Davos de la Energía, por ser el foro más importante del sector. Desde entonces, la caída de la producción nacional y la creciente dependencia de las importaciones aumentaron la vulnerabilidad de la economía a las crisis de petróleo que se han sucedido. "Ahora todo es posible de nuevo".