Corren malos tiempos para los predicadores de la austeridad a ultranza. No sólo los cálculos erróneos de los profesores de Harvard Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart sobre la relación de la deuda y el crecimiento han sacudido sus fundamentos, también el FMI ha alertado contra su práctica integrista y uno de los máximos gurús del mercado de bonos, Bill Gross, ha dicho que Europa tiene que empezar a gastar. Hasta el conservador y más bien sumiso José Manuel Durao Barroso ha advertido de que la austeridad ha hecho caer en picado el apoyo ciudadano al proyecto europeo. Pero quizá lo más interesante es que los mismos mercados que en junio del año pasado pusieron al borde del colapso a la unión monetaria por considerar intolerables los desequilibrios fiscales de los países deudores del Sur, ahora celebran toda señal que indique que se afloja la soga de la austeridad y aplauden toda política de estímulo que se alinea con las puestas en marcha por los bancos centrales de Estados Unidos y Japón.
Los dos años más dados a España para reducir su déficit, el deseo del nuevo Gobierno de coalición italiano de limitar las políticas de ajuste, las dificultades de Francia y Holanda para reducir sus déficit, la agudización de la recesión en toda la eurozona... Todo apunta a que Alemania no va a tener más remedio que ser más flexible con sus principales socios en el euro e incluso atender las llamadas del mundo entero para que aplique políticas de estímulo en su economía, empezando por permitir mayores subidas salariales.