¿Qué ha pasado para que el país cuyo modelo de crecimiento ha servido de referencia para hacer los ajustes y las reformas en la eurozona se haya convertido ahora en su principal obstáculo para salir definitivamente de la crisis? La Comisión Europea, el Banco Central Europeo, el Tesoro estadounidense, el FMI... Todos ellos parecen haberse puesto de acuerdo para señalar a Alemania y a su persistente superávit comercial como el problema para consolidar la recuperación económica, no sólo de Europa, si no del mundo.
La debilidad del crecimiento en el viejo continente, confirmada esta semana con el frenazo registrado en el tercer trimestre en el PIB de Alemania y Francia, y la amenaza de entrar en una espiral de precios a la baja, la temida deflación, han disparado las alarmas de estas instituciones. Tras sufrir dos recesiones en seis años, con una elevadísima tasa de paro que se resiste a bajar, la perspectiva de que el PIB de la se contraiga de nuevo (creció sólo un 0,1% en ese periodo) sería inaceptable para sus ciudadanos y representaría un monumental fracaso de la construcción de una próspera unión política y económica europea.