Demasiada testosterona. La hormona predominantemente masculina fue una de las razones que, en su momento y según las conclusiones de varios estudios científicos, podía explicar la agresiva e irresponsable asunción de riesgos que provocó el fiasco de las hipotecas basura y el posterior desastre financiero a ambos lados del Atlántico, origen de la recesión mundial. O lo que es lo mismo si en vez de Lehman Brothers hubiera sido Lehman Sisters tal vez se hubiera podido evitar el desastre. Casi seis años después de su caída y a pesar de los numerosos informes favorables a incorporar a las mujeres a la industria financiera, las salas de contratación o los consejos de las entidades financieras siguen siendo territorio casi en exclusiva masculino. Pero si ese cambio no ha llegado en el ámbito privado, en el público sí. Al frente de las instituciones reguladoras que han de velar por que la poderosa industria financiera cumpla las reglas hay una soprendente mayoría femenina.
Janet Yellen, presidente de la Reserva Federal, el banco central estadounidense, el puesto de mayor poder en las finanzas internacionales, muestra la misma sensibilidad hacia el empleo que hacia la inflación. Mary Jo White, antigua fiscal, está al frente de la Securities and Exchange Comission (SEC), que supervisa a 35.000 entidades y ha impuesto multas millonarias a los bancos envueltos en la estafa de las hipotecas basura y otros fraudes. Christine Lagarde, directora general del Fondo Monetario Internacional, que ha sabido moderar la ortodoxia fiscal de la institución. Y la francesa Danièle Nouy, que dirige el nuevo Mecanismo Único de Supervisión europeo del BCE, decidida a dejar caer a los bancos más débiles para no usar el dinero del contribuyente.