El resultado de las elecciones europeas encierra varias paradojas. La primera es que de los 751 escaños, 229 estarán ocupados por miembros de partidos euroescépticos. La segunda es que ese voto de castigo emitido en los países que más han padecido las políticas de austeridad, sobre todo Europa del Sur, tiene poco que ver con las decisiones que se toman en esa cámara, donde están representados los 28 países de la Unión Europea, y más con las decisiones de los gobiernos de los 17 países que forman el euro y el afán alemán de dar una lección a los países pecadores. El Parlamento Europeo, cuya función ningún candidato se ha tomado la molestia de explicar en la reciente campaña, sigue siendo un ente desconocido además de caro (cuesta 1.750 millones de euros al año, más que el parlamento alemán, francés y británicos juntos, y su legitimidad domocrática sigue resultando extraña a los 380 millones de votantes europeos. The Economist en su pasada edición da datos demoledores sobre los costes de esta institución y la falta de control de los gastos de los parlamentarios que la componen.
En resultado que aún están digeriendo los partidos conservadores y socialdemócratas, que pese al varapalo siguen teniendo la mayoría en esa cámara, parece que tiene más que ver con el hastío de la corrupción nacional y, en consecuencia, con la pérdida de la autoridad moral para seguir exigiendo sacrificios a una ciudadanía que sigue sin percibir la tan anunciada salida de la crisis.
En España, la pérdida de más de cinco millones de votos por parte del PP y del PSOE, lo que representa la primera vez en 35 años de democracia que pierden la mayoría del voto, son el mejor ejemplo de ello. Izquierda Unida, con algún representante en los consejos de las cajas de ahorros cuyo rescate ha costado a los contribuyentes más del doble de los 40.000 millones de euros prestados por Bruselas que han ido a engordar el déficit, ha visto también cómo su voto huía a Podemos, un partido que, además de tener una preocupante confusión con la defensa de la Constitución y el derecho a la audeterminación, propone en su programa la salida del euro, la devaluación de la moneda nacional y la nacionalización de los sectores estratégicos, sin valorar económicamente las consecuencias de estas drásticas medidas.
El caso es que como decía el exfiscal Carlos Jiménez Villarejo, que será eurodiputado por Podemos y, por cierto, contrario al derecho de autodeterminación pese a lo que diga su líder Pablo Iglesias, en un país con 2.000 causas abiertas y 500 imputados por corrupción, sólo están en prisión 15 personas. No es de extrañar que la gente votara todo menos al PP y al PSOE y buscara alternativas en formaciones no vinculadas a la etapa más oscura de la democracia española en cuanto a corrupción se refiere.
Pero volviendo al tema del euro. El Parlamento Europeo no es el responsable de lo que ha venido dictando Bruselas junto con el FMI y el BCE en cuanto al austericidio. España, Portugal, Irlanda, Grecia han seguido lo que se decidía en los consejos de los jefes de Estado de los 17 miembros del euro, con una Alemania que ha impuesto su fórmula de austeridad y sacrificio a los gestores de esta crisis: la troika formada por el Banco Central Europeo, el FMI y la propia Comisión Europea. Lo sorprendente es que todos ellos en algún momento (el FMI fue el primero y esta semana el propio Mario Draghi) han acabado reconociendo las conscuencias negativas de tanta austeridad, de cómo ese ahogamiento del crecimiento ha incrementado la deuda de todos ellos (ver gráfico), ha impedido atender al principal problema de la eurozona, el paro, y ha sumido a la región en un peligroso círculo de débil crecimiento e inflación negativa que amenaza con matar la incipiente y tímida recuperación.
Así que más allá de que a raíz del Tratado o de Lisboa de 2009, el presidente del órgano ejecutivo, la Comisión Europea, lo eligirá la mayoría del Parlamento Europeo (ahí ya se está cociendo otro lío...), la cuestión es cómo parar ese creciente euroescepticismo y dejar de culpar a Europa de las impopulares decisiones que adoptan los gobiernos de turno y explicar a los votantes qué hace esa cámara y cómo sus decisiones nos afectan. De forma que las elecciones europeas dejen de ser sólo una oportunidad para ejercer un voto de protesta y que los ciudadanos valoren cómo las leyes que emanan del Parlamento Europeo modifican sus vidas. Reconocer su poder, agilizar y simplificar su funcionamiento, acercarlo al público ayudaría a recuperar la fe en la construcción de una Europa fiel a sus fundamentos de cohesión económica, social y territorial que la crisis parece haberse llevado por delante. La atomización del voto disidente de los partidos tradicionales, el alza de los euroescépticos y el dominio de Alemania en la mayoría conservadora de la cámara dejan, desgraciadamente, un escaso margen para el optimismo.
A continuación, repoduzco el video de Joaquín Reyes parodiando a Pablo Iglesias. Genial.