Condenada en la Ciudad

Blog de Patricia Gosálvez

Sobre el blog

Atrapado sin vacaciones un Condenado en la ciudad pasa el verano como puede. Para distraerse y mantenerse cuerdo, el personaje observa el limbo en el que se convierte su ciudad en agosto.

Explora, analiza, calcula... a medio camino entre un antropólogo (de bar) y un reo (de película, de esos que dibujan palotes en la pared de la celda), el prisionero urbano mata el tiempo con una peregrina cuenta atrás que que le lleva a preguntarse, por ejemplo, ¿por qué demonios se sigue aparcando fatal en agosto?, ¿por qué están vendiendo ya ropa de invierno?, ¿quién trabaja menos?, ¿dónde está el refigio más fresquito de esta urbe implacable? y otras cuestiones de perogrullo.

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Autora

Patricia Gosálvez (Madrid, 1975) estudió periodismo y cine en la Universidad Complutense y la de Glasgow. Escribe en EL PAÍS desde 2003 y forma parte del nuevo equipo de ‘No somos nadie’. El programa radiofónico de M80 arranca en septiembre, por lo que la condenada en la ciudad se ha quedado sin vacaciones.

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22 agosto, 2007 - 03:58 - EL PAÍS

Final de trayecto

El 14 de abril de 1921 llovió, por lo que muy pocos asistieron a la primera excursión dadaísta. André Breton, Tristan Tzara, Paul Éluard y otros ocho vanguardistas recorrieron las calles de París, su ciudad, para "descubrir los lugares que no tienen ninguna razón de ser", según se leía en el panfleto que publicitó el paseo. En Google sale una foto de la cita frente a Saint Julien le Pauvre si se teclea el nombre de la iglesia. Once personajes llevan sombrero; cuatro, bastón. Según explicó luego el poeta George Hugnet, que no fue pero al que se lo contaron (era íntimo de Tzara), durante la caminata se improvisaron "numeritos": "El más exitoso [lo cual no significa mucho] fue un tour por el camposanto, parando aquí y allá para leer al azar definiciones sacadas de un gran diccionario... El resultado fue el mismo que seguía a todas las manifestaciones dadá: depresión nerviosa colectiva".

Atrapado en su ciudad, el Condenado cree que ya nadie hace cosas así ni lleva sombrero. Se equivoca en lo primero. El reciente libro Experimental Travel propone experiencias turísticas que se salen totalmente del tiesto. Algunas convierten la ciudad propia en una aventura. En Viaje al final de la línea se toma el metro hasta la última parada y se aterriza en otro mundo. En K2 se explora el cuadrado marcado por las coordenadas K-2 del mapa. En la ciudad del Condenado corresponden a un nuevo barrio residencial (Sanchinarro, Madrid). Para un urbanita recalcitrante, pasear entre idénticos chalets adosados supone irse mucho más lejos que visitar París. Algunas ideas beben del surrealismo (pasear con una cabeza de animal de cartón piedra); otras, de la filosofía del juego de Roger Caillois (visitar los lugares que aparecen en el Monopoly). Todas están colgadas en Latourex.org, abreviatura de Laboratorio de Turismo Experimental, con sede en Estrasburgo, Francia.

En Exeter, Reino Unido, tiene su cuartel general Wrights & Sights (Mis-guide.com), una pandilla de "artistas investigadores" que edita antiguías turísticas para reinterpretar la urbe. "¿Qué ocurre si superpones un mapa de Moscú al de tu ciudad? ¿Qué hay donde estaría el Kremlin? Busca referencias rusas. Para en los bares y pide vodka", recomiendan.

En Roma, Stalker, una asociación de jóvenes arquitectos, explora las afueras, acampando en los márgenes de la ciudad, las chatarrerías, las carreteras en obras, para comprender cómo funciona la bestia que todo se lo come. Además de en Roma, existen en Stalkerlab.it.

En Glowlab.com, con base en Nueva York, anuncian el evento del año: Conflux, el festival de psicogeografía contemporánea que se celebra del 13 al 16 de septiembre. Su intención: "Explorar la ciudad, convirtiéndola en un patio de recreo". La psicogeografía fue idea de los situacionistas y según Wikipedia.com "incluye casi cualquier cosa que obligue a los peatones a salirse del camino predecible, empujándolos a una nueva comprensión del paisaje urbano". En Conflux dos personas navegarán por espacios distintos con paseos idénticos gracias a una conversación de móvil (camina hasta encontrar algo azul, gira 180 grados, etcétera).

Harto de moverse sólo por Internet sin levantarse del sofá Kipplan de siempre, el Condenado se aventura en su ciudad. No se le ocurre adónde ir. Opta por un experimento llamado turismo alternante. Parece liberador, no hay que tomar decisiones. Sólo una: sales de casa y giras. A partir de ahí, en cada bocacalle, tomas la dirección opuesta. Derecha, izquierda, derecha, izquierda... hasta dar con algo que te impida el paso. El Condenado recorre así su barrio pisando callejuelas desconocidas que no están camino del metro, ni del cajero. La ausencia de destino, la deriva, enciende la curiosidad con la que mira. O no. Quizás lo está forzando en pro del éxito del experimento. Quizás sobreactúa. Algo le detiene. Sin darse cuenta, está en la puerta de su videoclub. Ha dado un rodeo. En la mochila le pesan un par de películas que debía haber devuelto hace siete días.

21 agosto, 2007 - 05:21 - EL PAÍS

De Ceausescu al 'graffiti'

Si una ventana rota no se repara, parece que a nadie le importa y pronto habrá más. Muchas ventanas rotas implican que no hay castigo, y pronto se darán crímenes más serios. Según la teoría de Wilson y Kelling, criminólogos estadounidenses, "el desorden propicia el crimen".

En el libro El punto clave, el periodista Malcom Gladwell usa la teoría de las ventanas rotas para ilustrar cómo "las cosas pequeñas pueden tener grandes efectos". En 1990, el crimen en Nueva York, que alcanzaba cotas históricas, empezó a caer en picado. Diez años después, había descendido más de un 70%. Aunque baraja muchas causas (bonanza económica, políticas carcelarias, baja rentabilidad del crack), el autor achaca gran parte del descenso a la limpieza de los vagones de metro. Bajo tierra, en los destartalados y vandalizados trenes, el crimen era una epidemia. En 1984, el suburbano contrató a Kelling para poner en práctica su teoría. Bajo el lema "El graffiti simboliza el colapso del sistema", los trenes pintados no salían del hangar. La delincuencia descendió y unos años después, el alcalde Giuliani y su jefe de policía llevaron la teoría a la superficie. Con la ciudad matándose a tiros, se concentraron en detener a quienes se colaban en el metro, robaban bolsos o rompían ventanas, confiando en que la mente criminal pensase: si por saltar el torno te llevan esposado, qué no te harán si atracas un banco.

Partiendo de los mismos datos, otro libro, Freakonomics, descarta, sin embargo, que el descenso del crimen se debiese a las ventanas rotas. Stephen D. Levitt apunta una teoría que da más grima, incluso a él, "un economista políticamente incorrecto" de la agresiva escuela de Chicago: en 1973, Estados Unidos legalizó el aborto, por ello, según el autor, en 1990 había muchos menos chavales con papeletas para ser criminales, es decir, hijos no deseados de mujeres jóvenes, solteras, pobres y negras. Para ilustrar el peso del aborto en las generaciones venideras, Levitt arranca su explicación hablando de Ceausescu. En 1966, el rumano prohibió el aborto. Pasados 23 años, una horda de jóvenes derrocó al dictador. La ironía: "De no ser por la prohibición, muchos de ellos no habrían nacido", teoriza Levitt.

En uno de los pocos textos del libro Wall and piece, el graffitero británico Banksy usa el mismo hecho, el derrocamiento de Ceausescu, para ilustrar que un individuo cualquiera es capaz de cambiar las cosas. Según el artista callejero (que cita a la BBC) fue un solo tipo quien empezó a gritar contra el dictador durante un discurso. Por error, muchos le siguieron y en el caos se forjó la revolución. Banksy es un genio del spray, sus obras son hermosas, profundas e hilarantes. Llaman a la reflexión, no al crimen. Su teoría: "Quienes degradan nuestros barrios son las compañías que cuelgan enormes anuncios en edificios y autobuses intentando hacernos sentir inadecuados si no compramos sus productos".

Sin teorías que defender ni ganas de ilustrar nada, el Condenado en la ciudad se lanza a la calle en busca de un poco de praxis. Encuentra una calle en concreto (León, en el barrio de las Letras de Madrid) llenita de graffitis. Los cuenta: 352 pintadas en apenas 300 metros, muchas más que en las calles colindantes. ¿El azar? ¿El efecto contagioso de las ventanas rotas? ¿La desidia de los vecinos? Cada cual tiene su teoría y su práctica. El del bar ha llamado al Ayuntamiento un par de veces para que limpie las paredes, pero la del estanco opina que "total, para qué". La chica de la tienda de ropa ha pagado a un graffitero profesional para que le pinte el cierre y así dejen de firmarlo otros. Al tatuador le respetan la fachada por tatuador. Dice que en la calle no hay crimen serio, y que las pintadas, "que no son guapas", las hacen "chavalillos". Firmas de novatos, Kike, The Yo, Reinas, JL!.., con caligrafías torpes y sin mensaje más allá del ego. Sólo hay una con chiste, una plantilla que imita los carteles de "prohibido fijar carteles". Es una parodia de la propiedad privada y la autoridad. La pintada dice "prohibido llenar cuarteles", y, como no es una teoría, no está firmada.

20 agosto, 2007 - 20:01 - EL PAÍS

¿Aquí quién trabaja?

Lista de tareas pendientes del Condenado en la ciudad:
- Aprovechar agosto para hacer todos esos recaditos eternamente aplazados. Gracias a la jornada intensiva, tiene las tardes libres, y como "los demás" sí se han ido de vacaciones, habrá menos colas. Yupi.
- Conseguir un pasaporte de los que tienen chip, por si acaso, algún día, el Condenado también tiene vacaciones. Él no es de esos que lo dejan todo para el último momento. Marcos, sí. Hace cola en una comisaría de centro. Lleva cuatro días intentando llegar antes de que se acaben los números. Por fin tiene uno. Lleva tres horas chupando cola y ha pegado la hebra con quienes le rodean. La conversación parte del axioma: "La burocracia es una vergüenza". Un tópico con peso de ley física, corroborado por miles de anécdotas personales. Marcos se marcha a África en quince días, pero su odisea ha empezado mucho antes. Lleva semanas atrapado en un círculo kafkiano burocrático, persiguiendo sellos como Astérix en Las 12 pruebas . No se ha vacunado de la malaria porque tiene más resistencia a la cagalera que paciencia para las colas. El Condenado se informa: en su ciudad sólo hay tres centros públicos para vacunarse, frente a los 20.000 ciudadanos que viajan a países donde hay malaria. Peor están los que necesitan de urgencia un DNI o un pasaporte. En Madrid (seis millones de personas) hacen documentos 30 comisarías y cinco están cerradas por obras. Según la policía, tras las ventanillas hay 160 funcionarios; según los sindicatos, son 45. Lo que está claro (una grabación se encarga de recitarlo en el teléfono de información 900 150 000 del Ministerio) es que abren sólo de 8.30 a 14.30, o de 9.00 a 14.00. Justo la jornada intensiva del Condenado, así que hará el pasaporte cuando tenga tanta necesidad como de coger la malaria.
- Ser un indocumentado. El Condenado asume que lo hace más por pereza que como crítica antisistema.
- Renovar el carné de conducir. Como no puede escaquearse otra vez del curro, el Condenado intenta ir y volver a las oficinas de la Dirección General de Tráfico en los diez minutos libres del café. No lo consigue. En la DGT abren de 9.00 a 13.45 de lunes a jueves, los viernes se van a las 13.30, porque ese cuartito de hora final, total, para qué.
- Dejar de conducir. El Condenado asume que el medio ambiente pesa tanto en la decisión como el tráfico, no encontrar sitio para aparcar y la pasta que lleva embargada en multas.
- Poner tapas a siete pares de zapatos. El zapatero tiene colgado el cartel de Cerrado por vacaciones . También el de la tintorería. Visitar el Museo Naval. Cerrado.
- Con ganas de quejarse a alguien de algo, el Condenado aprovecha que trabaja el día de la Virgen para llamar a Mattel. Lo hace a las 8.30, desde la oficina, que el teléfono de afectados es de pago. Todos los periódicos llevan en portada ese día lo de las barbies venenosas, en España hay 500.000 juguetes peligrosos, pero un contestador le informa de que, a pesar del marrón, la jornada empieza a las 9.00 y los días de fiesta son sagrados.
- Dejar de quejarse.

20 agosto, 2007 - 05:45 - EL PAÍS

Croquetas 'versus' meninas

Cada año llegan a la ciudad del Condenado sin vacaciones más de seis millones de turistas (su ciudad es Madrid, pero podría ser otra). La mitad son extranjeros. Como en un chiste de "estaban un inglés, un chino y un yanqui...", las estadísticas dicen que los franceses y alemanes son más de museo y los estadounidenses más de shopping. En una encuesta del Instituto Cervantes, 1.200 japoneses dijeron que lo primero que les vino a la cabeza cuando les preguntaron por España fueron los toros y el fútbol. ¿El primer lugar de peregrinaje nipón? Los bares de tapas.

Las estadísticas son una cosa muy fría, así que el Condenado, que tiene una semana para intentar comprender cómo funciona su ciudad en agosto, decide lanzarse a la calle para ponerle cara a los topicazos sobre los guiris.

Dos millones de personas visitan al año el Museo del Prado. Dos de ellas, Frank y Elsa, de Múnich, están viendo las Meninas. Viendo es un decir. Delante de ellos hay 58 personas. Por ningún gallifante, ¿cuántos personajes hay en el cuadro de Velázquez? "Cinco y los dos que se ven reflejados", contestan, "pero con paciencia habrá más". Entre el mar de cabezas no queda ni rastro de la infanta, ni de la menina que le da agua ni de los enanos Mari Bárbola y Nicolasito Pertusato. Mejor suerte tienen viendo a El Greco, cuyas figuras estiran el cuello por encima de los de los otros turistas.

Segunda parada: las tiendas. Cada turista se gasta en la ciudad, al día, una media de 135 euros, por encima de los 85 euros diarios que se gastan en el resto del país. Linda, estadounidense, babea en una de las grandes tiendas de ropa del centro. Se está comprando un abrigo. Hoy hace fresco, pero el abrigo es de paño. ¿Por qué venden ropa de invierno a mediados de agosto? ¿Con qué ganas te la pruebas? "No me lo pruebo, ¡aquí es todo tan barato!", dice Linda. Se ve que no ha bajado al sótano, donde han quedado arrumbadas las camisetas de tirantes y los bermudas. Sus etiquetas PVP son una sacada de lengua para los que se han gastado el triple en comprársela hace tres semanas. ¿Dentro de otras tres cotizará el abrigo de paño a la baja? "La moda es así, va a su aire, por delante de la vida", replica poética la encargada de la tienda. "Si esperas a que se rebaje, o a que haga frío, te vas a quedar sin talla".

Estresado por pensar en la temporada que viene, el Condenado se va a los bares de la típica plaza marcada como Must see (no deje de verlo) en todas las guías de viajes. Hay 18 terrazas. No cabe un japonés. Michiko come gambas y le da la risa coqueta cuando le cuentan que en los bares la cabeza va al suelo.

Volviendo a casa a media tarde el Condenado se topa con los ingleses a la puerta del local Chelsea Girls. Llevan camisetas que emulan las de un equipo de fútbol. Se las han mandado hacer para la despedida de soltero del "portero". Hace unos días el Foreign Office publicó un estudio sobre el mal comportamiento de los británicos fuera de su país. España estaba entre los 10 países donde peor se portaban, 1.549 fueron detenidos el año pasado. El Condenado les deja celebrando la resaca, y, como buen españolito, para hacer honor al tópico, se va a casa a echar la siesta.

19 agosto, 2007 - 13:03 - EL PAÍS

Un vuelo, muchos precios

Escena en la frutería: "Oiga, que me ha cobrado el triple que a la señora". "Es que la señora sabía desde mayo que quería peras". Luego el frutero obliga al cliente a quitarse los zapatos y el cinturón y ya está liada. Pensando en las ventajas de no tener vacaciones (aparte de cobrar, esto es), el Condenado en la ciudad recuerda la última vez que voló junto a un caballero que se encargó de informarle de que había pagado la mitad por su asiento. ¿Cómo es posible que en un mismo avión, hombro con hombro, la gente pague tarifas tan distintas? Hay sectores, como el de las compañías aéreas, que vacilan al consumidor. Junto a los de los móviles, parecen vivir en un paraíso de impunidad. Cada tanto ocurren cosas, como que venden un precio y luego cobran por misteriosas tarifas de última hora y se pasan por el forro aquello de la puntualidad, aunque si tú llegas tarde, no perdonan.

Pero escándalos aparte, todas las aerolíneas pretenden que el cliente trabaje para ellas. Comprar un billete de avión se ha convertido en un ejercicio de paciencia y destreza. La responsabilidad de buscarse la oferta es del cliente (otra coincidencia diabólica: las low cost han jubilado a las agencias de viajes, como los operadores de móviles hicieron con los relojeros). Con la responsabilidad llega la culpa: cuando al fin consigues un billete más caro y con peores condiciones de las que esperabas (de esos que despegan a las cinco de la mañana y hacen tres transbordos) resulta que la culpa es tuya porque no sabes comprar online.

El Condenado, que tiene el dedo (y el pronto) rápido cuando no entiende algo, llama desde el curro a la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA), donde un suizo encantador le explica que esto son las cosas que tiene el libre mercado. Resulta que cada compañía cuenta con un departamento de pricing que se encarga del yield management. En cristiano: en las centrales de las aerolíneas hay un grupo de agentes mirando pantallas en plan Wall Street. En función de la oferta y la demanda van asignando un precio a cada billete para maximizar el beneficio de un vuelo a medida que se llena.

Le Monde probó en mayo a buscar billetes de Air France en un mismo avión (clase económica) de París a Nueva York. Había 17 tarifas distintas. De 467 a 3.228 euros. En EasyJet ilustran los quebraderos de cabeza de las aerolíneas para obtener beneficios con un gráfico en forma de avión. Tiene 155 asientos. 39 se van en pagar al aeropuerto, 37 en combustible, 15 en los sueldos de la tripulación. Y así hasta que sólo quedan 9 para beneficios. RyanAir dice que las tasas son el malo de la película: además de las de siempre, cada pasajero paga 50 céntimos por la silla de ruedas que lleva el avión, y desde el 11-S, 5,29 euros más por el seguro de terrorismo.

Hay un libro estupendo de Antonio Orejudo titulado Ventajas de viajar en tren, aunque puede que le falte un paréntesis: (mientras no sea en Barcelona). Por cierto, si quiere que su compañía de móviles no le tome el pelo, llame a "bajas" y amenace. Es gratis y desahoga.

17 agosto, 2007 - 10:06 - EL PAÍS

Misión posible: no sudar

El Condenado en la ciudad, atrapado en el limbo que es agosto en la gran urbe, se pregunta ¿dónde huir? ¿dónde estar fresquito cuando no se tienen vacaciones, ni piscina, ni chalé en la sierra?

1. Instrumento medidor: las dependientas del centro comercial no se ponen de acuerdo. Según la más mayor, "los termómetros del ambiente" los "venden" en Relojería. Según la más joven, que llegó después del departamento de marketing, se llaman "barómetros" y "están disponibles" en Decoración y Menaje. El Condenado las deja discutiendo y se pasea por el centro comercial -¡Mmm, el aire tan potente!-. Da con lo que busca en la sección de Fotografía, donde el dependiente llama al aparato "estación meteorológica digital", como para justificar los 36 euros que cobra por el cacharro (un reloj despertador que marca la temperatura, la humedad del aire, la hora, la fecha y la fase de la Luna). El Condenado le explica que se va a pasear con el cacharro por la calle, "en plan Meteosat urbano". El dependiente no cambia el gesto: "Éste es el más sensible del mercado en la gama... manejable". Cosas más raras habrá oído.

2. Metodología: poner pilas, dar al ON. En la tienda hace 23 grados Celsius, 73,4 grados Fahrenheit (un botón pasa de un sistema a otro). La cifra es la capicúa de los 32 grados centígrados que hace en la calle. Debajo del chorro de aire que cae de las puertas del centro comercial, la cosa baja a 19,7 grados centígrados. El termómetro tarda en calcularlo, y el guardia de seguridad mira con sospecha al Condenado, que se baja a Alimentación. En el cajón de los helados, un cofre abierto de esplendor invernal: 6,1 grados centígrados. Se echa de menos una rebequita.

3. Misión: no sudar, pero tampoco congelarse. En la calle hace 37,4 grados centígrados. En el sofá Kipplan del piso sin aire acondicionado, 28,4 grados centígrados. Frente a la puerta abierta de la nevera, 9,1 grados, pero es un gasto. Hay que huir. Medio desnudo, el Condenado se mete en el cine. La "estación meteorológica digital" cae hasta los 20,6 grados centígrados. Después de un rato, es el Polo. Según los expertos, una diferencia entre la temperatura exterior e interior de más de 8 grados no es sana. Por eso, los expertos siempre llevan rebeca. Buscando un fresco más natural, el Condenado baja una silla al portal de su casa, con unos cómodos 26,2 grados. Es un fresco antiguo, como de pueblo, pero su presencia asusta a una vecina porque esto es la ciudad. El condenado se refugia en la religión. Dentro de una iglesia del XVIII, feúcha, de barrio, el cacharro marca 25,7 grados. Parece que hace más frío, debe de ser el silencio.

Lectores en una sala de la FNAC. /SANTI BURGOS

4. Reflexión: a principios de julio, los mandamases del Ministerio de Medio Ambiente comparecieron en mangas de camisa ante la prensa. Daban ejemplo. Para ahorrar energía, los edificios públicos pondrán el aire acondicionado como mucho a 24 grados centígrados. Subir un grado la temperatura baja el consumo energético un 7%. El ministerio abre sólo hasta las tres (¿también para ahorrar?), así que el Condenado, que trabaja, no puede ir a comprobar a cuántos grados están, pero se imagina un fresco sucio, como de ácaro y de conducto metálico. Además, prefiere imaginar un país donde los ministerios tuviesen las paredes refrigerantes y húmedas de las iglesias. Total, sermones ya dan.

 

16 agosto, 2007 - 19:26 - EL PAÍS

Quién se ha llevado mi sitio

Los presos dibujan palotes en la pared de su celda para calcular el tiempo que les queda y para distraerse. Proponemos un ejercicio de cordura similar a quienes se han quedado sin vacaciones, atrapados en la ciudad. Una distraída cuenta atrás que sirve de paso para comprender mejor ese limbo que es agosto. Por ejemplo, ¿por qué demonios se sigue aparcando fatal?

Desde el sofá Klippan de siempre (año I después de IKEA), el Condenado en la ciudad ve la tele en un piso sin aire acondicionado en el centro de un agosto implacable. El telediario vuelve a escupir la misma no-noticia veraniega: la pelea por poner la sombrilla en primera línea de playa. Un señor en Benidorm clava la "lanza" en la arena como si fuese un bosquimano gordo y blanco. Explica a cámara: "¡Esto es la guerra!". El Condenado se pregunta: "¿Y a mí qué coño me importa?". Después de trabajar todo el día, ha perdido 45 minutos dando vueltas para aparcar el coche. Esto sí es la guerra, bosquimano.

¿Cómo es posible que estén todos en Benidorm y aun así no haya sitio? ¿Sólo se van los que tienen garaje? ¿O puede estar relacionado con los huecos que ocupan los andamios? ¿Los contenedores? ¿El reciclaje? ¿El cabrón del 4 - 4 que aparca con la línea en medio? ¿Cuántos sitios son de verdad sitios?

Una calle de Madrid, este agosto El Condenado imprime (en el curro) un mapa de su barrio. Con una chincheta y un lápiz unidos entre sí por un trozo de celo (en las oficinas, como en las celdas, no hay cordones), traza un círculo con un diámetro, a escala, de 500 metros alrededor de su piso sin aire acondicionado. Veinte calles y una plaza. Durante días cuenta con palotes los espacios para aparcar. En una columna, los sitios en los que hay, o podría haber un coche; en la otra, los ocupados por otras cosas. La primera calle que mide se llama Leganitos; está en el centro de Madrid, pero podría existir en cualquier gran ciudad. El resultado es escalofriante. Cabrían 145 utilitarios, pero sólo se puede aparcar (con suerte, y pagando) en 81. Dos están reservados para incapacitados. Vale. ¿Pero y el resto del 43,3% de la calle que le está vetado? Parafraseando el libro aquel del queso y la autoayuda, el Condenado se pregunta: "¿Quién se ha llevado mis sitios?".

Palote a palote descubre que las obras se comen 24 sitios, 24, entre contenedores, andamios, sacos y vallas aleatorias que guardan el parking a los capataces. La comisaría de policía tiene reservados 20, aunque muchos de ellos están siempre vacíos. Seis se los quedan los hoteles para cuando llegan taxis, aunque éstos tienen aparte otros seis. En cinco no se aparca, se recicla... Así hasta que sólo quedan los que quedan. Y en todos hay coche.

En total, dentro del círculo dibujado, el 36% de los sitios están tomados. Cubos de basura, motos atravesadas, carga y descarga (con sus instrucciones absurdas, ¿el sábado por la mañana es o no es laborable?). El colmo: un reservado policial vacío y un zeta aparcado en un sitio para civiles; un parquímetro en medio de un hueco, 17 espacios en batería que se han repartido entre 12 brutos insolidarios, un coche abandonado desde hace meses y un gorrilla que te pide limosna. El Condenado les llama, por insultar. Se queda con las ganas; resulta que, encima, el Consistorio cobra a los constructores por aparcar el container. Siempre ganan los mismos.

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