Heriberto Araujo y Juan Pablo Cardenal

Sobre los autores

Heriberto Araujo y Juan Pablo Cardenal son periodistas españoles en China desde 2007 y 2003, respectivamente. Juntos han escrito el libro "La silenciosa conquista china" (disponible ya en español, mientras se traduce a cinco idiomas), una investigación de dos años por 25 países en el mundo en desarrollo para comprender la expansión del gigante asiático y sus consecuencias. Ahora le siguen los pasos también a la irrupción de China en Occidente.

Archivo

junio 2014

Lun. Mar. Mie. Jue. Vie. Sáb. Dom.
            1
2 3 4 5 6 7 8
9 10 11 12 13 14 15
16 17 18 19 20 21 22
23 24 25 26 27 28 29
30            

Estados Unidos no cruza la línea roja

Por: | 28 de noviembre de 2011

Iran bandera usa
Mural mítico en las calles de Teherán/ Zohreh Soleimani

La semana pasada Estados Unidos, Canadá y Reino Unido anunciaron nuevas sanciones contra Irán en respuesta al reciente informe de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), que amplía las sospechas acerca de la naturaleza militar del programa nuclear iraní.

Las sanciones en vigor, tanto las unilaterales –que incluyen además las de la Unión Europea, Japón, Australia y otros países- como las de la ONU, no han logrado su objetivo de que el régimen de Ahmadinejad reconsidere su programa nuclear, aunque probablemente lo ha ralentizado y entorpecido. Lo que sí han logrado, por el contrario, es echar a uno de los países más importantes de la región -además de tercer productor de petróleo del mundo- en brazos de China.

Y lo que es más importante: puesto que China supone una vía de escape vital para Irán, las sanciones estarían teniendo un impacto sólo relativo. Veamos el porqué.

El sector energético es clave para la economía iraní porque representa nada menos que el 27 por ciento del PIB. Las sanciones tratan de estrangularlo, Teherán busca alternativas. Le va la vida en ello: su producción actual ronda los 3,7 millones de barriles diarios, pero requiere de inversiones por valor de 120.000 millones de dólares hasta 2015 para evitar una drástica caída hasta los 2,7 millones de barriles.

El régimen sancionador en vigor habría provocado, según Washington, la cancelación de inversiones en dicho sector de entre 50.000 y 60.000 millones de dólares. Por temor a las represalias de Estados Unidos, que comprometerían sus operaciones en otros mercados, las petroleras occidentales no se atreven a cerrar nuevos contratos en el país del Golfo Pérsico. ¿Quién ha llenado el hueco?

Obviamente, China, país que tiene recursos financieros casi infinitos y una necesidad estratégica: su seguridad energética (garantizar su suministro de crudo a largo plazo). Desde 2005, un año antes de la primera ronda de sanciones de la ONU, las petroleras del gigante asiático han invertido en Irán en torno a 40.000 millones. Todo ello ha aupado a China a principal jugador en el petróleo iraní. Y no tardará en convertirse en el único.

¿Qué está ocurriendo realmente? Por un lado, Pekín no se siente vinculada por las sanciones unilaterales de EEUU y otros países, al considerar inadmisible su extraterritorialidad. Respecto a las sanciones de la ONU, las respaldó calculadamente después de haberlas retrasado en el tiempo y de haber diluido significativamente su alcance haciendo uso de su capacidad de veto en la ONU. En la práctica ha significado que las petroleras chinas están haciendo en Irán operaciones que para las de otros países implicaría sanciones. 

Pekín alude a la importancia estratégica de su seguridad energética para seguir con sus negocios, pero en la misma jugada aprovecha las oportunidades que se le presentan, aunque no sean estratégicas. Por ejemplo, suministra el 30 por ciento de la gasolina que consume Irán (país con limitada capacidad de refino). Negocio puro y duro aprovechando la ausencia de competencia.

Políticamente, un cable diplomático fechado en 2008 reveló el poderío actual de China incluso frente a Estados Unidos, al marcarle claramente la línea roja que Washington no debe cruzar: si sus petroleras son sancionadas, las consecuencias serán inimaginables, explicó un alto funcionario chino a otro estadounidense. Washington parece haber cedido a la advertencia.

Que Estados Unidos no cruce esa línea roja y evite sancionar a las petroleras chinas tiene difícil justificación a ojos de los demás jugadores, quienes ven con indignación el doble rasero de Washington. Mientras, en río revuelto, China es la auténtica ganadora. Moviéndose en el filo de la navaja, logra todos sus objetivos.
 

¡Que vienen los chinos!

Por: | 21 de noviembre de 2011

Angola Citic EP1
Proyecto chino de infraestructuras a las afueras de Luanda, Angola. Foto de Luis de las Alas


Qué mejor que debutar en este blog que hoy se estrena abordando su título, porque resume perfectamente en cuatro palabras un fenómeno de rabiosa actualidad que está destinado a cambiar el mundo. China está conquistando el planeta, mientras pone los cimientos para convertirse en una potencia global. Y lo está haciendo como suele: silenciosamente, pero a toda velocidad.

El silencio tiene que ver con la naturaleza de su ofensiva, estrictamente económica y (por el momento) no militar. También alude a la escala de la conquista, mucho mayor de lo que es percibida. Y acontece además sin la transparencia necesaria, sobre todo en los países gobernados por regímenes autoritarios que han fraguado con el gigante asiático una alianza tan interesada como inescrutable.

Lo hemos visto durante un proyecto que nos ha llevado, durante casi dos años, desde las minas de la República Democrática del Congo a los bosques de Siberia, desde la Amazonía ecuatoriana a la cuna del jade en Birmania, desde la Venezuela de Hugo Chávez al Irán de los ayatolás. Un intenso viaje por las entrañas del mundo chino a lo largo y ancho de 25 países de Asia, América Latina y África para entender y describir cómo está China forjando su futura hegemonía.

¿Qué está pasando sobre el terreno? Pues que China está, efectivamente, desplegando sus tentáculos. Lo está haciendo gracias al olfato empresarial y al sacrificio de sus pequeños empresarios, emprendedores y emigrantes, los cuales conquistan mercados imposibles y desbancan a sus competidores locales. Y también con la pegada financiera y una tentadora ‘oferta integral’ que la China oficial pone al servicio de sus ‘objetivos estratégicos’ nacionales.

Su financiación casi ilimitada, sus infraestructuras a la carta y una influyente diplomacia sirven al gigante para cerrar alianzas que garantizan su suministro de materias primas a largo plazo, vitales para que la locomotora china siga creciendo al ritmo actual. Así seduce al mundo en desarrollo, donde el banquero del mundo es visto por las élites locales no sólo como una atractiva alternativa, sino en muchos casos como la única. El nuevo Mesías teje de esta forma la tela de araña de su influencia.

Ahora la grave crisis en Occidente le brinda nuevas e inesperadas oportunidades. En la tambaleante Europa está ya posicionándose estratégicamente, preludio quizá de un nuevo orden mundial en el que Pekín tendrá una autoridad y un poder que, hoy por hoy, es una incógnita cómo administrará en el futuro. Desde luego, los intereses de China son legítimos y no puede minimizarse el impacto positivo de sus inversiones por medio mundo. De hecho, que China esté conquistándolo no tiene nada de particular; el estatus de potencia le corresponde por historia y población. La verdadera cuestión es cómo está haciéndolo.

En este sentido, hemos visto sobre el terreno, más allá de las grandes cifras y los discursos de Pekín y las élites de los países receptores, que las inversiones chinas no siempre suscitan simpatías. No es sólo que muchas veces vayan aparejadas a malas prácticas o a unos estándares laborales, sociales o medioambientales inaceptables, es que la percepción en las poblaciones (obreros, ONG, académicos, políticos, activistas, etcétera) de muchos de esos países es que China está allí únicamente para su propio beneficio.

La naturaleza dictatorial del régimen chino proyecta a sus operaciones en el extranjero un fogonazo de eficacia que, en tiempos de crisis, es visto por muchos como prueba de las bondades del llamado ‘consenso de Pekín’ (versus el ‘consenso de Washington’) y, a la vez, como botón de muestra de la decadencia occidental. Sin embargo, el desarrollo económico con características chinas -dentro y fuera de China- no suele prestar atención a los efectos secundarios, a lo que contribuye un sistema sin los contrapesos de las democracias donde además el poder no rinde cuentas a nadie.

En la imparable -y silenciosa- conquista china, éste es el reto para el resto del mundo.

Desde hoy les invitamos a sumergirse con nosotros en este apasionante viaje por el mundo chino que está llamado a hacer crujir tectónicamente al planeta y, a la vez, a cambiar nuestras vidas. El futuro ya está aquí. Nos meteremos en harina para contárselo.

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal