Mural mítico en las calles de Teherán/ Zohreh Soleimani
La semana pasada Estados Unidos, Canadá y Reino Unido anunciaron nuevas sanciones contra Irán en respuesta al reciente informe de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), que amplía las sospechas acerca de la naturaleza militar del programa nuclear iraní.
Las sanciones en vigor, tanto las unilaterales –que incluyen además las de la Unión Europea, Japón, Australia y otros países- como las de la ONU, no han logrado su objetivo de que el régimen de Ahmadinejad reconsidere su programa nuclear, aunque probablemente lo ha ralentizado y entorpecido. Lo que sí han logrado, por el contrario, es echar a uno de los países más importantes de la región -además de tercer productor de petróleo del mundo- en brazos de China.
Y lo que es más importante: puesto que China supone una vía de escape vital para Irán, las sanciones estarían teniendo un impacto sólo relativo. Veamos el porqué.
El sector energético es clave para la economía iraní porque representa nada menos que el 27 por ciento del PIB. Las sanciones tratan de estrangularlo, Teherán busca alternativas. Le va la vida en ello: su producción actual ronda los 3,7 millones de barriles diarios, pero requiere de inversiones por valor de 120.000 millones de dólares hasta 2015 para evitar una drástica caída hasta los 2,7 millones de barriles.
El régimen sancionador en vigor habría provocado, según Washington, la cancelación de inversiones en dicho sector de entre 50.000 y 60.000 millones de dólares. Por temor a las represalias de Estados Unidos, que comprometerían sus operaciones en otros mercados, las petroleras occidentales no se atreven a cerrar nuevos contratos en el país del Golfo Pérsico. ¿Quién ha llenado el hueco?
Obviamente, China, país que tiene recursos financieros casi infinitos y una necesidad estratégica: su seguridad energética (garantizar su suministro de crudo a largo plazo). Desde 2005, un año antes de la primera ronda de sanciones de la ONU, las petroleras del gigante asiático han invertido en Irán en torno a 40.000 millones. Todo ello ha aupado a China a principal jugador en el petróleo iraní. Y no tardará en convertirse en el único.
¿Qué está ocurriendo realmente? Por un lado, Pekín no se siente vinculada por las sanciones unilaterales de EEUU y otros países, al considerar inadmisible su extraterritorialidad. Respecto a las sanciones de la ONU, las respaldó calculadamente después de haberlas retrasado en el tiempo y de haber diluido significativamente su alcance haciendo uso de su capacidad de veto en la ONU. En la práctica ha significado que las petroleras chinas están haciendo en Irán operaciones que para las de otros países implicaría sanciones.
Pekín alude a la importancia estratégica de su seguridad energética para seguir con sus negocios, pero en la misma jugada aprovecha las oportunidades que se le presentan, aunque no sean estratégicas. Por ejemplo, suministra el 30 por ciento de la gasolina que consume Irán (país con limitada capacidad de refino). Negocio puro y duro aprovechando la ausencia de competencia.
Políticamente, un cable diplomático fechado en 2008 reveló el poderío actual de China incluso frente a Estados Unidos, al marcarle claramente la línea roja que Washington no debe cruzar: si sus petroleras son sancionadas, las consecuencias serán inimaginables, explicó un alto funcionario chino a otro estadounidense. Washington parece haber cedido a la advertencia.
Que Estados Unidos no cruce esa línea roja y evite sancionar a las petroleras chinas tiene difícil justificación a ojos de los demás jugadores, quienes ven con indignación el doble rasero de Washington. Mientras, en río revuelto, China es la auténtica ganadora. Moviéndose en el filo de la navaja, logra todos sus objetivos.